Continúan las quejas por los horarios limitados que ofrece la única biblioteca pública que tenemos en Melilla. Tras la recogida de 500 firmas y la lluvia de críticas en la prensa al anterior Gobierno, los opositores de la ciudad, sin dudas, los más afectados, consiguieron que la institución, pequeña y casi ridícula para una localidad de 86.000 habitantes, abriera fines de semana y festivos hasta altas horas de la noche.
Sin embargo, el fin de los planes de empleo ha sepultado la generosidad de la Administración. No es que no tengamos parados en Melilla para cubrir las plazas necesarias que permitan ampliar los horarios: lo que probablemente no hay es dinero para contratar a más trabajadores y dar un mejor servicio a los ciudadanos.
¿Y eso cómo puede ser si tenemos un presupuesto comparable al de Granada? Bueno, en teoría, la partida presupuestaria de la biblioteca pública depende de Madrid y el Gobierno local lo único que hace es gestionarlo.
Aún así, me permitiré una pregunta sin ironía: ¿qué habría sido de nosotros si en lugar de una única biblioteca nos hubiera tocado gestionar las casi 50 que tienen en Granada?
Estudiar en Melilla es muy, muy difícil, no sólo por la escasez de instalaciones públicas. También por la falta de educación. Me sucedió todos y cada uno de los días en los que tuve que encerrarme en la biblioteca, bien de la UGR o bien de la UNED, a leer análisis jurídicos de la Ley de Extranjería o la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europa. Para entender y asimilar algo así, hace falta algo más que buena voluntad. Se necesita, ante todo, silencio.
Pero eso en las bibliotecas públicas de Melilla es algo que está en busca y captura. La gente no sabe lo que es guardar silencio y se cree que murmurar como si tuvieran una zanahoria en la garganta forma parte del concepto de silencio
Pobre de ti, si le pides a alguien que se calle. Ese alguien, sea de donde sea, se sentirá indignado porque otra persona se crea con el derecho a explicarle cómo hay que comportarse en una biblioteca pública de Melilla.
No sólo no reconocen que hay que guardar silencio sino que se ofenden cuando les llamas la atención. Hay que ver, para ser tan mal educados, qué piel tan fina tienen.
Pues bien si a la falta de espacio le sumamos los rifirrafes a vueltas con el silencio en las salas de estudio, nos encontramos con que los opositores melillenses compiten, definitivamente, en desventaja con el resto de los aspirantes a funcionarios de nuestro país.
Por más que parezca imposible, os aseguro que las bibliotecas donde se respeta el silencio existen, incluso en países tercermundistas como Cuba.
La Escuela de Idiomas estrenó este año una biblioteca maravillosa en el edificio del Antiguo Mercado Central. Ubicada en la última planta del inmueble, desde allí arriba las vistas son maravillosas. Quizás debería contratarse personal para que sitios como éste abran al público en verano, teniendo en cuenta la escasez de instalaciones que sufrimos.
Lo he dicho en otras ocasiones y lo repito. La biblioteca que más me gusta de Melilla es la Militar. Hay aire acondicionado y silencio absoluto, pero como lo bueno siempre es limitado, cierra a las dos de la tarde.
No veo descabellado intentar alcanzar algún convenio con la Comandancia General, de manera que al menos en tiempo de exámenes amplíe su horario.
Lo ideal, en mi opinión, es que abriera mañana y tarde. Pero no sé si eso es mucho pedir o si ahora que los socialistas están en la Ciudad pueden alcanzar algún tipo de acuerdo con la ministra de Defensa en funciones para que los melillenses podamos beneficiarnos más tiempo de la maravilla de biblioteca que tiene la Comgemel.
En fin, seguiremos pendientes de la biblioteca pública. Publicaremos cuantos artículos sean necesarios hasta que se le busque una salida al problema.
Puede que la solución llegue tarde para los que hoy necesitamos estudiar en lugares públicos. Pero no podemos condenar a los que vienen detrás a que pasen por el mismo calvario.
Melilla, por población, necesita más bibliotecas. Eso es una realidad desde hace años. Luego nos preguntamos por qué hay tanto fracaso escolar. Se nos olvida el efecto dominó en la cultura.
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