Laila, de 26 años, jamás había imaginado que algún día por las noches se iba a acostar tapándose la boca para que sus tres hijos pequeños, Mohamed, Islem y Yusef no oyeran sus llantos. Tampoco había pensado que en un momento de su vida tendría que recontar una y otra vez las salchichas de la cena, medir la leche para los biberones o devolver aquella que había sobrado al cazo para recalentarla de nuevo en otro momento. Pero esta es ahora la cruda realidad de Laila. La vida de alguien a quien la crisis ha dejado por el camino.
Esta joven lleva dos años en riesgo de exclusión social y cuando pensaba que la vida no podía darle más golpes, ésta le azota con otro “más fuerte”. La angustia comenzó a agudizar el pasado mes de febrero. “Recibí un mensaje de la inmobiliaria. Me comunicaron que la dueña del piso en el que vivo ha acudido a los tribunales para iniciar un desahucio”, explica. Laila lleva sin pagar el alquiler cinco meses. “Este piso me cuesta cada mes 450 euros”, lamenta. Pagaba la mensualidad con la ayuda de Cáritas, pero, según indica Laila, esta entidad está “desbordada” y no puede ofrecerle “más ayuda”, salvo unos cheques de comida por un valor de 40 euros.
El mensaje de la inmobiliaria ha dado paso a más noches en vela, más pánico y temor por el futuro de sus hijos, que “afortunadamente viven ajenos a todo. “Tienen dos, tres y seis años y no son conscientes de lo que está pasando”. “Trato de aparentar cierta normalidad”. Pero fingir que no ocurre nada cuesta cada vez más. Laila dice estar “desesperada” sobre todo, porque jamás pensaría que tendría que pasar por semejante pesadilla.
Su hogar y el de sus dos hijos es ahora escasez, mezclada con restos de lo que una vez fue. Unas zapatillas y un carrito para bebé son los últimos resquicios de su época de bonanza. “No me he criado en una casa de lujo, pero jamás me ha faltado comida”, apunta.
Trabajo
Laila está buscando desesperadamente un empleo. “No quiero depender de las ayudas como mucha gente puede pensar. Es muy fácil juzgar a la gente necesitada desde una posición cómoda”, manifiesta. Laila dice que aceptaría cualquier puesto con tal de tener independencia económica. “Puedo limpiar o trabajar en un bar”, señala.
Bienestar Social
Esta madre también critica el trato que a veces recibe en las oficinas de Bienestar Social. “En algunas ocasiones te miran por encima del hombro. Cuando ir pidiendo por todas partes ya es lo suficientemente duro”, dice. Sin embargo, no pierde la esperanza. Espero que algún día pueda contar otra historia”.
Ahora, es una de apretar los dientes. De “rabia”. De “frustración”. De “impotencia”. Pero sólo una de muchas, según Laila. “Hay tanta gente que está sufriendo mi situación, pero no todos se atreven a hablar. A mí me ha costado mucho hacerlo”, dice.
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