Domingos de invierno (III)

Hoy, en la mañana apresurada de domingo, las horas que se despeñan con rapidez hacia la tarde, no serán ni las horas ni la mañana, como esas de otros domingos del año en que tememos que la tarde llegue y casi sin darnos cuenta, a eso de las seis, empezamos a verle el ceño al lunes, que por mucho que digamos, siempre tendrá un aspecto fosco y hostil de carrera cuesta arriba, que siempre es todo inicio de semana.

El calendario siempre es caprichoso y este año, hoy domingo, es antesala de las ilusiones que todos quisimos soñar y ver cumplidas, sueños a duermevela en la noche más intranquila y más feliz, depositaria del cofre con el secreto mejor guardado por generaciones enteras, nunca roto por nadie, secreto que no queríamos conocer, hasta que un "verduguillo" del colegio, alma cruel que seguro sería un amargado en el futuro, incapaz de conocer lo limpio y bello de la vida, nos ponía al cabo de tanto cuchicheo, intentando matar la ilusión.

Hoy, ahora por la mañana, habrá prisas, nervios, miradas con ese brillo especial, que sólo tienen los que esperan la estrella de una mañana mágica e irrepetible. La tarde, vendrá enseguida, se completará el puerto deportivo con la multitud de padres, de hijos, de familias que componen lo más bello y espléndido de ese día, del día que no quisiéramos que nunca se acabara, que fuera eterno y que las ilusiones, tantas veces partidas, por una vez, se mantuvieran intactas, ajenas a tantos perdigonazos de ingratitudes.

Por eso ponía en el marbete del artículo de hoy, la ilusión de una noche. No es que la noche estuviera preñada de ilusión, siendo esto muy importante. Es la ilusión la que se enseñorea, acampa, rodea y conquista nuestras almas. Por mucho que lo infantil se aleje de nosotros, por mucho que los ballesteros de la desilusión nos vayan ganando, poco a poco, las horas de todos los días, siempre iremos al encuentro de la ilusión con mayúsculas y ya desde la media tarde, que enseguida desemboca en un cielo terso y negro sin igual en el mundo, como es el cielo de nuestra Melilla, todo rodará sin sentirlo, en el lago luminoso de un alma con ilusión.

Me he alegrado de que hoy 5 de enero sea domingo y pueda armar este artículo, con la tranquilidad de que el lunes vendrá cargado, por mínimo que sea el cargamento, de todas las realidades ilusionadas que acumulamos en el año.

Para mi este domingo, víspera ilusionada - perdón por tanta ilusión-, del lunes más jubiloso de nuestras vidas, me lleva a paisajes de infancia y juventud donde todo era un tesoro, tesoro de trenecitos de cuerda y de hojadelata, y narices pegadas en el vaho de los escaparates de los comercios caros, donde mis Reyes no podían pararse nunca. Pero esa ilusión, renovada y nueva, nunca se podrá comparar con otras ilusiones fugaces y transitorias que me asaltaron a lo largo de mi vida y que se han ido rompiendo poco a poco, hasta dejarme- casi lo agradezco - vacío de muchas artificialidades.

Casi sin que nos demos cuenta, el crepúsculo vespertino nos anunciará, con los heraldos de los Reyes por delante, que la noche está por venir y la ilusión al caer en la jícara de nuestro chocolate, dulce bebida que acompaña nuestro roscón, que hay que comerlo cuanto antes, no sea que el martes esté ya duro.

¡Ay ese roscón duro que teníamos que comernos en el desayuno, en los días posteriores a ese día de Reyes hasta que se agotara!

La ilusión de la noche llega y yo también hoy me acostaré pronto, no solo por prescripción facultativa, sino para que el sueño precoz que me llegue me despierte con la ilusión verdadera de esperar lo que siempre llega y dejar olvidadas las que creí, alguna vez, falsas ilusiones. Que los Reyes nos traigan muchas cosas en el zurrón de nuestra renovada niñez.

Aquí quedó. Hoy, no hay más.

¡Que la ilusión se trueque en realidad en este 2025!

Que no le falte agua al elefante.