Opinión

Las disensiones entre las dos potencias colonialistas y el país dominado

Sin lugar a dudas, las circunstancias en las que se dispuso el Protectorado de España en Marruecos y el talante que aglutinó desde sus inicios, imprimieron el acontecer sobre las conexiones entre las dos antiguas potencias. Al Tratado de Protectorado rubricado por Francia con el Sultán el 30/III/1912, continuaría al suscrito por Francia y España el 27/XI/1912, por el que se determinaba el curso de ambas potencias en Marruecos y la zona de Protectorado que Francia, por la proyección de Inglaterra, había admitido otorgar a España.

En base a lo anterior, es preciso acentuar que en esta cuestión España fue en todo momento a rebufo de lo resuelto por Francia e Inglaterra. Y en virtud de la Declaración franco-británica de fecha 8/IV/1904, Francia dejaba allanado el camino a Inglaterra en Egipto a cambio de que ésta a la par se lo dejase en Marruecos. Si bien, no agradando a los ingleses el protagonismo frente a Gibraltar de un actor como Francia, lo forzó para que se le asignase a España un sector de influencia en la franja septentrional.

Con lo cual, si no quería quedar al margen en el septentrión marroquí, a España no le quedaba otra fórmula que incorporarse a la concerniente Declaración franco-británica, como así lo hizo el 3/X/1904 en la Declaración hispano-francesa acerca de Marruecos, a la que le acompañó el Convenio hispano-francés de la misma fecha. Lo cierto es, que España jamás refrendó con el Sultán de Marruecos ningún Tratado de Protectorado, como tampoco participó en la firma del mismo entre la principal potencia patrocinadora, Francia, y el país preservado, Marruecos, por lo que su realidad quedaba postergada a la de concurrir a remolque de los franceses.

Como es sabido, en el año 1830, Francia ocupaba Argelia, pasando a erigirse en vecina de Marruecos. Aunque la línea demarcatoria entre la colonia francesa y el Imperio Jerifiano se acomodaba en el río Mulaya, los límites fronterizos entre ambas superficies se encontraba en opinión de los franceses, mal fijado, lo que le valdría de evasiva para abrir brecha con una política de expansión en la demarcación oriental de Marruecos.

Posteriormente, la Batalla de Isly (14/VIII/1844) en la que las fuerzas francesas perpetraron una abrumadora derrota a las del sultán, Muley Abderrahman, fue como derivación de la ayuda facilitada por éste al movimiento de resistencia argelino del emir Abd-el-Kader. Si el Tratado de Lalla Maghnia (18/III/1845) designaba la frontera entre Marruecos y la Argelia francesa en la zona de Tellian, las acotaciones de explícitos espacios contiguos en los márgenes saharianos del sur transitados por tribus nómadas, continuaban siendo lo bastante indefinidos como para admitir la expansión francesa en Marruecos a partir de Argelia.

Un avance más de otros tantos en las evidentes pretensiones expansionistas de Francia en la región, estuvo punteado por la incrustación en 1880 del Protectorado en Túnez. El marco en torno a Marruecos cada vez se iba apretando más.

Una vez expelidas las evasivas, cuando no la negativa de otras potencias contrarias mediante pactos de reparto colonial, Francia se valía de cualquier artimaña para obtener terreno y consolidar posiciones en el Imperio Jerifiano. Véanse los casos concretos de Uxda, Chauia, Fez o Rabat. Con Fez, se produjo la rebeldía de Alemania con un escollo prebélico que se zanjaría con el Acuerdo franco-alemán de 1911, y por el que los germanos no pondrían trabas a Francia en Marruecos, a cambio de la cesión de 250.000 kilómetros cuadrados en El Congo. A su vez, España, bregaba por ganar algunas parcelas como la de la Restinga y de Cabo de Agua, a las que le siguieron las posiciones de Nador, Zeluán y el monte Gurugú. Además, en el término occidental dominaba Larache y Alcazarquivir y, a posteriori, se adentraba en Arcila.

Luego, la competitividad habida entre españoles y franceses para atribuir su empaque en la zona que les incumbía en virtud de la Declaración hispano-francesa, reportaría a contextos complejos como el que se originó como resultado de la toma de Alcazarquivir. Amén, que el acuerdo franco-alemán de 1911 no había dejado lo suficientemente complacido a Alemania, cuyas desavenencias con Francia trasegarían a la guerra de 1914. Siendo por entonces Marruecos Protectorado francés, el Sultán incitado por el Residente General, no titubeó en declarar la guerra a Alemania, mientras el régimen español, al no ser estado beligerante, superpuso a su zona de Protectorado el estatus de neutralidad.

“De esta competencia difícil de ocultar entre las dos antiguas potencias coloniales eran sabedores y duchos los cabecillas marroquíes, quiénes percibieron con paradójica destreza jugar en repetidas ocasiones con una y otra, para extraer el máximo jugo posible de sus debilidades y fortalezas”

Sobraría mencionar en estas líneas, que este entorno enrevesado dio lugar a toda una cadena de fricciones entre las partes españolas y francesas, por considerar las segundas que al ser el sultán soberano de Marruecos y declarar la guerra a Alemania, el proceder de beligerante debía designarse no sólo a la zona francesa, sino igualmente a la española. Obviamente, esta versión no era correspondida por España, que formuló en más de un momento su empeño de realizar en su zona de Protectorado la más minuciosa neutralidad, no consintiendo bajo ningún concepto que los agentes germanos desplegasen acciones enfocadas a avivar tumultos en la zona francesa.

No obstante, a pesar de los muchos discursos de los conservadores y liberales de llevar a término la más escrupulosa neutralidad, los representantes alemanes y progermanos despuntaban por sus observancias en la zona española, en la que la amplia mayoría de los militares españoles sentían simpatía, interés o admiración por el pueblo alemán. En tanto, en Tetuán eran innumerables los agentes de Alemania, comenzando por el propio cónsul y Melilla se había convertido en una madriguera de confidentes.

En el contorno occidental del Protectorado español, algunos jefes acreditados como El Raisuni, eran susceptibles a la propaganda sostenida por Alemania, que mostraba el káiser como al liberador de los musulmanes de la atadura francesa.

En cierta manera, El Raisuni enfundaba la expectativa de que, una vez expulsados de Marruecos los francos, no tardarían en acompañarle los hispanos, aunque persistían desconfianzas sobre lo que podría desencadenarse más adelante en cuanto a las pretensiones subsiguientes de Alemania, la cual podría proceder a invadir el terreno dejado por Francia y España.

Todo ello daba que presuponer al intuitivo e impetuoso ‘Señor de Yebala’, que aglutinaba numerosos obstáculos con las cabilas sometidas a su influencia, por la susceptibilidad que en ellas ocasionaban sus permanentes relaciones y remiendos con los españoles. De ahí, que El Raisuni se circunscribiese a vigorizar cierta convulsión entre las hordas de Yebala de la zona francesa, adyacentes de la española. Pero en quien los alemanes tenían puesta su confianza recayó en la persona de Abd-el-Malek Mohy Ed-din, nieto del emir Abd-el-Kader.

Hay que decir al respecto, que Abd-el-Malek recibía dinero de apoderados alemanes establecidos en la plaza de Melilla, pero la confabulación de los representantes españoles del Protectorado que, aun siendo su responsabilidad o deber el vigilar o estar atento, fingía disimuladamente de no ver, posibilitando sus movimientos, fundamentalmente, para la posesión de armas y municiones de contrabando.

La celeridad clandestina de los operadores alemanes tenía como fin promover el levantamiento de las partidas oprimidas de la zona francesa, así como la desbandada de legionarios germanos alistados en las filas de la Legión Extranjera francesa. De modo, que Francia se sintiera impuesta a derivar tropas de los frentes europeos para reubicarlos a Marruecos y así atenuar su capacidad frente a Alemania.

Aunque los germanos lograron establecer focos de perturbación en cuantiosos enclaves de la jurisdicción, ni mucho menos llegaron a completar sus intenciones, ya que para los marroquíes su jefe espiritual genuino continuaba residiendo en la figura del sultán Muley Yúsef y no el sultán otomano.

Si las desaprobaciones de Francia a España eran racionales a la tan acrisolada y no tanteada neutralidad entre los contrarios, no menos iban a ser los de las autoridades españolas del Protectorado a las de la zona francesa, en lo que atañe al alijo de armas a partir de esta última, sin que los responsables de inspeccionarlo y contenerlo desempeñaran adecuadamente con su función, ya fuese por desidia o desafecto de crear inconvenientes a España.

Indudablemente, todo ello producía un enorme malestar y acarreaba entre el personal militar y civil de la zona española un mal solapado descontento hacia los franceses, debido al fiasco ante su imposibilidad para reproducir las tan deslumbradas metodologías empleadas por estos últimos en su círculo vicioso, mientras que tanto la milicia como los integrantes civiles de la zona francesa distinguían a sus vecinos de la zona Norte con aires de prepotencia, por su incompetencia notoria para cumplir con los deberes provenientes del Tratado franco-español.

En otras palabras: a pesar de los pronunciamientos desentonados de ficticia amistad y cooperación entrecortados entre las administraciones de ambos estados mediadores, los engarces sobre el terreno estaban distantes de ser condescendientes. Las autoridades de uno y otro Protectorado tuvieron en todo momento la incredulidad, posiblemente justificada en numerosas ocasiones, de que cada una de ellas se regocijaba en lo oculto de los percances, impedimentos o infortunios del otro.

Cuando sucedió el Desastre de Annual (22-VII-1921/9-VIII-1921), los españoles albergaron suspicacias, poco más o menos, la certidumbre unida a la presunción de que los franceses, pese a los argumentos disfrazados de estimación y benevolencia hacia España, habían experimentado un inescrutable contentamiento por aquella calamidad, aguardando que ante su ineficacia para verificar el territorio y establecer el Protectorado, los españoles acabarían por renunciar a la zona Norte y de esta manera pasar a manos de Francia.

Esto era lo que suponía el denominado por los españoles ‘partido colonista francés’, caracterizado por el grupo de los colonos franceses de Argelia y respaldados por varios diputados y senadores. Este potente equipo de presión a duras penas aguantaba el retrato español en la zona Norte y empecinadamente apoyaba el menester de que Marruecos debía corresponder a Francia, como ampliación de Argelia al Oeste y parte del Imperio francés en África del Norte.

Dentro del cuadro personal de la administración colonial francesa en Marruecos estaba generalizado este patrón, aunque ello significase cuidar las formas debidas con los vecinos del Norte. Así, la contribución entre las dos direcciones coloniales no era sencilla y los contratiempos de una u otra naturaleza eran habituales.

Podría indicarse que una de las pocas coyunturas en que existió entre las dos zonas del Protectorado una buena compenetración y estrecha reciprocidad, se generó tras la alianza franco-española de 1925, para una interposición militar conjunta consignada a terminar con el movimiento de resistencia rifeño liderado por el máximo exponente del nacionalismo rifeño, Abd el-Krim El Jattabi. Esta cooperación culminada con el Desembarco de Alhucemas (8/IX/1925) se cristalizó entre los militares africanistas y Philippe Pétain, quién persuadió al gobierno francés de la conveniencia de una operación conjunta franco-española, aunque ello significara aislar de Marruecos a Louis Hubert Lyautey, contrario a contribuir con España.

Este destello de entendimiento a golpe de vista no duraría demasiado. La acción por las tropas francesas de puntos específicos en la zona española en el transcurso de las intervenciones conjuntas, causó en los españoles recelos con relación a los propósitos futuros de sus aliados. Es más, el afianzamiento de los límites entre las zonas desembocaría en nuevas disputas. A ello hay que añadir, el acaecimiento de la República Española de 1931 que no ayudaría a enmendar mínimamente los engranajes entre los dos países.

Los franceses advertían con inquietud los alcances permisibles que el cambio de régimen en España podría contraer en Marruecos. Aunque los primeros sobresaltos de un abandono de España con todos los dilemas que ello incluía sobre el futuro, no tardaron en desvanecerse, consecuentes las nuevas autoridades de los desbarajustes que una renuncia podría conllevar en la vertiente internacional, ejercieron en el Protectorado español una política de tolerancia hacia el embrionario nacionalismo marroquí, que incomodó extremadamente a Francia.

Más bien, fueron tiempos en los que los periódicos árabes de Oriente Medio, suprimidos en la zona francesa, desfilaban desenvueltamente en la española, donde los nacionalistas marroquíes gozaban tanto de una libertad de palabra como de acción. Sin embargo, interesa reseñar que las maniobras perspicaces de los nacionalistas marroquíes eran consentidas o autorizadas, siempre y cuando que el blanco de sus censuras y agravios recayeran en el colonialismo francés y no en el español.

Ni que decir tiene, que el golpe militar de 1936 suscitó más incertidumbres: el alistamiento de soldados marroquíes por parte de los mandos franquistas, daría origen a la declaración del sultán Mohamed V orientada al Residente General, Auguste Paul Charles Nogués, en la que formulaba su abatimiento por los combates que deterioraban a un estado aliado, y su aflicción porque algunos de sus autóctonos pudiesen ser citados a concurrir en una batalla contra un gobierno con el que conservaba intereses.

Aunque en su mensaje no existía una reprobación incontestable del enganche de soldados marroquíes para las fuerzas franquistas, realzaba las medidas tomadas por el gobierno francés para impedir que marroquíes de su zona contribuyesen en la guerra de España. En tanto, Nogués, estableció varias directivas dedicadas a salvar la incorporación de marroquíes de la zona francesa, sin lograr que tuvieran el éxito esperado, pues ya fuese por la complicidad con las autoridades franquistas de Tetuán, funcionarios civiles y militares se hacían el despistado ante esos ingresos.

De otra parte, pugnando con la política liberal de la República para con los nacionalistas marroquíes, los encargados franquistas incrementaron los aires de apertura, aguante y generosidad hacia éstos, llegando a sugerir la viabilidad de otorgar a la zona Norte la autonomía. El porte servicial y digerible de los agentes franquistas hacia los nacionalistas marroquíes, encolerizaba a los delegados franceses y entorpecía las relaciones entre unos y otros.

La deflagración de la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945) contribuiría a profundizar todavía más las asperezas entre los representantes de ambas zonas. De hecho, exprimiendo que Francia estaba totalmente absorbida por la conflagración y abrumada en los frentes abiertos europeos, el entramado franquista se inclinó por ocupar Tánger, después de llevar años reclamando su españolidad. España se tomaba su desquite contra Francia.

Ahora, convencido Francisco Franco Bahamonde del fracaso de Francia e Inglaterra y de la victoria de las armas alemanas en la contienda, aguardaba que como compensación de su aportación en la guerra junto a Alemania, atraparía de Adolf Hitler el ‘Marruecos francés’ y el ‘Oranesado’.

Evidentemente, sin dejar en el tintero el Peñón de Gibraltar, una España visiblemente necesitada y asolada por la tribulación de los estragos de la guerra, de poca ayuda podía resultarle a Hitler. Así, tras la invasión de Francia por las fuerzas germanas, el Führer pensó que el apoyo de Petáin le sería muchísimo más útil que el de Franco para defender África del Norte de una potencial incursión británica.

Por ende, Petáin, se comprometía con Franco a no tolerar que el ejército germano ocupara España, como tampoco que Alemania se estableciera en el Norte de África; pero la penetración de los alemanes de la zona libre francesa, hizo concebir a Franco que Petáin no era más que un títere a merced de Hitler y no estaba en condiciones de asegurar nada a nadie.

De cualquier manera, la amenaza de una hipotética irrupción alemana en Marruecos, transitando por España, se ahuyentó cuando Hitler satisfizo agrupar sus esfuerzos en el frente Este del Viejo Continente. Entretanto, Franco, cuya única obsesión rondaba en mantenerse como al margen en el poder, aunque se sentía empeñado hacia Hitler, a quien debía su enaltecimiento en la guerra civil, supo apostar apropiadamente el as bajo la manga de la neutralidad. Sin soslayar, llegado el momento, de prestar alguna que otra asistencia a los aliados, especialmente, a partir del instante en el que la consecución de Alemania en el conflicto bélico parecía cada vez más incierta.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial y vueltas las aguas a la normalidad, las tropas coloniales españolas abandonaban Tánger en 1945, mientras que en el Marruecos francés que había pasado a la Francia conducida por Charles De Gaulle, se proseguía realizando la misma política intransigente. Únicamente las vicisitudes se invirtieron con la designación como Residente General de Erik Labonne, distinguido por su agudeza abierta y liberal, bajo cuyo mandato pudieron retornar del exilio importantes dirigentes nacionalistas.

“Los lazos franco-españoles tangentes a Marruecos desenmascara que salvo contadas salvedades, fueron tensos y complicados, definidos por la mutua sospecha y una oposición que no concluyó con la Independencia de Marruecos, sino que persistiría más allá en el tiempo”

Subsiguientemente, el encuentro mantenido entre Mohamed V y el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, hizo creer a los nacionalistas marroquíes expectativas de que en el horizonte se avistaban cambios significativos.

Y es que, encarnado esencialmente por el ‘Hizb al-Istiqlal’ o ‘Partido de la Independencia’, los nacionalistas marroquíes de la zona francesa se valieron de este ambiente de apertura instituido por Labonne para apuntalar su visión y demandar reformas orientadas a la independencia. Los vínculos entre la fuerza política del Istiqlal y el sultán se articularon, convirtiéndose este último en el emblema de la lucha por la libertad. Durante la gestión de Labonne el sultán realizó un viaje a Tánger, intentando con esta seña ratificar la plenitud de su imperio y denotar su rehúso a la efectividad de la zona española y del estatuto internacional de Tánger.

El desplazamiento de Mohamed V a Tánger era contemplado con satisfacción por las autoridades francesas, para quienes asentaba un excelente momento de que éste expusiese su soberanía sobre el territorio marroquí de cara a las ínfulas españolas de contemplar al jalifa de Tetuán más como un soberano independiente, que como el representante del sultán.

El alegato de Mohamed V realizado en Tánger el 10/IV/1947, declaraba impresiones próximas a las del Istiqlal, además de adquirir resultados trascendentes. La resistencia marroquí que a todas luces reclamaba la vuelta de Mohamed V y la independencia de Marruecos, cobraba nuevos bríos a partir de 1953. Sus requerimientos hallaban una resonancia cada vez más propicia en el trazado internacional, no sólo en las Naciones Unidas, sino igualmente en otros escenarios como la Conferencia afro-asiática de Bandung, en Indonesia, que fraguaba la primicia del Movimiento de los Países no Alineados. Con lo cual, la etapa de la descolonización era una realidad con hechos constatados: los principales actores coloniales comenzaron a vislumbrar que no se podía seguir prosperando en contra de la propia historia.

La determinación de Francia de facilitar la independencia a Marruecos, había cogido con el paso cambiado al régimen franquista. Pues éste preconcebía erradamente que su favor al sultán legítimo y a la resistencia contra el colonialismo francés, le dejaría inmortalizar su presencia en la zona. Pero la política antifrancesa de Rafael García-Valiño y Marcén de asistir y ofrecer amparo al Ejército de Liberación, acabó por invertirse contra los españoles. Era incuestionable que una vez que Francia otorgaba la independencia a su zona, a España no le quedaba otra que hacer lo mismo en la suya.

Consecuentemente, los lazos franco-españoles tangentes a Marruecos en la horquilla de 1912 a 1956, respectivamente, desenmascara que salvo contadas salvedades, fueron tensos y complicados, definidos por la mutua sospecha y una oposición que no concluyó con la ‘Independencia de Marruecos’, sino que persistiría más allá en el tiempo.

Tras la Independencia, los dos estados trabajaron a fondo para salvaguardar sus intereses e influjo en Marruecos, sobre todo, Francia, no ya sólo por ser ésta incomparablemente más sólida en cuanto a su mecanismo colonial, sino por disponer conjuntamente para tales fines de unos medios superiores en lo cualitativo y cuantitativo a los de España.

De esta competencia difícil de ocultar entre las dos antiguas potencias coloniales eran sabedores y duchos los cabecillas marroquíes, quiénes percibieron con paradójica destreza jugar en repetidas ocasiones con una y otra, para extraer el máximo jugo posible de sus debilidades y fortalezas.

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