Cuando la sociedad vive una situación singularmente alterada que por pertinaz se convierte en convulsionada a causa de un frentismo sin atisbo de tregua, el hastío se torna cansino. Cuando esto ocurre, hay efemérides, citas con el reconocimiento, que son terapéuticas. Las instituciones, en su mejor expresión, que es la que alienta su apego al pueblo, son un bálsamo que recuerda la fortaleza frente a la debilidad.
Debilidad de quienes, en una parte notoria, representando a otras instituciones, abundan en la prioridad de orillar al contrario alejándose, con cierta contundencia, del sentir general, ese que va con los asuntos que marcan mejorar la vida. Fortaleza traducida destacadamente en la empatía y el afecto con la gente común y que va más allá de la razón de ser del Ejército, la defensa. Ejército, a la vez que pasan los tiempos, reflejo más fidedigno de la sociedad a la que se debe y sirve. Hoy en día las Fuerzas Armadas son el espejo de ese crisol humano que es nuestro paño poblacional.
Las Fuerzas Armadas progresan, y a un ritmo visible, en esa igualdad efectiva y real entre mujeres hombres en el desarrollo de la carrera profesional, la carrera militar y, así mismo, en la imprescindible conciliación de la vida personal, familiar y profesional. Algo, la conciliación, que aún tiene mucho camino que recorrer en, prácticamente, todas las disciplinas del mundo laboral nacional. Baste llevar la vista atrás a pocos lustros y la evolución es patente, significativa, de positiva incidencia e identificativa de una sociedad que en su conjunto, les valora.
No es casualidad, pero sí causalidad por la forma de participar y arropar, desde la colaboración institucional, que el Ejército, junto a la Guardia Civil de naturaleza castrense y ahora en sus 180 años de vida, mantiene un lugar de privilegio entre la valoración y querencia del pueblo. Las diferentes sensibilidades, las distintas creencias y razones de fe encontraron ya, de una manera natural y por la noble fuerza del desarrollo democrático y puramente humano, cabida en la institución castrense enriqueciéndola bajo una misma comunión general y sólida que impide el anatema del diferente: el servicio al país, a sus valores junto a la expresión de los símbolos de propiedad común.
El Ejército va más allá de sus ritos de disciplina y orden y de una rigidez visible y necesaria a la hora de salvaguardar la disciplina, ejemplaridad y el espíritu de servicio, entre otros valores. Es garantía de cohesión no solo de la integridad del Estado, al que se debe, sino igualmente social por su vocación de dar cabida sin distinciones desde su vocación de ofrecer oportunidades de ámbito general.
Por ello y por tanto, la celebración de Día de las Fuerzas Armadas, DIFAS, es un recordatorio de muchos hombres y mujeres. Soldados desde el lugar que le corresponda que a partir de ese carácter compartido y al portar el uniforme y en ejercicio de su función dicen, convocan y participan a la generalidad. Encuentro para que, amén de la modernidad y los signos de los tiempos que concurran, nunca pliegue la condición humana sobre esa estructura ósea y viva que son las instituciones públicas.
La institución militar, en su DIFAS y siempre, arropa, vela, siente desde las mismas vicisitudes y alegrías que aquella por la que un día nació y así seguirá siendo hacia la posteridad, la sociedad. Ellas y ellos, a fin de cuentas, son parte de ese término a cuidar por todos.
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