Hoy sí podemos decir que es Navidad. Y es Navidad porque es 25 de diciembre y, los cristianos, celebramos el nacimiento de Jesús en Belén, en un pesebre y rodeado de animales.
Sin embargo, en nuestras ciudades llevamos celebrando la Navidad desde hace ya muchos días. En algunos sitios comenzó a mediados de noviembre, con la inauguración de las luces y villancicos por las calles a todo volumen. En otros se hizo un poco más tarde. Y con el encendido de estas luces se dio el pistoletazo de compras, comidas y cenas, anuncios de turrones, juguetes, deseos de paz, amor y alegría… Esa es la navidad que llevamos años celebrando. Una navidad de consumo y derroche, que nos ha llevado a olvidarnos de lo que realmente es Navidad.
Navidad no es otra cosa que el nacimiento de Dios entre los hombres. Dios viene a quedarse entre su pueblo, entre su gente y se hace uno de ellos, uno de nosotros.
Hemos de tener en cuenta que, en realidad, no sabemos cuándo nació Jesús. No lo sabemos porque nadie dejó constancia de ese dato. Ni siquiera los evangelios nos dicen el día. Y entonces, ¿por qué el 25 de diciembre? No fue una elección al azar, sino una fecha muy bien escogida. Los pueblos paganos, antes de los cristianos, celebraban ese día la noche más larga del año. Lo llamarían, más tarde, el solsticio de invierno.
Hasta ese día, la noche va en aumento y dura más que el día. A partir de ese día, el día va ganando minutos a la noche. Por eso ellos celebraban este día, el Día del Sol. Cuando llegan los cristianos, reflexionan sobre ello y concluyen que no hay mayor Sol que el Señor Jesús, el que viene de lo alto para salvarnos. Así que, en el calendario cristiano señalaron esta fecha como el nacimiento de Jesús o la Natividad del Señor.
Lucas, en su evangelio, nos cuenta que cuando Jesús nació, sus padres, María y José, lo envolvieron en pañales y lo acostaron en un pesebre, porque no había sitio en las posadas del lugar (Belén). No nos da muchos más datos del lugar. Lo que todos sabemos es que los pesebres son comederos para animales y en el antiguo Israel estaban hechos de piedra. Desde luego nada cómodo, pero sí estupendo para protegerse.
Por eso los pastores ponían a los corderos recién nacidos en ellos para protegerlos, pero no cualquier cordero, sino aquellos que eran perfectos, sin manchas y que luego los sacerdotes utilizarían para los sacrificios. Curiosa la relación que hace el evangelista entre los corderos y el niño Jesús que posteriormente sería aclamado como el Cordero. Aquel niño sería el Cordero perfecto de Dios.
La imaginación crearía el resto de la historia y adornaría el pesebre dentro de un establo, con un buey y una mula, dando calor a aquel niño. Por eso, cuando el papa Benedicto XVI nos hizo una reflexión sobre la Natividad en su obra La infancia de Jesús, nos “tiraba por tierra” las bonitas imágenes de los belenes que decoran nuestras casas.
Y es que, en realidad, según la historia, el primer belén que se representó fue de San Francisco de Asís en 1223, y además fue un belén viviente. No podemos olvidar que ya en las catacumbas romanas, los primeros cristianos habían representado esta escena con dibujos. Después de aquella explicación del papa Benedicto XVI, muchos pensaron que aquello que habían creído durante tantos años, ahora resultaba ser un cuento.
Pero no, lo que el Papa quiso hacer no era otra cosa que recordar lo que hay detrás del mensaje de la Natividad, que es algo mucho más importante que los regalos de los pastores o la adoración de los Reyes (sabios según el evangelio) o si estaban al calor de un buey y una mula, que no aparecen en los evangelios por ningún lado.
El mensaje de los relatos del evangelio, nos quieren mostrar que Dios se hace presente en la sencillez, que se revela a los humildes y sencillos y que lo importante de la Navidad es el amor que Dios nos tiene, capaz de abajarse y hacerse hombre como nosotros.
Somos precisamente nosotros los que lo hemos complicado y le hemos dado una vuelta de rosca. Los que pensamos que sin regalos y compras no hay Navidad. Que es preciso juntarse y cantar villancicos para celebrar la Navidad. Es evidente que esta es nuestra forma de expresar nuestra alegría porque Dios nace, pero no debe quedarse en eso.
Un año más, y ya van 2021, celebramos que Dios nace entre nosotros. Pero en realidad, la Navidad no debería ser el 25 de diciembre, sino que debería ser todos los días de nuestra vida, porque, en definitiva, Dios nace todos los días entre nosotros, si le dejamos.
Feliz Natividad y que el Niño Dios nazca en nuestros corazones una vez más.
Autor: Roberto Juárez Pérez, catequista de la parroquia San Agustín
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