Opinión

Descansa en paz, Manolo

Conocí a Manuel Céspedes (don Manuel) en 1984, cuando él era Jefe de Seguridad de la Presidencia del Gobierno nombrado por Felipe González y me ofreció formar parte de su equipo como responsable de los asuntos económicos. Al aceptar su ofrecimiento tuve la primera oportunidad de conocerlo, tanto profesionalmente como en su faceta humana. En ambos casos comprobé que se trataba de una persona excepcionalmente dotada para la responsabilidad inherente a su puesto de trabajo, incluida especialmente la gestión de los recursos humanos de él dependientes. Todo ello con la envolvente de mostrar en todo momento sus habilidades más humanas. Prueba de ello es que durante su gestión en el citado organismo, la seguridad presidencial no sufrió menoscabo alguno digno de mención, resultando suficientes las políticas de prevención y disuasión; y tampoco hubo problema alguno con la gestión de los medios materiales y recursos humanos que le habían sido encomendados (incluso solucionó con el diálogo algunos de áreas próximas). Adicionalmente a todo ello, mostró una gran capacidad de comunicación e interacción con los ámbitos administrativo y político. Así es que no es de extrañar que en 1987 fuera nombrado Delegado del Gobierno en una Melilla sumida en una profunda crisis, derivada esencialmente de una nueva ley de extranjería.

Nuevamente me ofreció formar parte de su equipo en Melilla y tuvo la habilidad de convencerme, partiendo de mi negativa inicial de desplazarme desde mi vida asentada en Madrid a una para mí desconocida Melilla (me comprometí a venir sólo por 6 meses y llevo ya más de 34 años). Ya en la ciudad fui nombrado Jefe del Gabinete Técnico de la Delegación del Gobierno en Melilla, lo que me siguió permitiendo conocer y apreciar sus habilidades en su nueva faceta profesional y la continuidad de su óptima faceta humana. Recuerdo su profuso e incansable trabajo para comunicarse con todas y cada una de las comunidades de Melilla, empezando por intentar revertir los habituales cierres comerciales y poner en contacto responsable a las comunidades concernidas.

Recuerdo como si fuera ayer, la primera reunión que se celebró en la Delegación del Gobierno con todas las formaciones políticas implantadas en la ciudad, con el objetivo principal y diáfano de que se acabara con los prejuicios sobre integrar en cada uno de los partidos a personas de religión musulmana y, sensu contrario, propiciar la apertura a militantes de cualquier religión afines ideológicamente que, a partir de ahí, fueran integrados en las respectivas listas electorales. Recuerdo también sus contactos informales (pero sumamente efectivos) con determinadas autoridades marroquíes, incluido el divisionario, con la finalidad de solucionar problemas compartidos y, especialmente, los cierres fronterizos; se trataba de iniciativas más allá de lo exigible oficialmente, que solían desarrollarse en horario vespertino y en francés en el conocido establecimiento “Casa Martín”. Al final, después de muchos esfuerzos e iniciativas en los que participaron muchas personas de buena voluntad, sabemos que se consiguió recuperar la paz social lesionada hasta entonces.

No puede olvidarse tampoco el recuerdo de su afán administrativo y político con dotar a Melilla de las inversiones y atenciones que necesitaba. Partiendo del Plan de Dotaciones Básicas, dirigido a las personas menos favorecidas, se ocupó intensamente de que los programas de inversiones públicas enmarcados en los presupuestos generales del Estado incidieran fuertemente en Melilla. Como anécdota, recuerdo que en alguna de las reuniones con los directores provinciales, encomendaba a los afectados por bajas inversiones que fueran a Madrid a gestionarlas y que no volvieran hasta conseguirlo (siempre, claro está, en clave irónica compartida). Bajo su dirección se elaboró en la propia ciudad el primer Plan de Desarrollo de Melilla, que tuve la responsabilidad de coordinar, siguiendo sus instrucciones, con los directores provinciales y que se precisaba para poder recibir fondos de la Unión Europea; por fin llegaron los primeros fondos de la UE con el primer programa operativo de la UE para el quinquenio 1989-1993 (al que siguieron aquellos cuya gestión pasó a ser competencia de la Ciudad Autónoma a raíz de la aprobación del Estatuto de Autonomía de Melilla); Manuel Céspedes lideró las relaciones iniciales al efecto con la Administración General del Estado, que le felicitó en varias ocasiones en el curso de los correspondientes comités de seguimiento.

Manuel Céspedes en momento alguno se plegó sin más a las instrucciones, recomendaciones y sugerencias que le llegaban de sus superiores administrativos y políticos, cuando no eran beneficiosos para Melilla; al contrario, hay que decirlo muy alto, se caracterizó por defender con ahínco sus propuestas favorables a los melillenses menos favorecidos; mientras que, como sabemos, la forma de gestión más sencilla y acomodaticia es decir que sí a las órdenes no positivas recibidas, Manuel Céspedes no se rindió nunca, de lo que podemos dar fe quien como mi persona hubo de participar en la elaboración, presentación, defensa, control y seguimiento de muchas de las propuestas citadas, así como de comprobar sus resultados. Se trata de una etapa que finalizó en 1996, cuando un cambio en el Gobierno de la Nación supuso la destitución de Manuel Céspedes como Delegado del Gobierno en Melilla y el mío propio como jefe de gabinete de la delegación del gobierno en Melilla.

Desde entonces nuestras vidas profesionales se separaron, por lo que no puedo hacer nuevas valoraciones; aunque hay algo que da idea de su cariño por Melilla: las tertulias en las que vino participando durante varios años hasta que la inexorable enfermedad se lo impidió.

Finalizo con mi más sentido pésame a María de las Mercedes (su viuda), a Laura (su hija) y a Alejandro (su hijo). También es hora de pésame a Melilla, en tanto en cuanto acaba de desaparecer uno de sus hijos que más la han querido.

Descansa en paz, Manolo.

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