Opinión

Una década de bombas y ataques que dejan muertos, trauma y angustia

El legado de diez años de contienda en Siria deja a medio millón de pobres absolutos, mientras su población se desangra y la vida prosigue punteada por la desdicha y los sufrimientos. Convirtiéndose en una cámara de tortura, consternación e injusticia y uno de los mayores éxodos de la historia reciente.

Luego, lejos de mejorarse su situación, es más crítica que nunca y a estas alturas no queda más que hacer una profunda reflexión: esta conflagración es la peor de las catástrofes provocadas por el ser humano desde la deflagración de la Segunda Guerra Mundial (I-IX-1939/2-IX-1945), con una generación de niños y niñas que no han conocido más que destrucción, privaciones y estrecheces.

Ha sido y es, nada más y nada menos, un lustro el transcurrido desde el 15/III/2011, o séase, 10 años y 25 días, casi como la Primera y Segunda Guerra Mundial fusionadas, en que los sirios se atrevieran a soñar con la dignidad y la libertad en una devastación inconcebible, con la justicia como la única fórmula para sanar las heridas. Actualmente, el autodenominado Estado Islámico, por sus siglas en inglés, ISIS, ha reavivado sus células durmientes desde que se anunciara su derrota territorial del Califato.

Segmentado su Ejército, los guerrilleros clandestinos permanecen en el Norte y Este del país, donde las milicias kurdo-árabes amparadas por la Coalición Internacional, ajustan su estrategia para contrarrestar su posible renacer, con aproximadamente una millar de yihadistas que pretenden encajar un mini Califato sobre las más de 64.000 mujeres y niños confinados en los campos de Al Hol para familiares del ISIS.

Por lo tanto, lo que aquí se entreteje con desgarro y desazón, pasa inevitablemente por dígitos estremecedores de personas fallecidas, mutiladas y abandonadas a su suerte, sin inmiscuirse, los desplazados internos, o sirios refugiados en el Líbano, Jordania, Turquía, Egipto e Irak, en una emergencia humanitaria que está distante y es excluida de los focos mediáticos.

Aquella revolución que surgió en las Primaveras Árabes que, por entonces, se alzaron contra el régimen de Bashar Háfez Al-Ássad (1965-55 años), actual presidente de la República Árabe Siria, no titubearía en rechazar las peticiones de aquellas gentes con una represión violenta y atropellada, la antesala de una guerra civil. “Dios y libertad”, esos eran los lemas que a un grito unánime ensordecían las plazas y calles por parte de los integrantes prodemocráticos pacíficos, hasta desencadenar en un marco ensangrentado presto a eternizarse.

Ciertamente, aquello parecía desplomarse impulsado por una ola de reivindicaciones, que se consumó con una dictadura en el poder, en contraste a lo sucedido en otros entornos donde existió una transición de la autoridad, como ocurrió en el Estado de Libia, o en la República Tunecina o Túnez, o en la República Árabe de Egipto. Evidentemente, en Siria y contra todo pronóstico, la Administración se ensambló a una fuerza despótica, hasta el punto de reportar a la nación a un dramático desangre.

Los años sucedidos y tras un aparente triunfo, Al-Ássad se aferra a su propia incapacidad con un estado sumido en trance, desplegando una soberanía condicionada en un territorio descompuesto por potencias extranjeras, y sin perspectivas inmediatas de recuperación y apaciguamiento.

“En un horizonte plomizo por el humo de las deflagraciones que impactan de modo repentino, los adultos corren el riesgo de morir por inanición y los niños aún no han vivido un solo día sin el sobresalto y el estremecimiento de la guerra”

Y de todo esto, no debe soslayarse que del brutal castigo a las muestras pacíficas de 2011, y reitero ‘pacíficas’, afloraría como pez en el agua una de las organizaciones más virulentas en la historia del yihadismo moderno, que en el año 2014 declaró un Califato en tierras de Siria e Irak.

Pese a que las vicisitudes se encaminaron a un bastión del poder, ahora militarizado, el tumulto se ha enquistado con el consiguiente protagonismo de varios actores estatales, que han visto en esta extensión el caldo de cultivo perfecto para trazar la consecución de sus aspiraciones pertinentes.

A groso modo, en Siria convergen bastantes actores y eso enrarece más el curso de los acontecimientos encadenados. Porque, en el fondo no es un laberinto entre el Gobierno y la Oposición, se interponen fuerzas concéntricas como EE.UU. y la Federación Rusa o Rusia y otros objetados como la República Islámica de Irán y la República de Turquía, que se adhirieron a las corrientes extremistas.

El margen de intervención es complejo de establecer, puesto que quiénes lo hacen contradicen cuántas informaciones trascienden sobre su participación, sea por fingimiento o tergiversación en las indagaciones o por su estrategia militar. Entre algunas de estas averiguaciones, se sospecha que la República Libanesa o Líbano y Turquía facilitan armas a los grupos opositores. O la República Islámica de Irán, que negocia la venta de armas al Gobierno Sirio; o el Estado de Israel, disparando contra el Oeste de Damasco, etc.

Pero, yendo por partes, ante la amenaza que ISIS se hiciese con el mando de Siria, ocasionó que Estados Unidos y otros países occidentales, como Francia y Reino Unido, en el año 2014 entraran en combate mientras daban su respaldo a grupos rebeldes moderados como las milicias kurdas, que igualmente combatían contra Estado Islámico. Esto incitó a que Rusia e Irán, aliados internacionales de Al-Ássad, mediaran en el conflicto para favorecerlo. Desde este instante, Siria es algo así, como el tablero de juego de la geopolítica global.

En 2016, el régimen reconquistó terreno y progresivamente los grupos rebeldes decayeron, mayoritariamente, por sus discordias internas. Por otro lado, los kurdos con el sostén estadounidense, disputaron al ISIS hasta dejarlo sin territorios en 2019.

Y Turquía, que no podía ser menos en esta partida de ajedrez, comenzó a lanzar una serie de operaciones militares para apuntalar a los rebeldes; si bien, su aliciente real era aminorar la proyección de los kurdos, con quienes desde hace décadas sostiene una rivalidad incesante.

Una batalla como la de Siria, que queramos o no queramos, es encarnizada en todas sus vertientes, sin vencedores y que deja un triste balance con la lista de atrocidades que suma y sigue en una espiral que difícilmente puede tener calificativo.

Adelantándome a lo que justificaré, la ‘Guerra de Siria’ deshizo cualquier certeza de cambio en su conjunto poblacional, porque se entremezclan tensiones sociales, económicas, políticas, étnicas y religiosas, viendo como la Comunidad Internacional no reacciona ante un Gobierno absorbente, fanático y tiránico. Inversamente, se ha postulado la coyuntura para que Rusia, Turquía e Irán, agranden su prestigio en Oriente Medio y en la política internacional.

Y es que, en los últimos tiempos, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha estado indeciso y digámosle, perplejo en la respuesta que ofrecer a este entramado, con los socios del régimen como Rusia, la República Popular China, Irán y la Organización Islámica Musulmana chií libanesa, Hezbolá, que cuenta con un brazo político y militar, imposibilitando cualquier intento de resolución contra Al-Ássad, que a todas luces ha atravesado las líneas rojas con impunidad.

Ni que decir tiene, que la cuantificación de este atolladero enhebra fronteras, las mismas que hubieron que superar los más de 5,6 millones de refugiados sirios que han salido del país a cuentagotas, desapareciendo despavoridamente de los ataques del Ejército Sirio. Además, de las asechanzas políticas, las represalias yihadistas, el hambre, el aprieto económico y la inestabilidad de un estado demolido. Otros, ni tan siquiera disponían de los recursos irremediables para al menos atravesar los límites con Turquía, que acoge a más de 3 millones de refugiados sirios, o el Líbano.

Se estima que de los 22 millones de habitantes sirios que residían antes de la detonación de la guerra, más de 6,7 millones se han visto apremiados a trasladarse a lo largo y ancho de su región durante estos años, sin establecerse en un asentamiento concreto.

Según los datos aportados por el ‘Observatorio Sirio para los Derechos Humanos’, OSDH, cuya sede se encuentra en Reino Unido, aun disponiendo de colaboradores inmersos en el terreno, más de medio millón de sirios han perecido por la guerra.

Cifras que los investigadores y activistas declaran quedar inconclusas con una tendencia a aumentar, dado los inconvenientes para acceder a los diagnósticos en determinadas áreas y las trabas para conformar los guarismos que presentan las partes enfrentadas; pero, sobre todo, por la coerción de las Fuerzas de Seguridad lideradas por Al-Ássad.

Hoy por hoy, los sirios son subyugados a múltiples abusos y violaciones de los Derechos Humanos a nivel masivo y sistemático. Del mismo modo, los participantes en el conflicto insistentemente han quebrantado con arbitrariedad la ‘Ley del Derecho Internacional Humanitario’, sobre una ofensiva en la que muchos de sus episodios aberrantes quedan en la complicidad del anonimato más siniestro.

Una opresión con secuelas enquistadas en generaciones, porque cerca de la mitad de los menores sirios penden de un hilo y no conocen otro contexto más que esta disyuntiva bélica.

En otras palabras: poco más o menos, unos 12.000 niños murieron o quedaron heridos y maltrechos en las acometidas. Lo que a juicio del ‘Derecho Internacional Humanitario’, constituye un ‘crimen de guerra’ en toda regla. Obviamente, la dimensión de lo que se dirime en Siria, se recrudece con la crisis epidemiológica del SARS-CoV-2, que deja sin futuro al 90% de los más pequeños que requieren imperiosamente de asistencia humanitaria.

Al mismo tiempo, el 57% de los menores con las secuelas psicológicas que deja tras de sí la violencia acumulada, no recuperarán los años de escolarización perdidos. Simultáneamente, una cantidad ingente de niños practican la mendicidad como método de sobrevivencia y otros enviados por sus propios progenitores, se afanan en el campo y las fábricas textiles de 10 a 12 horas diarias; creciendo el número de niñas que son casadas para liberar económicamente a sus familias.


En tanto, que el ‘Observatorio Sirio para los Derecho Humanos’ corrobora que más de 5.700 menores de tan solo siete años, fueron movilizados como soldados para los combates, recibiendo adiestramiento militar con el pseudónimo de ‘cachorros del Califato’. Hay que recordar al respecto, que en 2019, con la derrota de los yihadistas en Siria e Irak, algunos cayeron prisioneros y se hallan alojados en los denominados campos de desradicalización.

Y qué decir de las circunstancias paupérrimas de los hogares sirios, viéndose adolecidos por el precio de la cesta de compra que considerablemente ha crecido más del 230%. Y, cómo no podía ser de otra manera, el coronavirus ha deteriorado más, si cabe, el inconstante escenario económico con el encarecimiento de los precios, la desvalorización de su moneda y sin posibilidad de los productos y géneros básicos, como el agua potable.

Por ende, es imposible concebir o entender en su máxima expresión, la trascendencia de esta desolación que el Pueblo Sirio padece, en uno de los mayores crímenes que el mundo del siglo XXI guardará en su memoria.

Claro, si es que ¡la escala de los disparates zarandea la conciencia de algunos!, porque cada una de las monstruosidades perpetradas están siendo entendidas como “la mayor vergüenza de la sociedad moderna”, a pesar de continuar imperando un dirigente que jamás vaciló en hacer uso de la fuerza más descomunal, para amordazar, intimidar y enmudecer las réplicas de sus ciudadanos.

Por unos momentos, consideremos en esta tragedia los extremos inhumanos que ha traído consigo: en el trecho de los enfrentamientos se degradaron al punto que cada uno de los actores armados, sin excepción, están acusados de incurrir en crímenes de guerra o de lesa humanidad.

Desde la ‘Organización de las Naciones Unidas’, ONU, hasta ‘Organizaciones de Derechos Humanos’, exponen con pelos y señales, que el Gobierno Sirio utilizó en distintos casos armas químicas como el ‘gas sarín’, que mata por asfixia y las ‘bombas de cloro’. Los actos más desaprobados sucedieron en 2013 y 2017, respectivamente; toda vez, que no son los únicos constatados, como bien lo ha indagado la ONG estadounidense ‘Arms Control Association’.

Con semejante trasfondo, la Administración Siria defiende que Estados Unidos recurrió al ‘fósforo blanco’ como agente incendiario a los civiles, y que en su conflagración particular con el ISIS, acometió mediante bombardeos indiscriminados varios hospitales en la Ciudad de Raqa, aun prohibiéndolo el Derecho Internacional Humanitario.

En la misma tesitura, la ONU señala a los militares norteamericanos como los promotores de la eliminación de mezquitas y el hostigamiento entre civiles y grupos armados. Indistintamente, revela que el ISIS puso en venta a niñas y mujeres pertenecientes al grupo étnico de los yazidíes, tras convertirlas en esclavas.

Sin embargo, el OSDH conjetura que este grupo irregular mantiene presos a miles de civiles. Y no finalizando aquí los excesos abominables, los militares turcos habrían capturado irregularmente a civiles en la Ciudad de Idilb, en el extremo Occidental de la frontera con Turquía.

Consecuentemente, en el décimo aniversario del inicio de la revolución y posterior ‘Guerra de Siria’, el ajedrez político y militar ha permutado más de una ocasión, pero el denominador no ha cambiado, porque, por doquier, las afectaciones redundan entre los más vulnerables: la población civil.

Curiosamente, la República Árabe Siria podría dar la sensación visual de ser una pequeña extensión en los mapamundis, pero aglutina una influencia universal como pocas pueden presumir.

No sólo por su emplazamiento geomorfológico y estratégico que históricamente le ha llevado a ser el puente de encuentro entre Oriente y Occidente. Aparte, por su imponente patrimonio acrisolado en los fulgores culturales como el heleno, romano, bizantino, otomano e islámico, que le conceden esa singularidad extraordinaria evidenciada en la designación de ‘cuna de las civilizaciones’.

Hasta el año 2011, Siria era una nación floreciente y con un elevado porte cultural, donde sunníes, alauitas, chiíes, drusos y cristianos simpatizaban y se respetaban mutuamente en medio de una herencia cultural indescriptible. De hecho, era el único país árabe con Constitución laica, donde las mujeres disponían de idénticos derechos que los hombres para el acceso a la educación y la salud.

Dejando su pasado, hoy, la cronología de Siria es una pesadilla que no acaba, ansiando liberarse del yugo de su presidente Al-Ássad, que irremediablemente ha urgido a que la mitad de sus habitantes renuncien a su patria, quedando atrás localidades ancestrales transformadas en montañas de escombros.

Gracias a la interposición de Rusia e Irán, Al-Ássad persiste contra viento y marea, con una facción claramente atenuada y partida y con millones de refugiados que, a más no poder, malviven en los campos de refugiados o en el exilio puro y duro.

“Lo que aquí se dirime, es una cámara de tortura, consternación e injusticia y uno de los mayores éxodos de la historia reciente”

Aún se registra en su circunscripción la presencia de Fuerzas Internacionales que maniobran por separado e independientemente unas de otras, asistiendo a los propósitos e intereses particulares, pero no solamente al servicio del restablecimiento de la paz y la estabilidad, porque lo hacen junto a decenas de grupos armados autoproclamados, incluyendo a los extremistas y terroristas.

En esta miscelánea de pros y contras, hace que la unión convencional de esfuerzos contraídos para poner fin a la guerra y al menos, recomponer Siria, resulte todo un hito en un ensueño que parece irreal.

La larga duración de este conflicto se traduce en efectos nefastos y sin visos de llegar a una solución negociada. Y es que, el mayor de los escollos para el proceso de reconstrucción de la paz no es la desmembración interna que existe, sino las discrepancias de los estados contiguos a la batalla y las potencias internacionales. Ya que tanto la resistencia y el dominio del Gobierno Sirio como la Oposición, están limitados porque penden y digieren los impactos externos.

En este espacio de forcejeos concentrados, Estados Unidos y Rusia como las potencias principales y que constantemente se desaprueban, todavía no han modulado en la misma frecuencia.

Primero, en lo que atañe a la actuación soviética, es incuestionable que arrima el hombro a la Administración de Al-Ássad en su pugna contra los rebeldes y terroristas, como en recuperar el equilibrio de la zona. Y, segundo, muy al contrario, la dirección americana radica en la antítesis al régimen sirio y en el refuerzo a otras tropas insurgentes.

Por lo demás, países acreditados de la demarcación, llámense Turquía, que persiste con su injerencia empleando facciones rebeldes para reprimir a la milicia kurda; e Irak, mostrándose como el principal valedor del Gobierno Sirio.

Las divergencias y controversias habidas en la visión sobre el argumento sirio, prosiguen entorpeciendo la rehabilitación de la paz, aunque se hayan materializado algunas rondas de negociaciones bajo el paraguas internacional. Entre estos programas, el desarrollo diplomático de Astaná, capital de Kazajistán en Asia Central y antigua República Soviética, auspiciado en 2017 por Rusia, Turquía e Irán, ayudó a moderar significativamente la violencia.

No obstante, con escasas expectativas de avances a corto, medio y largo plazo, no se satisfizo el quid del asunto, por las diferencias visibles entre los asistentes y la ausencia manifiesta de Estados Unidos.

Finalmente, tras lo fundamentado en esta narración, resultan vagos los presentimientos y recelos de un mínimo resquicio de paz en un horizonte plomizo por el humo de las deflagraciones que impactan de modo repentino, donde los adultos corren el riesgo de morir por inanición y los niños aún no han vivido un solo día sin el sobresalto y el estremecimiento de la guerra.

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