Sociedad melillense

De Melilla a Figuig en mil y una noches

Todo empezó con un reconocido filósofo viajero llamado Juan Carlos Cavero que estaba en la cafetería del instituto Virgen de la Victoria de Melilla. Allí, absortos, varios profesores, compañeros y amigos, le escuchamos hablar de Figuig, una misteriosa localidad de la región oriental de Marruecos que le tenía enamorado. Estaba situada cerca de Argelia y del desierto del Sáhara. Unas semanas más tarde y aprovechando el puente de diciembre de este año, emprendimos el viaje a esa exótica provincia de Figuig. Debido a la larga distancia -unos 500 kilómetros-, hicimos noche en la localidad de Oujda, donde pudimos ver su preciosa mezquita y también aprovechamos para hacer algunas compras en unos bazares locales. Compramos perfumes exóticos y otros recuerdos de nuestra estancia en Oujda, disfrutando y aprendiendo así de la cultura local.

Al día siguiente, y tras un largo viaje, llegamos ya de noche a un oasis. Sí, era Figuig. Allí, el entrañable Mu Apu en su bici ayudó a los sorprendidos viajeros y a sus cinco coches a llegar a la plaza central del Ksar Zenaga, donde la maravillosa y encantadora Silvie, dueña del alojamiento “La Maison de Nanna” nos hospedó y llenó nuestros sentidos con la belleza decorativa del inmueble, plagado de arcos y bonitos adornos, regalándonos, además, una exquisita cena.

Los siguientes días fueron aún mejores. Visitamos una de las dos presas de agua donde, en sus alrededores, encontramos aves y vacas que abrevaban en el río que se formaba desde el aliviadero de la presa. El contraste del agua con la Hamada sahariana es realmente impresionante.

Cerca de esta presa también pudimos divertirnos paseando y rodando por las dunas de arena.

Por las mañanas, Figuig nos regaló amaneceres con una belleza que ninguna foto es capaz de reflejar. Poseían una magia increíble por la casi total ausencia de contaminación lumínica. Esos amaneceres y atardeceres, adornados por el sonido de las aves, crearon recuerdos inolvidables.

Por las mañanas, Figuig nos regaló amaneceres con una belleza que ninguna foto es capaz de reflejar. Poseían una magia increíble por la casi total ausencia de contaminación lumínica. Esos amaneceres y atardeceres, adornados por el sonido de las aves, crearon recuerdos inolvidables. El viaje estuvo lleno de innumerables momentos maravillosos como la visita a varias cooperativas locales, donde pudimos ver los utensilios que usaban para cardar a los camellos, hacer hilos con sus pelos y tejer bonitas alfombras y ropaje variado.

Otro momento muy interesante del viaje ocurrió gracias al polifacético Abdelali Errahmani, músico, profesor y amigo del grupo, así como Presidente de la asociación Moshe Benmimon for Moroccan jewish Heritage and Culture of Peace. Él hizo de guía e intérprete en la visita a los complejos sistemas de riego del palmeral de Figuig y a sus hermosos jardines robados al desierto. Asimismo, el grupo quiere expresar su profundo agradecimiento a las autoridades de la provincia y a la policía que nos facilitó el paso y cuidó de nuestra seguridad en todo momento.

Otra persona entrañable que tuvimos la suerte de conocer es Zinab, quien nos obsequió en “La Maison de Nanna” con comidas exquisitas y tradicionales de la zona: como un tajine con membrillo y orejones, el famoso cuscús de Kruru, y otras exquisiteces culinarias. Esta maravillosa persona, quien también hace de gerente del alojamiento y ayuda en diversos menesteres en la Maison, se integró en nuestros bailes nocturnos, haciendo la percusión con sus compañeras de cocina con las bandejas de la comida.

Por último, no puedo dejar de agradecer de nuevo a Juan Carlos por sus clases de Falun Dafa al amanecer y todos los buenos ratos que nos ha regalado, las historias de miedo y las aventuras por la noche, entre ellas, la de la llamada “Reina del Sáhara argelino”: Isabel Eberhardt que, a principios del siglo pasado, había galopado por estas arenas vestida de tuareg y cuyos relatos son extraordinarios. Pero, sobre todo, queremos agradecerle las visitas más especiales, como los baños calientes que tiene esta ciudad a unos 60 metros bajo tierra, el gran morabito de Sidi Abdelkader o su mezquita con minarete de base octogonal que se remonta al siglo XII, así como todas las sorpresas que obtuvimos durante el viaje. Es una aventura que recordaremos toda la vida y que merece la pena compartir con los melillenses.

 

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