Opinión

De Castro se luce en el Día de Melilla

El presidente Eduardo de Castro nos ha escandalizado a muchos con su discurso sectario del Día de Melilla. Lo comentó el ex súperconsejero Mohamed Mohand en Twitter el mismo sábado y le llovieron chuzos de punta al todavía diputado socialista.

Hay que ver, la misma gente que se cambia de casa, se divorcia y se muda de ropa a diario, considera que es incongruente que Mohand critique a quien un día lo nombró consejero y luego anunció su cese con un regocijo ostentoso.

El caso es que Mohand no es el único que piensa así. Somos muchos los que creemos que el discurso de De Castro fue inapropiado no solo por el tono y la longitud sino, sobre todo, por el oportunismo de utilizar una plataforma privilegiada para salpicar de odio un escenario que en el aniversario 525 de la españolidad de Melilla debió centrarse en el eslogan que proponía: "Siendo, viviendo y haciendo ciudad juntos".

No voy a entrar en si tiene o no razón De Castro en tirarse a la yugular de Juan José Imbroda, pero entiendo que fue desafortunado hacerlo en un acto organizado para recordar la fundación de la ciudad en 1497, antes de que existieran él y su rencor municipal.

Por motivos que se me escapan, el presidente De Castro le hace oposición al ex presidente que él mismo descabalgó pese a que se supone que él le ganó la partida cuando le pegó el cambiazo (a Imbroda y a Albert Rivera) y terminó con un bastón de mando entre las manos que, a la vista está, se le queda grande.

Aquí hay un problema de autoestima. De Castro no se siente ganador porque en realidad nunca ha sido el presidente que quiso ser y no ha podido ser. Por eso su empeño enfermizo en hacer leña del árbol caído; por eso sus prisas por exteriorizar la rabia que le consume, sabedor, como es, de que su legado es pobre y endeble por más que nos venda las virtudes de una Melilla que supuestamente él ha ayudado a construir. Es una Melilla vista a través de una nómina de 5.000 y pico de euros al mes, en 14 pagas.

Veo en De Castro un desespero, justificado, es cierto, por poner a caldo a Imbroda antes de que en mayo próximo se le acabe el chollo de gobernar sin mandar y tenga que o jubilarse o regresar al puesto de funcionario del que nunca debió salir por el bien de Melilla.

Sus objetivos no se han cumplido. Imbroda está en sus marcas y listo para intentar volver a la primera línea de la política y él, en cambio, no tiene ni siquiera un partido que le respalde. Se marcha de la vida pública siendo un tránsfuga expulsado de una formación a punto de hundirse en un mar de egos revueltos.

No podría decir qué parte del discurso de Eduardo De Castro fue la que más me sorprendió. Podríamos empezar por la falta de credibilidad de su pretendida amistad con Javier Imbroda, que quedó en entredicho toda vez que pretendió humillar al hermano mayor de este cuando, sin nombrarlo, habló de héroes trasnochados y caducos o de la intención de recuperar "el sillón perdido". No era ni el momento ni el lugar para vomitar bilis.

Más que un reproche, el comentario destila envidia. Digo yo que será porque Imbroda tiene algo que De Castro no ha tenido nunca ni tendrá jamás: un partido y militantes que le respaldan.

Pero ojalá se hubiera quedado ahí el discurso sectario de De Castro. De atizar al líder del PP regional pasó a confesar que es difícil acercarse a la sociedad y poner en marcha un cambio o un "nuevo proyecto de ciudad".

No tiene que jurarlo. Todos somos testigos de su gestión. Hasta hoy lo único que ha hecho es inaugurar una Comisaría de Policía Local completamente vacía y sin amueblar. Eso y nada es lo mismo. Lo demás son cartas, promesas y objetivos personales que a estas alturas no le interesan a nadie.

O sí. Deberían haber mosqueado a CpM, que fue quien se comprometió a abrir la oficina de Melilla en Bruselas, que ahora De Castro dice que se inaugurará gracias a su gestión. Aquí, el que no corre, vuela.

En resumen, De Castro nos deja un legado de cero logros pese a que él hace suyos los de su Gobierno como si no supiéramos que ni pincha ni corta en temas de Deportes, Cultura y Educación, por lo visto, los tres pilares de su Ejecutivo que, obviamente, no le competen a él.

Lo que sí le compete es la seguridad y la terrible siniestralidad vial que nos deja en la ciudad sin que hasta el momento sepamos qué medidas ha tomado para frenar las muertes de conductores y peatones en nuestro pequeño término municipal.

Melilla atraviesa uno de los momentos más delicados de su historia moderna y De Castro es uno de los presidentes autonómicos mejor pagados de España. Desde su mentalidad de funcionario las cosas marchan bien para él y si le va bien a él, él cree que le va bien a toda Melilla.

No hubo en su discurso mención alguna a la frontera; al acoso marroquí o a la subida descomunal de los precios que nos empobrecen más que a los residentes en la península.

Tampoco habló de proyectos nuevos. No puede ni tiene cartas bajo la manga. No le ha dado tiempo a hacer todo lo que quería hacer cuando entró en política. Tenemos las elecciones a la vuelta de la esquina y tiene que resignarse a sacarse en público todas las espinas clavadas.

En definitiva, el discurso de De Castro por el Día de Melilla es francamente prescindible. Los melillenses no nos merecemos tanta mediocridad y tanta pobreza de espíritu. Nos habría gustado escuchar un mensaje esperanzador, pero de donde no hay, no se saca.

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