Uay una clara diferencia entre cultura y espectáculo y, en tantas ocasiones, con demasiada frecuencia, se confunde. Una cosa es la Cultura, con mayúsculas, aquella que comparte los valores y tradiciones comunes, señas de identidad a proteger. También, la que se hace compartir hacia diferentes como nexo de unión de la imprescindible diversidad y su respeto.
Otra es el espectáculo, la cultura del entretenimiento que aunque puede ser vehículo hacia el conocimiento de otras formas de ver y entender las cosas, de otras singularidades que conviene y entretiene comprender, se enmarca si acaso en el mundo del festejo, goloso por otra parte de la apetencia política.
Festejar desde las instituciones con la disponibilidad de dinero público es fácil. Avanzar en el reto para alcanzar que la Cultura, independientemente de las competencias que cada administración tenga, que incite y facilite a los hábitos que, sobre todo, en edades tempranas, que es cuando se crea la mente, allanen en valores de tolerancia, convivencia real y preparación para competir en un escenario, como el actual y venidero, exigente.
Fomentar la lectura, el estudio, la escritura o la simple conversación y debate no entra en colisión ni con el ocio necesario ni con el galope de las nuevas tecnologías, nunca. Las bibliotecas o archivos públicos no pueden quedar, valga el ejemplo, como en muchos casos (en otros tantos son lugares llenos de tensión de vida), como simples expositores y almacenes a los que, de vez en cuando, reparar paredes o infraestructuras básicas.
Tomás y Valiente dijo que “las instituciones no son sólo lo que ellas hacen, sino también y sobre todo lo que con ellas se hace”. Por ello, aunque no solo, la responsabilidad de lo público en la vanguardia de una Cultura es que sea verdaderamente formativa para y hacia quienes depende y es su razón de ser: la generalidad de la gente. También como parapeto y sometimiento a ese fanatismo, no solo el religioso, también el político tantas veces en convivencia con el anterior, cruzado, y que persigue la uniformidad de los adeptos y la aspiración en su aumento.
Las vías radicales buscan siempre esa uniformidad a base del mensaje mediocre, pero incisivo para ser obstáculo de librepensamiento o la crítica individual; su anhelo es la cultura plana pero ardiente. “El fanatismo solo puede entenderse como una patología del espíritu, una perversión del intelecto y una enfermedad del alma”. Contra todo ello, la Cultura abierta. Quizás, mirar menos al partido, y sus intereses, y ver más a la sociedad y sus necesidades.
La Cultura puede y debe ser una “escuela de la mirada” para enseñar a ver al “otro”, no solo distinguirlo, sino verlo y por ello comprenderlo y hacer comprender que con los distintos se tienen valores comunes. Plataforma para el arrojo, la resolución, la búsqueda, la exploración y el esfuerzo también para que haya capacidad de renuncia en favor del espacio común.
Hay tendencia frecuente a hacer balance en el ámbito cultural en base al nivel de espectáculo que se ofrece y su consumo. Esto puede conciliarse, pero no distanciarse, con la función inclusiva, de integración, de la Cultura; su valor en la cohesión social, el desarrollo en el juicio crítico, de incentivos a la formación o de protección de la igualdad. Es solo una opinión
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