Tras la barbarie del nazismo, la Organización de Naciones Unidas se propuso alcanzar un acuerdo de mínimos entre todos los países para garantizar un conjunto de derechos que nos aseguraran la convivencia en cualquier parte del planeta. Es lo que hoy conocemos como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en el país donde yo nací, una pequeña islita que en el siglo XIX fue una de las más prósperas provincias españolas, no se usa ni para limpiar cristales.
En los años 50 del siglo XX muchos españoles viajaban a Cuba a hacer fortuna. De ahí, de esa islita con forma de caimán, salieron las mansiones de los indianos que a día de hoy pueden verse sobre todo en Galicia, Cantabria y País Vasco. En Cuba había dinero y el dinero, como saben, llama al dinero.
Hoy Cuba es infinitamente más pobre que Melilla. El comunismo, como ya sabéis, todo lo que toca lo convierte en mierda. Pero no es de esa ruina económica, de esa pésima gestión del dinero público, de lo que hoy os quiero hablar sino de la violación sistemática de los derechos humanos, en una isla en la que si piensas diferente al gobernante Partido Comunista de Fidel y Raúl Castro, te arriesgas a que te asesinen la reputación en prime time. A los comunistas les ha dado ahora por decir que todos los que quieren la democratización de Cuba son terroristas y reciben dinero de la CIA.
No hay dinero en el mundo para pagar a los cientos de cubanos que se reunieron ayer en Barcelona, Roma, Montreal, Washington, Madrid o Berlín a reclamar libertad para Cuba. Por primera vez, en 61 años de dictadura del proletariado, los cubanos de la diáspora han salido del armario y han dicho ¡basta!
Si disientes en Cuba, como en Marruecos, te inventan una causa; te fabrican un delito y hasta una vida que no has tenido ni podrás tener por mucho desenfreno que pongas a tu cintura. Los comunistas no aceptan que las personas piensen diferente. Por eso han incluido dos artículos infames en la Constitución para garantizar que en Cuba sólo pueda haber un único partido y la Carta Magna dice que todos los cubanos tienen la obligación de defenderlo y si no lo hacen, el estado tiene derecho a utilizar la lucha armada (artículos 4). Brutal. Es el odio y la violencia impulsados desde las instituciones.
Mientras yo estoy aquí en España, disfrutando de las bondades de la clase media de este país, en Cuba hay decenas de activistas y opositores al Gobierno del Partido Comunista que no pueden salir de sus casas porque por cada disidente hay dos o tres miembros de la Policía militar, equivalente a la Guardia Civil en España, pero sin la grandeza y los valores de este Cuerpo, que vigilan, hostigan y golpean a quienes no piensan como ellos.
Tenemos un presidente que ahora le ha dado por aparecer “espontáneamente” en los mítines relámpago, una especie de escraches que el Gobierno organiza para enfrentar a los disidentes, opositores y activistas. Llega en Mercedes a los barrios pobres de La Habana, se baja la mascarilla y gesticula para que se le vea que lleva un Rólex en la muñeca. Animalito.
En ese tipo de shows se ha llegado escuchar a comunistas gritar: “Abajo los derechos humanos” o “Me cago en los derechos humanos”. Pobres infelices, se han quedado sin mierda no por cagarse donde no debían sino por la poca comida que les garantiza el Gobierno a través de la cartilla de abastecimiento. Una tarjeta con la que te tocan 4 huevos, 3 kilos de arroz, alguna otra cosa y una botella de ron y un puro. Si no hay comida, por lo menos que haya drogas garantizadas para poder dormir, que las tripas vacías son aliadas del insomnio.
En Cuba, señores, hay tres monedas: el peso cubano, que es como los céntimos que ni nos paramos a recoger por la calle; el CUC o chavito, inventado por Fidel Castro como alternativa al dólar y el dólar. Los salarios son en pesos cubanos. O sea, en céntimos, pero los productos básicos hay que pagarlos en dólares. Un bote de espárragos: 68 dólares. Cuesta el doble que el salario medio mensual (879 pesos, unos 35 dólares).
¿Y por qué lo aguanta la gente? Está estudiado científicamente. Es lo que Martin Seligman dio en llamar la indefensión aprendida. Él lo demostró con un experimento sencillo. Metió dos grupos de perros en jaulas electrificadas. A uno de los dos bandos les dio la oportunidad de poder accionar una palanca para poder escapar de la jaula y a los otros no. Mientras tanto, los animales recibieron descargas eléctricas. En un segundo experimento, dejó la puerta de la jaula abierta y ambos grupos podían escapar saltando una valla. Los del grupo de la palanca pudieron escapar. Los del otro bando ni siquiera lo intentaron.
Eso es lo que pasa con Cuba. Sufrimos indefensión aprendida. Nos comportamos como esos perros que asumieron la pasividad ante situaciones dolorosas. Mi país va camino de una hambruna brutal. Allí no hay bancos de alimentos como aquí ni servicios sociales ni consejeros a los que sacarles los colores en la prensa. Allí no hay comida porque los campesinos no producen. El Gobierno quiere que vendan sin conseguir ganancias y ellos también dijeron ¡basta! Como es natural, consideran que eso no les merece la pena.
No hay comida en Cuba y para solucionarlo, el Gobierno ha publicado un listado de precios límite (allí les llaman ‘topados’) que no se pueden sobrepasar porque si lo haces te cae una multa de 2.000 pesos que duplica con creces tu salario y si no la pagas en 10 días, se duplica. Pero si no las pagas porque no tienes dinero, te toca ir a la cárcel.
Ayer el diario Granma, órgano oficial de los comunistas, anunció a bombo y platillo que pasadas las ocho de este jueves (2:00 de viernes en la madrugada de España) anunciaría una noticia bomba. La última vez que dijeron eso fue en 2014 y salieron Raúl Castro y Obama comiéndose a besos. ¿Qué se traen entre manos? No lo sabemos. Ojalá Raúl Castro entienda que a sus ochenta y pico de años es el único que puede salvar el país de una guerra civil. Ojalá entienda que no podemos seguir cagándonos en los derechos humanos.
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