Opinión

Cuatro décadas consagradas bajo la Bandera de la Alianza Atlántica

Durante la década de los noventa, los ciudadanos europeos vivieron cambios significativos en las relaciones internacionales procedentes del desvanecimiento de la pugna Este-Oeste.

Así, desde la ‘Caída del Muro de Berlín’ (9/XI/1989), a primera vista se han contemplado mutaciones en el mapa político que han otorgado el comienzo de otras vías de diálogo, como de estilos de cooperación internacional y nuevas conexiones entre los actores circundantes.

En este escenario por momentos indeterminado, han cobrado mayor calado las Organizaciones Internacionales de Seguridad, que actualmente no se ciñen únicamente a facilitar un escudo defensivo, sino también, a fraguar en lo posible la estabilidad. Y, en estos trechos, la Alianza Atlántica no ha permanecido de brazos cruzados, porque ha avanzado para adecuarse a los tiempos que corren con sus variables intervinientes.

La Organización del Tratado del Atlántico Norte, en inglés, NATO y en francés, OTAN, surgió para detener el expansionismo soviético; y sin alterar su tratado fundacional, ha digerido importantes novedades en sus raíces doctrinales, estructurales, organizativas y en el temperamento propio de las misiones, alcanzando situaciones cruciales para llevarlas a cabo y finalmente, en sus correlaciones con otras instituciones y estados.

Indudablemente, inmersos en la segunda década del siglo XXI, estas coyunturas junto a la capacidad de adaptabilidad a los entornos geopolíticos y geoestratégicos del tablero global, justifican a todas luces su efectividad.

La evolución y el subsiguiente ensamble de España a la Alianza Atlántica, tema desarrollado sucintamente en esta disertación, tendría sus primeras auras el 25/II/1981, con el discurso de investidura del Presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo (1926-2008).

Meses más tarde de ese mismo año, o séase, el 2 de diciembre, el Reino de España informó a la Alianza su propósito formal de adherirse al ‘Tratado de Washington’ (4/IV/1949) y, poco más o menos, de manera instintiva, acogió la invitación del Consejo del Atlántico Norte para emprender el proceso de adhesión.

Si bien, transitaban intervalos coyunturales en los que la incertidumbre con el bloque comunista se disparaba desde la ‘Invasión de Afganistán’ (27/XII/1979) por parte de la Unión Soviética, los norteamericanos estaban interesados en que España se incrustara en la OTAN: ¡Era inapelable!, la Organización no estaba por la labor de mostrar una mínima grieta en el tablero internacional.

De este modo, el 30/V/1982, fecha para no olvidar, España se convertía en el miembro número dieciséis de la OTAN, y el 12/III/1986, se debatía en el ser o no ser con un ‘Referéndum Consultivo’, en el que venció el ‘Sí’ y con ello se estrenaba en los comités y grupos de trabajo, a excepción de la estructura militar.

Celebradas las ‘Elecciones Generales’ del 28/X/1982, se ocasionó una etapa de introspección del ingreso de España en la Alianza, que incuestionablemente llevó a la interrupción de las conversaciones para la integración del Ejército.

Pronto, en la alocución del Estado de la Nación en octubre de 1984, el Presidente del Gobierno, Felipe González Márquez (1942-79 años), expuso el ‘Decálogo de Paz y Seguridad’ que asentaba las líneas políticas que habrían de aprobarse por consulta y que englobaban: primero, la concurrencia de España no suponía la incorporación en la composición militar integrada; y, segundo, persistía la negativa de alojar, conservar o introducir armas nucleares en el espacio español.

Ni que decir tiene, que el voto popular del 12/III/1986 reveló el peso ciudadano a esta iniciativa con el 52,54% de las papeletas. A partir de aquí y como inicialmente se ha referido, España abría brecha con su aportación en los comités, grupos de trabajo, además, de agencias, presupuestos y planeamiento de la defensa de la OTAN.

La modalidad de contribución quedó determinada con la rúbrica de seis Acuerdos de Coordinación entre los representantes militares españoles y los de la OTAN: en ellos, se sistematizaba la asignación de las ‘Fuerzas Españolas’ a misiones concretas y concertadas en cada caso. En resumidas cuentas y valga la redundancia, las autoridades militares acapararían el mando de dichas ‘Fuerzas’ y cederían meramente a los comandantes aliados su intervención operativa.

Conjuntamente, y en régimen de intercambio, las Fuerzas de la OTAN en suelo español las coordinaba el Jefe de Estado Mayor de la Defensa, JEMAD, y sus mandos podrían ser designados comandantes de las ‘Fuerzas Aliadas’.

"España, tras unos inicios turbulentos hasta su plena integración, iza a sus Fuerzas Armadas que día a día, se curten de prestigio y solvencia profesional, hasta el punto, de hacerse acreedoras para donarse en cuerpo y alma, allí, donde se reclame su atención"

En este contexto, la seis parcelas fundamentales de engarce decretadas en la primera mitad de los 90 entre las superioridades de la OTAN y el JEMAD, abarcaban literalmente: primero, “preservar la integridad del territorio español”; segundo, “la defensa aérea de España y sus áreas adyacentes”; tercero, “la defensa y control del Estrecho de Gibraltar y sus accesos”; cuarto, “las operaciones navales y áreas en el Atlántico Oriental”; quinto, “las operaciones navales y aéreas en el Mediterráneo Occidental”; y, sexto, “la provisión de territorios e instalaciones para recepción y tránsito de refuerzos y apoyo logístico, aéreo y marítimo”.

En definitiva, el 8/IX/1995, España se ligó al ‘Protocolo de París’ que constituye el ‘Estatuto de los Cuarteles Generales Militares Internacionales’, abreviado, ‘SOFA’. Y, en diciembre del año antedicho, el Ministro de Asuntos Exteriores de España, Francisco Javier Solana de Madariaga (1942-79 años), sería nombrado Secretario General de la Alianza, noveno en la semblanza de la OTAN.

Casi un año después, el 14/XI/1996, el Congreso de los Diputados permitió con el 91,5% de los votos a favor, el consentimiento al Gobierno para que conviniese la entrada de España en la ‘Estructura de Mandos’ de la OTAN.

Y como resultado de esta concesión, el 3/VII/1997, el Gobierno de España mostró su voluntad de situar el futuro Cuartel General del Mando Subregional Sudoeste de la OTAN, en el Acuartelamiento de Retamares, ubicado en Madrid y popularmente conocido como el ‘Pentágono español’.

El manifiesto de la Cumbre de la Alianza efectuada ese mismo mes, atesoraba la ambición de la ‘plena participación’ en el armazón militar constituido en un período de innovación.

Alcanzado el mes de diciembre, el Consejo Atlántico ratificó la ‘Estructura de Mandos’ de la OTAN, disponiendo la Sede del Cuartel General Subregional Conjunto del Sudoeste, dependiente del Mando Regional Sur de la OTAN en Nápoles, Italia. Este Cuartel se convirtió en el Órgano encargado del planeamiento de las acciones de defensa colectiva en la Zona Sudoeste del Viejo Continente, comprendiendo el archipiélago canario que converge con el plano de mayor interés estratégico de España.

En este matiz, el 1/I/1999, España despuntaba el hito de su total andamiaje a la estructura militar integrada de la OTAN y, desde aquel momento, se originó la llegada paulatina de Generales, Oficiales y Suboficiales al resto de Cuarteles Generales de la ‘Estructura de Mandos’ de la OTAN.

Sobrepasado el siglo XXI, en julio de 2004, el Cuartel General Subregional Conjunto Sudoeste, se erigió en el Mando Componente Terrestre con su cuna en Retamares, pendiendo del Mando de Fuerzas Conjuntas de la OTAN, con el cometido de desenvolver y dirigir operaciones terrestres de cualquier índole, admitiendo la asistencia como Mando Componente Terrestre de una Fuerza Conjunta bautizada como ‘Major Joint Operations’.

Producto de las decisiones resueltas en la ‘Cumbre de Lisboa’ (19-20/XI/2010), la OTAN acometió otra revisión de la ‘Estructura de Mandos’, trazada para ser más práctica, fácilmente desplegable, simplificada y racional con relación a su cuantía.

Más adelante, en el encuentro de 2011, los Ministros de Defensa trataron el emplazamiento territorial de las entidades de la Estructura Aliada, suprimiéndose la idoneidad de los Cuartales Generales de Fuerzas.

Amén, que gracias a esta ‘Estructura de Mandos’ subordinada al Mando de Operaciones de la OTAN, favoreció para que se instalara en Torrejón de Ardoz uno de los Centros Combinados de Operaciones Aéreas con amplitud proporcionada, teniendo como encargo la totalidad de la protección aérea de la Región Sur de Europa. Sin inmiscuir, la trascendencia particular que conllevó para España el Centro ‘contra artefactos explosivos improvisados’, establecido por Acuerdo del Consejo de Ministros el 2/X/2009, poniéndose en manos del Mando de Transformación de la OTAN en las postrimerías de 2010, como Unidad Multinacional y Centro de Excelencia.

En atención a la Estructura de Fuerzas, España sirve a la OTAN con dos Cuarteles Generales de Alta Disponibilidad: uno marítimo, embarcado en el Buque de Asalto Anfibio Castilla (L-52) con base en Rota, y otro terrestre, acomodado en Bétera, Valencia. Estos Cuarteles Generales dirigen por turnos los mandos integrantes de la Fuerza de Respuesta de la OTAN, por sus siglas, NATO Response Force, NRF, descrita como una fusión de componentes terrestres, aéreos y marítimos tecnológicamente modernos y manejables, con potencial de desenvolvimiento y sostenibles, dispuestos para trasladarse donde sea indispensable.

Dicho esto, en los últimos lustros España se ha encumbrado en lo más alto, como uno de los contribuyentes más destacados de las misiones, entre las que se acentúa la recientemente consumada de Afganistán, donde sus Tropas desplegadas casi dos décadas, han requerido del esfuerzo de más de 1.500 efectivos.

Esta es sin duda, una de las bazas más valiosas que España aplica para contrarrestar el inconveniente de conseguir el 2% del PIB en gasto de Defensa, y al que se implicaron los aliados para el año 2024. En otras palabras: el aporte cualitativo adquiere una relevancia extraordinaria.

A día de hoy, la participación española se cuantifica en 861 militares expandidos en misiones dirigidas por la Alianza Atlántica, estando presentes lustrosamente en cinco operaciones, aunque a lo largo y ancho de este año caracterizado por la crisis epidemiológica del SARS-CoV-2, se perpetúa ofreciendo lo mejor en favor de los demás, llámense las rotaciones de las ‘Agrupaciones Navales Permanentes’, o la ‘Policía Aérea’ en Rumanía. Pero, no ya sólo ha de subrayarse en mayúsculas el buen hacer de los activos humanos, sino que las Fuerzas Armadas Españolas ponen a disposición de los aliados las fragatas, blindados, cazas de combate o una batería antimisiles en enclaves geográficos como las Repúblicas de Letonia, Lituania, Turquía e Irak o en aguas del Mediterráneo.

De manera escueta, comenzando por la República de Letonia con ‘Presencia Avanzada Reforzada’, desde 2017, trabaja afanosamente en el respaldo colectivo de los estados aliados del Báltico, como Lituania, Estonia, Letonia y la República de Polonia, ante el desafío soviético, colaborando con un contingente de unos 350 hombres y mujeres y blindados, que conforman un Batallón Multinacional comandado por Canadá. El empeño no es otro que enarbolar la unidad y la fuerza como fórmulas de disuasión.

Continuando con la República de Lituania por medio de la ‘Policía Aérea del Báltico’, desde 2006, España inspecciona el anillo aéreo de los países bálticos ante la persistente incursión rusa que lo atraviesa deliberadamente. Ejemplo de ello, es el despliegue realizado por el Ejército del Aire con el distinguido ‘Destacamento Vilkas’, situado en la Base Aérea de Šiauliai y en la localidad de Karmèlaya, ambas lituanas, constituido por 134 efectivos y siete cazas de combate Eurofighter Typhoon.


Siguiendo con la República de Turquía, en el año 2015 el Ejército de Tierra desplegó una batería de MIM-104 Patriot de largo alcance, con la prioridad de socorrer a la población turca frente a las advertencias de los misiles balísticos desde la República Árabe Siria. Asimismo, las Fuerzas Armadas retornaron a la República de Irak en 2015, aunque lo ejercieron en el marco de la Coalición Internacional contra el Estado Islámico, encabezado por Estados Unidos.

Una acción avalada por la OTAN que optó internarse en 2018 con una misión de asesoramiento en Irak y en la que España se añadió a ella.

Aunque el grueso de concurrentes de marca hispana se halla inmerso en la Coalición Internacional, la intención es reubicar a una parte de los efectivos en la misión de la OTAN.

En este momento se contabilizan siete militares que operan afanosamente para robustecer las Fuerzas de Seguridad iraquíes y las instituciones de enseñanza militar; para ello, se valen de la capacitación y el asesoramiento. En idéntica sintonía y recientemente, una treintena de legionarios han configurado con dedicación y laboriosidad la ‘Unidad Internacional de Protección de la Fuerza’.

Y, por último, en aguas del Mar Mediterráneo, las ‘Agrupaciones Navales Permanentes’ surten su disposición marítima a la OTAN, al ser las primeras en agilizarse ante cualquier eventualidad. Circunscribiéndose dos grupos de escoltas, ‘SNMG’ y otros dos de medidas contraminas, ‘SNMCMG’, que se ensanchan en el Mar Negro, Mar Báltico, Flanco Norte y Corredor Sur, que envuelve el Estrecho de Ormuz hasta el Canal de Suez y encuadrando los litorales de Somalia y, como no, el Mediterráneo.

España vela y gobierna la ‘SNMG-2’ con la Fragata “Méndez Núñez” (F-104), con su lema “preferimos honra sin barcos, que barcos sin honra”, como buque de mando y una dotación de 225 hombres y mujeres altamente especializados e instruidos para manejar una embarcación de esta complejidad técnica.

Cada una de estas encomiendas han desembocado en otras operaciones anteriores con impronta combinada. Véanse, la ‘Agrupación Naval Permanente Contraminas N.º 2’ o la ‘Operación Sea Guardian’, envolviendo la gama de labores adjudicadas a las Operaciones de Seguridad Marítima de la OTAN.

Sin embargo, hay que destacar desde 2015, el empaque militar consistente y asentado de España en los estados bálticos, donde unos 4.150 militares han transitado con soltura por las diversas misiones de ‘Policía Aérea’ en Lituania y Estonia, y con carros de combate en Letonia.

De lo expuesto hasta ahora, es preciso recalcar, que la OTAN se mueve con arreglo al principio que una agresión contra uno o varios de sus miembros, entendiéndose como un ataque contra todos. Esta es la punta de lanza de la ‘defensa colectiva’, confirmada en el Artículo 5 del ‘Tratado de Washington’.

Si bien, hasta nuestros días, este apartado se ha solicitado única y exclusivamente en réplica a la ‘guerra subversiva’, con los cuatro atentados terroristas demenciales, por el numerónimo ‘11-S’, perpetrados en las Torres del World Trade Center y el Pentágono de Estados Unidos (11/IX/2001).

A resultas de todo ello, si se desencadenase un embate armado contra alguno de éstos, y llegando a invocar el Artículo en el uso de las facultades de legítima defensa examinado por el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, cada uno de los estados asistirá a la Parte o Partes agredidas, asumiendo de modo individual y en consonancia con las otras Partes, las reglas de juego que se estimen oportunas.

Sobraría mencionar en esta recapitulación del Cuadragésimo Aniversario de las Fuerzas Armadas en la OTAN, que cualquier arremetida de esta naturaleza y las disposiciones decididas, pasan inminentemente a conocimiento del Consejo de Seguridad, ultimándose cuando este resuelva los dictámenes pertinentes para devolver y mantener la paz y la seguridad internacionales.

"En los últimos tiempos, los Ejércitos de España han terciado múltiples fases de cambio. Algunos, como no podían ser menos, remolcando el rastro de las vicisitudes estratégicas de la Guerra Fría, cuando por entonces, el predominio del poder militar estaba por encima de la defensa territorial"

Luego, en los últimos tiempos, los Ejércitos de España han terciado múltiples fases de cambio. Algunos, como no podían ser menos, remolcando el rastro de las vicisitudes estratégicas de la ‘Guerra Fría’ (1947-1991), cuando por entonces, el predominio del poder militar estaba por encima de la defensa territorial.

Lo que presionó a la reorganización de su porte y estructura.

El indicativo expedicionario de las Fuerzas Armadas reforzó la internacionalización de sus funciones de cooperación bilaterales y multilaterales, fundamentalmente, en el interior de las organizaciones multilaterales de seguridad inexcusables para la política exterior y de defensa de España: la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la OTAN y la Unión Europea (UE).

En líneas generales, las Fuerzas Armadas han reaccionado adecuadamente a las transformaciones, cuando éstas eran escalonadas y conservadoras, explorando la modernización y acomodación, más que su transición radical. No obstante, el cúmulo de innovaciones han suscitado estrés transformacional en una institución compleja como la castrense.

Esta miscelánea de reformas, tanto exógenas como endógenas, pusieron en entredicho la validez del patrón arraigado de la defensa, llamada a desafiar la palestra geopolítica; en tanto, que el sistema occidental y eurocéntrico se desmarcaba de la centralidad en provecho de Asia-Pacífico y, a su vez, el multilateralismo, frustraba el arraigo que poseía en la postguerra Fría para adornar la seguridad internacional.

Los exiguos resultados contraídos en las mediaciones en Irak; o Afganistán, de facto gobernado por el Emirato Islámico de Afganistán; o el Estado de Libia, fusionado al agotamiento de los afanes imperantes y las opiniones públicas para sostenerlas, llevaron a reflexionar sobre su conveniencia como herramienta de estabilización y reconstrucción de los estados fallidos.

También, estas actuaciones eran más dificultosas y enrevesadas por la intromisión de actores estatales y no estatales, rechazando y contradiciendo el acercamiento de las ‘Fuerzas Expedicionarias’.

El cóctel de los ingredientes preliminares sugería prescindir los despliegues de unidades militares en esferas desfavorables, salvo para desempeños a distancia, con praxis especiales o de inteligencia. Cuestionándose la sostenibilidad de las industrias nacionales de defensa, por el importe exponencial en la rehechura de los equipos habituales y la progresiva obsolescencia de los nuevos por la celeridad tecnológica.

En consecuencia, la OTAN, nacida en 1949 en el curso de la ‘Guerra Fría’ y ante la sospecha de la maquinaria bélica de la URSS y el esparcimiento del comunismo, se constituyó como una ‘Coalición Intergubernamental’ por la que los signatarios se comprometían a defenderse mutuamente.

En este forjado concatenado de veintinueve miembros que reproducen a la OTAN, es una pieza geopolíticamente imprescindible; no en vano, es la pasarela que ensambla a Europa y Estados Unidos coadyuvando a la estabilidad y el orden de Occidente. Y, paradójicamente, acompasa los pasos en falso de Rusia: su incierto tensionamiento es una prueba evidente de la entereza de su salud y del menester de hallar canales de altura de miras. Aun sabiendo que no es positivo dinamitar lo que tanto cuesta edificar, por más que se justifique su sustitución.

España, bajo la bandera de la Alianza Atlántica y como miembro de pleno derecho ampliamente reconocido en la estructura política y militar de la OTAN, tras unos inicios turbulentos hasta su plena integración, iza a sus Fuerzas Armadas que día a día, se curten de prestigio y solvencia profesional, hasta el punto, de hacerse acreedoras para donarse en cuerpo y alma, allí, donde se reclame su atención.

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