Melilla se despertó este domingo con la triste noticia del fallecimiento de Javier Imbroda. Me puedo imaginar el golpe durísimo que esto representa, sobre todo, para la familia y los amigos, que son siempre los que más sufren el dolor por la pérdida. No es fácil ni justo despedir a un esposo, un padre, al menor de los hermanos, a un amigo con tanta vida por delante. Debería estar prohibido irse a los 61 años.
Seguramente Javier Imbroda habría querido vivir más. Nada le quitó la sonrisa. Él logró hacer en 61 años lo que muchos no vamos a hacer en 100. Vivió intensamente; tuvo el lujo de entrenar a los mejores del basket español y de ser pionero en eso de perderle el miedo al mejor baloncesto del mundo. Su victoria contra Estados Unidos en el Mundial de Indianápolis en 2002 abrió una nueva etapa deportiva en España. No se puede entender esa victoria, sólo como un éxito exclusivamente deportivo. Fue una inyección moral para todo un país.
Llegar hasta donde llegó Javier Imbroda debió costarle muchísimo. Cuando naces en una gran capital parece que lo tienes más fácil. Lo difícil es salir de una ciudad pequeña y convertirte en una gloria nacional. Hay que esforzarse cien veces más que los demás y hay que tener mucha fuerza. Se nace con buena estrella, pero los astros se alinean sólo de vez en cuando. Si te pilla trabajando y esforzándote en ese momento, te llevas el premio. No se puede saber cuándo se va a producir esa conjunción celestial. Sólo la constancia hace posible la coincidencia.
La muerte de Javier Imbroda, también ha sido un duro golpe para todos los que lo admiramos. Así, en presente. Hay personas que cuando se marchan terminan siendo recordados por los suyos y eso es lindo. Otras, con más suerte, son recordadas en su pueblo o en su barrio y es igual de hermoso. Pero hay otros que se marchan con el cariño de todo un país.
Este domingo llovieron las condolencias por la muerte de Javier Imbroda. El rey, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; José Manuel Franco, presidente del Consejo Superior de Deportes; Juanma Moreno, presidente de la Junta de Andalucía; Eduardo de Castro, presidente de Melilla, y políticos como Albert Rivera, que fue quien le fichó para Ciudadanos, Inés Arrimadas presidenta de Cs, y Alberto Núñez Feijóo, presidente del PP, entre muchísimos otros, de todos los colores políticos.
Para nosotros, los melillenses, ha sido un honor tener un embajador de Melilla con tanto talento. Se nos va una gloria del deporte nacional. Uno de los grandes hijos de esta tierra.
Melilla le ha dedicado un día de luto oficial y Andalucía tres. Nadie es profeta en su tierra. Aún así, aquí nos queda un pabellón con su nombre a pesar de los pesares, pero visto lo visto, nos sabe a poco. Él merece más. No podemos ser tacaños con las muestras de cariño. Tengo la sensación de que nos quedamos cortos. De que estamos contenidos. De que no acabamos de asimilar que ese hombre y su éxito siempre, por los siglos de los siglos, irá de la mano del nombre de nuestra ciudad.
Al menos a mí me sabe a poco. No todo el mundo consigue llegar a ser seleccionador nacional de baloncesto. No todo el mundo logra ganarle a Estados Unidos en un Mundial. No todo el mundo que alcanza ese éxito ha nacido en Melilla.
Tenemos que presumir más de lo nuestro. Javier Imbroda es el ejemplo que los padres tenemos que mostrar a nuestros hijos para demostrarles que nacer en una ciudad pequeña no está reñido con triunfar. Él es una inspiración para muchos niños que tiran pelotas a la canasta y sueñan con hacerlo un día en un equipo nacional o quién sabe, en un equipo europeo o americano. Los límites te los pones tú.