Opinión

Contraportada

Desde la panorámica de aquella Melilla, vista a través de un gallego en ejercicio en tierras españolas en el norte de África, todavía recuerdo el asombro que me causó la ciudad en los primeros días de destino para cumplir las prácticas de alférez de Infantería y encontrarme, de súbito, con una Melilla vital, moderna y, sobre todo, modernista, diseñada y construida durante casi veinte años por un solo arquitecto, Enrique Nieto Nieto. Posteriormente, la llegada de otros arquitectos e ingenieros contribuyeron al crecimiento de la ciudad. Pero tan sorprendente como desconocida, quizá también por las dificultades para desplazarse a España (aquí se dice ‘a la península’) en aquel vapor-correo y único medio de trasporte de lentas travesías –no menos de 8 horas desde Melilla a Málaga o Málaga a Melilla–, para quienes se desplazaban desde la península o desde Melilla por razones de destino o por otras causas.

Me sorprendió Melilla, les comentaba, por sus interesantes y emblemáticos edificios modernistas y, sobre todo, sus creativas fachadas ornamentadas por los expertos artesanos: albañiles, herreros, ebanistas, carpinteros, escayolistas, vidrieros, ceramistas, estucadores y pintores dotados de gran experiencia y de una maestría sin igual en el arte ornamental y decorativo de los espléndidos edificios, cual se tratase de crear auténticos museos modernistas al aire libre y visualizadas, aún hoy en día, en las impresionantes fachadas modernistas. Situación que no daban crédito los residentes en Melilla la Vieja, asomados a los torreones y murallas para observar la construcción de aquellos increíbles edificios, diseñados y construidos por un genial arquitecto, Enrique Nieto Nieto, de quien sólo se conocía su nombre y origen catalán, que llega a Melilla procedente de Barcelona en mayo de 1909 para trabajar, incansablemente, como único arquitecto.

Sin lugar a dudas, la llegada de Enrique Nieto a Melilla ha estado condicionada por la valiosa información de su novia, Josefa Rivas, melillense y residente en Barcelona, y de sus padres en Melilla, que le informarían sobre el Ensanche o crecimiento de la nueva ciudad del llano, condicionada anteriormente por las estrictas normas defensivas de la ciudad que prohibían construir a menos de 300 metros de las murallas. Una vez superado este corsé, por Real Orden de 29 de diciembre de 1904, se ordenaba a la Comandancia de Ingenieros para la redacción de un Plan de Construcción del Nuevo Centro Urbano, Plan que redactó el capitán Eusebio Redondo Ballester en 1906, de fecha 7 de septiembre. Posteriormente, el ingeniero militar José de la Gándara, redacta en 1910 el ‘Plan de Urbanización de Melilla o Ensanche’. Evidentemente, ya consolidada la seguridad al otro lado del recinto murado ante imprevistos ataques de los fronterizos, que dificultaban, en ocasiones, la salida del mismo.

Era evidente que el Plan del Ensanche supondría todo un estímulo creador para un joven arquitecto recién terminados sus estudios y, posiblemente, con proyectos bajo el brazo de fin de carrera, o de aquellos otros diseñados en Barcelona, al no poder ejercer como arquitecto por no tener cumplidos los 26 años, exigidos en las Normas del Ministerio de Instrucción Pública. Lo que significaba que había terminado la carrera de arquitecto tres años antes, pero alterando su edad para cursar estudios y poder ayudar a su familia –datos estos últimos facilitados por don Juan Bassegoda Nonel, arquitecto y biógrafo de Nieto e invitado expresamente a participar en las ‘Jornadas de Arquitectura y Ciudad de Melilla’ presentando las ponencias sobre Enrique Nieto y el modernismo–. Aunque no sin cierta sorpresa, en su primer contacto visual al llegar a Melilla, un tanto alejada y poco conocida en su evolución vital, desarrollo urbano y modernista. Alejada de España. Pero sin dejar de ser española y norteafricana desde el reinado de los reyes de Castilla, Isabel y Fernando, una vez que las naves del duque de Medina Sidonia, al mando de don Pedro de Estopiñán, arribaran en la ensenada de los Galápagos en aquella imborrable fecha del l7 de Septiembre de 1497. Ya pie a tierra el comendador Pedro de Estopiñán pronunciaría las rituales palabras: “En nombre de los Reyes Católicos y del duque de Medina Sidonia tomo posesión de estas tierras”. La respuesta de los soldados españoles cerró el acto histórico con un sonoro y escueto “amén”.

Por otra parte, siglos después, Melilla la Vieja y el Ensanche Modernista permanecen inscriptos en un ‘Primer listado de patrimonio mundial’ en Marzo de 1983, por los trabajos presentados por quien esto escribe para poder optar al título de ‘Ciudades Patrimonio de la Humanidad’.

Patrimonio que está determinado por sus gentes, culturas, religiones idiomas y etnias que conforman un núcleo de universalidad en una ciudad de fuertes contrastes de patrimonio histórico: Melilla la Vieja con su potente fortificación y la ampliación del Ensanche y nacimiento del modernismo sobre aquel trazado urbano. Posteriormente, con la implantación de nuevos estilos constructivos: el Art Decó y el Racionalismo van conformando esta sorprendente Melilla de marcado carácter ecléctico, ambiental y armónico tras el vital crecimiento de ciudad en su doble vertiente: Melilla la Vieja y Ensanche Modernista, declarados conjuntos históricos y dotados de la máxima protección que les otorga la Ley de Patrimonio Histórico española.

Llegado a este punto y aparte; quiero retomar como tema principal la contraportada al libro del futuro con el deseo de una Melilla más próspera para todos los melillenses. Pero recordando, eso sí, los acentos históricos de Melilla, escritos a cincel en las páginas pétreas de Melilla la Vieja y su ampliación al Ensanche modernista, declarados Bien de Interés Cultural (BIC), con la máxima categoría de protección que otorga la Ley de Patrimonio Histórico Español a los conjuntos histórico-artísticos. Por cierto, ya publicados en el Boletín Oficial del Estado y en el BOME de Melilla.

Antes de terminar, les relataré una extraordinaria anécdota:

“Aquel matrimonio joven seguía esperando su primer hijo, no sin cierta preocupación, por lo que él le regaló un cachorrito para que no estuviese tan obsesionada. El cachorro crecía y crecía y recibía todas las atenciones caseras. Pasados cinco años, su joven esposa le comunicó a su marido que estaba embarazada y que tendrían el hijo tan deseado. A partir de ese momento, el perro se notaba más descuidado y más abandonado. Incluso, en ocasiones, observaron que le ladraba frecuentemente al bebé. Un mal día, el perro entró medio alocado y ladrando en la sala en la que en ese momento estaba preparando la escopeta para salir de caza. El perro tenía las fauces y las patas ensangrentadas. No lo pensó: cargó la escopeta y lo mató, saliendo precipitadamente a la habitación del niño. Su sorpresa fue tremenda: a los pies del niño había una serpiente que el perro había matado para salvar al niño”.

Conclusión: conviene siempre reflexionar, pausadamente, antes de adoptar decisiones que puedan llegar a ser una constante e irreversible situación a lo largo de la vida de las personas y de los pueblos.

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