Era un incipiente invierno de 1978. La Constitución Española, se recuerda, nació como una herramienta inclusiva que, amparada en derechos y deberes de todos los españoles, se convirtió bajo un acuerdo muy mayoritario (casi el 90 por ciento de los votantes) en su ajuste, de todos y por todos.
Puede que ahora, cuando difícil es recordar un periodo en el que las emociones y la solidaridad hayan ido menos parejas entre la política y la sociedad, esta norma fundamental cobre más valor incluso.
Los juegos de poder de la política, sus exigencias y también algunos desvaríos a lo largo de los años, al tiempo que se le cite, venere y rinda homenaje a la Carta Magna, han ido erosionando esa inclusividad. Pero sigue siendo un documento primordial que nos hacía, como nos hace, más iguales y más responsables de nuestro propio destino. Responsables, también para decidir sin más lealtad primigenia que a las leyes y al respeto por el otro.
Merecedores, así mismo, de derechos para elegir opciones dentro de una sociedad en orden; urdidores de un espacio común diverso y tolerante, abierto a las oportunidades pero guardián y dique frente a las iniquidades. Transcurrido este espacio de tiempo, en el que que considerar su duración dependerá del prisma con el que se mire, la Constitución continua pidiendo la confianza del futuro y la aceptación del presente y todo lo que verdaderamente importa está sujeto a su encaje en ella; ser constitucional es garantía de legalidad, aunque a veces se retuerce.
Quizás su principal asignatura pendiente sea el conocimiento de ella, su trascendencia y alcance. Ello debiera ser y fortalecerse así desde edad temprana y no unicamente avanzado el Bachillerato y por exigencias del temario oficial. Impulsarlo con una pronta pedagogía que abunde en la perspectiva, no solo en el hecho histórico de suma referencia, también el análisis y valoración de quienes en breve tomarán decisiones en su vida y además serán en el futuro electores.
La Constitución 2.0, aquella que nació de una necesidad y voluntad democráticas, podría ser aquella que alcance su mayor cenit, como una mejor versión de sí misma, en su espíritu y fuerza, cuando consiga en un grado óptimo que todos y cada uno valoren y comprendan la crucialidad y beneficio de pertenecer a una sola comunidad. Una comunidad de ciudadanos libres, una libertad acompañada y permeable con la de los demás.
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