No cabe duda que la noche del 31 de diciembre, es mágica y festiva. Tras finalizar la última de las doce campanadas, damos la bienvenida a un nuevo año, dejando atrás el anterior; en este caso a 2023.
Es una velada de celebración y preparamos nuestras mesas con las mejores galas, como en Nochebuena. En ellas serviremos suculentos platos con los que deseamos deleitar a los comensales, a familiares y amigos.
Pero… ¿Cuál es el origen de esta celebración arraigada ya en el mundo entero?
Desde siempre esta última noche ha estado rodeada de mucho bullicio, y relacionada con la agricultura ya que en siglos pasados se tenía la creencia que los espíritus que destruían las cosechas podían ser eliminados durante la noche que precedía al Año Nuevo.
No olvidemos que el nuevo año no comenzaba el 1 de enero sino que coincidía con el ciclo primaveral.
En la Edad Media, la Iglesia intentó oponerse a estas viejas y ancestrales costumbres adaptando a la Navidad todos los ritos y tradiciones vinculados con el nuevo año a la vez que se procuraba eliminar de todo carácter simbólico a la noche del cambio de año.
Esta fue la causa de que en Occidente esta fiesta fuese perdiendo fuerza. Hubo que esperar a finales del siglo XIX para volver a recuperar su esplendor, teniendo como punto de partida Francia.
Términos como reveillón para designar no solo la cena de Nochebuena sino también, desde principios del siglo XX, la de final de año con un carácter menos familiar.
En España, sobre todo en Cataluña, se adoptó dicha denominación para definir la “comida tomada tarde en la noche” en Nochevieja. El mismo origen galo tiene la palabra cotillón que hacía referencia a una danza popular en la corte francesa del siglo XVIII. Pasado el tiempo se denominaron cotillones a los bailes de salón.
Tomar doce uvas al ritmo de las campanadas en la última noche del año es una manera de empezar con suerte el nuevo año. Parece que si no lo hacemos así la fortuna nos dará la espalda en los doce meses siguientes.
Si preguntásemos a la gente, pocos reconocerían que creen en esta “magia”, pero lo que si es cierto es que en ninguna mesa el día 31 faltan las “uvas de la suerte”. Es esta una tradición relativamente moderna que se remonta a los comienzos del pasado siglo XX, teniendo como origen nuestro país. Desde aquí se ha exportado a otros de cultura semejante a la nuestra.
Indudablemente no se debe a motivos religiosos o culturales sino a una excelente operación que debería figurar en los mejores libros de marketing.
Para conocer el verdadero origen de por qué tomamos las uvas en Nochevieja debemos remontarnos al año 1909. Aunque, a decir verdad, a finales del siglo XIX ya se mencionaba en algún periódico “las uvas de la suerte”.
En el año citado, los cosecheros de Alicante se encontraron al final de aquella temporada con un importante excedente de uva con el que, por supuesto, no sabían que hacer. Haciendo alarde de una gran imaginación inventaron un nuevo rito que era el tomar las uvas de la suerte en la última noche del año. Desde allí se extendió por todo el país y pronto el arraigo fue tal que, aunque se intentó acabar con ella por considerarla “pagana”, fue imposible.
Ciertos historiadores han querido ver en ese “invento” de los viticultores alicantinos cierta similitud con la costumbre de algunos judíos de regalar a sus invitados al final del año una uva por cada hora que habían pasado juntos.
En muchos lugares se salía a la calle para tomar las uvas al ritmo que marcaban las campanadas del reloj del Ayuntamiento. Esta costumbre se fue perdiendo, en cierto modo, cuando comenzaron a ser retransmitidas desde la Puerta del Sol de Madrid, concretamente es el reloj de la Real Casa de Correos, obra de los arquitectos Jaime Marquet y Ventura Rodríguez.
Televisión Española empezó a hacerlo en 1962; con anterioridad se seguían a través de la radio. Solo en una ocasión, en esos años se hizo desde Barcelona y fue en 1973.
Palabras como carillón y cuartos están unidas a esos últimos momentos del año, en los que todos estamos expectantes con las uvas muy cerca. Veamos como es la secuencia de esos instantes:
Cuando faltan 28 segundos para las doce en punto la bola del mencionado reloj, quizá el más famoso de España, baja haciendo sonar un carillón. Después suenan los cuartos, que son cuatro campanadas dobles.
Tras finalizar estas, a las 00:00 comienzan las doce campanadas con intervalos de tres segundos. Diez, once, doce… ¡FELIZ AÑO NUEVO!
En la celebración del año nuevo se unen lo antiguo y lo moderno. Como hemos apuntado al principio, desde épocas muy remotas el nuevo ciclo anual se celebraba el 25 de marzo , en el momento de la siembra.
Los babilonios, por ejemplo, tenían once días de fiesta. Al parecer el rey se alejaba de la ciudad para que el pueblo pudiera dar rienda suelta a su alegría y celebrar con mayor algarabía. Su vuelta significaba el regreso al día a día, a las labores cotidianas.
Los romanos también celebraban el Año Nuevo en marzo. No sería hasta el 153 a.C. cuando el senado declaró el 1 de enero como primer día del año. El mes de enero estaba dedicado al dios Jano (del que deriva el nombre del mes, del latín Ianuarius) el cual al ser bifronte (dos caras) miraba tanto hacia adelante como hacia atrás, al año que viene y al que se va.
Durante tres días tenían lugar las kalendas de Jano, en las que se invitaba a comer a los amigos intercambiando miel con dátiles e higos para que pasase mejor el sabor de las cosas y que el año que iba a comenzar fuese más dulce.
Hasta que no se adoptó el calendario gregoriano y la costumbre de comenzar el año el 1 de enero, fecha sancionada por la bula papal, se usaron otras fechas: 25 de diciembre, 1 de marzo o el 1 de septiembre.
Como curiosidad decir que, a principios del siglo XIV el Año Nuevo se celebraba en distintas fechas según los lugares: en Constantinopla, el 1 de septiembre; en Cataluña, el 25 de diciembre. En Venecia, el 1 de marzo y en Inglaterra el 25 de marzo.
¡Feliz 2024 a todos! ¡Salud y Paz!
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