Fernando Arrabal volvió ayer a Melilla: una charla vespertina en el Teatro Kursaal le trajo de regreso a su ciudad natal.
Minutos antes del encuentro con el público, el escritor fue recibido en el Palacio de la Asamblea por el presidente de la Ciudad, Juan José Imbroda.
En un breve y distendido encuentro, en el que también participó la consejera de Cultura, Fadela Mohatar, el también dramaturgo fue obsequiado con un ejemplar de ‘La ciudad de las cúpulas’, de Carlos Baeza.
Después, y ante un público expectante, llegó el momento de ‘Conversaciones con Fernando Arrabal’, una cita cultural en la que estuvo acompañado por el escritor Pollux Hernández Núñez, que hizo de hilo conductor.
El coloquio supuso un chapuzón en la vida de Arrabal, una trayectoria personal y profesional plagada de anécdotas y experiencias. Hubo, incluso, recuerdos de infancia, gracias a que Fernando Arrabal tiene, según su interlocutor ayer por la tarde en el Teatro Kursaal, “una memoria enciclopédica”, que es “como una esponja” y “se acuerda de todo”.
Pollux Hernández Núñez también destacó el cariño que los melillenses le demostraron a su paisano antes de la charla; “en la calle, en el aeropuerto y en el hotel”, señaló. “Es alguien a quien sentís con calor, como alguien vuestro”, añadió. Segundos antes recordó que “la patria es donde uno ha nacido, pero, sobre todo, donde uno se siente bien”.
En sus primeros compases ante el público, con un Arrabal que ya empezaba a despuntar, se introdujo en el caos y la confusión: “Sin desorden no existiría el mundo”, defendió. “No quisiera que hubiera confusión, pero sin ella nada podría existir”, ahondó. Siguió argumentando: “Esta idea de confusión podría haber tenido un poco de eco si no fuera una palabra tan fea”.
“El Partido Comunista me salvó, como me había salvado muchas veces” o “siempre he tenido muy buenos amigos, sobre todo en la Policía” fueron otras de sus confesiones. Tampoco faltó el episodio de la detención en La Manga de alguien que “todavía guarda el primer billete de metro que utilizó en París”, según Hernández. “Nunca tiro nada, soy una urraca”, respondió un Arrabal que se mostró cercano, cómodo y cálido con el público.
En definitiva, una tarde de admiración y guiños al público; un paseo por los recuerdos de una vida que encontraron la complicidad de unos asistentes entregados.
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