Opinión

Con Luis Cernuda

Y también estoy con Luis Cernuda, pienso, siento, especialmente y profundamente con él estoy cuando nos habla de su amigo Federico García Lorca en el precioso texto que para él escribe en 1938 en Londres, titulado con el nombre del poeta amigo y debajo, entre paréntesis, como subtítulo, la palabra Recuerdo. Fiel a ella yo lo he recordado siempre y lo he tenido siempre presente. En la semblanza que traza, en su comprensión profunda, en lo que él sí supo ver y nos sabe trasladar como pocas veces he leído cuando se nos rememora a Federico. Unas palabras profundas y verdaderas, sobre aspectos y cuestiones fundamentales. Extractaré algunas, poniendo sólo acotaciones. Pienso que es una manera, una suerte de homenaje a García Lorca, y también a Luis Cernuda y su profundidad, su acierto y su tino. Palabras de poeta sobre poeta, profundas como raíces, despidan en este momento a las mías. Aquí a trozos y con acotaciones van.

Aparición de Federico García Lorca, y en la aparición la realidad y el deseo, la superficie y lo profundo. “Estaba en compañía de otros jóvenes escritores de su generación. Acababan de aparecer en algunas revistas sus primeros romances gitanos; sus poemas inéditos, sus dibujos, pasaban de mano en mano entre amigos y admiradores. Se le jaleaba como a un torero, y había efectivamente algo de matador presumido en su actitud. Le iba cercando esa admiración servil tan peligrosa, que en pocos instantes puede derribar a alguien con la misma inconsciencia con que un momento antes le elogiaba”.

Federico García Lorca al piano. La magia. “Se puso al piano. No tenía lo que se dice buena voz. Más tarde he oído en boca de cierta cantante algunas de estas viejas canciones populares que él mismo le enseñó. Nadie les ha sabido dar el acento, la energía, la salvaje tristeza que Federico García Lorca les comunicaba. No era guapo, acaso fuera todo lo contrario, pero ante el piano se transfiguraba; sus rasgos se ennoblecían, revistiéndose de la pasión que sin elevar la voz, subrayándola fielmente con la del piano que tan bien manejaba, fluía desde el verso y la melodía. Había que quererle o dejarle; no cabía ya término medio. Esto lo sabía él y siempre que deseaba atraer a alguien, ejercer influencia sobre tal o cual persona, se ponía al piano o le recitaba sus propios versos”.

Federico García Lorca, la vida, un río. “Al pasar de unos a otros la imagen de una persona puede deformarse hasta un punto que apenas se la reconoce. Tantos han hablado de Federico García Lorca, insistiendo sobre una no muy exacta figura suya, que los amigos no le hallamos tras esa leyenda -es verdad que muchas veces los amigos de un hombre excepcional pretenden que éste no sea más de lo que ellos piensan.// Nadie que conociera a Federico García Lorca o que conozca bien su obra le hallará el menor parecido con ese bardo mesiánico que ahora nos muestran y al que le quieren reclutar un publico por los campos y talleres españoles. Su poesía no necesita esa póstuma deformación para encarnar como encarna la voz más remota, honda e inspirada de nuestro pueblo, aunque éste no lo sepa, como ha ocurrido siempre y como es natural que ocurra.// A nadie he conocido que se hallara tan lejos de ser una imagen convencional como Federico García Lorca. Ni siquiera podíamos pensar que un día lo fijase la muerte en un gesto definitivo. Estaba tan vivo, estremecido por el vasto aliento de la vida, que parecía imposible hallarlo inmóvil en nada, aunque esa nada fuese la muerte. Si alguna imagen quisiéramos dar de él sería la de un río. Siempre era el mismo y siempre era distinto, fluyendo inagotable, llevando a su obra la cambiante memoria de un mundo que él adoraba. Su poesía es libre y espontánea como una fuerza natural, como un árbol o una nube, también misteriosa como ellos”.

Ángel, alegría que anima las cosas. “Hacia 1924, cuando sus poemas circulaban por Madrid en copia manuscrita, se hablaba de él como de alguien dotado de esa cualidad indefinible que los españoles, o mejor dicho los andaluces llaman ángel. Tener ángel lo mismo puede significar que una persona se halla dotada de una agradable presencia física como que le anima un demonio interior a la manera de Sócrates. No se puntualiza nunca si ese ángel es de los que siguieron a Luzbel en su caída o de los que permanecieron fieles a su origen celeste. Es un estado de gracia profano, una rara mezcla de cualidades celestes y demoníacas que brotan en una persona y la rodean como un halo. En mayor o menor grado algunos españoles tienen ángel, pero nadie ha hecho de esa cualidad algo tan elevado, depurado y excepcional como Federico García Lorca.// Recuerdo que al entrar en cualquier salón, sobre los rostros de las gentes que allí estaban, por insensibles o incapaces que fueran respecto a la poesía, pasaba esa vaga alegría que anima las cosas cuando el sol, rasgando con sus rayos la niebla, las envuelve de luz. Al marcharse un súbito silencio caía sobre todos. No puedo pensar en lo para muchos será España sin él. ¡Qué seca y árida parecerá su llanura! ¡Qué amargo y solitario su mar!”.

La tristeza fundamental del español. “La tristeza fundamental del español, pueblo triste si los hay, pasaba subterránea bajo su obra, a veces se abría camino entre los versos y era imposible no verla. Más que tristeza era un sentimiento dramático, un sentimiento trágico de la vida, según la expresión de Unamuno; trágica tristeza que sustentaba dos pasiones fundamentales: el amor y la muerte. Parece que el amor, arrancando las primeras palabras de esta poesía, la arrastra hacia la muerte como última realidad del mundo, realidad que necesitaba cubrirse antes de aquella transparente máscara amorosa. Ahora me sorprende hasta qué punto la muerte fue tema casi único en la poesía de Federico García Lorca”.

Y más España, una encarnación como pocas veces en un artista se da: “Federico García Lorca era español hasta la exageración. Sobre su poesía como sobre su teatro no hubo otras influencias que las españolas, y no sólo influencias de tal o cual escritor clásico, sino influencias absorbentes y ciegas de la tierra, del cielo, de los eternos hombres españoles, como si en él se hubiera cifrado la esencia espiritual de todo el país. Eso no es raro en España. Lope de Vega fue un poeta así”.

Y un final para Federico García Lorca. “De ahí esa especie de frenesí que el público sentía al escuchar sus versos, frenesí que acaso sólo él podía comunicar con su propia voz y acento, por los que brotaba lo mismo que a través de la tierra hendida el terrible fuego español, agitando y sacudiendo al espectador a pesar suyo, porque allá en lo hondo de su cuerpo hecho de la misma materia podía prender también una chispa escapada de aquel fuego secular.// Siglos habían sido necesarios para infiltrar en un alma la eterna esencia del lirismo español, su fuego espiritual. Hombres oscuros y anónimos se sucedían en tanto sobre la tierra. Al fin ese fuego oculto se hizo luz y brillo y templó los cuerpos ateridos. Poco tiempo ha durado su luz. Una triste mañana la brutal inconsciencia, la estúpida crueldad de unos hombres la apagaron contra las tapias del campo andaluz.// Quise llegar adonde/ llegaron los buenos./ ¡Y he llegado, Dios mío!.../ Pero luego,/ un velón y una manta/ en el suelo.// Ni siquiera esto te esperaba, Federico García Lorca, sino la tierra desnuda bajo tu sangre y nada más”. Londres, abril 1938.

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