Opinión

Compromiso

El compromiso es cierto cuando va marcado por su ejercicio, por la acción y no por la mera definición. El simple juego de palabras, aún hábil, suele quedar en agua de borrajas y persigue únicamente la aceptación y el apoyo. Todo es susceptible de expresar cuando se busca el poder por el poder: la gestión de los recursos públicos desde una autoridad con sus privilegios y prebendas.

Si algo podía ir a peor, a la llegada del ciclo electoral, en Melilla en estos momentos (momentos que vienen lastrados de incertidumbre y un cambio de modelo económico y social) es verse inmersa en una dura, triste y rechazable polémica sobre una de las herramientas de derecho a la hora de decidir, el voto por correo, en Melilla ancestralmente tempestuoso.

El sufragio por correo es un derecho inalienable de cualquiera que no esté privado de votar y que por cualesquiera circunstancia decide expresar su voluntad de esa forma, incluso por capricho. ‘Emputecerlo’ (perdón) no es un derecho. La imagen ofrecida es de esperpento. Un panorama en el que hay de muy pocos tirando a ningún inocente.

A lo largo de los años y las diferentes convocatorias con las urnas, esta modalidad de depositar la papeleta, fue malcriada y manoseada en cierta y preocupante medida. Y "de aquellos polvos, estos lodos". Con la presunción de inocencia, el beneficio de la duda, además si presuntas conjuras hubiere, deviene entender que importan más lo votos que los problemas de la gente, algunos perentorios; que de la necesidad de soluciones se hace un puente al que cruzar compitiendo en la contienda pero que al final, buena parte de ellas quedan en la primera orilla en forma de pronunciamientos, aunque en campaña se aventuren en su arreglo.

Sin duda, alguien sacará provecho por su actitud clara y decente, otros no tanto en ella, aunque es el conjunto quien haya perdido en todo este dislate, y haya perdido mucho en la confianza en el sistema democrático, ese qué conlleva perder y ganar, y siempre respetar. Pero aún podría haber tiempo de una acción de todas las fuerzas en litigio, previo compromiso sincero, compartido y nítido, además de escenificado destinado a la opinión pública y, sobre todo, a la generalidad de quienes votarán o han votado ya.

Más allá de los intereses partidistas o personales, incluidos los legítimos, la urgencia, por el trauma, alienta una medida profiláctica de ese compromiso veraz, activo y de todos.

Puede haberse recorrido ya parte de un mal y pecaminoso camino, pero aún no es irremediable el despeño total pese al daño ya acumulado. Pasado lo que haya pasado, culpables hubiere o hubiese; zonas oscuras o conspiraciones se dieren, puede haber aún remedio. Baste, y no es nada fácil ni sencillo dado la marcada huella personalista del espectro político, el cumplimiento y respeto. Por ello, a protección de las reglas de juego debiera ser de toda la concurrencia, si no el abismo estará aún más cerca.

No es suficiente con declaraciones individuales, amén de acusaciones, por muy representativas que sean y que suelen llevar más que al frentismo estéril para el bien general. Alentar, más si cabe a las tropas de las formaciones a la batalla sin cuartel en estos momentos podría ser un daño añadido dado el sedimento que arrastra este oscuro y grave asunto. Un asunto que lastra el presente creando más densidad en esa falla creada y que nos "regala" otra galón de excepcionalidad. Una excepcionalidad peligrosa a la hora de seguir intentando equiparar Melilla en conjunto de España y de Europa. El esfuerzo de los que compiten en estas elecciones debe ponderar renunciar, si las hubiera, a espectativas que no vengan del noble concurso. Sin duda esto podría hacer perder posibilidades de poder, jugarse las elecciones desde la ley, pero en el caso contrario, sería la ciudad de Melilla la que perdería gravemente.

Hoy más que ayer y puede que menos que mañana, el compromiso se exige. Por encima del ruido, la confusión, la pirotecnia o el trueno, hay algo tan sumamente esencial que clama no ya por su exaltación, sino por su respeto: el sistema, que es el menos malo conocido. Las instituciones deben de ser protegidas, son la estructura osea del cuerpo social y de ahí, parte todo.

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