Los inconvenientes que sostuvieron las Fuerzas Coloniales de España para apaciguar la zona que le concernía, se debía en gran parte a las reacciones desfavorables del veredicto público nacional a su gestión, más el proceder errático de los políticos, indeciso y a penas comprometido, aparte de los escasos recursos puntuales para emprender la labor encomendada. Éstos eran los principales obstáculos que debieron esquivar los oficiales que actuaban en suelo africano y cuya causa estaba asentada en tres puntos específicos: el contrabando, el espionaje y los adversarios de la Patria que eran los promotores de los infortunios militares o, al menos, los hacedores de los mismos.
Desde la vertiente de la política exterior, el entorno de pugna colonial habidos entre Francia y España en Marruecos, posibilitó la diseminación de contrabandistas y espías que suministraban armas y todo tipo de información a los contendientes de los países colonizadores.
La porosidad de los límites fronterizos del sector español y de la superficie francesa, dificultó, todavía más, los movimientos militares. La filtración de los términos administrativos se enmarañaba, además a ello habría que sumarle el escabroso relieve, la ausencia de infraestructuras viales, un clima desértico y de alta montaña en extensos espacios de la región rifeña, cursos de agua discontinuos y habitualmente insignificantes, la falta de un representante estatal centralizador, la disgregación del conjunto poblacional, la carencia de planos cartográficos, la combatividad de los indígenas curtidos en los incesantes combates entre las propias tribus, así como de estos mismos contra el Sultán o las potencias coloniales.
Dicho esto, las partes extranjeras infiltradas en el Protectorado español tuvieron gran protagonismo en las documentaciones derivadas por el Ejército Colonial. La experiencia acumulada de los militares en el campo de operaciones norteafricano, englobó el recelo constante de la existencia de espías enemigos.
Las atracciones geopolíticas de las potencias en las numerosas situaciones históricas que transitan desde 1909 a 1927, respectivamente, más la gravitación que suscitaban las presuntas riquezas del subsuelo rifeño, llevaron a que el Protectorado se convirtiese en un enclave con un elevado número de agentes extranjeros insertos en el teatro norteafricano. Además, dichos sujetos exhibían un vasto cuadro de intereses.
La zona internacional de Tánger, entrada principal por dónde se distribuyeron armas y dinero con que avivar el levantamiento, fue objeto de inquietud permanente para los Altos Comisarios por las actividades de contrabando y espionaje. En este mismo aspecto, la referida permeabilidad de las fronteras francesas, fruto de la oposición franco-española hasta mediados de los veinte, atenuaba las coyunturas de intervención real del territorio por parte del Ejército Colonial de España.
No pocas evidencias testifican las praxis desfavorables francesas hacia los intereses españoles en el territorio y aunque en menor magnitud, los británicos también estaban en el punto de mira y bajo sospecha por sus pretensiones sobre Tánger e intereses gibraltareños.
Entretanto, los hispanos desplegaron toda una red de contraespionaje para procurar tener vigilados a los agentes extranjeros. A decir verdad, ésta emanaba informes altamente clasificados a los Comandantes Generales. Asimismo, se prevenía de los desplazamientos de individuos susceptibles de cooperar sin reservas con potencias foráneas, o se perseguía a sus infundados confidentes. Por lo demás, con la deflagración de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se produjo un punto de inflexión en la apreciación de los servicios secretos extranjeros.
De manera, que tanto británicos como franceses, alemanes y turcos bregaban por encandilar a diversos grupos nativos a sus pertinentes causas y originar el máximo perjuicio potencial a su parte contraria e intereses. En esa etapa se dispuso una cadena de redes de información y espionaje que sentaron las bases de la susceptibilidad española ante presumibles actores extranjeros.
“La espada de Damocles que encarnaba la constante amenaza y los peligros inherentes al ejercicio del poder, no quedaron al margen de la intromisión de Ankara en los guiones rifeños, siempre levantisco e insurgente y alzado en pie de guerra”
Esa impresión aumentó merced a algunas ramificaciones de la Gran Guerra, como el desplome de la Rusia zarista y la subsiguiente proclamación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el destino de los excedentes bélicos y la aparición en escena de Mustafá Kemal Atatürk (1881-1938), mariscal de campo y célebre estadista turco, así como el fundador y primer presidente de la República de Turquía.
El ‘comunismo’ y el espectro del ‘nacionalismo panislámico’ en la esfera musulmana, se contemplaron por los militares españoles como corrientes depravadas del orden mundial instaurado. Ambas configuraban un eventual riesgo para los intereses de España y misión nacional que no había de ser desbaratada por los contrincantes de la Patria: ‘comunistas’ y ‘nacionalistas panislámicos’.
Aunque los designios ideológico-políticos de los anticolonialistas del universo musulmán y de los comunistas tenían poco que entrever entre sí, la inteligencia militar engarzó tales corrientes en una misma posición: la de máximos enemigos de España. Por ello, las intrigas islamista-bolcheviques se convirtieron en la visión que saltaba a los intereses del cuerpo colonialista. Esto se hizo manifiesto durante la Guerra del Rif (1921-1927), el curso más violento de las Campañas de Marruecos. Primero, el escollo del ‘comunismo’ era observado por la efectividad de esa misma tendencia de pensamiento dentro de la población y el contexto europeo. Éste iba a ser el ejecutor del ‘antimilitarismo’ junto al ‘anticolonialismo’ que se juzgaban como focos de propagación de la sociedad española y europea con sus ideales sediciosos, de entre los cuales, el conflicto de clases fue de los más reprobados por la institución castrense.
Conjuntamente, la segunda variante de la amenaza comunista llegaba de la Unión Soviética y estaba acomodada por intermediarios bolcheviques, la propaganda revolucionaria, así como armas y recursos con los que se intentaba perturbar el orden mundial. La trascendencia de la teórica colaboración bolchevique a los insurrectos marroquíes imprimió el estereotipo del opositor comunista en la cosmovisión de los militares colonialistas.
Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) puso en énfasis la ayuda de medios comunistas a Abd el Krim (1883-1963) para confirmar la obstinación de éste, al mismo tiempo que verificó la presencia de corresponsales comunistas sobre el terreno apuntalando la rebelión. Luego, el comunismo tanteaba todas las vías a su alcance para entorpecer las intervenciones españolas en el Protectorado. De modo, que se infiltraba en la milicia y, a su vez, incorporaba en ella ideas insubordinadas.
El Tercio de Extranjeros era una unidad bajo estrecha supervisión para eludir la eficiencia de agentes comunistas en el mismo. Millán-Astray y Terreros (1879-1954), convertido en su acérrimo valedor, quiso dejar al descubierto cuál era el espíritu de esta unidad, cuando subrayó de puño y letra que las ideas políticas “quedan en la puerta de la Legión”, aunque en atención a algunas referencias de la Guerra del Rif, no parece que en todo momento fuese así. De hecho, en un documento reservado se señala un “complot que preparaban tres legionarios comunistas alemanes, los cuales resultaron muertos cuando intentaban escapar de la escolta que los custodiaba conduciéndoles a Melilla”.
Las notificaciones cifradas que referían la muestra de prensa a la que tenían acceso los soldados de servicio en Marruecos, fueron comunes. La admisión de publicaciones de signo obrerista eran sancionado rigurosamente y se procuró cualquier posible respaldo de tales ediciones en el Ejército de África. Más peso escondía la posesión de impresos o folletos de naturaleza comunista, a los que se contemplaba como órganos de influencia extranjera sobre las Tropas Españolas.
En base a lo anterior, el tiento que se ponía en salvaguardar el Ejército de África de cualquier inoculación comunista, se engranaba con el menester de la institución militar como cortafuegos de la subversión.
El origen extra peninsular del Ejercito Colonial hacía pensar en que era viable conservarlo apartado de las inclinaciones insurrectas. En cualquier caso, la entidad armada aparejaba el desempeño de ser el custodio del orden existente y no podía consentir la eficiencia y el oportunismo de elementos insurgentes.
Ahora se punteaba a Moscú como el núcleo generador de células danzantes consignadas a socavar el país desde el interior. Las maquinaciones comunistas se fundamentaban en difundir la disección en la familia castrense, una de las peores conductas que podía imaginarse por un militar que asumía en el compañerismo pero, sobre todo, en el orden y la disciplina, sus máximos deberes.
La multiplicidad de pericias y sutilezas comunistas para en el fondo minar el poder español por medio de la apatía, sería lo que llevó a concebir que en la trama islam-comunismo, algo que replicaba al raciocinio: el cometido de España en Marruecos era esencial para el fortalecimiento de la Patria y toda perturbación en la misma comportaría un impedimento para los intereses nacionales, por lo que los incendiarios de Moscú predispondrían una alianza con los musulmanes norteafricanos.
O séase, hispanos como dueños de los medios de producción y bereberes como mano de obra barata. El 31/V/1927, se envió un informe a la Presidencia del Consejo de Ministros en el que literalmente se exponía: “Esos instintos seculares con los que simpatiza el islamismo […], son amplia, intensa y tenazmente aprovechados por el comunismo imperante en Rusia”. Mismamente, se apuntaban los autos del comunismo: “[…] ejerce su principal acción en lo que se refiere a la propaganda moral entre los indígenas, aunque no descuida la menor oportunidad para introducir material de guerra como natural consecuencia de sus predicaciones”.
El inminente peligro de incursión de agentes y de proselitismo conjurado en el entresijo colonial marroquí era, según los documentos examinados, persistente. Quedaría por sintetizar hasta qué punto el comunismo proveyó al islamismo de verdadero apoyo material. La verificación de esta contribución, principalmente apreciable en lo que atañe a suministros y pertrechos, es dificultoso de probar por el carácter de la misma: redes de espionaje y contrabando.
A pesar de ello, figuran varios documentos clasificados que indican remesas de material bélico mandado desde repúblicas de Europa del este. Así, en un informe de fecha 26/V/1927, el embajador español en Varsovia remitía un telegrama al General Francisco Gómez-Jordana y Sousa (1876-1944): “… uno de los documentos comunistas habla de salida de armas para el Rif …”.
Aunque puedan parecer revelaciones un tanto remotas, concurrieron redes de agentes españoles en varios estados de Europa central y oriental al objeto de vigilar los envíos sospechosos. Ello sugiere el tacto que se tenía del avispero comunista en relación a los compases rebeldes en regiones musulmanas. Y al hilo de lo anterior, en un mensaje fechado el 11/VII/1928, se insinuaba la interrupción de la red española de informadores de Hamburgo y Amberes, puesto que el apremio ingobernable rifeño era minúsculo tras la pacificación de la zona marroquí.
Éste detallaba textualmente: “Juzgo posible ya, que, en vista de que el tráfico directo o indirecto de armas y municiones con Marruecos, parece haber cesado totalmente, (…), se deje de abonar fija y mensualmente, el sueldo que los agentes que tenemos en Hamburgo y Amberes vienen cobrando”.
El despacho clasificado prueba la convicción que el Ejército Colonial mantenía ante las artimañas y amaños de los soviets. Las redes de información tenían como fin contrarrestar las partidas de armas y a los agentes soviéticos al departamento norteafricano bajo el control español. Nodos conectados entre sí que tras la alianza hispano-francesa de 1924 consagrada a liquidar la República del Rif, se perfeccionaron con intercambios de información y la tarea conjunta contra la fluctuación comunista y panislámico a través de la Oficina Mixta de España y Francia.
A resultas de todo ello, deben subrayarse las averiguaciones afines a individuos de procedencia turca, como ciudadanos que tuvieron especial notabilidad en los escritos hispano-franceses confidenciales. Las tramas contra el orden y la estabilización en Marruecos solían emparentar a comunistas y turcos en su pronunciamiento. Sin inmiscuir, que el soporte Ankara-Moscú era causa de constante desvelo para las potencias coloniales.
Los comunistas no sólo se interponían en la dirección de la colonia, igualmente envilecían con sus impresiones a la metrópoli para desgastar el ánimo del pueblo y secundariamente, malograr la expansión de España en Marruecos.
Ni que decir tiene, que el marxismo era la imagen de lo diabólico desde el enfoque de los colonialistas y la mayor parte de los apuros urbanos se atribuyeron a la oposición popular de las Campañas de Marruecos, ya que servir en este marco era, indiscutiblemente, culpa de la proyección soviética. De ahí, que se juzgase la actitud tomada por el sujeto, en tanto que éste habría sido engatusado por falsas doctrinas foráneas que lo descarriaron de la raíz patriótica.
Por ende, los integrantes de la milicia se veían como los defensores de la Patria y distinguieron en los comunistas la degeneración de la intrusión extranjera que operaba sutilmente para agrietar España. Este hipotético objetivo soviético poseía su campo predominante de proceder en Marruecos, donde la mecánica belicosa de las huestes rifeñas permitía la hemorragia de las Tropas Coloniales Españolas.
Y segundo, el resurgir ‘nacionalista panislámico’ no se leyó como una anomalía autóctona, sino que era el resultado de vicisitudes acontecidas en otros recintos del planeta y personas adscritas a intereses extranjeros. Habiendo incidido en estas líneas en la envergadura conferida al comunismo soviético, éste era propiamente el ejecutor de la mayor parte de los desbarajustes coloniales, al alentar el nacionalismo/islamismo en parcelas musulmanas, aunque existió otro catalizador circunstancial de la conspiración o en la emergencia de la misma: Alemania.
Los antagonismos habidos entre Francia y Alemania, digamos que antes, durante y después de la Gran Guerra, inclinaron la balanza para que agentes germanos instigasen los sentimientos anticoloniales marroquíes para extorsionar a los francos a modo de una suerte de castillo de naipes, procediendo contra los intereses españoles. Otra variante de la injerencia se nutrió en el desenvolvimiento de agentes del comunismo de nacionalidad germana, pero en este momento la responsabilidad corría a cargo del marxismo.
Llegados hasta aquí, sería la Turquía de Kemal Atatürk la otra heroína del espolear panislámico que tanto amilanaba a los militares españoles. Si bien, hay que matizar que el mando peninsular no tenía todavía una percepción demasiado clarividente de conceptos tan dispares como ‘islamismo’, ‘panarabismo’ o ‘panislamismo’ y ‘nacionalismo’.
“En la geoestrategia colonial incidían el entramado del contrabando, el asesoramiento y la instrucción militar en favor de las fuerzas tribales de Abd el Krim, ensoberbecido por la toxicidad del comunismo y el nacionalismo panislámico”
En base a lo examinado, la bibliografía de la etapa descrita y los documentos de archivo resultantes introducen en el mismo registro a cada uno de estos términos, siendo razonados como sinónimos o algo próximo.
Sin lugar a dudas, lo más significativo es que su complejidad representaba movimientos anticoloniales y esto era lo realmente destacable. En este sentido, el General Emilio Mola Vidal (1887-1937) resaltó fielmente: “[…] han aparecido focos de nacionalismo, o mejor dicho, de panislamismo, fomentados por agentes europeos y fanáticos e intelectuales indígenas”.
Finalmente, la llamada Guerra de Liberación de Turquía (1919-1923) sucedida tras el fiasco del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, fue motivo de inquietud permanente para la inteligencia española. No eran pocos los que entrevieron nexos entre la República del Rif y el Movimiento Nacional Turco.
Y es que, dentro de esta conflagración pugnaron dos gabinetes gubernamentales: primero, el correspondiente al Sultán, en Estambul y, segundo, el perteneciente a Kemal Atatürk, en Ankara. Esta particularidad suscitó, posiblemente, gran inseguridad entre los servicios de información españoles, obsesionados en todo momento por el apoyo encubierto a los contingentes nativos. En esta ocasión precisa, el desasosiego español ante la cooperación de los nacionalistas turcos a los rifeños, estaba supeditado al destino incógnito de dos submarinos de origen alemán que tenían los seguidores de Kemal Atatürk y que, bajo ningún criterio, podían terminar en manos del líder carismático y supremo magrebí: Abd el Krim.
El creíble papel de la Bahía de Alhucemas como enclave estratégico y base naval para abrigarse, reavituallarse o efectuar reparaciones, no era ni mucho menos algo descabellado para emprenderse del lado rifeño. Tal es así, que llegaron a circular varios informes en los que se daba por hecho tal probabilidad. Otro de los componentes que a todas luces cuestionaban el plantel de relaciones con los nacionalistas turcos, recayó en la encrucijada del liderazgo religioso en el Islam. Me explico: la dirección de Ankara rechazaba radicalmente la labor que el Sultán otomano había cumplido hasta ese momento como dirigente supremo de los musulmanes.
El deprecio y desmerecimiento al que Kemal Atatürk encadenó a la figura del Sultán otomano por hallarse subyugado a la presión de las influencias extranjeras, era idéntica a la desplegada por el máximo exponente del nacionalismo rifeño, Abd el Krim, con relación al Sultán alauita en poder de los franceses, y al Jalifa, por los españoles.
Pero el germen político turco remolcaba una mayor relevancia, si cabe, porque el Imperio Otomano totalizaba el último reducto del Estado Islámico y todavía se reconocía en el universo musulmán la potestad moral del Sultán de Estambul. A este tenor, el desvanecimiento de este liderazgo religioso podía acarrear dos repercusiones potencialmente delicadas: primero, la división de esa jefatura religiosa que incluso alcanzaría a los líderes de las cabilas, y segundo, el surgimiento de un nuevo conductor de los propósitos islámicos ensamblado al amparo de Ankara.
Queda claro, la prominencia que los turcos sostuvieron en los recelos de los militares españoles ante una supuesta conjuración internacional en su contra. La espada de Damocles que encarnaba la constante amenaza y los peligros inherentes al ejercicio del poder, no quedaron al margen de la intromisión de Ankara en los guiones rifeños, siempre levantisco e insurgente y alzado en pie de guerra.
En definitiva, las muchas informaciones de reuniones desconocidas en el anonimato entre representantes turcos y los pioneros en las luchas anticoloniales con teóricos pactos y alianzas, estuvieron muy presentes en la geoestrategia colonial, entre las que clandestinamente incidían el entramado del contrabando, el asesoramiento y la instrucción militar en favor de las fuerzas tribales de Abd el Krim, ensoberbecido por la toxicidad del comunismo y el nacionalismo panislámico.
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