El ministro del Interior admite que el centro está “al límite” tras el salto de ayer.
La última entrada de 410 inmigrantes a Melilla ha ‘sorprendido’ al Centro de Estancia Temporal (CETI) lleno hasta la bandera. Al ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, no le ha quedado más remedio que admitir ayer en los pasillos del Congreso de los Diputados que el CETI de Melilla está “saturado” y “al límite”. Se refiere a que el centro acoge desde ayer a unos 2.300 inmigrantes, casi cinco veces su capacidad máxima, de 480 residentes.
Y no es que el CETI se haya llenado de un día para otro. Desde el último trimestre del año pasado El Faro, el Defensor del Pueblo, Acnur, Cruz Roja o Prodein vienen denunciado la sobresaturación del centro. Las salidas de inmigrantes a la península siguen produciéndose, pero a un ritmo menor de las entradas, que este año han sido continuas y cuantiosas.
Pero si desde fuera la situación se ve difícil, peor se vive desde dentro. Da fe de ello el maliense Mohamed Dounbia, de 22 años, que entró en el CETI el pasado 18 de marzo cuando se produjo el mayor salto a la valla de este año. Ese día entró por Mariguari medio millar de inmigrantes subsaharianos procedentes del monte Gurugú.
“En el CETI tenemos tres turnos de comida. El desayuno es de 7:45 a 10:00 horas; la comida, de 12:45 a 15:00 horas y la cena, de 19:45 a 22:00 horas. Para comer, hacemos colas de hasta dos horas. Lo mismo pasa en las duchas. Hay mucha gente”, apunta Dounbia a El Faro.
Aún así, este joven maliense explica que en el CETI se siente bien porque tiene comida y sólo le resta esperar a ser trasladado a la península. “No me quedo en Melilla porque no hay trabajo. Quiero ir a Bilbao”, asegura.
Consultado sobre los problemas de convivencia dentro del CETI, Dounbia dice que rara vez se producen peleas entre los inmigrantes subsaharianos. “Aquí las broncas las provocan los sirios y sus hijos”, recalca a El Faro.
Dounbia echa la vista atrás para recordar los dos meses “terribles” que vivió en el Gurugú. “Vivir en las montañas no tiene comparación con el CETI, aunque aquí dormimos hasta 60 personas de varias nacionalidades en una misma habitación. Cuando estaba en el monte, cerraba los ojos y soñaba con el CETI”, subraya.
Él está acostumbrado a vivir con gente de diferentes partes de África. Lo hizo en las montañas de Marruecos. “Allí no estábamos organizados. La gente se entera de que un grupo va a saltar la barrera y se apunta o no, según las fuerzas que tenga. El día que salté había muchos policías marroquíes. Creo que estoy en Melilla porque tuve suerte. Cuando saltas la barrera, sabes que tienes que correr hasta el CETI para que no te devuelvan a Marruecos”.
Dounbia es uno de los inmigrantes que ayer apoyaba a los trabajadores de seguridad del CETI en su protesta por el impago de sus salarios. “Sabemos que los vigilantes hacen un trabajo cansado sin salario”, señaló.
Sobre su experiencia tras el salto a la valla, explicó que al llegar al CETI le invadió el cansancio. “Es muy complicado saltar la barrera. Sientes mucha fatiga y tienes heridas. Yo miro para atrás y me veo caer en el hueco (foso construido por Marruecos junto a la valla). Caigo y tengo que salir y saltar para llegar al CETI”, dice con la mirada fija en un punto.
Ahora, explica Dounbia, dos meses después de su salto, se siente bien y con ganas de cumplir 22 años el próximo 22 de noviembre, aunque sea en el CETI.
“Si no saltas la valla en 2 minutos, no logras entrar”
Yves Pajeot es un camerunés que reside en el CETI de Melilla desde que saltó la valla el pasado 28 de marzo. Ese día, comenta a El Faro, más de 200 subsaharianos se abalanzaron sobre la barrera y sólo lo consiguieron seis procedentes de Mali, Centroafrica y Gabón. É estaba entre ellos.
Por experiencia sabe que para entrar en España hay que saltar la valla en menos de dos minutos (los mejores, como su amigo Dame Dame Cedric, lo hicieron en uno). Si no, saben que caen en manos de los militares marroquíes y que les espera “una paliza” y la deportación a Rabat o Casablanca.
Yves pasó 24 meses en el Gurugú y llegar hasta las montañas de Marruecos le llevó otros cinco meses. Durante ese tiempo atravesó Nigeria, Níger, Argelia y Marruecos. Del salto a la valla recuerda que había muchos militares marroquíes y guardias civiles. “Tienes que hacerlo en dos minutos. El que no lo hace en ese tiempo, no entra en Melilla”, afirma.
“A la hora de saltar, piensas que si no lo consigues, los militares marroquíes te van a pegar. Te juegas la vida”, tartamudea en español.
Yves aprendió nuestro idioma mientras trabajaba como herrero para una empresa española (Rocisa) en Mali, que le pagaba 10 euros al día. El sueldo de 300 euros mensuales no era mucho, pero daba para vivir. Sin embargo, cuando su trabajo terminó, no le quedó más remedio que emigrar y puso sus ojos en Europa. “No quiero quedarme en España. Me da miedo el racismo que se respira, incluso en el CETI. Es difícil vivir aquí, aunque esto sea mejor que Marruecos”. Yves recuerda cómo vivió el día que consiguió saltar la valla: “Sientes libertad y ganas de vivir porque sabes que ahora tienes la oportunidad de conseguir un trabajo”.
El salto a la valla de los 410 inmigrantes subsaharianos (500 según la Delegación del Gobierno) que entraron ayer por la mañana en Melilla, echando abajo la valla por la zona de Barrio Chino, coincidió con una nueva protesta de los trabajadores de seguridad del CETI a las puertas del centro.
Uno de los representantes de los vigilantes, sin responsabilidad en el sindicato UGT, mayoritario en la plantilla, actuó de portavoz de sus compañeros para reclamar el pago de los salarios de abril, que Serramar les ha dejado a deber junto al sueldo de este mes de mayo, tras anunciar que deja voluntariamente el servicio de vigilancia del CETI.
La empresa que se hará cargo del servicio de vigilancia del centro a partir de junio ya ha avanzado que no se hará cargo de la deuda que deja pendiente Serramar.
Una denuncia colectiva
Los vigilantes del CETI tienen la intención de ponerse de acuerdo para presentar una denuncia colectiva y reclamar a la empresa los cerca de 4.000 euros que el mes que viene deberá Serramar a cada uno de sus empleados de Melilla.
El 80% de la plantilla tendrá la “suerte” de incorporarse a la nueva compañía que se hará cargo del servicio de vigilancia del CETI, pero un 20% de los trabajadores seguirá con Serramar. Es el caso de Mohamed Mohamed Bengali, que ayer actuó de portavoz de sus compañeros en la manifestación a las puertas del Centro de Estancia Temporal.
Bengali repartió ‘estopa’ a la Dirección del CETI porque, aunque ha facturado en tiempo a Serramar, no le ha exigido a la empresa que use ese dinero para pagar a los vigilantes. También a las ONGs que trabajan en el centro, Cruz Roja y Melilla Acoge, porque en su opinión, sólo se interesan por los inmigrantes y no se han preocupado por echar una mano a los trabajadores de seguridad que, pese a que no cobran, tienen que lidiar con los conflictos que genera un centro sobresaturado, con más de 2.400 residentes de casi 50 nacionalidades.
Bengali también recrimina a la justicia que en sólo dos meses pueda desahuciarlo a él de su casa, pero que no intervenga para frenar a empresas como Serramar, que llevan un año y medio pagando a regañadientes y con retrasos las nóminas de sus trabajadores.
Nueve vigilantes por turnos
Lo peor, añadió Bengali, está por venir. Los vigilantes de seguridad del CETI dan por hecho que el verano será “conflictivo” en el centro.
Los números están de su parte: En el CETI hay un vigilante por cada 200 inmigrantes y con la subida de las temperaturas es previsible que las peleas que se producen a diario en las cuatro horas de colas del comedor, vayan a mayores bajo el sol de agosto.
Actualmente, explicó, hay nueve trabajadores por turno, pese a que el CETI aumenta el número de residentes de mes en mes. La labor de los vigilantes de seguridad es primordial para mantener la paz en un centro que acusa las consecuencias del hacinamiento.
Bengali ha explicado además a El Faro que los trabajadores no tienen la intención de pasar por alto los 4.000 euros que les debe Serramar a cada uno y asegura que seguirán reclamándolos con manifestaciones e incluso en los tribunales.
Lo peor del CETI, señala, es mantener a raya al colectivo sirio. Según Bengali, los padres procedentes de Siria se desentienden de los niños, que corretean de un lado a otro del centro durante todo el día y se producen robos y peleas continuas entre ellos. “La situación es difícil”.
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