Han pasado dos años, pero la imagen del puesto fronterizo de Beni Enzar quedó grabada a fuego en la retina de Khalid cuando el 21 de septiembre de 2014 logró entrar a Melilla. Ese día se convirtió en el primer sirio que consiguió pedir asilo en la frontera de nuestra ciudad.
Llegó con lo puesto. Aturdido por la guerra y desorientado tras cruzar varios países del norte de África. La situación en Siria era insoportable. “Cada día morían entre 30 y 50 personas por bombas en las plazas, por helicópteros, francotiradores y mercenarios que jugaban a disparar a los niños” cuenta este joven de 24 años. “He visto de todo, hasta he ayudado a dar a luz a una mujer embarazada que no podía llegar a un hospital. Le asistí como pude y con el poco conocimiento que manejaba por ver partos en internet” comenta. Reconoce que lloró al pensar en la suerte de ese bebé nacido en medio de una guerra. El que tiene la oportunidad sale corriendo. Como sea y donde sea.
Él la tuvo y ahora le toca empezar de cero, construir una segunda vida lejos del mínimo atisbo de familiaridad. No obstante, es consciente de que forma parte de los escasos afortunados a los que España les ha abierto la puerta de par en par.
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), que ha hecho pública la historia del joven en su web, después de pasar varios meses en el Centro de Estancia Temporal (CETI), Khalid fue trasladado en ferry a Málaga. Allí comenzó para él otra larga odisea por el territorio español y sus instituciones, que le llevó a permanecer semanas sin asistencia ninguna.
Estabilidad
Fue en verano de 2015 cuando finalmente fue alojado en el Centro de Acogida para Refugiados (CAR) de Vallecas en Madrid. Por primera vez en mucho tiempo sintió que ejercitar el arte de esperar iba a tener una recompensa. Para este superviviente comenzó una etapa de estabilidad.
Fue documentado por las autoridades españolas y el equipo del CAR le ayudó a encauzar su formación profesional como cocinero.
“Ya tengo el curso de manipulador de alimentos, cocinero profesional y sólo necesito completar la formación con alguno de pastelería y panadería”, explica. Otra cosa que le falta y que es aún más importante para él es un trabajo.
Sueña con encontrar empleo en un restaurante, pagar sin agobios el alquiler de la habitación y volver a ver a su madre. “No he podido escuchar su voz en tres años”. “Donde mi familia vive apenas hay electricidad por culpa de la guerra y sólo nos podemos enviar mensajes por el móvil”, señala con nostalgia.
Superviviente
Paradójicamente fue su madre quien le obligó abandonar Siria. “Al recibir un tiro de metralla en el pie mi temió por mi vida”, explica. Los datos precisos que acompañan el relato de su experiencia muestran que aún no se ha recuperado de esta situación traumática: “Puse rumbo a Jordania el octavo día del Ramadán en 2012”. “Era un día de finales de julio especialmente caluroso”, continúa.
Fue en ese momento cuando iniciaría a pie un periplo que le llevaría durante dos años por varios países del norte de África antes de llegar a España, desde Egipto hasta Marruecos. En todo ese tiempo, y con un pasaporte caducado como único documento de identidad, Khalid sobrevivió gracias a su determinación, a la ayuda de “gente buena” que se cruzó en su camino y a su talento para cocinar.
Está convencido de que la gastronomía seguirá siendo su mejor aliado para alcanzar, poco a poco la estabilidad deseada. “La cocina es un lenguaje universal y para mí cocinar es una forma de extender un mensaje de paz al mundo” apunta. Asegura que si sus platos tienen éxito, podrá darse a conocer y trabajar de forma regular en la profesión que siempre ha sentido como su vocación. ¿Su especialidad? “Humus con pollo”. Pero afronta cualquier reto gastronómico con entusiasmo y determinación. Igual que en la vida misma.
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