Driss Mohamed y Abdeselam Ahmed eran amigos, igual que sus dos hijos. Sentados en una de las mesas de la cafetería que regenta el primero, y en la que trabajaba Emin, los dos hombres afrontan con desánimo el momento de volver a revivir, aún más, el recuerdo del día más trágico de sus vidas. “¿Qué cómo es el día a día? Llevo puesta una camisa y unos zapatos de mi hijo”, afirma Driss. Abdeselam intenta bromear: “Cuando cocino aún hago comida también para Pisly. Me lo acabo comiendo yo. Mira cómo me estoy poniendo”, señala dando a entender que ha engordado en este tiempo. Los dos están cansados, pero les hicieron una promesa a sus hijos que están dispuestos a cumplir. “Algunos días mi mujer me mira y me dice, Driss por qué no lo dejáis. Pero yo le respondo que se lo prometimos a ellos. Claro que queremos descansar, pero con justicia”, afirma el padre de Emin, mirando al de Pisly, que lo reafirma.
Otra concentración
Hoy ellos, junto a familiares, amigos y representantes políticos de la oposición, volverán a concentrarse como cada mes frente al Palacio de la Asamblea para pedir justicia. Su principal objetivo con estas protestas es evitar que el caso se olvide. Agradecen al pueblo de Melilla que los siga apoyando, aunque lamentan que ni siquiera hubiera luto oficial tras el fallecimiento.
“Cada vez que nos vemos la conversación es la misma. Cuando se acerca el día 27, es como revivir de nuevo aquellos días. Qué vamos a decir a la prensa, nos preguntamos. Y la mayoría de las veces apenas tenemos nada nuevo que contar”, afirman estos dos melillenses. En sus memorias es imposible borrar los recuerdos, pero además la gente hace que sus hijos estén aún más presentes cada día. Los clientes del bar, los amigos de los jóvenes, los vecinos del barrio. Todos, cada vez que se cruzan por la calle con Abdeselam y Driss tienen la misma pregunta: ¿Sabéis algo nuevo de los niños? La respuesta casi siempre es también idéntica: “Nada”.
Los recuerdos
En las casas de los dos siguen intactas las habitaciones de los muchachos. Driss recuerda la última vez que vio a su hijo. “Me dijo: papá nos vamos a pescar”, rememora. A Abdeselam le viene a la memoria una barbacoa que los dos jóvenes hicieron en casa unos días antes de su fallecimiento. “Les dije que les preparaba las chuletas pero ellos tenían que limpiar. Emin me respondió: No te preocupes tito, que yo me encargo. Parecía que se estaban despidiendo”, lamenta.
Los dos hombres siguen cruzando a Marruecos a menudo. Pero tienen claro que no quieren escuchar a ninguno de sus otros hijos hablar de ir a navegar al país vecino. Tampoco son capaces de ver en la televisión una película en la que haya disparos. “Me gustaban las películas de acción. Ahora tengo que apartar la mirada porque veo a mi hijo”, asegura Driss. “Yo tampoco puedo verlas”, asevera Abdeselam.
Más de una hora de charla. Anécdotas e incluso alguna sonrisa. Palabras para las madres, hermanos, sobrinos, abuelos, que también siguen sufriendo esta pérdida, aunque sean los dos padres los que aparezcan en la prensa. Al levantarse de la mesa para despedirse, los dos tienen claro el final que quieren, como después de cada concentración: “A ver si para la próxima vez ya sabemos lo que ocurrió de verdad y podemos descansar, ellos y nosotros”. Ojalá podamos contarlo.
“El único consuelo que nos queda es que al menos pudimos recuperar sus cuerpos y enterrarlos”. Así lo afirman los padres de Emin y Pisly, que señalan que hay otra gente cuyos hijos han desaparecido y a los que nunca han encontrado. Los dos hombres acuden casi a diario al cementerio a ver a sus hijos. Charlan con ellos, riegan las flores, les cuentan cómo ha ido el día. Al igual que ellos, el resto de familiares. Es el único consuelo que les queda y lo agradecen. Aseguran que la Gendarmería marroquí les trajo los cuerpos y que en el Consulado español en Nador les ayudaron en todo en aquellas primeras horas para que pudieran traerse a sus hijos de vuelta a casa. Otro asunto es lo que ha ido pasando después, esa ausencia de información que les impide cicatrizar una herida que sigue tan abierta como el primer día. En cualquier caso, y a pesar de todo, agradecen haber podido ver a sus hijos y haberles podido dar sepultura. Es un alivio pequeño, pero lo prefieren a la incertidumbre de no haber sabido nunca qué fue de ellos.
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