Durante décadas, hoy 80 años después de este acontecimiento singular, el encuentro mantenido el 23/X/1940 por Adolf Hitler (1889-1945) y Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) en la localidad francesa de Hendaya, junto a la frontera hispanofrancesa, ha sido objeto de los más diversos análisis e interpretaciones.
Si bien, el antifranquismo instrumentalizó la entrevista como una demostración del entendimiento entre ambos dictadores; por otro, el franquismo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945) lo exhibió como una de las grandes consecuciones de Franco, al impedir que España se adentrara en el combate.
Pero, cabría interpelarse ¿qué sucedió realmente en aquel cruce de palabras que se prolongó por unas horas, para poner sobre la mesa el papel que jugaría España de ‘neutralidad’ o de ‘no beligerancia activa’? Sin duda, una prueba controvertida, porque aún estaba por resolverse los planes que habrían de trazarse en esa hipotética línea de cooperación, o si las pretensiones iban encaminadas a la obtención de algún territorio en los que Alemania tenía plena capacidad de resolver.
Con estos antecedentes preliminares, a escasos veintiún kilómetros de San Sebastián, la Historia de España rotularía otro de sus capítulos más elocuentes. Me refiero al círculo en el que se cuestionó la entrada incierta del país en una conflagración sin precedentes. Apenas dieciocho meses de la finalización de la Guerra Civil Española (17-VII-1936/1-IV-1939), Franco tenía interés por aliarse en el lance mundial del lado de las potencias del Eje ‘Roma-Berlín-Tokio’.
Ni mucho menos, el Caudillo había dejado caer en la balanza la ayuda proporcionada por la ‘Legión Cóndor’ alemana y el ‘Cuerpo de Tropas Voluntarias’ italianas, también conocidas como ‘Corpo Truppe Volontarie’, que habían mediado en la victoria contra las fuerzas republicanas, estando tentado a dar el paso porque le supondría mayor protagonismo en la configuración política y social del Viejo Continente.
Al hilo de ceñirme sucintamente en los propósitos de los dos líderes y en las repercusiones posteriores, es preciso hacer un retrato retrospectivo del panorama europeo y de la España del momento.
Primeramente, podría afirmarse que Europa se encontraba en la opacidad, porque Alemania progresaba armamentísticamente, era un estado poderoso y sus alianzas eran inexpugnables. Tan solo cinco años más tarde, el contexto resultaría caótico para los que llevaban la iniciativa, pero las maquinaciones para los nazis eran otras.
Los actores del Eje con Alemania conduciéndolo, parecían imbatibles y nadie vaticinaba lo que sobrevendría. Y es que, la hecatombe de la guerra transfiguró el mapa por completo. Inicialmente, los germanos se sentían fuertes; ya en junio de 1940 tomó París, una superficie clave y un descalabro moral para los Aliados que habían logrado que Francia refrendase un armisticio.
Ya, el 27/IX/1940, intermediarios políticos de Alemania, Italia y Japón rubricaron en Berlín el ‘Pacto Tripartito’ o ‘Pacto del Eje’, un acuerdo que establecía la alianza militar del Imperio de Japón, la Alemania nazi y el Reino de Italia, creando legalmente el Eje.
“Cabría interpelarse ¿qué sucedió realmente en aquel cruce de palabras que se prolongó por unas horas, para poner sobre la mesa el papel que jugaría España de ‘neutralidad’ o de ‘no beligerancia activa’?”
En teoría, todo marchaba con aparente normalidad para Hitler, Benito Amilcare Mussolini (1883-1945) y Hirohito (1901-1989), hasta que en las postrimerías de octubre el ejército germánico cayó en la ‘Batalla de Inglaterra’ (10-VI-1940/31-X-1940), a merced de la Real Fuerza Aérea Británica, por sus siglas, RAF. Entreviendo un golpe imprevisible para Hitler, que precisaba contrarrestar la supremacía de la aviación británica, porque intuía que sus propósitos comenzaban a esfumarse.
Con lo cual, la confluencia de Hitler y Franco se produjo en una coyuntura de inflexión crucial de la guerra. El Führer, en sus cábalas era consciente que una negociación con Franco podía resultarle provechosa para el control de Gibraltar, un enclave primordial en el Mediterráneo, porque representaría un obstáculo para los logros británicos. A pesar de ello, no estaba dispuesto a cualquier cosa para que España se involucrase en el acometimiento.
Y, segundo, contorneando a España, el fallecimiento de José Calvo Sotelo (1893-1936), predispuso la sublevación militar más impactante que haya sucedido en nuestro país en los últimos tiempos. La masacre se dispuso en 1936, cuando un grupo de integrantes militares se crispó ante la malograda tentativa democrática de la II República, que fluctuaba vertiginosamente.
Como es sabido, se desencadenaron fuertes represiones con cientos por miles de muertes, familias destrozadas y el exilio, en los que Franco inoculó e introdujo vínculos con líderes del régimen nazi y del fascismo italiano. Prueba de ello: cuarenta mil soldados, miles de aviones, tanques y artillería alemana, más la ya citada ‘Legión Cóndor’, como fuerza de intervención aérea del III Reich, serían los recursos humanos y materiales empleados para inclinar el triunfo en el frente sublevado.
Una victoria que abrió las puertas a un nuevo régimen, como a una dictadura que atravesó varias fases. España experimentó el desgarro de una época de aislacionismo por su coalición con las naciones vencidas en la Segunda Guerra Mundial; y, como no, el hambre fustigada por la ruina de la Guerra Civil, se erigieron en el caldo de cultivo para que España franquease uno de sus peores momentos.
En este escenario irresoluto, a partir de 1945, Estados Unidos se convirtió en una potencia industrial y militar imponente, y como no podía ser de otra manera, una amplia mayoría de estados occidentales se vieron beneficiados de las ayudas económicas procedentes del ‘Plan Marshall’ o ‘European Recovery Program’.
A diferencia de España, que aún le quedarían veinte interminables años de embotellamiento económico y social, para al menos, vez algo de luz en un túnel inacabable de opresión, abuso y arbitrariedad. Estas serían a groso modo las caras de una misma moneda, Europa y España o España y Europa, con Hitler y Franco frente a frente, en los que pese a las muchas reticencias, en aquel encuentro se signó un documento con opiniones contrastadas.
Reconociendo su predilección por las potencias del Eje, Franco no abandonó su proverbial sensatez a la hora de decantarse por el conflicto y distanciarse de Gran Bretaña y Estados Unidos. No obstante, esta cautela se deshizo inmediatamente, cuando en junio de 1940 las tropas germanas asaltaran Francia.
En este marco, hispanos y germanos iniciaron unos intercambios de pareceres en los que Franco solicitó a Hitler apoyo militar y económico; a la vez, que la retractación de diversas peticiones territoriales.
Sus postulados eran incuestionables: primero, el retorno de Gibraltar, un baluarte que en razón del honor tenía que ser devuelto a España, porque su valor geoestratégico residía en ser el fortín principal para la singladura aliada en el Mediterráneo; segundo, la cesión de Marruecos, Argel y el Orasenado en posesión de la Francia colaboracionista; y tercero, ampliaciones en el Sáhara Español y Guinea Ecuatorial en dirección al río del oro. En tanto, que Hitler se posicionaba en que España desistiera a su actitud de imparcialidad y se intrincara en la guerra.
Para aproximar posturas en las tesis fundamentadas, acordaron verse en la fecha y lugar indicado, en compañía de sus ministros de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer (1901-2003), que consideraba la caída de Inglaterra inminente y Joachim von Ribbentrop (1893-1946). Adelantándome a las divergencias de criterios, la cita no llegó a buen puerto. Me explico: Hitler, valoró como desmedidos los requerimientos de Franco a costa de las colonias francesas y rechazó someterse a un precio tan alto.
Con este talante, el alcance de los enfoques desembocaron en el formulismo de una firma oculta, en la que el Generalísimo se comprometía a entrar en el campo de batalla cuando juzgase pertinente. Toda vez, que Hitler avalaba de forma indeterminada que España se apropiaría de zonas africanas, pero sin definir cuáles.
Una hoja de ruta imaginaria que no se concretó, porque el vaivén gradual en el acontecer de la pugna en favor de los Aliados, ahuyentó definitivamente el ingreso de España en la acción. Poco a poco, Franco intensificó los gestos de simpatía hacia los aliados y en octubre de 1943, digamos que reculó a la ‘no beligerancia’ retornando a una escrupulosa ‘neutralidad’.
En lo que respecta a la reunión en sí, Franco rompió el hielo exteriorizando su agrado por encontrarse personalmente con el Führer, agradeciéndole el refuerzo otorgado en la Guerra Civil. En cambio, la réplica de Hitler se orientó en formular halagos a los españoles que, bajo la dirección del Caudillo, habían competido al comunismo y recalcó el peso de aquella conversación, en circunstancias tan excepcionales en que Francia había sido derrotada.
A partir de ahí, Hitler se embarcó en una divagación sobre el nuevo orden europeo, con el que enfatizó que España obtendría su puesto preferente, pero para ello, era imprescindible que concurriera dinámicamente en la sujeción del Eje. Remarcando el menester de salvaguardar los litorales africanos; pero con el matiz, que para llegar a ellos había que hacerlo por la Península Ibérica.
Pronto, presentó los pro y los contras derivados de los años anteriores que confluyeron en el choque bélico; con cinismo, lo trazó como un hecho indeseado que le exigió afrontarlo sin cortapisas; insistiendo que tras el desplome de los franceses, Inglaterra lo haría rápidamente. Y dado que el dominio de los alemanes estaba cerca, resultaba indispensable que España se valiese de esta envolvente que se le ofrecía para incluirla en el premio del éxito.
Seguidamente, Franco entabló sus primeras palabras reforzando los lazos de amistad entre España y Alemania desde la Guerra Civil, al pie de la letra dijo: “los soldados españoles lucharon junto con los alemanes e italianos y de ahí nació entre nosotros la más estrecha alianza, que seguirá en el futuro porque nadie podrá romperla y con gusto estaríamos luchando ya al lado de Alemania, si no fuera por las dificultades económicas, militares y políticas que el Führer conoce”.
Tras indicar su predisposición por la ‘neutralidad’ a la ‘no beligerancia’, evidenciaba la tendencia por las potencias del Eje; que era el mismo proceder materializado por Italia previamente a irrumpir en el conflicto. Mismamente, reiteró su consonancia con lo abordado por Hitler, fundamentalmente, lo que atañe a Gibraltar y la eficiencia de los bombardeos cómo maniobra de defensa costera; no descartando la disyuntiva de aislar el Canal de Suez y así estrechar la influencia del Mediterráneo.
En el intervalo puntual de su reseña a la Batalla de Inglaterra, en la que declaró que los alemanes últimamente estaban poco activos, Hitler le interceptó para denotarle de manera contundente, que la misma se consumaría con un triunfo germano.
Obviamente, en unos segundos de indecisión, Franco se lanzó en abanderar las reclamaciones españolas sobre el Marruecos francés y Orán. No titubeando a la hora de extenderse ampliamente y haciendo hincapié en los derechos de la demarcación; e incluso, en la praxis en que otros gobiernos españoles, liberales y masones, no estuvieron a la altura de las circunstancias para hacerlos valer, sometiéndose a las voluntades de Francia y operando en contra no ya sólo de los de España, sino de Alemania.
Nuevamente, Hitler reprendió a Franco en el recorrido de su exposición hasta interrumpirlo, quién al día siguiente se vería las caras con el mariscal Philippe Pétain (1856-1951), y no estaba por la labor de aguantar mucho más para complacerlo. Volviendo a instarlo que el tema de fondo se resolvería más adelante.
Finalmente, Franco esbozó el entorno complejo por el que transitaba España, dejándole una pequeña posibilidad de entrar en guerra, siempre y cuando lo abasteciese adecuadamente.
Mientras la retahíla del Caudillo se desgranaba, Hitler conservó cierta curiosidad por la misma, pero conforme avanzaba se ausentó con una conducta no exenta de desatención y descortesía, llegando a bostezar directamente y sin ningún tipo de prejuicios.
Era palpable que Hitler se encontraba en Hendaya para recibir y no para conceder, escondiéndose bajo la manga la política exterior: deseaba infiltrarse por la superficie española para asaltar Gibraltar, pronosticando que lo esencial era coordinar una fuerza común en África contra Inglaterra y no afanarse por disputas territoriales, que llevaría a los británicos a apoderarse del Norte, favorecidos por la Francia de Charles André Joseph De Gaulle (1890-1970).
Por lo tanto, la explicación de Franco le desavenía con la Francia de Pétain; de ahí, que a Hitler aquello le pareciese carente de sentido.
En un santiamén, ordenó a Ribbentrop que le facilitara a los españoles un documento borrador, con la finalidad que fuese analizado. Con este expresivo movimiento poco antes de las 18:05 horas, desde las 15:40, Hitler se incorporó del coche salón del tren oficial ‘Erika’ que le transportó desde París y daba por concluido el conclave, por denominarlo de algún modo.
“Como no podía ser menos, la oposición de España de no involucrarse en la guerra haría que sobrevolasen falsos fantasmas: Hitler, presupuso ponderadamente ocupar la Península Ibérica en su enrocamiento por Gibraltar”
En el instante en que la comitiva española dejó el recinto para encaminarse a su tren, Luís Álvarez de Estrada y Luque, Barón de las Torres que casualmente salió el último, pudo oír como Hitler expresaba con voz desdeñosa a Ribbentrop: “Mit diesen kerlen kann man nichtsmachen”, o lo que es lo mismo, “con estos sujetos no se puede hacer nada”. Al despedirse Franco que estaba algo tenso por el carácter notado en Hitler, destacó su afecto por el Führer haciéndolo campechanamente al estilo español.
De pie, sujetó con sus dos manos las que le extendió Hitler y le subrayó: “A pesar de cuanto he dicho, si llegara un día en que Alemania de verdad me necesitara, me tendría incondicionalmente a su lado y sin ninguna exigencia”.
En consecuencia, mucho se ha debatido si la Dirección de Franco acertó con no estar envuelta en la conflagración. A ciencia cierta, la realidad en la que España quedó sumida tras la Guerra Civil, no era la más propicia para desafiar un esfuerzo de tales proporciones, como conjeturaba incrustarse en la Segunda Guerra Mundial. El país desasía lamentos en todos sus sentidos, quebrado socialmente y con las infraestructuras devastadas prestas a su recuperación.
El laberinto del bando republicano y del bando sublevado trajo consigo el 1,5% de pérdidas humanas. Serrano Suñer, político y abogado de extrema derecha, manifestó que el hambre era lo que acorraló a Franco a no unirse en la contienda: “Si España hubiera obtenido de Alemania lo necesario, no para engrosar sus reservas, sino para la supervivencia cotidiana, España ya estaría en la guerra al lado del Eje”.
Un espectro verdaderamente decadente con una España íntegramente desgarrada por los años del abismo belicoso, en lo que menos le condicionaba era engullirse en otro conflicto de dimensiones inciertas.
Conjuntamente, el devenir de los acontecimientos se encaprichó que el bando que por etapas dominaba, concluyentemente acabase fracasando. Lo que en la práctica entrañó un desafío en toda regla para la estabilidad política del Caudillo, si éste se hubiera aventurado por reintegrarse en el Eje.
Por ende, Hendaya no encarnó el fin de los acuerdos entre Alemania y España con relación a la Segunda Guerra Mundial: por activa y por pasiva, el Führer en su rivalidad particular por doblegar a los británicos, presionaba a Franco para convertir Gibraltar en una base alemana y tras consumarse la guerra, devolverle el territorio; pero, para ello, España debía embarcarse de lleno en el fango del horror.
Sus reivindicaciones apenas valieron. La lógica subyace en el delicado horizonte de pobreza y hambruna que deambulaba por cualesquiera de los rincones de la geografía española; pendíamos de los recursos alimenticios suministrados por Gran Bretaña, a cambio de perseverar en la neutralidad.
Algo, a lo que indudablemente Franco no podía prescindir.
Y como no podía ser menos, la oposición de España haría que sobrevolasen falsos fantasmas: Hitler, presupuso ponderadamente ocupar la Península Ibérica en su enrocamiento por Gibraltar. Quién mejor constata esta percepción es la carta escrita por el propio Hitler a Mussolini reflejando su descontento: “Me temo que Franco está cometiendo el mayor error de su vida. El hecho de que no tengamos Gibraltar es un serio golpe”.
En conclusión, para Hitler, Franco era únicamente una pieza de ajedrez en el tablero internacional. No era seguidor de proporcionar a España la Administración de Marruecos, que por entonces recaía en la Francia de Vichy o régimen de Vichy, formalmente conocido, valga la redundancia, como el régimen político y estado títere establecido por Pétain, en parte de la zona franca y en el conjunto de sus colonias.
Era un secreto a voces que Hitler confiaba más en su aliado Pétain, porque en la complicidad pasaba por compatibilizar la conexión con ambos mandatarios. Barajando una expansión por el Este, pero le faltaba Gibraltar y una de las Islas Canarias donde posicionar su armada en el Atlántico.
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