La organización militar y los medios a utilizar, como los procedimientos y las tácticas; o las destrezas y las fórmulas a emplear; e incluso, la peculiaridad de los conflictos donde interponerse; todo ello puede permutar, pero la esencia humana y el espíritu del Soldado, continuarán subsistiendo incólumes en lo esencial.
Este pensamiento merodearía en la mente de su promotor, el Teniente Coronel don José Millán-Astray y Terreros (1879-1954); mientras, adquiría forma su deseo de forjar un cuerpo que protagonizara un cambio de paradigma. Algo así, como una fuerza militar aglutinante que revolucionara la tendencia desalentadora, en la que estaba sumido nuestro Ejército en el Protectorado de Marruecos.
Sin ir más lejos, permitiendo que otros se concentraran en los matices organizativos, para nada desdeñables, Millán-Astray puso ahínco en lo inherente, o lo que es lo mismo, en la determinación de las conductas individuales y colectivas que habrían de conducir a sus legionarios al espíritu de cuerpo.
Para ello, puso en escena unas pocas expresiones, digamos llanas y efectivas, irreprochables en su decisión y vibrantes por su visible sensibilidad: el ‘Credo Legionario’. Con la divulgación en su libro “La Legión en 1923”, además, de la ilustración en una carta del denominado ‘Camino de los Caballeros’ a un futuro oficial que aspiraba incorporarse a ella y su testamento, desvelarían las líneas maestras de lo inextinguible que inmunizó en el ADN de su Legión, con la firme voluntad de ser la avanzadilla, sea cual fuere el precio puesto en ello. Y el carácter de la Legión se afianzó, estableciéndose como una fuerza de avance colosal al servicio de la seguridad de España y del bienestar de los españoles, retratada con ellos y presta a recibir su reconocimiento y estima. Un ímpetu con corazón inconformista y minucioso que quiere arraigarse y ofrecer alternativas a los muchos desafíos que, por entonces, se le demandan.
“No podría concebirse la personalidad de nuestros Ejércitos, sin entender el talento y clarividencia de su fundador, Millán-Astray, que intensamente amó a España y fue un visionario preferente en la organización y hechura de la milicia, cuyo cuerpo militar estaba concebido a su imagen y semejanza
Pero, por encima de todo, Millán-Astray no perseguía un dinamismo exclusivo para recomponer las dificultades habidas en Marruecos; más bien, ambicionaba que su proyecto cuajase como una fuerza a la vanguardia e innovadora, aglutinada por profesionales derivados de la Legión.
Con estos mimbres, mucho se ha escrito en el ‘Centenario de la Legión’, recapitulando los hechos acontecidos en este siglo de grandeza. La historia hay que descomponerla en su justa medida para ahondar en lo sucedido, y como tal, esta Gloriosa Unidad lo hace rindiendo honores a los que nos precedieron en una demostración de aprecio a sus más próximos, sirviendo de ejemplo y estímulo por lo que hemos de asumir, si ello fuera preciso.
Su sacrificio incalculable, ni mucho menos ha quedado en el olvido, induciéndonos a obrar en el presente y proyectar hacia el futuro. Esa es nada más y nada menos, que la idiosincrasia de la Legión.
En su Aniversario Fundacional, la Familia Legionaria, sucesora de los Tercios, ha conquistado el respeto de los Ejércitos Extranjeros y la generosidad del Pueblo Español; pero, sobre todo, de quienes han experimentado en sus carnes su buen hacer profesional e intachable calidad humana.
Como una de tantas virtudes que impregnan al Legionario en particular y al Soldado español en general, jamás ha descuidado su humanidad, ni tan siquiera en las circunstancias más comprometidas. Porque, pertenecer a la Legión, no se concibe de otra manera.
Su Credo, inexcusablemente es eso, un ideario en mayúsculas y base espiritual que hay que asimilarlo. Sin la certeza, que eres o no eres, un leal legionario, la Legión no tendría sentido.
Sería Millán-Astray el encargado de poner en movimiento todo un engranaje para los legionarios, ante los rigurosísimos contextos fluctuantes que en las postrimerías de la Guerra del Rif (8-VI-1911/27-V-1927) les aguardaba. Gradualmente y con el acontecer de los tiempos, se desmenuzaría su transformación, confluencias y motivaciones de este cuerpo de élite.
Simultáneamente, para implantar un alma de esta índole y con el arrojo por bandera, el aguerrido de Filipinas articuló un código deontológico con doce normas de comportamiento, cuyo objetivo pretendía la homogenización de pertenencia al grupo. Enfatizando que el Legionario fuese única y exclusivamente eso: un hombre vigoroso y con un enfoque circunspecto del mundo, resuelto en el campo de batalla y al servicio de la Patria.
En un excepcional proceso de aculturación, el brío del Tercio de Extranjeros se infundió en el bushido, las máximas de los samuráis que anticipaban los valores como la lealtad, la rectitud o el honor. Millán-Astray incidió en el misticismo de la muerte para contagiar de bravura a sus más incondicionales. Su lema confirma esta concepción: ‘Legionarios, a luchar; Legionarios, a morir’.
La elocuencia en la retórica componía un lenguaje religioso, con una mordacidad ideológica que fortalecía el andamiaje grupal e intimidaba al adversario. Lo expuesto es ostensible, en las reseñas al bautismo de fuego o en la abnegación de sí mismos por un bien mayor. Fijémonos en el pasado, con los célebres trechos concurridos por el Imperio Español, hallando un espejo en el que contrastar su espíritu: los Tercios de Flandes y los Conquistadores de América, ambos conocidos por su rudeza, rigor y sobriedad. De ahí, la denominación primitiva de la Legión.
Así, las heroicidades de la ‘Vieja Infantería Española’, se pasearon invencibles por los derroteros de la humanidad. Una vinculación irrefutable que no quedaría al margen en la interiorización personal de Millán-Astray, infundiendo la teoría hasta incrustarla en la práctica con el ‘esprit de corps’, como conciencia de grupo y moral, abanderado con los sentimientos propios del honor y el orgullo, compartidos por ideales y logros de un colectivo afín: la Legión.
Por lo tanto, en sus prolegómenos, el Tercio de Extranjeros es armonizado en tres Banderas, proporcionadas cada una a un Batallón. Cada Bandera, valga la redundancia, es acomodada por dos Compañías de fusileros-granaderos y una Compañía de ametralladoras; y otra de depósito e instrucción. Su configuración y empleo táctico corresponde al de Tropas de primerísima línea y de fuerza para cualquier tipo de servidumbre en tiempo de paz y de guerra.
Sobraría decir, que el aliento impertérrito que lleva a Millán-Astray en volandas, le hace vislumbrar que la Legión está predestinada a ser un torbellino de combate poderoso, hasta irradiar en sus hombres la praxis de estar preparados a morir.
Precisamente, es aquí donde subyace la consecución de este complejo designio y en el que reside la fama de Millán-Astray, como hilo conductor y vaso comunicante de sus legionarios: señas de identidad que bajo un mismo uniforme y bandera, los trasiega a aceptar episodios temerarios que nadie de ningún modo admitiría.
Y es que, con una España que no transitaba por sus mejores momentos y el lastre de los conflictos de Ultramar, Millán-Astray, mortificado por la enorme brecha de jóvenes españoles que caían en las diversas hostilidades; sin soslayarse, que eran las clases más humildes de la sociedad quienes debían remitir a sus hijos a la guerra, tomó el máximo empeño en organizar un cuerpo de soldados profesionales. Sucintamente, en el año 1920, la disposición y entramado del Ejército, fecha indeleble con la Fundación de la Legión, cabría calificarlo de aciago.
Era un grito a voces que la ciudadanía estaba extenuada por las campañas bélicas, rondando el hartazgo e impugnación hacia ellas; mientras, la cúpula militar paulatinamente se imponía.
A ello hay que añadir, que con apenas tiempo en la milicia, la senda discurrida de Millán-Astray a su paso por la Academia de Infantería sería reducidísima. La causante, la Guerra de Cuba (24-II-1895/10-XII-1898), que sin tregua, engullía a los oficiales; lo que obligó al Gobierno por R. O. de 10/VI/1895 a instaurar una metodología de enseñanza simplificada, que despachaba a los cadetes con destino a las diferentes unidades lo antes posible.
Con diecisiete años de edad y como oficial, a petición propia, Millán-Astray se encaminó a la Guerra de Filipinas (1896-1898), contribuyendo en numerosos acometimientos en los que se dispuso el uso de la bayoneta en el lance cuerpo a cuerpo, sobresaliendo por su valentía. Ello le haría merecedor de su primera condecoración con la ‘Gran Cruz de María Cristina’; distinción, que por entonces, se concedía al valor consagrado en acciones de guerra.
Esa formación integral prematura, pero indispensable, caracterizaría su semblanza en la Carrera de las Armas, hasta el punto, de comprometerlo con fervor e inclinación entusiasta en los rasgos militares. Despuntándose sus divagaciones cada vez más consolidadas, sobre una cuestión que iba más allá de la audacia: un patrón del heroísmo que acababa siendo inmanente al martirio.
El buen soldado no debía meramente estar presto a exponer la vida, sino también, a estrecharse en la muerte como satisfacción deseada. Él mismo comentaba: ”nada hay más hermoso que morir con honor”. Incuestionablemente, aquello había influido en su vivencia de Filipinas y en la inmediación con Japón.
Un Imperio volcado en el florecimiento y desarrollo, cuyos valores marciales japoneses atrajeron a Millán-Astray.
Otra materia de calado que le afianzaría en sus empeños castrenses, es la prueba de sus dotes letrados, al obtener el Diploma de Estado Mayor y formar parte de dicho Cuerpo. Estos son los denominados al Mando Superior del Ejército, para lo que sin duda, era necesario acreditar ciertas aptitudes y habilidades que no todos, por no decir, pocos, poseían.
Como describe literalmente y al pie de la letra el General Carlos de Silva en su obra publicada en 1956 por AHR y titulada “General Millán-Astray. El Legionario”: “El joven Teniente demuestra ya desde aquellos lejanos días su duro y disciplinado carácter: inflexible en el cumplimiento de las ordenanzas; nadie tan riguroso en los servicios cuarteleros, en las formalidades de las paradas, mirando y revisando el arma, el equipo y la uniformidad”.
“Es implacable con las manchas o cualquier muestra de óxido en las armas. Un fanático de la limpieza. Su propia vestimenta se ajusta a la perfección al reglamento: la tirilla del cuello asoma los cuatro milímetros reglamentarios, el barboquejo se ajusta a la perfección al mentón, mientras que la visera del ros tapa la ceja izquierda y deja descubierta la derecha, tal como prescribe la ordenanza”.
“En su compañía sus hombres cumplen con rigor todos los preceptos y pautas de la vida militar que señala el reglamento. El 2º Teniente Millán-Astray es un ordenancista estricto y lo será hasta su muerte”.
Si preliminarmente referí que la historia es conveniente profundizarla en su orden cronológico para que emerjan las debilidades y fortalezas de lo acaecido, de la misma manera, merecen ser constatadas algunas de las vicisitudes que en esta coyuntura incidieron en el protagonista de este texto. Me explico: durante su estancia en la Legión Extranjera, Millán-Astray, sufrió cuatro heridas de consideración que mutilaron algunas partes de su cuerpo considerablemente erosionado y, que en ocasiones, le llevaron al borde de la muerte.
Primero, en el marco de la Guerra de África, remontándonos a la jornada del 17/IX/1921 en el ‘barranco de Amadí’, Millán-Astray, es malherido en el pecho cuando daba las consignas oportunas para la ocupación de las ‘lomas las Tetas’ de Nador.
Por esta actuación, Su Majestad el Rey Alfonso XIII (1886-1931) tuvo a bien felicitarlo y distinguirlo con el distintivo de ‘Gentilhombre de Cámara’. Si bien, en 1927, en base a los méritos acumulados, el monarca nuevamente lo resaltaría con el nombramiento de Coronel ‘Honorario del Tercio’.
Segundo, el 10/I/1922, inmediatamente a la ofensiva de ‘Draa el-Asef’, Millán-Astray se sitúa para la protección del blocao ‘Gómez Arteche’. Posteriormente, en el relevo con el Teniente Coronel don Santiago Gonzales Tablas y García-Herreros (1879-1922) y en el intervalo del repliegue, es dañado gravemente en una pierna.
Tercero, el 26/X/1924, ostentando el empleo de Coronel al que había ascendido por méritos de guerra, en la acción dirigida al ‘Fondak de Ain Yedida’, con el objeto de tomar el mando de la ‘columna R´gaiga’, en su desplazamiento se topa con la carretera intransitable por el hostigamiento enemigo.
Vicisitud que le induce a acercarse a la primera línea de fuego para alentar a los soldados del Batallón de Burgos. Lugar en el que recibe una descarga que le desgarra el brazo izquierdo. Apresuradamente, es evacuado para ser auxiliado en condiciones inimaginables. Finalmente, ante la premura de la gangrena, el segundo segmento del miembro superior le es amputado.
“En su centenario y consciente del fin último para lo que la Legión se concibió, su aportación magistral en ese día a día, nos insufla a no perder de vista los valores tradicionales que le son intrínsecos, inspirados ineludiblemente en el amor a la Patria, el honor, la disciplina y el valor”
Y, cuarto, el 4/III/1926, hallándose al mando de una columna, Millán-Astray hubo de trabar una férrea contienda hasta lograr hacerse con ‘Loma Redonda’ y, a la postre, dar la orden de fortificarla. En la visita que habría de ejecutar para inspeccionar las posiciones, de golpe, se encuentra con un disparo en el rostro con tal infortunio, que le destroza el ojo derecho y le provoca múltiples desgarros en el maxilar y la mejilla izquierda.
Más adelante, el 18/VI/1927, Millán-Astray asciende a General de Brigada y, por consiguiente, habría de pasar a otras manos el testigo de la Legión. En ese instante se fusionaron emociones de regocijo por el empleo alcanzado; pero, asimismo, profundo pesar por la despedida imperecedera de sus queridos legionarios con los que había compartido momentos memorables.
Ya, en nuestros días y tras franquear un período de modernización, la Legión ha tomado otro rumbo, atesorando un inmenso legado humanitario, pero sin renunciar para nada a lo característico que le precede. Desenmascarándose el frontispicio de esas Damas y Caballeros Legionarios, hoy sublimados en el deber apremiante de ser los constructores de la paz y el baluarte de la seguridad, por el bien de todos.
Para ello, desde 1992, la Legión, ha participado con celo en misiones en el exterior como las guerras de los ‘Balcanes’, ‘Irak’ o ‘Afganistán’ y años más tarde, regresando al continente africano, cuna de su génesis, para avalar la estabilidad en naciones como el Congo o Malí.
Como es sabido, las Fuerzas Armadas de España y en este caso la Legión, además de constituirse en el activo fundamental de la defensa, ayudan a salvaguardar la legalidad internacional y el progreso, preservando los deberes y derechos contenidos en la Constitución. Gratitud y reconocimiento para los hombres y mujeres que han servido en el exterior con entereza, ofreciendo lo mejor de sí y donando el don más preciado: la vida; recordando necesariamente a cuántos nombres propios han regado con su sangre tantísimas tierras extrañas, para que reine la paz y despunte la libertad.
Si a la lectura de este pasaje se desprende, que hay una especial preferencia por anticipar el encuentro con la ‘Leal Compañera’, esta es la muerte, debe interpretarse con un talante definido. Porque, decir que no se le teme es inconsecuente, y como irremediablemente ésta comparecerá, el Legionario pide morir como dignamente ha elegido: contemplándola de frente y sin titubeos.
En consecuencia, no podría concebirse la personalidad de nuestros Ejércitos, sin entender el talento y clarividencia de su fundador, Millán-Astray, que intensamente amó a España y fue un visionario preferente en la organización y hechura de la milicia, cuyo cuerpo militar estaba concebido a su imagen y semejanza.
Imprimiendo una naturaleza inconfundible y proporcionándole un código de honor, comportamiento, moral y compromiso, para apuntalar unos parámetros en las obligaciones y asentar los límites de las actuaciones honorables de las deshonestas, y así desechar posibles daños colaterales.
En su centenario y consciente del fin último para lo que la Legión se concibió, su aportación magistral en ese día a día, es el mejor homenaje a todos los hombres y mujeres que en este siglo se entregaron para mayor gloria de España. Insuflándonos a no perder de vista los valores tradicionales que le son intrínsecos, inspirados ineludiblemente en el amor a la Patria, el honor, la disciplina y el valor.
¡Esa es la Legión!
Su Credo, es una ciencia misteriosa con un estilo extraordinario de comprender las constantes vitales de la vida, entrañando servicio inagotable, sacrificio decidido y dispuesto y una cierta dosis de sana arrogancia, engendrada en el alarde de sentirse los más comprometidos con lo que verdaderamente encarna España y los españoles.
Una recompensa que abarca el agradecimiento infinito a los ciudadanos de pleno derecho, que con su respaldo y amistad, estimularon a los Legionarios a hazañas inmortales.
Con lo cual, la Legión del siglo XXI, es una realidad forjada en su dedicación diaria, distinguiendo con pasión y esperanza todo un mañana que es de todos.
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