Siempre ha estado ahí y forma parte del recuerdo de muchos, la churrería de El Mantelete está abierta desde 1955 y desde entonces no ha cesado de marcar la diferencia.
Su secreto, según cuenta Ali Mohamed, dueño actual, es mantener la receta con la que empezó su abuelo en los años 50. Sentado junto a la cocina a la espera de que algún cliente pida churros, explica a El Faro que, a diferencia de la mayoría de las churrerías, la elaboración de la levadura es casera, usando masa madre.
Este detalle es lo que hace que los churros no absorban tanto aceite y no sienten mal al estómago. Esta levadura casera “es también la que le da el sabor rico a los churros”. Así pues, este es “el ingrediente estrella”.
Ali Mohamed añade que, la maquinaria moderna que hay ahora para hacer churros es cierto que resta esfuerzo a la hora de trabajar, pero asegura que pensando en la clientela no sale rentable: en El Mantelete pueden hacer el tamaño de churros que cada persona prefiera, finos o gordos.
El espacio de esta churrería son cuatro paredes colocadas de forma rectangular con unos 100 metros cuadrados y cuya puerta principal mira a la plaza de las Culturas. Normalmente, la gente se sienta en las mesas de la terraza, bajo el frondoso árbol que hay colindante.
El interior suele estar menos frecuentado, pues el clima de Melilla suele invitar a sentarse afuera. Dentro, nada más entrar, está el bar con toda la maquinaria necesaria para hacer el té, muy conocido entre los melillenses también; el chocolate, las tostadas, etc.
Luego, hay más mesas y sillas y al fondo, en un lateral, están colocadas todas las materias primas a modo de despensa junto a la pared y al lado, está la entrada a la cocina.
Mohamed señala que, tal y como le prometieron, deberían estar en el local donde se encuentra ahora mismo La Taberna Andaluza. La familia comenzó con el negocio en la época en la que en la plaza de las Culturas estaba la estación de autobuses desde donde los melillenses podían ir a distintas ciudades de Marruecos: Tánger, Casablanca, Alhucemas, etc.
El abuelo y el padre de Mohamed trabajaban en la cafetería El Africano, situada en el barrio del Mantelete y propiedad de Abdelkader ‘El Hierbabuena’, padre del anterior delegado del Gobierno, Abdelmalik El Barkani. En el año 1951 se inauguró la estación de autobuses y en el 1955 se quedó un local de la zona vacío y lo cogieron para montar la churrería que ha durado hasta ahora.
Cuando remodelaron la zona para erigir lo que es actualmente la plaza de las Culturas, acordaron en un contrato con Emvismesa reubicar la churrería donde está ahora mismo durante un año y que después le darían el local donde está La Taberna Andaluza.
“Estábamos en la estación de autobuses y luego, cuando salió el proyecto para lo que hoy conocemos como plaza de las Culturas, nos realojaron provisionalmente aquí con la promesa de que íbamos a estar un año porque nosotros tenemos un contrato con Emvismesa en el que la Ciudad Autónoma, a través de la Consejería de Fomento, se comprometía a vendernos el local número 5, que hoy día tiene la Taberna Andaluza”.
Así pues, llevan más de 20 años intentando hacer que esa promesa, recogida en un contrato, se haga realidad. Con desolación relata que todo este tiempo lo han estado enviando de un sitio a otro sin encontrar solución alguna. Ali Mohamed recalca que el propietario de ese momento de la Taberna estaba en el edificio Monumental, por lo que no tenía nada que ver con los que estaban en la estación de autobuses.
Además, él eligió la cocina del local, la puerta y otros elementos los eligieron ellos. “Al final no sé qué ha pasado”.
Asegura que en la subasta que se hizo pública en el Boletín Oficial de Melilla ponía que el local iba a ser destinado a mesón con o sin comida, sin embargo, cuando fueron a presentarse, les dijeron que tenía que ser con comida.
La legislatura anterior dice que recuperó un poco la esperanza, pero que le propusieron una pérgola con cinco metros para la cocina y otros cinco para el bar sin tener en cuenta las necesidades que tiene la churrería. De todas formas, el proyecto se quedó en el cajón.
Ali Mohamed subraya que, según la Asociación de Estudios Melillenses, la churrería está catalogada como un Bien de Interés Cultural de Melilla. De los comerciantes de toda la vida, “quedan cuatro gatos”, dice.
El Mantelete es un símbolo de la resistencia al paso de las estaciones y de los tiempos modernos, de una Melilla que solo queda en el recuerdo de los melillenses mayores y de la Melilla que se construye cada día. Este local lleva más años en la ciudad que muchos de nosotros, de los políticos que nos gobiernan, y esta familia solo pide que se les dé lo que les prometieron.
La churrería de El Mantelete en Melilla es una parada obligatoria para muchos visitantes y uno de los pocos comercios de toda la vida que quedan en la ciudad. Sin embargo, el lugar en el que se encuentra iba a ser provisional al construirse la plaza de las Culturas y llevan ahí 20 años.
No hacen reformas, explica Ali Mohamed, el dueño, porque lo que realmente quieren es irse al local que les prometieron hace dos décadas en la plaza de las Culturas.
“Tenemos problemas con el techo, las filtraciones de agua, las arquetas… Esto se hizo para estar un año y llevamos 20. Tenemos problemas por todos lados”. Cuando llueve hay filtraciones en el techo, que consiste en chapas metálicas colocadas de forma piramidal. Señala la zona por donde entran, la cual se ve deteriorada y enrobinada por el agua. En los cuartos de baño, que están pegados por la parte de afuera, como el techo es bajo, explica que hay menores extranjeros se subían. Entonces, eso provoca que del peso, “se destroce el techo”. En el interior de los baños, también se pueden ver grietas de la estructura. “Esto se va a caer”, dice.
En el techo que es más grande, el que tiene forma piramidal, hubo un señor durmiendo allí con colchón incluido. Fue un vecino el que avisó y Mohamed llamó a la Policía. Cuando vino, ésta le invitó por favor a que se fuera. “Eso lo podría haber hecho yo”, dice con una mezcla de ironía y resignación. Tampoco tienen un lugar para almacenar los productos que necesitan para desempeñar su labor y los tienen junto a una pared.
Con la arqueta asegura que también tiene problemas regularmente. “Es raro el mes que no tenga que avisar a Valoriza para que vengan, si no pierde por un lado pierde por otro, parece que estamos en una ciudad bananera. Apunta a que la instalación “se hizo de aquella manera”.
“Estamos aquí de aquella manera” y señala que cada vez que habla con políticos, estos aseguran que les van a ayudar y al final siguen en la misma situación.
Además, la parte trasera del local da a una muralla antigua y hay un pasillo entre las dos paredes. Ali Mohamed explica que hay gente que ha llegado incluso a construir chabolas. En un vistazo, se puede ver que este pasillo está lleno de botellas, latas y otro tipo de basura. Además, supieron que todo lo que algunos individuos robaban, lo guardaban ahí; la Policía científica fue al lugar para recoger huellas y encontraron bolsos y todo tipo de objetos.
Critica también que la explanada que hay junto al local se ha convertido “en un urinario público” y que por más que los operarios de la limpieza dejen limpio el lugar, enseguida vuelve a llenarse de orín. Explica que “en verano no se puede estar” de los olores que hay, que llegan a la terraza. “Esto es el cuento de nunca acabar”.
“Son los típicos churros de siempre, de toda la vida”, explican Rosa y Francisco mientras mojan los churros en el té en El Mantelete. “Cuando salíamos del instituto íbamos a tomarnos unos churritos, cuando daban vacaciones o en las celebraciones”, dice Rosa sonriendo mientras recuerda que antes estaba el local en la antigua estación de autobuses.
Por su lado, Francisco quiere hacer hincapié en que este tipo de churros solo se hacen en este sitio y en la feria. “Melilla era distinta, era más humanitaria, ahora va todo el mundo a su aire. Entonces, El Mantelete ponía su puesto y todas las tardes nos reuníamos”.
Desde que se fundó el negocio en 1995, son numerosas las generaciones que han probado estos churros tan especiales. Mina e Ilies son la hija y el sobrino del actual dueño, Ali Mohamed, quien a su vez, heredó el negocio de su padre y de su abuelo.
“Estamos mal, la hostelería ha bajado un montón: antes había más trabajo, nos hacía falta más personal, pero ahora hay veces que nos pasamos todo el día sentados y apenas hay trabajo”, dice con voz clara Mina. Recuerda que de pequeña siempre iba a comer churros con chocolate y desde hace más de tres años está trabajando con su padre.
“En Melilla, las oportunidades son muy escasas, apenas hay trabajo y no hay posibilidades para los jóvenes. A no ser que tengas contacto o enchufe, no hay nada”, asegura ella.
Por su lado, Ilies estaba trabajando en la construcción, pero hace un año y medio la empresa con la que estaba se fue y su tío lo llamó para trabajar. “Dentro de lo que cabe, estamos bien, pero no es lo mismo de antes”, dice Ilies.
Mina añade que es gracias a los clientes fijos que vienen todos los días. Ilies apunta que la mayoría “son veteranos”.
El domingo es el día fuerte de ventas. “Los clientes vienen por los churros y por el té”, asegura Ilies recalcando que hay gente que prefiere tomarse el té ahí que en su casa.
Los dos esperan que les den un sitio mejor, pues ese de ahí lo puso la Ciudad Autónoma como solución temporal mientras se hacía la plaza de las Culturas. Mina recuerda desde pequeña toda la lucha que ha llevado su padre adelante, teniendo incluso que acudir a los juzgados.
Ilies espera que, al menos, cuando su prima tome las riendas del negocio, les den un sitio mejor que en el que están. “Nos gustaría un cambio”, recalca Mina, “pues aunque queramos arreglar este sitio es como tirar el dinero porque en cualquier momento nos pueden decir que nos vayamos”. Ella subraya que renovaría todo, pero “no se puede ahora mismo” sin una respuesta de la Administración. Añade que los días de temporal “se pasa mal” e Ilies remarca que su tío también sufre en la cocina los días que hace calor. Mina se pregunta qué es lo que pueden hacer. “Por más que intentemos cambiar de gobierno, o son peores o son iguales, que prometen mucho cambio pero una vez dentro, ninguno”.
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