Las gambas, los langostinos, las cigalas y el resto de mariscos son siempre protagonistas de las comidas que se celebran a lo largo de estas fiestas. Nunca suelen faltar en nuestros menús de Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Año Nuevo, siendo para muchos un auténtico placer chupar el coral de sus cabezas. Pero, ¡ojo!, que puede resultar perjudicial para la salud.
Y es que estos alimentos destacan por su riqueza en vitaminas B3, B12, D, E y K en el caso de las gambas, así como por su contenido de ácidos grasos Omega y nutrientes como el yodo, fósforo, selenio, calcio, magnesio, zinc y en cuanto a los langostinos por las vitaminas B12 y B3.
A pesar de que presentan un alto valor nutricional y proteico, es importante señalar que su contenido de colesterol es elevado. Por lo tanto, médicos y especialistas recomiendan un consumo ocasional de estos productos.
Al mismo tiempo, se aconseja evitar en la medida de lo posible consumir el contenido de las cabezas de las gambas y langostinos. La razón de esta recomendación radica en el contenido de cadmio que puede estar presente en esta parte de los mencionados crustáceos.
Aunque el riesgo es relativamente bajo, también hay quien desaconseja utilizar las sobras para preparar caldos, ya que esto podría implicar exposición a este metal, aunque hay otros que lo consideran un mito.
Cabe destacar que en un principio no pasa nada por chupar las cabezas de las gambas de manera esporádica, pero sí recalcar que se desaconseja que sea rutina en el caso de los consumidores frecuentes.
La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) emitió una advertencia al respecto con la que sentó cátedra: "Se sugiere limitar, en la medida de lo posible, el consumo de la carne oscura de los crustáceos, localizada en la cabeza, con el objetivo de reducir la exposición al cadmio. Este metal se acumula principalmente en el hepatopáncreas, que forma parte del sistema digestivo de los crustáceos y se encuentra en la cabeza".
En relación con el cadmio, se trata de un metal pesado presente de forma natural en el medio ambiente, asociado a minerales de zinc, cobre o plomo. Su liberación al entorno se ve aumentada por la actividad humana debido a sus diversas aplicaciones industriales.
Las autoridades alimentarias advierten de que el cadmio es "tóxico para el riñón", pudiendo causar disfunción renal y desmineralización de los huesos, directa o indirectamente como resultado de la disfunción renal.
De acuerdo con la Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades, la ingesta de alimentos o el consumo de agua con niveles de cadmio muy altos puede provocar irritación grave del estómago, vómitos y diarrea, llegando incluso a situaciones extremas como la muerte.
En casos de niveles más bajos durante períodos prolongados, se puede producir acumulación en los riñones, con el consiguiente riesgo de daño renal y fragilidad ósea, aumentando la probabilidad de fracturas.
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