Familias sirias y grupos de amigos malienses han montado cerca de 15 chabolas frente al CETI l En ellas pasan el día, pero siguen durmiendo en el centro.
En invierno los sirios solían sacar sus mantas y sentarse al sol con la familia frente al CETI, junto a la valla del campo de golf, pero con la subida de temperaturas han optado por construir alrededor de 15 chabolas rudimentarias que utilizan sólo para pasar el día tranquilos, preparar algún té o calentar una salsa de tomate. A la hora de dormir, regresan al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, que después del último asalto a la valla cuenta con más de 1.900 residentes.
Abla Ramadan es una de las matriarcas sirias que pasa el día, a la sombra, en su chabola frente al CETI. Allí aprovecha para conversar con su hija Najmeh Alfahl, que llegó a Melilla hace apenas 25 días y desde entonces está bajo la tutela de la Ciudad Autónoma, en el centro de acogida de menores La Purísima. ¿Cuándo volveré con mi madre? pregunta la niña.
Tanto a ella como a Abla les han practicado el test de ADN para probar el parentesco que les une, pero la niña preferiría dormir con su madre en el CETI. “Sólo estoy con ella hasta las siete de la tarde. A esa hora tiene que regresar a La Purísima”, comenta la madre.
En la misma situación de Najmeh están otros veinte niños sirios que han entrado solos a Melilla hace casi un mes y que la Consejería de Bienestar Social mantiene separados de sus padres a la espera de que lleguen los informes que ha solicitado al CETI, a la Comisaría y a La Purísima. En ellos, los tres organismos deben certificar que existe algún tipo de relación, incluso afectiva, que justifique que les apliquen el nuevo protocolo de la Fiscalía de Menores que permite que padres e hijos vivan juntos en el CETI hasta que lleguen los resultados de las pruebas de ADN. Las familias se comprometen a no salir de Melilla.
En cualquier caso, eso es algo que Abla no tiene intención de hacer. Aunque ya tiene en Melilla a sus cuatro hijos pequeños, le quedan los dos mayores, de 14 y 21 años, en Nador y la mujer tiene intención de esperarlos en la ciudad.
Así, esperando, Abla lleva ya 45 días. Antes de entrar en Melilla vivió durante año y medio en Argelia. Allí decidió establecerse con la familia después de huir de los bombardeos de la ciudad siria de Homs y pasar por los campamentos de refugiados del Líbano.
La situación se tornó tan difícil que la mujer pensó que lo mejor, para sus hijos, es llegar a Bruselas donde vive un hermano suyo desde hace más de veinte años.
Lo único que quiere Abla es llegar a Bélgica, que los niños empiecen el colegio y alquilar una casa pequeña. Allí permanecerá hasta que acabe la guerra en Siria. “Dejamos tres casas en Homs y el negocio familiar”, comenta.
Un joven que se acerca a su chabola explica que antes de la guerra él había hecho escala cuatro veces en Madrid. Viajaba por negocios a Canadá. Otro sirio de unos 50 años que está sentado a su lado asegura que él voló directo de Beirut a Barcelona. Cuando empezó la guerra aún no le había caducado el visado de un año que le había dado España, a donde viajaba continuamente por cuestiones de negocios.
Ahora, cosas de la vida, está en el CETI, adonde vino a parar buscando a su mujer y a sus hijos. Lleva expulsado del centro unos diez días porque se le ocurrió castigar a su pequeño delante de un vigilante de seguridad que lo denunció y la Consejería de Bienestar Social le ha retirado la custodia de los dos niños que tiene, sin tener en cuenta que su mujer y madre de los pequeños sigue en el CETI y podría haberse quedado a cargo de los menores.
A las dificultades de vivir en el exilio se suma ahora un nuevo problema, que espera resolver con ayuda de un abogado.
Los sirios que viven en la chabolas vecinas conocen la situación de este hombre y lo compadecen. Cada país tiene su cultura y él no sabía que en España no se puede reprender físicamente a un niño. Según comenta, el más pequeños de sus hijos, de dos años, aún tomaba leche de teta y no para de llorar en el centro de menores donde asegura que lo encierran en el baño para no escuchar los gritos. La madre no para de llorar.
Pelea a gritos y puñetazos entre argelinos
Varios jóvenes, en apariencia menores de edad, se pelearon ayer a las afueras del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla.
Pero los gritos de auxilio de uno de ellos no inmutó a los subsaharianos y sirios que han acampado frente al CETI, justo al lado de la valla del campo de golf, precisamente, para huir de altercados como éstos y mantener a los niños y a la familia a salvo. “Pasa todos los días. Son argelinos y no los dejan entrar en el CETI. Siempre se están peleando”, comenta un sirio a El Faro.
Consultado por este periódico sobre la supuesta conflictividad del colectivo sirio, este padre de familia lo niega. “Hay de todo, pero la mayoría de los sirios está siempre apartada con la familia. No nos gustan las peleas”, comenta.
No obstante, admite que ha habido incidentes con compatriotas suyos y vigilantes de seguridad del centro: “Un vigilante hizo que le quitaran la custodia de sus hijos a un padre que pegó a un niño que estaba haciendo algo malo”, concluye.
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