Opinión

Cataluña recupera la normalidad democrática

De las dos cosas que cambiaron para mejor el pasado jueves en Cataluña, que después de trece años el Presidente de la Generalitat vuelve a ser españolista y que el eje del debate vuelva a estar en el progreso socioeconómico, ninguna de las dos fue lo que más repercusión tuvo en la jornada de investidura.

La actuación de Puigdemont tuvo de todo menos épica. Trató de escenificar que el Estado español no cumple sus propias leyes, pero solo consiguió ejecutar un lamentable espectáculo de escapismo. Muy lejos quedaron esos baños de masa que el independentismo era capaz de concentrar en sus mejores momentos, cuando España estaba realmente en peligro de romperse y un M. Rajoy veía cómo el líder independentista se esfumaba. Todo ello, a pesar de estar entonces toda la Comunidad intervenida por los cuerpos de seguridad del estado para evitar un referéndum, que finalmente se produjo, y una declaración unilateral de independencia que, a los pocos minutos de proclamarla, sus propios artífices dejaban sin efecto. Ese sí que fue el punto álgido del bochorno independentista y no las postrimerías del otro día.

A pesar de todo, el independentismo de Junts consiguió el jueves su principal objetivo, poner todo el foco y la atención mediática en cada paso que dio. El guión mediático se impuso al guión democrático. Un debate de investidura con todas las fuerzas políticas en el Parlament presentes, menos el ex President que, volviendo a incumplir con su palabra, no acudió a la cita. Prefirió huir a ser detenido y muchos de sus seguidores empiezan a ver en este comportamiento de todo menos heroicidad.

Es cierto que el potente relato de confrontación que ambas derechas escenifican, la española y la catalana, con sus héroes y villanos en cada bando, no sería posible sin que los medios de comunicación, españoles y catalanes, no estuvieran convenientemente volcados en radiar tristes espectáculos como el del pasado jueves, con varios días más rasgándonos la investidura y los ecos de la prensa internacional para dar validez a tanto esperpento castizo.

En el hemiciclo, mientras tanto, los parlamentarios catalanes seguían con la jornada parlamentaria como si todo el ruido mediático no fuera con ellos. Solo Junts trató de darle sentido a su patética actuación fuera, intentado hasta dos veces suspender la investidura por la orden de detención de Puigdemont. No olvidemos que el actual Presidente del Parlamento catalán es de Junts, unos minutos antes acompañaba al prófugo por las calles de la ciudad condal y que, a falta de decisión democrática de la mesa, podría haber hecho efectiva la amenaza de acabar ese día con la investidura. Pero no fue así, nada fue tan dramático como la derecha independentista y españolista esperaban. Más bien fue tragicómico.

A diferencia que hace siete años, cuando el Parlament aprobó ilegal y unilateralmente la independencia, el jueves pasado la cámara de representantes catalana cumplió exquisitamente con la Constitución Española y el Estatuto de Autonomía que emana de la misma. Y se respetó escrupulosamente lo que los catalanes votaron, que una mayoría progresista, después de muchos años no independentista, dirija su futuro político, presidido por un socialista, Salvador Illa. Y no Puigdemont, como toda la derecha había pronosticado que pasaría con la complacencia de Pedro Sánchez.

La jornada podría haberse acompañado del titular: “el Parlamento catalán y todos sus grupos, incluso todos los partidos independentistas, acatan la Constitución Española e invisten a su presidente democráticamente”. No obstante, sabíamos de antemano cuales iban a ser los titulares y los medios de comunicación no defraudaron, le hicieron el juego al independentismo.

Con todo, el jueves pasado ganó la democracia española que, más allá de detenciones, persecuciones y juicios mediáticos, es capaz de sumar en el proyecto común de país a todos sus territorios y a todas las fuerzas democráticas capaces de cumplir con el ordenamiento jurídico español.

Nada hubiera sido posible sin el triunfo de la política en mayúsculas, la que es capaz de superar conflictos que parecen enquistados o que se resuelven no generando aún más conflictos. La normalización democrática de Cataluña ya es un hecho y estrena a un flamante Presidente de la Generalitat que encarna perfectamente el nuevo talente tranquilo, modesto y solvente de esta nueva etapa.

Los méritos políticos, por mucho que pretendan restárselos la derecha, de un Gobierno español, que preside desde hace seis años Pedro Sánchez, que ha sabido reconducir la situación a la senda constitucional, y de una sociedad catalana harta de tanto ruido.

Las palabras de Salvador Illa en su toma de posesión encarnan perfectamente este nuevo tiempo para Cataluña y España: “Mi propósito es unir respetando la pluralidad en momentos donde el populismo pone en riesgo la unidad civil”.

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