Sociedad

El Carrillo/Javier Velaza: “En aquellas eternas tardes de verano en la piscina con mis amigos el mundo se parecía mucho al paraíso”

Javier Velaza (1963) Es catedrático de Filología Latina en la Universidad de Barcelona, poeta y escritor. ‘El campamento de los aqueos’, fue la obra con la que ganó el XLII Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla.

Está casado y tiene un hijo.

Al preguntarle por su filosofía de vida nos escribe lo siguiente. “Pretendí resumirla en estos versos de un poema mío: (…) con el escombro de hoy / construir una casa en que mañana / merezca nuevamente la pena ser un hombre”.

–¿Cómo se describiría a nivel personal?

–Para ser la primera pregunta, no es sencilla. Creo que uno nunca sabe en realidad cómo es y, en todo caso, eso es menos relevante para el funcionamiento del mundo que cómo los demás piensan que es. Me gustaría que me consideraran un humanista, en el más amplio sentido de la palabra.

–¿Qué prenda de ropa no falta en su armario?

–Un pañuelo de mi padre. Es uno de los pocos recuerdos que conservo de él. Me acompaña en las ocasiones señaladas.

–¿Le gusta llevar alguna joya? ¿Tiene algún significado especial?

–Solo llevo mi anillo de casado. Para mí significa que alguien me eligió entre todos los seres de este mundo para compartir conmigo lo único que uno posee de verdad, que es su vida. Bien pensado, da vértigo.

–Expresión melillense que más use o que le llame la atención.

–Me temo que no puedo responder a esta pregunta, porque no he tenido la oportunidad de conocer en detalle su forma de hablar.

–Un rincón de Melilla del que nunca se aburre de visitar.

–Por desgracia no conozco Melilla, pero ese es un pecado que pretendo expiar muy pronto. Tengo un particular interés en ver el modernismo de Enric Nieto.

–Su libro favorito. ¿Cuándo leyó el último?

–Cuando uno dedica buena parte de su vida a la literatura, no puede escoger un único libro como favorito. Ahora mismo estoy leyendo simultáneamente la obra completa de Joan Margarit, el último poemario de Juan Antonio González Iglesias (Jardín Gulbenkian) y ‘El universo en un junco’ de Irene Vallejo.

–¿Películas o series? ¿Alguna favorita?

–Indudablemente prefiero el cine, pero tengo un gusto muy particular y seguramente discutible. En general, escojo el cine de autor. Aunque no suelo seguir series, acabo de ver ‘The Chair’ (han traducido el título como ‘La directora’), una sátira sobre la vida universitaria en Estados Unidos.

–Mi tiempo libre lo dedico a...

–A hacer deporte, fundamentalmente. De pequeño me enseñaron aquella sentencia de Juvenal (Mens sana in corpore sano), y me la creí. Quizás haya algo de verdad en eso… También escucho mucha música, clásica y ópera, pero también rock, country, blues o jazz. La música es imprescindible en mi vida y en mi obra.

–Un recuerdo de la infancia.

–Mis recuerdos de la infancia son muchos y casi todos buenos. Suelo rememorar aquellas eternas tardes de verano, en la piscina, con mis amigos. El mundo se parecía mucho al paraíso.

–Un juguete.

–Uno que nunca tuve: un balón de reglamento.

–Su fiesta favorita.

–Todas. La fiesta es una maravillosa creación del ser humano por el cual supera a todos los demás animales. Es una suspensión del tiempo, que es nuestro enemigo. Y, en parte, es también la madre de las artes y de la literatura. Adoro el concepto mismo de fiesta. Si me hacen escoger una, elijo las fiestas de mi pueblo; si puedo quedarme con dos, también los sanfermines.

–¿Cocina? ¿Se le da bien?

–Cocino, y quiero creer que algunos platos no se me dan mal del todo. Pero no sé deconstruir ni esferificar, ni tengo en mi cocina nitrógeno líquido, así que supongo que soy un cocinero prehistórico...

–No puede resistirse a un plato de...

–Arroz, en cualquiera de las mil formas y recetas que le han inventado las diferentes culturas. El arroz ha salvado la vida a buena parte de la humanidad. Deberíamos hacerle un homenaje diariamente.

–¿Qué tarea del hogar no soporta?

–Planchar camisas. Los dioses griegos inventaron muchos suplicios, pero ninguno como el de quitar una arruga y ver cómo simultáneamente se origina otra.

–¿Personaje histórico que le llame la atención?

–La historia está plagada de personajes fascinantes, algunos por su grandeza, otros por su maldad, otros por su mediocridad o su absurdidad. Me atraen especialmente los personajes perversos, porque son más difíciles de explicar y de comprender. El mal es el gran misterio de la historia.

–Si pudiera viajar al pasado, ¿a qué época le gustaría ir?

–Viajo al pasado continuamente. Enseño literatura clásica e investigo el mundo antiguo y por ello paso muchos momentos en la Atenas de Sófocles, en la Roma de Virgilio o leyendo los textos de los iberos. El pasado es un lugar acogedor.

–¿Viajaría al futuro?

–No. Sospecho que ese será un lugar inhóspito.

–¿Es supersticioso?

–Cruzo los dedos para no serlo (risa). No, en serio, creo que no lo soy.

–¿Se arrepiente de algo?

–El arrepentimiento me parece una pérdida de tiempo, un ejercicio estéril, porque no aporta ni soluciona nada. Si lo hiciese, sería más de aquello que no he podido hacer que de lo que he hecho.

–¿Cuál es su principal miedo?

–Al ser humano. Su capacidad de crueldad, de egoísmo y de insolidaridad solo es comparable a su capacidad de bondad, de altruismo y de amor. Y no siempre la balanza se decanta hacia el lado deseable. Cada día me esfuerzo por preservar mi fe en el hombre, pero no siempre lo consigo.

–Algo que deteste de usted mismo.

–Detestar es una palabra excesiva. Mejoraría de mí muchas cosas, en especial mi capacidad de callar. A veces, hablo demasiado, como seguramente en esta entrevista.

–Un lugar de ensueño para ir de vacaciones.

–Cualquier sitio donde pudiese reunir a toda la gente que quiero.

–Si le tocara la lotería…

–Está demostrado que el azar no es un tipo digno de confianza, así que intento tratar con él lo mínimo posible.

–Un chiste.

–Es una de las infinitas anécdotas que se atribuyen a Quevedo, pero seguramente es un chiste apócrifo y popular. Un joven poeta se presenta ante el poeta consagrado y le dice: “Maestro, he traído dos sonetos que he escrito para que usted los lea y me diga cuál de los dos le parece mejor”. El maestro coge el primer soneto, lo lee y responde: “El otro”.

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