Sociedad melillense

Carlos Sánchez, el niño que vivía en Hollywood

Carlos Sánchez (Melilla, 1950) nació en el Hospital Militar. Su padre, de Extremadura, como militar que era, estuvo destinado en el norte de África, entre la ciudad autónoma y el Protectorado español, en Chaouen, después de la guerra civil. Su madre, de La Línea de la Concepción (Cádiz) llegó a Melilla de muy pequeña.

La primera vivienda de Carlos estuvo en la calle General Astilleros 14, muy cerca de La Hípica, que por aquellos entonces sólo permitía el acceso a los militares. Él sí podía entrar allí, claro. De hecho, de ahí precisamente vienen sus primeros recuerdos. Allí conoció lo que era el tenis, pues había unas pistas de tierra batida, y probó la Coca Cola. Enfrente, en una zona sin viviendas, era donde solía jugar.

Con ocho años, en 1958, la familia inauguró los pisos militares de la calle General Macías, que estaban destinados a jefes y eran conocidos en Melilla como ‘los pisos de Hollywood’ porque “todos estaban llenos de estrellas, porque eran todos oficiales o jefes”. Era algo común en la época que, cuando a alguien que residía allí, se le preguntaba dónde vivía, la respuesta era “en Hollywood”.

Allí jugaba al fútbol. Utilizaban la acera de la parte trasera del Palacio de la Asamblea, que era bastante amplia, pese a lo cual de vez en cuando se les escapaba el balón a la carretera. También iba a jugar al parque Hernández, donde tiraba piedras a las hojas de las palmeras para que cayeran los dátiles. Alguna vez los guardias tuvieron que ir detrás de él y de sus amigos.

Carlos era el pequeño de cuatro hermanos y el único que estudió en La Salle. Sus hermanos fueron directos al Instituto Antiguo y su hermana, al colegio del Buen Consejo. De La Salle, guarda “buenísimos recuerdos”, como que jugaba al fútbol en el patio durante los recreos y también los domingos, cuando se organizaban campeonatos. También las olimpiadas que se organizaban en la plaza de toros o las excursiones que, con bastante frecuencia –cree que todos los miércoles- se realizaban a Rostrogordo.

Aunque no ha regresado a Melilla a ningún encuentro de su promoción, sí que tiene contacto con algunos de sus compañeros, como Eduardo León y “el famoso Omar Dudú” –compañero suyo de pupitre-, y otros que viven en la península: el cirujano Antonio Cabrera, “que era el empollón de la clase y un tío estupendo”; y Fernando Nogales, a quien más tarde se encontró en Tánger.

Visitaba con frecuencia Carlos la biblioteca municipal para leer y también para ver películas, entre ellas, la primera de Charles Chaplin.

En la plaza de toros se realizaban combates de boxeo en lo que fue “la época dorada” de este deporte en Melilla. Organizados por Paco Atienza, Carlos asistió incluso a alguna final del campeonato de España. En una de ellas, por cierto, entre dos almerienses, participó un antecesor del famoso cantante David Bisbal. Y, para seguir con la Mezquita del Toreo, también se celebraban allí los Festivales de España. Con 11 años, y lo recuerda perfectamente, su madre lo llevó a ver a Antonio el Bailarín con Rosario.

Otro recuerdo que atesora es el de la inauguración del Auditorium Carvajal, donde “el escenario eran chorros de agua y la gente se quejaba, porque decían ‘con el problema de agua que tenemos y éstos gastando agua’”.

Corría el año 1962 y unos meses después, cuando él acababa de cumplir los 12 años, su padre pidió destino a Plasencia, dado que él era extremeño y sus hermanos, ya mayores. A Carlos le dio mucha pena, porque se marchó de la ciudad justo el año que la UD Melilla había subido a 2ª División y él era un auténtico “forofo” del equipo, al que iba a ver al estadio Álvarez Claro con su tío Manolo. Sólo le dio tiempo a ver el primer partido de la temporada, contra el Cádiz, que se llevó la victoria por 0-2.

Con 12 años recién cumplidos la familia se trasladó a Extremadura, donde permanecieron tres años y medio, después de lo cual su padre pidió destino a Madrid. En la capital terminó el Bachillerato y se casó. Se marchó a Tánger, donde estuvo como administrador del Instituto Español y de la Residencia de Estudiantes. De allí a Mauritania, cuatro años como canciller en el Consulado, y regresó a Tánger como jefe de visados.

En el Sáhara Occidental estuvo con su mujer como funcionarios adscritos a la Dirección General de Promoción del Sáhara, en el Gobierno General del Sáhara, que pertenecía a la Presidencia del Gobierno. Era 1975 y les pilló allí la Marcha Verde, que Carlos vivió “con mucha incertidumbre”, aunque admite que, personalmente, resultó “una experiencia muy bonita”, con “vivencias interesantes”.

En total, contando los 12 años que vivió en Melilla y los más de 25 en Marruecos, 38 años, casi la mitad de su vida, la ha pasado en el norte de África. Tal como confiesa, vivir todo aquello y ver a los efectivos militares le ayudó a comprender mejor todo lo que allí sucedía.

Cuando volvió a España, se estableció en Alicante, donde estudió Historia, que es su profesión y sobre lo que ha escrito diversos ensayos y cuatro libros. De ellos, tres están relacionados con el Protectorado y el otro con las Hurdes, que también su vínculo con el Protectorado y que son recordadas por el viaje que hizo el Rey Alfonso XIII en 1922.

Hoy en día Alicante sigue siendo su residencia oficial, aunque va con mucha frecuencia a Madrid a investigar en los archivos, que es con lo que él realmente disfruta.

Visitas a Melilla

Desde que se Carlos marchó de la ciudad autónoma, con 12 años, ha vuelto un par de veces de visita. La primera vez, unos 30 años después, cuando su luna de miel, para que su mujer conociese Melilla, a su abuela y a sus tíos, que vivían aquí. La segunda vez que regresó fue a finales de la década de los 80, cuando, estando en Tánger, quiso que sus hijos –actualmente tiene tres y cuatro nietos- conocieran cómo había sido su vida de pequeño.

“Cuando uno vuelve a una ciudad de la que se ha ido, la sensación es muy rara, porque uno la asocia a sus amigos y sitios y es una sensación y una nostalgia de no encontrarte los mismos escenarios que tú tenías allí”, admite, y apunta que, pese a todo, se encontró “una ciudad preciosa” y que le dio mucho gusto poder enseñársela a sus hijos.

Desde entonces no ha vuelto. Confiesa que se quedó con las ganas durante la pandemia, cuando se había marcado el propósito de ver a su tía, quien iba a cumplir 90 años. No pudo venir y ella falleció.

En realidad, dice que siempre ha querido visitar otra vez Melilla, pero que se ha encontrado siempre con el problema de que no está bien comunicada con Alicante. Aun así, sigue en contacto con lo que pasa aquí a través de la prensa. Su abuela y sus tíos están enterrados aquí y tres de sus primos siguen viviendo en la ciudad.

Todavía hoy recuerda la Feria, la Plaza de España, La Flor de Melilla, los bocadillos, la campana para los dulces, los helados de la Gracia, los chumbos y los pinchitos, una afición que continuó en Marruecos.

Se reconoce un “enamorado” de Melilla, con la que tiene “una cuenta pendiente”, pero le resulta complicado. Eso sí, ve la ciudad ahora “espectacular” a través de las fotos y anima a todo el mundo a venir.

Para regresar, dice que le falta el impulso que le habría dado el hecho de que su abuela y sus tías estuvieran vivas. Puede que ese impulso se lo haya dado El Faro, ante el que se ha comprometido a que vendrá el año que viene.

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