Hay tantas maneras de ver como de desear. Mirar no es lo mismo que ver; lo primero es automático, como un reflejo. Lo segundo requiere atención. En esa atención interfiere lo que se desea y se anhela y por ello la realidad se entiende o se quiere entender de manera distinta. Así es el caleidoscopio, singularmente, ahora que la competencia por el poder viene enmarcado en la liturgia electoral.
Un caleidoscopio de cada cual que, condicionado por el interés, somete la realidad a los espejos que convengan: oscurecer algunos e iluminar otros, forma parte de estrategias cualesquiera de los contendientes en el concurso. Por ello, al haber percepciones distintas los tratamientos son distintos y, aunque todos buscan mejorar la vida de la gente, se supone, esto solo ‘es posible’ de la mano propia e impensable en de la del contrario. Pero la realidad, de ahí su nombre, es terca y siempre se impone, aunque a veces demasiado tarde.
Con que la mitad de lo que ahora se anuncia ‘por hacer’ y bajo el signo de prometer, se hiciese, mucho cambiarían las cosas e igualmente cuando hubo posibilidad de llevarlo a cabo, en un tiempo o en otro, y no se hizo, no debe estar supeditado a que se sujete bien la venda en la memoria de la gente y se intente centrar esta únicamente en el tenderete de parabienes que se ofrece en este nuevo mercado de las urnas.
Casi nadie está ‘libre de pecado’, todas las formaciones políticas que tuvieron o tienen las herramientas del poder en sus manos y vuelven a la convocatoria con un abultado equipaje de hechos y un ligero macuto de faltas, a su entender, claro. Forma parte de una lógica electoral muy asentada y de difícil mutación; el afán está en hacer oler con fruición la suciedad del otro y quedar deslumbrado por el brillo de la patena de lo propio. Una lógica que rehúye, como alma que presiente al diablo, de uno de los valores más honrosos de la política en ejercicio y también de los más olvidados: pedir disculpas y hacer honor a una realidad que tantas veces está en desacuerdo con lo que se quiere interpretar.
Algo se ganaría, y no es poca cosa, si se abandonara la figura populista que alimenta el miedo y la ira con la intención de lograr más posibilidades de ganancia electoral. Pero esto, visto lo visto, no parece vaya a menguar. Estos días transcurren por una confluencia rica y que la rutina pone en valor positivo, la celebración conjunta de las esencias de tres creencias monoteístas: la Semana Santa cristiana, la Pascua judía y el Ramadán musulmán. Nos dejará el ejemplo de como las distintas formas de mirar al cielo no significa que haya firmamentos diferentes. Sin turbulencias, desde el respeto y llevado a la práctica que compartir no es sinónimo de renunciar, sino de complementar, la vida en común sigue sobre el armazón de la tolerancia, en tierra firme también.
Pasado este periodo de fe y celebración, el deseo no se puede convertir en una utopía al pedir que, más allá de los legítimos intereses de cada cual con vistas al 28 de mayo, no se alborote tanto como impida la esperanza en su brote. Y que al caleidoscopio, que hace querer ver tantas realidades como ambiciones, no se le anule en demasía en su objetividad.
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