Opinión

¡Buenas! ¿En qué puedo ayudarle?

Vendedor: Un vendedor es aquella persona que tiene ‘encomendada’ la ‘venta o comercialización de productos o servicios’ de una empresa.

Vamos a analizar este texto, el cual podemos considerar como definición oficial de la palabra vendedor y lo extrapolaremos a nuestro tema.

‘Encomendada’. Una persona es designada y sobre ella recae la responsabilidad de concretar una tarea, una misión. Políticamente hablando, las encomendadas son las personas que por decisión del pueblo y mediante elecciones libres salen elegidas como representantes políticos. Sobra decir que la encomendación que tienen es la de, en este caso, servir a su país y a sus ciudadanos procurando para ambos lo mejor.

‘Venta o comercialización de productos o servicios’. Dicha encomendación consistiría en nuestro caso en ‘vender’ las bondades de nuestra tierra, ya sea pueblo, ciudad o país fuera de nuestras fronteras con el único objetivo de proporcionar riqueza y bienestar.

Todo o casi todo mejor dicho, es susceptible de ser vendido, es decir, de ser promocionado, publicitado o cualquier otra acepción similar. Un partido político tiene un producto que vender, se llama programa electoral. Un gobierno también tiene su ‘mercancía’ dispuesta para ser vendida, en este caso, su gestión de gobierno, las actuaciones hechas durante el periodo de gobernabilidad. Sale de todo este pequeño análisis que comercio y política tienen mucho en común. Hay un producto (programa electoral o gestión de gobierno), unos vendedores (los políticos), unos compradores esenciales (los votantes), una estrategia de venta (marketing), competencia (la disputa por el poder de los distintos partidos). En fin, que sin ser la política un negocio, no estaría de más aplicar nociones empresariales para su desarrollo, pues comprobada está la similitud en muchos aspectos. Y como colofón, así como un vendedor pretende consolidar a su cliente y conseguir su fidelización, de la misma manera el político pretende hacerlo con su votante.

Hoy día existen técnicas para enseñar o perfeccionar ciertas capacidades para determinadas cuestiones, prácticamente para casi todo podemos encontrar este tipo de ayudas. En nuestro caso, también podremos encontrar numerosas propuestas para perfeccionar nuestras dotes de vendedor. Consejos para mejorar nuestra imagen, trato con el cliente etc. Aunque no lo parezca, ser vendedor no es fácil, se necesita también un poco de sicología, pues el trato con cualquier público así lo requiere. Pero más allá de todo esto, existe una realidad y es que el verdadero arte de vender no se adquiere, sí que se puede perfeccionar, pero para ello esa capacidad ya debe estar inherente en la persona. Un buen vendedor no es aquél que le vende a un cliente lo que éste le pide, sino que lo es quien consigue venderle a dicho cliente aquello que el vendedor quiere vender, mismo que el comprador ya tenía una idea fija de lo que quería comprar. Ese es el verdadero arte de vender. Estas capacidades puestas al servicio de la política y utilizadas con fines y objetivos claros de beneficiar al conjunto de una sociedad, pueden llegar a ser armas muy poderosas para alcanzar dicha meta. No es engañar, puesto que si las bondades que atribuimos a nuestro objeto a vender son las que verdaderamente posee, lo único que estaríamos haciendo es persuadir a nuestro comprador de las ventajas que tendrá para él comprar lo que ofrecemos.

Otra cosa fuera de esto, sí podríamos decir que es un fraude. Permítanme que me remonte unos años atrás, en los cuales Melilla gozaba de una salud económica bastante saludable, difícil era encontrar un local cerrado en el centro, el Monumental, bajos del Ánfora y Mantelete. La Calle Margallo. ¡Que tiempos aquellos! Recuerdo la figura del "cambista " un señor al que le cambiábamos por pesetas los dirhams que cogíamos durante el día por las ventas a las familias que de Marruecos entraban a hacer sus compras. Paro aquí porque para describir esa época y hacer honor a la verdad, necesitaría muchas más páginas. El caso es que yo, un chaval de 16 años y rodeado de maestros curtidos en el arte de convencer al cliente de lo que más le convenía comprar, aprendí entre muchas técnicas de venta, como hacer para que la misma pieza, en este caso por ejemplo, de relojería, pudiera venderse con mucha más facilidad y a un precio más alto. ¿Alguna vez han visto una manta de joyería? Para los que no la han visto, o sí pero no la recuerden, es una especie de estuche plano, el exterior de cuero negro y el interior de terciopelo rojo. Al menos así eran las que usaba yo. Dentro colocábamos las piezas que más nos interesaban vender a un precio superior. Poníamos su librito de instrucciones al lado, ¡como si realmente hicieran falta instrucciones para aquellos relojes! Pero eso le daba un toque más serio. Su etiqueta con el precio. Colocado todo cuidadosamente para que cuando fuera abierto el estuche, el cliente quedara prendado de dicho reloj y para ello, toda la puesta en escena contaba, el reluciente cuero negro, sinónimo de elegancia, el aterciopelado fondo rojo que deslumbraba a primera vista y sí, también el reloj contaba claro está, era el objetivo pero para alcanzar ese objetivo, el de venderle al cliente ese reloj, esto era primordial. Saben ese dicho que dice: "Vale más una imagen que mil palabras" pues nosotros lo llevábamos a la práctica cada vez que abríamos la manta. El resto ya venía prácticamente solo, ya no hacía falta decirle al cliente que se encontraba frente a un reloj majestuoso, eso era evidente. Por supuesto que en toda esta puesta en escena había un diálogo entre los mismos vendedores ya establecido. ¡No me digan que no éramos unos artistas! Esto únicamente con respecto a la relojería, pero para vender cada uno de los distintos artículos que teníamos, existía un ceremonial distinto y adaptado a dicho artículo. Muy abreviado les he intentado poner en situación, pero como les dije, serían muchas hojas las que se necesitarían para poder plasmar en papel toda esa época. Y ahora de regreso a nuestra cuestión y extrapolándolo al plano político, podría ser quizás justamente este arte el que debiéramos utilizar para poder vender las bondades y lo que atesoramos fuera de nuestras fronteras. Por supuesto que para nada y en ningún momento es mi intención aleccionar a nadie pues siempre procuro considerarme aprendiz de todo y maestro de nada, pero si directa o indirectamente puedo de alguna manera contribuir con mi ciudad con alguna idea o sugerencia, ruego bienvenidas sean mis humildes palabras.

Ahondando un poco más en el asunto, debemos reconocer que las políticas las hacemos las personas y por ello obligatoriamente están impregnadas con nuestra propia naturaleza, la esencia real de lo que somos. Es decir, que el como somos determinará en buena parte el tipo de gestión que llevemos a cabo. Esto no es algo determinante pero sí relevante y a tener en cuenta y por ello muy probablemente es que personalmente entienda la política como una especie de macro empresa, entendiendo que la finalidad de esta debe ser que al cabo de su ejercicio nos deje superávit. En otras palabras y definiendo este termino: Cuando los ingresos superan los gastos. Mucho nos asusta la palabra recesión, la cual es fruto de una mala gestión política puesto que deja al país con una disminución de la actividad económica lo cual se traduce también en una bajada del PIB (producto interior bruto). Como diría un amigo mío, “mal negocio”. El problema de entrar en estas políticas ‘obligadas’ de recesión, es que la remontada suele ser más lenta que la propia caída y en el tiempo que nos llevaría esa remontada muchas empresas y por ende sus trabajadores se quedarían en el camino. En definitiva, ciertamente no existe una fórmula mágica a aplicar la cual nos asegure el tan deseado superávit pero sí que existen acciones, unas más sólidas y acertadas que otras las cuales puedan encauzarnos por el buen camino.

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