Las relaciones diarias con los vecinos, aunque duraderas en el tiempo, suelen ser fugaces y educadas, no más allá de unos buenos días o buenas tardes cuando nos cruzamos en el ascensor; debemos y procuramos respetar su derecho a la tranquilidad o al descanso y a su propiedad -a nadie se le ocurre entrar sin pedir permiso en la casa del otro aunque la puerta esté abierta ni le invadimos su plaza de aparcamiento- pero también nos preocupamos de sus problemas cuando tienen alguna dificultad e intentamos solucionar dialogando las posibles diferencias que surjan sin tener que llegar a las manos, entre otras razones, porque estamos ‘condenados’ a llevarnos bien. Eso es lo normal y lógico.
Pues si trasladamos la buena vecindad al caso de España y Marruecos vemos que el vecino no está por la labor de llevarse bien con nosotros. España, con más o menos acierto, siempre ha intentado llevarse bien y ayudar a nuestro vecino en sus dificultades y en su prosperidad. Le hemos abierto la puerta al mercado europeo para que vendan con facilidad sus productos agrícolas y pesqueros gracias al Acuerdo Euromediterráneo y al de pesca. Las empresas españolas hemos invertido en su desarrollo económico y creado miles de puestos de trabajo. Le hemos facilitado las conexiones con el continente con cables submarinos para telefonía y electricidad y hemos facilitado el tránsito de sus productos y que sus nacionales puedan ir y volver -en la famosa “Operación Paso del Estrecho”- con las molestias y costes que ello nos supone a través de nuestros puertos y carreteras. Le permitimos que sus jóvenes puedan formarse en nuestro país con facilidades que los nuestros no tienen. Atendemos las necesidades sanitarias de sus habitantes más cercanos a nosotros y, en la mayoría de los casos, de forma gratuita. Damos trabajo a los fronterizos y acogemos a sus menores “desamparados” que llegan a nuestro territorio y se niegan a que vuelvan con sus familias.
Por el contrario, nuestros amigables vecinos, no están por la labor de llevarnos bien. No solo no respetan nuestro derecho a la inviolabilidad de las fronteras y el respeto pleno, no negociable, de la integridad territorial como han recordado la Comisión y el Parlamento Europeo. Han permitido - o, incluso, alentado- que miles de sus nacionales invadan de forma irregular nuestra casa. Pagamos una ingente cantidad de dinero para que impidan la migración irregular a través de su frontera y -de vez en cuando- miran para otro lado permitiendo que asalten a cientos o miles la nuestra tanto las de Ceuta y Melilla o las de Canarias más recientemente. Han incumplido varios Tratados bilaterales e internacionales al impedir el tránsito de mercancías a través de la única aduana terrestre con Europa. No quieren que los turistas lleguen o salgan a través de la frontera terrestre del Sur de Europa. Quieren bloquear el tránsito de pasajeros por puertos y aeropuertos españoles con falsos argumentos de falta de controles sanitarios. Han roto las relaciones diplomáticas y para retomarlas exigen que España no apoye la obligación de hacer un referéndum como acordó la ONU en el proceso de descolonización de la antigua provincia del Sáhara para favorecer sus anhelos expansionistas o, de lo contrario, no mandarán de vuelta a su embajadora ni habrá buenas relaciones de vecindad. Quieren aplicar la “ley del embudo”: lo ancho y bueno para mí y ya veremos lo que te permito hacer en tu casa… Esta egoísta actitud no es la de un buen vecino.
Tanto Europa como España, y Melilla, por supuesto, queremos llevarnos bien y mantener unas buenas relaciones de vecindad con Marruecos y permitir una prosperidad compartida. A ambas partes nos interesa, eso es indiscutible, pero no podemos admitir estos continuos chantajes de un país que tanto recibe de nosotros y al que hemos dado pruebas de nuestras buenas intenciones. Hace unos meses el monarca alauita anunció la “inauguración de una etapa inédita en las relaciones” entre los dos vecinos, que estaría basada en “la confianza, la transparencia, la consideración mutua y el respeto de los compromisos”. Lamentablemente, la respuesta del primer ministro de Marruecos al reciente mensaje de S.M. Felipe VI en la misma línea de retomar las buenas relaciones no ha podido ser más insolente y clarificadora de las verdaderas intenciones marroquíes.
Hay muchos lazos que nos vinculan a los habitantes de ambos lados de la línea fronteriza y está claro que nos necesitamos unos a otros, pero la buena vecindad debe ser recíproca y respetuosa por ambas partes. Si no, no es buena vecindad y no la queremos y, en ese caso, “que cada palo aguante su vela”.
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