Opinión

Brasil se convierte en un entramado de variantes del SARS-CoV-2

Con los guarismos reportados en Brasil, el primer gigante de América Latina se ha convertido en el tercer país del mundo con más casos registrados de la pandemia y el segundo con más decesos. Si bien, la comunidad médica y científica avisan con estupor que la cuantificación de infecciones confirmadas podrían ser muchísimo más elevadas que los dígitos oficiales, como consecuencia de la falta de pruebas efectuadas a la población.

Actualmente, diversas demarcaciones se encuentran en un momento crítico, con los sistemas de salud desbordados por el aumento progresivo de pacientes y la carencia de medios humanos y materiales.

Por ello, no es novedoso que los Servicios de Salud en Manaos, capital del Estado de Amazonas, en el Noroeste a las orillas del Río Negro y punto de partida principal del bosque tropical circundante, sea el vivo retrato de un entorno petrificado a la suerte de enfrentarse al SARS-CoV-2.

Es tal la aceleración de propagación del virus y las circunstancias de un contexto que parece apocalíptico, que no queda otro recurso que la restricción rigurosa del movimiento de sus habitantes e incluso, el confinamiento obligatorio, que como es sabido, un sin número de personas lo han desatendido, al igual que el aislamiento social requerido. Y es que a estas alturas, sorprendentemente, en no pocas localidades de estas regiones las limitaciones todavía no son imperativas. Lo que resulta difícil de concebir.

Ahora, un año más tarde desde la primera sospecha epidemial, en Brasil el panorama ensombrecido deja un rastro de extintos y consternación sin precedentes, lidiando una nueva variante más infecciosa que asola y se ensancha a otros términos neurálgicos del planeta.

Toda vez, que los brasileños, comenzando por su presidente Jair Messias Bolsonaro (1955-65 años), desatiende, niega y excluye sin complejos, cuantos remedios de precaución podrían mantenerlo a salvo. En contraste a otras naciones más próximas y fuertemente castigadas por los coletazos endémicos, se observan pequeños pasos y tímidos avances a una aparente normalidad.

Con estas premisas básicas que son anodinas ante la dimensión de lo que realmente acontece al otro lado del Atlántico, los estudios realizados apuntan que la variante que arrasó en Manaos no es únicamente más contagiosa, sino que además es capaz de enfermar a individuos convalecientes de otras versiones del virus. Y como no podía ser menos, esta variante irrumpe fuera de las fronteras de Brasil, creciendo por doquier.

En otras palabras: este virus, al mutar, varía en función de sus necesidades y si evoluciona en demasía, los antídotos creados para contenerlo dejan de ser efectivos. Lo cierto es, que las variantes del coronavirus secuenciadas hasta la fecha, no habían maniobrado lo bastante como para sortear las defensas humanas, tanto las producidas por un contagio habitual como las adquiridas con las vacunas estrenadas recientemente.

Sin embargo, se constata una supercepa que a los ojos de todos nos mantiene inquietos, tras comprobarse que sortea el sistema inmune de quienes ya tenían anticuerpos. Me refiero a la ‘P.1’, codificada como ‘B11281’, más conocida como la ‘variante brasileña’, presentando un linaje similar al de la ‘variante sudafricana’, ‘501Y.V2’; una mutación del COVID-19 que se identificó en la última etapa del 2020 en Manaos, donde vertiginosamente pasó a ser la predominante.

Antes de introducirme de lleno en esta variante que lo tiene todo, porque es más infecciosa, induce a un padecimiento más complicado y da la sensación que las inoculaciones activas no acortan mínimamente su capacidad de hacer daño, dos estudios materializados por investigadores ingleses y brasileños revelan, que aún no hay evidencias de lo que sucede con los sujetos que se reinfectan, a menos que se recojan sus muestras previas y las nuevas se secuencien genéticamente hasta contrastarse.

No cabe duda, que en la historia de las epidemias, por antonomasia, la fórmula para atajar las oleadas es la vacunación, pero la puesta en marcha en Brasil, como en otros tantos territorios, está siendo parsimoniosa: en las postrimerías de enero arrancó con los grupos prioritarios, incluyéndose a los profesionales de la salud y los ancianos, pero el gobierno no ha logrado una cantidad adecuada de dosis.

Es sabido, que los actores más poderosos han acaparado con la mayor parte de la distribución disponible, aunque Bolsonaro se ha mostrado escéptico, tanto en la repercusión del trastorno epidemiológico como en la puesta en escena de las vacunas. A groso modo, según el Ministerio de Salud de Brasil, poco más de 5.8 millones de brasileños, lo que supone el 2.6% de su conjunto poblacional, al menos habrían recibido una dosis.

Tan solo, alrededor de 1.5 millones tendrían administrada la pauta completa de la compañía farmacéutica china Sinovac Biotech ‘CoronaVac’, que conforme a las pruebas de laboratorio, es menos segura a las variantes y la elaborada por la empresa británico-sueca ‘AstraZeneca/Oxford’.

Ciñéndome en la variante aparecida en Manaos, al igual que la ‘B.1.1.7’ hallada en Reino Unido y la ‘501Y.V2’ descubierta en Sudáfrica, la ‘B11281’ es más transmisible. Lo que indudablemente dispararía las coyunturas de infección en los estados donde transita.

De hecho, algunas administraciones se han pronunciado al respecto, fundamentando que las pruebas PCR utilizadas para diagnosticar el coronavirus, quedaría por conocer si esta variante del virus se identifica, por lo que es imprescindible efectuar estudios genómicos.

Como ya se verificó, los primeros episodios de esta variante se localizaron en Japón, en concreto, personas que en enero de 2021 viajaron desde Brasil. Posteriormente, un informe genómico concluido en este mismo país ratificó que la variante irrumpió en Manaos, la urbe más espaciosa de la zona amazónica donde al menos deambulaba desde diciembre de 2020.

Para este análisis, los investigadores trabajaron con 37 muestras PCR de enfermos en Manaos entre los días 15 y 23 de diciembre. De este grupo secuenciaron el genoma de 31 patrones y comprobaron que el 42% incumbían al linaje ‘P.1’ del coronavirus. Para ser más precisos, determinaron que este linaje aglutina mutaciones con derivaciones significativas en el proceder del patógeno. Los cuales, como ya se ha indicado, lo hacen más contagioso y hábil para eludir los anticuerpos neutralizantes causados a partir de la gestión integral de la vacunación del COVID-19.

Los promotores de esta primera aplicación dedujeron que es esencial desenmascarar más hallazgos del genoma para poner en claro su reincidencia de aparición, valorar con más certeza su tiempo de expansión y el compás de ascenso, dado que el patrón del análisis era reducido.

Unos días después, un artículo editado en el ‘The New York Times’ de fecha 2/III/2021, indicaba la cristalización de otros tres ensayos sobre esta variante, pero no se han divulgado en revistas científicas. Fruto de ello, se desprende que la variante afloró en noviembre y, todo cabe, que indujo a una acentuación acelerada de positivos a finales del año pasado. Entre otras cuestiones, se observó que guarda una mayor potencialidad de contaminación.

Pero, del mismo modo, ha ganado enteros en lo que atañe a la soltura de transmitir a individuos con inmunidad por casos anteriores del SARS-CoV-2. Simultáneamente, experimentos de laboratorio defienden que la variante ‘P.1’ podría amortiguar el efecto protector de la vacuna china empleada en Brasil.

Luego, cabría preguntarse: ¿qué líneas paralelas o cruzadas se condicionan en la ‘B11281’ del resto de variantes, hasta el punto de crear controversia en su interpretación?

La ‘P.1’ esconde algunas variaciones que la distinguen de otros linajes del coronavirus, englobando tres mutaciones que generalizadamente inquietan: ‘K417T’, ‘E484K’ y ‘N501Y’. Las tres concurren en la espiga del coronavirus, o séase, en las crestas que flanquean el virus y que le otorgan aspecto de corona.

En su conceptuación integral, las características de estas mutaciones quedan literalmente como la exponen los científicos. Primero, la mutación ‘K417T’ está emplazada en la parte más alta de la espiga, en la punta se presume que el coronavirus se acomoda de forma más compacta a las células humanas. Segundo, la mutación ‘E484K’ está situada junto al tope de la espiga y se modifica su apariencia. Un ensayo clínico ha probado que el virus podría esquivar diversos anticuerpos.

Y, tercero, la mutación ‘N501Y’, al igual que la susodicha, se amolda a la punta de la espiga y se prevé que favorece a que el coronavirus se sujete mejor a las células humanas.

Lo que es incuestionable, que las alteraciones de esta variante se coligan a una magnitud de transmisión, aunque no se haya justificado que produzcan una enfermedad mortal. No obstante, a más transmisibilidad mayor escala en la suma extensa de casos. A su vez, esto demandaría más pacientes que necesitarían cuidado médico, como el incremento de ocupación hospitalaria, que llevaría a la saturación de los centros asistenciales y acarrearía más víctimas.

Otro antecedente de inquietud pasa por su transmisibilidad, engrosando la eclosión de la epidemia que rotula a las personas en promedio infectadas por un enfermo con el virus.

Queda claro, que en la medida que más dominante sea la cantidad en su proliferación, más nutrido será el umbral de inmunidad de rebaño y quienes deban estar vacunados para moderar la pandemia. Lo acaecido en Manaos nos vale de advertencia e inflexión con simplemente realizar una breve radiografía de su realidad: esta ciudad es una de las más vapuleadas por la crisis epidemiológica, los centros sanitarios y camposantos vivieron sus más pésimos intervalos rebasando el pico en mayo de 2020.

Únicamente hubieron de transcurrir dos meses, cuando se evaluó que el 52% de su censo poblacional disponía de anticuerpos para el COVID-19. Por entonces, se reportaron tantas incidencias, que en este espacio geográfico existía el resquicio que la inmunidad de rebaño se consiguiera de manera natural.

Otras exploraciones implementadas en octubre, apreciaron que la ponderación infectada de los ciudadanos alcanzó el 76%. Es decir, se consideró que tres cuartas partes tuvo la enfermedad.

Pese a que un número importante de sujetos tendría anticuerpos, en los epílogos de 2020, se ocasionó un repunte que irremisiblemente condujo a una subida empinada en las hospitalizaciones en enero de 2021. Fijémonos en este dato: de los 552 ingresos hospitalarios por el virus entre el 1 y 19 de diciembre de 2020, respectivamente, las admisiones se engrosaron a 3.431 en la misma franja, pero correspondientes al mes de enero de 2021.

Para ratificar lo comprobado, una investigación publicada en la revista médica ‘The Lacet’, plantea cuatro razones para el resurgimiento del virus en Manaos. Primero, en lo que interesa a la tasa de ataque y seroprevalencia, el porcentaje de la población que desarrollaron anticuerpos pudo haber sido sobreestimada.

Obviamente, prosperando para mal en atención a contextos como ambientes cerrados, contactos interpersonales de convivientes, familiares, eventos sociales y centros sociosanitarios residenciales al margen de guardar las precauciones adecuadas.

Segundo, la inmunidad derivada por los contagios de la primera ola pudo ir perdiendo vigor. Tercero, los nuevos linajes estarían eludiendo la inmunidad generada por el organismo en infecciones preliminares.

Y, cuarto, las variantes que se mueven en Brasil conservan un volumen de transmisión superior.

En resumen, las variantes aquí detalladas traen aparejado una reaparición de casos en los sectores donde discurren. Siempre y cuando, tengan una transmisibilidad por encima de las que en sus comienzos deambulaban.

Por esta lógica, las peculiaridades inmunológicas, genéticas, epidemiológicas y clínicas de estas variantes precisan ser averiguadas cuanto antes. Por el contrario, si el resurgimiento en Manaos trasciende porque la inmunidad natural está disminuyendo, se aguardan situaciones extremas en el retorno de la propagación.

A día de hoy, esta variante se ha manifestado en países como Brasil, Estados Unidos, Venezuela, Perú, Colombia, Canadá, Guayana Francesa, Argentina, México, Italia, Bélgica, Suiza, Francia, Reino Unido, Países Bajos, Alemania, Suecia, Irlanda, Portugal, Croacia, Japón, Turquía, Corea del Sur, Islas Feroe, España y así un largo etcétera.

La encomienda cardinal contra esta y otras variantes futuribles, es la vacunación. Lograr la inmunidad de rebaño, digámosle, que es el procedimiento más eficaz de detener el tráfico del virus y precaver que prosiga replicando y mutando. Sobraría recordar, pero en los que es inevitable incidir por las irresponsabilidades e inaptitudes que siguen patentes, en la replicación del SARS-CoV-2 y valga la redundancia, en estas replicaciones, brotan otras mutaciones.

En tanto, que se concretan las velocidades desiguales en los procedimientos de inoculación, la regla de oro es cuidar cada una de las medidas de prevención establecidas, como el empleo de la mascarilla, el distanciamiento social y el lavado permanente de manos.

Hoy por hoy, la deferencia de aplicar normas más rigurosas a nivel nacional, parece ser que se ha topado con la barrera inexpugnable de su mandatario, Bolsonaro, enrocado en no querer identificar la severidad del entorno epidémico, saboteando cualquier esfuerzo que coloque la salud pública como prioridad, a pesar de no cesar las voces unidas a la de los expertos, que advierten la omisión en las restricciones como el componente culpable para que se origine el agravamiento de los contagios, yendo camino de convertirse en la peor catástrofe sanitaria mundial del siglo XXI.

Brasil, que no es ajeno a sus anhelos y sueños colectivos, vive una pesadilla de la que quisiera despertar, bloqueando su imaginario a otros rumbos y horizontes, al erigirse en uno de los epicentros integrales del COVID-19 y en incubadora de mutaciones

Prueba de ello ocurrió el día 3 de marzo, alcanzando su máximo de defunciones diarias con la cifra aterradora de 1.910 óbitos, lo que proporcionalmente equivale a un muerto por cada 50 segundos. Y qué ilustrar del Sistema Público Sanitario, particularmente, el índice de ocupación de las Unidades de Cuidados Intensivos superan con creces el 80% en dieciocho de los veintisiete estados brasileños.

Por tanto, lo que se desgrana en Brasil es un caldo de cultivo perfecto en el que no es chocante que se inciten concentraciones o hervideros en locales como discotecas, o que últimamente se festejasen las celebraciones del carnaval, contando en la opacidad con multitud de veladas clandestinas.

En consecuencia, la ignorancia de una pandemia como el COVID-19 es semejante a una bomba de racimo en caída libre que causa diferentes daños, como perforar vehículos blindados con su carga explosiva, matar o herir a las gentes de manera indiscriminada con sus fragmentos de metralla o producir incendios. En el coronavirus, sus esquirlas son los relatos anónimos diseminados por los rincones de la aldea global, que refieren historias que nunca hubiésemos concebido.

Brasil, que no es ajeno a sus anhelos y sueños colectivos, vive una pesadilla de la que quisiera despertar, bloqueando su imaginario a otros rumbos y horizontes, al erigirse en uno de los epicentros integrales del SARS-CoV-2 y en incubadora de mutaciones, con un fuerte repunte de casos y fallecimientos y el surgimiento de su variante ‘B11281’ a la cabeza, que probablemente es más patogénica, percutiendo cruelmente por su ataque viral de hasta diez veces más elevado, y ser capaz de burlar el sistema inmune de aquellas personas con anticuerpos.

Si estas mutaciones ofrecen alguna ventaja selectiva para su transmisibilidad viral, en los próximos meses se presagia un arreón de la frecuencia de esos linajes virales, que nos reportaría a otros escenarios desconocidos.

Visto y no visto, encorsetado el futuro al infortunio, la primera potencia latinoamericana desenvuelve una maquinaria que desgasta la voluntad de acción, porque ante el recrudecimiento del virus con la explosión de contagios, el trance inminente de propagación no hay quien lo detenga.

A ello hay que añadir, la exigua cobertura en la campaña de vacunación y la tardanza en la disponibilidad de éstas, que a corto plazo no entreve que la estampa pueda revertirse.

Entre todo lo expuesto en este pasaje, no son pocos los que proponen que para combatir la nueva cepa, tal vez, habría que considerar una dosis de refuerzo de la vacuna, actualizada para esta u otras variantes que lleguen, ante la disyuntiva que las vigentes pierdan eficacia progresivamente.

Con lo cual, esta batalla epidemiológica que no da tregua, se libra sin un mando unificado, sino más bien, como una guerra de guerrillas que no siempre está coordinada por los gobernadores y un ejército de alcaldes, ante un adversario incógnito, fragoso, invisible, escurridizo y fluctuante que no está dispuesto a ser derrotado con sus mutaciones que sugieren cambios convergentes a la hora de contrarrestarlo.

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