Opinión

Bosnia y Herzegovina, el gran proyecto internacional de reconstrucción

Treinta años después de Bosnia y Herzegovina, apuntalar la democracia de ningún modo es sencillo porque demanda de un liderazgo capacitado, como una sociedad civil dinámica y, sobre todo, instituciones políticas que se desenvuelvan adecuadamente. Estas son las exiguas condiciones en el contexto de transición más benevolente. Si bien, en un entorno de posconflicto, los propósitos se triplican por doquier.

Los conflictos enquistados adquieren un impacto perjudicial en cada una de las parcelas de los nexos sociales y políticos; la sociedad civil suele ser frágil y/o polarizada; las élites locales se hallan habitualmente envueltas en un entresijo; la economía está fuertemente deteriorada y las instituciones digieren una grave crisis de legitimidad.

Por lo tanto, suele ser bastante complejo conservar el tiempo y el dinero indispensables para conseguir una escapatoria lo bastantemente estable, dado que la participación externa suele descomponerse y virar hacia otros escenarios. No obstante, esto no aconteció en el caso de Bosnia, donde el curso de los acontecimientos y la ayuda no fracasaron a la hora de intentar aliviar las heridas abiertas.

El Acuerdo Marco General para la Paz en Bosnia y Herzegovina o los Acuerdos de Dayton y el Programa de Transición y Reconstrucción, pueden entenderse como los dos principales instrumentos en la acción posconflicto de Bosnia. El proceso de paz se ejecutó al margen de las Naciones Unidas, cuyo protagonismo estaba extenuado tras su fiasco durante el conflicto, ilustrado en el desempeño de los casos azules en el área segura de Srebrenica.

La negociación se mantuvo durante tres semanas y los principales concurrentes fueron el Presidente de la República de Serbia, Slobodan Milosevic (1941-2006), el Presidente de Croacia, Franjo Tudjman (1922-1999) y el Presidente de Bosnia-Herzegovina, Alija Izetbegovic (1925-2003), junto a su Ministro de Exteriores, Muhamed Sacirbey (1956-66 años), quien renunció justo antes de la rúbrica del acuerdo.

En la elaboración de la alianza no intervinieron intermediarios bosniocroatas y serbobosnios, algo que según los expertos proporcionó de manera incuestionable el pacto. Dayton no compensó a ninguna de las partes, aunque todas sustrajeron algo de él. Como indica el discurso de Sacirbey, los bosniacos, dirigidos por Izetbegovic, eran los menos seguros de refrendar el armisticio, al contemplarse palpablemente la parte más atentada y entendiendo que la guerra había tomado un cariz más propicio para sus intereses. Izetbegovic y su órbita creyeron sentirse engañados por la paz infundada y desencantados porque la entidad serbobosnia defendiera el nombre de República Srpska (RS), algo que actualmente les parece degradante.

Lo cierto es, que con la finalización de la conflagración en 1995, los desafíos para Bosnia eran aún más significativos que en 1991. A los ya existentes inconvenientes entre las comunidades, había que añadirle los cerca de cuatro años de masacres, con componentes genocidas y de limpieza étnica, la metamorfosis del sistema económico o las dicotomías internas. Con cada una de estas perspectivas, al poco tiempo de transcribirse los aspectos civiles y lo apartadas que estaban las posturas, el pasaje definitivo de Dayton es distinguido como una culminación notable, aunque no puede verse como una rendija de solución para el país.

“Dayton trazó el andamiaje institucional de Bosnia tras la guerra, proyectando el equilibrio de fuerzas concéntricas sobre el terreno. Estableció una dirección central débil con dos entidades autónomas”

Pese a ello, es indudable que siendo intempestivo y con desaciertos injustificables, la mediación internacional cambió el devenir del conflicto bélico y dio luz verde a unas precondiciones tolerables para alcanzar una paz perdurable. Sin dicha interposición, la disposición presente sería siquiera más desconcertante.

Dayton trazó el andamiaje institucional de Bosnia tras la guerra, proyectando el equilibrio de fuerzas concéntricas sobre el terreno. Estableció una dirección central débil con dos entidades autónomas, la RS y la Federación croata-musulmana fraccionada en cantones y un distrito especial, Brčko.

El principio ordenador fundamental fue el étnico, con provisiones de reparto de poder entre croatas, bosniacos y serbios y probabilidades de veto en los márgenes de gobierno. A diferenciación de la RS, la Federación se perfiló lo más descentralizada posible. El horizonte cantonal encasillado en cinco cantones mayoritariamente bosniacos, tres bosniocroatas y dos mixtos, poseía cuantiosas competencias en ámbitos como la educación, cultura, vivienda, seguridad social, regulación empresarial, recursos energéticos, etc.

Inicialmente pudo comprobarse que Dayton no satisfacía las cuestiones centrales de la guerra y que cada comunidad proseguía combatiendo para adquirir su condición de Estado, tan sólo los medios para aferrar el territorio y la supervivencia nacional habían variado. De hecho, el filósofo Peter Singer apuntaba en los prolegómenos del siglo que la criminalización del cuerpo político bosnio encarnaba “la mayor amenaza” en la utilización de los Acuerdos de Paz, dado que en lugar del anhelado giro desde “el nacionalismo étnico y la guerra” en busca del “pluralismo político y el liberalismo económico”, únicamente se había encarnizado “la corrupción y el amiguismo”.

Bosnia-Herzegovina pasó a erigirse en el centro de atención global tras el conflicto. El estado acogió más de 14.000 millones de dólares en ayuda internacional, convirtiéndose en un recinto para la experimentación de la democratización más amplia e innovadora de la historia más reciente. El procedimiento de paz dispuso de una vasta coalición de Estados, organizaciones internacionales y estuvo protegido por las fuerzas de pacificación, primeramente, por la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, y subsiguientemente, por la Unión Europea, UE.

La dosificación ingente de recursos a Bosnia era algo así como si el territorio hubiera padecido una catástrofe natural. Como indica el crítico Christopher Bennett no lo había sufrido, más bien lo habían promovido las personas. La frivolidad e incompetencia de la realidad bosnia imprimieron algunos visos de la maniobra internacional. La fórmula aparejaba a ver en qué dirección soplaba el viento, como observó Bennett, que ocupó distintos deberes en la Oficina del Alto Representante, entre ellos, el de Director de Comunicación.

Las afables pretensiones frecuentemente le acompañaban un exiguo conocimiento y métodos discordantes. Los empeños de la Comunidad Internacional se agrupaban en rescatar a los grupos marginados y reavivar la contribución de los ciudadanos, presumiendo que de esta manera una cultura de tolerancia se enraizaría. Toda vez, que los valedores de tales ideas estaban faltos de una agudeza transparente de los obstáculos en la gestión de una transición posconflicto, intercalada a la mutación poscomunista que se había emprendido antes de la guerra.

Y es que, con Bosnia-Herzegovina consta una incongruencia que desmonta la capacidad transformadora. Como sugieren Harsch y Haedley en la revista estadounidense Foreign Affairs, confrontando Bosnia y Ruanda, mientras en el país balcánico, Estados Unidos y sus socios enviaron a sus mejores diplomáticos y expertos en desarrollo para perfilar y formalizar los Acuerdos de Dayton, Ruanda quedó a su suerte. A pesar de que ésta última se menciona como una referencia de éxito y en Bosnia, el incremento de la tensión y la sucesión de testimonios amenazantes, fundamentalmente, desde las cúpulas políticas, hacen que el estado se halle más quebradizo tras la guerra.

Históricamente, muchos donantes han admitido que cuanta más asistencia extranjera recoge un país posconflicto, más pronto se reestablece. Justamente, al examinar los antecedentes del Banco Mundial, se muestra una similitud positiva entre la cuantía de la ayuda y el crecimiento económico en Ruanda.

En paralelo, la predisposición en Bosnia es la opuesta: “una correlación negativa entre la ayuda externa y el crecimiento”. La frustración de la intervención internacional en su mayor aspiración de reconstrucción contornea un paisaje desolador a la hora de apoderar a territorios devastados por controversias civiles.

Conjuntamente, refuta el tópico que en las condiciones apropiadas se puede rehacer con éxito estados beligerantes, ampliamente repetido por activa y por pasiva desde centros de poder occidentales.

Los acuerdos de paz de Dayton acabaron con la violencia y cimentaron las posiciones oportunas para el regreso a la normalidad de muchos bosnios, que no de todos, ya que la hechura territorial etnos-nacional, lejos de revertirse, parece segura y sólida. Simultáneamente, como afirman Western y McMahon, propone una narración reservada sobre “el potencial de las estructuras institucionales para crear incentivos perversos, generar extremistas y eventualmente socavar la unidad nacional”.

Los embajadores que coadyuvan en la instauración de la paz en Bosnia y en otras esferas, han de aprender a tantear los resultados a largo plazo de lo que forjan, convencerse de que tanto los tratados de paz como las destrezas de aplicación posconflicto, son flexibles a acomodarse conforme varían las posturas. La mediación posconflicto no es una dificultad que se soluciona fácilmente, sino un proceso de gestión, porque una guerra no concluye hasta que los desenlaces se vencen.

Naturalmente, la derivación más trascendente de la guerra a largo plazo es la concentración y homogenización de los grupos étnicos en territorios apartados. La organización combinada de la sociedad bosnia anterior al conflicto, se tradujo en tres naciones desiguales estrictamente divididas.

El Gobierno Central bosnio despuntó laxo con encargos condicionados a la política exterior y quehaceres financieros e infraestructuras de alcance interestatal como las comunicaciones, la energía o el transporte.

Por el contrario, las entidades disponían de autoridad en los estadios restantes, entrañando la recaudación tributaria y aduanera, con lo que se impidió a la administración federal de prescribir de fuentes independientes de ingresos. Los Acuerdos de Dayton no surtieron al Estado de Bosnia de las herramientas capaces para un afianzamiento justo y soberano.

La amplia mayoría del poder incurrió en las dos entidades, convirtiendo a la RS en un Estado de facto, con una contextura semicentralizada. Amén, que la actuación ambigua de la Comunidad Internacional enredó más el escenario consecutivo de Dayton. Sorprende entre los analistas tanto la peliaguda arquitectura institucional de Bosnia inmediatamente a la guerra, como la tarea incompleta del proceso de paz, siendo incuestionables desde su apertura las lagunas flagrantes del Acuerdo. A la vez, que se sustentó una visual optimista sobre Dayton que encubrió las contrariedades, se priorizó la estabilidad en la comarca a la reforma del cuadro legislativo.

En contraposición al paradigma centralista de la RS, la Federación de Bosnia y Herzegovina compuso un entramado propenso al ensueño. Mayormente en la Federación, las fuerzas políticas etnos-nacionalistas se aprovecharon considerablemente de las enormes ayudas para la reconstrucción y de la ayuda humanitaria occidental de los primeros años. Mientras que la orientación fue más o menos notoria en encauzar las estrecheces humanitarias del conjunto poblacional y optimizar las condiciones materiales, igualmente robusteció las estructuras de poder presentes.

Dayton dio pie a un sistema político etnos-federalista y seudofeudal, pulverizado en cotas locales con escasa colaboración entre ellos y que resultó ser inoperante y burócrata. Una combinación demencial adolecida porque los políticos apenan cuentan con ineficaces incentivos de reforma y que ha confluido en una crisis social en toda regla. Es de destacar en lo fundamentado, que el 64% del presupuesto público se consigna a sustentar al monstruo administrativo del régimen bosnio.

Sin inmiscuir, que se estima que los salarios públicos son de media, unas cinco veces por encima a los del sector privado. Todo ello, para una ciudadanía que es la que peores servicios públicos cosecha en la región.

Algo así como una especie de estado Frankenstein en el que diversas comunidades subsisten de espaldas unas a las otras y, por tanto, el semblante de normalidad es una mera figuración. En otras palabras: la espinosa maraña institucional no ha suscitado la reconciliación, como tampoco la integración, sino que ha cebado la descentralización y los instintos secesionistas.

Ante esta situación fraguada, la desmovilización popular es superior, hasta asentarse dos motivos principales. Primero, sociológico, una sociedad que soportó tal movilización vio inactivas muchas de sus redes sociales fijadas antes de la guerra. Y segundo, institucional, porque los organismos gubernamentales bosnios han sido instaurados últimamente, con la consiguiente falta de albor sobre los compromisos entre los distintos niveles de dirección. Eso incita que las tentativas de los residentes o grupos de interés por hacer caer la balanza en el proceso político sean trabajosas.

Mientras las provisiones de los Acuerdos de Dayton dentro del proceso de desmembramiento de la antigua República Federal Socialista de Yugoslavia conjeturaban un grado importante de fragmentación en la estructura política bosnia, trataban de que la economía estuviera sólidamente integrada, autenticando el libre movimiento de bienes, servicios o capitales, con una moneda común y políticas comerciales equilibradas. En definitiva, Dayton creó una economía descosida, en la que el Gobierno Central ha tenido un papel limitado en el preámbulo de políticas económicas estatales.

Consecuentemente, la Guerra de Bosnia (6-IV-1992/14-XII-1995) entrevió un daño irreparable que no se puede compensar, en los estudios aclarativos ha de tenerse en cuenta que el esfuerzo de Bosnia era totalmente distinto al de otros países de los Balcanes Occidentales o de Europa Central.

Redundando brevemente en las cifras oficiales, fallecieron más de 100.000 personas, muchas de ellas civiles y en edad de trabajar. El siguiente territorio más dañado por el conflicto bélico recayó en Croacia con 20.000 decesos, lo que representa una proporción de más de 5 a 1 con respecto a Bosnia. También, las pérdidas materiales se valoraron entre los 35 y 50 billones de dólares americanos.

En el año 1995, el 80% de la población estaba en manos de la ayuda humanitaria. O lo que es lo mismo, 2.4 millones de individuos de los 3 que vivían a la finalización de la guerra no podían apenas sobrevivir sin la contribución exterior. A su vez, el producto interior bruto per cápita decreció y la industria pesada quedó anticuada, devastada y arruinada. La producción industrial tan sólo alcanzaba el 5% de los niveles cuatro años antes y el paro tocaba techo del 85%.

No obstante, pese a las derivaciones adversas y hostiles que contrajo la conflagración en todos los contornos de la economía bosnia, llámense el sector productivo y financiero, o la realidad social y las infraestructuras, o la intervención emprendedora en forma de ayudas a la reconstrucción posbélica, predijo una base para abordar las enormes amenazas que tenía por delante un país empobrecido.

“Treinta años después de Bosnia y Herzegovina, apuntalar la democracia de ningún modo es sencillo porque demanda de un liderazgo capacitado, como una sociedad civil dinámica y, sobre todo, instituciones políticas que se desenvuelvan adecuadamente”

Oportunamente, la Comunidad Internacional tenía claro que la paz duradera y el contrapeso político en Bosnia y Herzegovina pendían en gran medida de dar más vigor a la economía, como el retorno de los refugiados y los sujetos desplazados, así como la creación de empleo.

Hay que recordar que las modificaciones económicas no estaban engranadas con los Acuerdos Dayton, los actores internacionales y principales donantes admitieron como propias el paquete de medidas liberalizadoras. Era perceptible que existía una fuerte unidad entre las distintas organizaciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI), la UE o la Agencia Internacional del Desarrollo de los Estados Unidos (USAID).

Se mostraban como un frente común sólido, porque estaban arrastrados por los principios generales de las reformas económicas y parecían estar de conformidad en prácticamente todos los flecos.

Las tesis manejadas por los distintos protagonistas plasmadas en varias de sus ediciones, eran de la misma índole y probaban de manera similar los raciocinios que debían animar a los representantes bosnios para implementar privatizaciones. Según los donantes internacionales, el sector privado reafirmaba estar más preparado y dinámico que el público, dado que su designio preferente era adjudicarse algunos beneficios. Esa indagación de ganancias hacía que las empresas se configuraran en un espacio competidor, con estructuras corporativas más innovadas y que fuera más inteligible acceder al capital externo.

Al mismo tiempo, estas reformas entre otros, generarían nuevos empleos, como una mejoría de las exportaciones, la incesante acentuación de la inversión extranjera y progresivamente, la intensificación avivaría que la economía de Bosnia fuera autosostenible. Otro matiz exclusivo en la salvaguardia de las bondades del patrón sugerido recayó en el hecho de desasir al sector público de la esfera meramente económica, viendo la corrupción a través de sofisticados aparatos de transparencia.

Al fin y al cabo, en contraste con el incentivo para la inversión que atribuye el servicio público, la culminación de privatizaciones ayudaría a conseguir prácticas de ajuste presupuestario, disciplina de mercado y estabilidad macroeconómica, agrandando la eficacia del servicio al consumidor y concitando a Bosnia y Herzegovina hacia una mayor competencia. De manera, que el Banco Mundial interpretaba las privatizaciones como una forma adecuada y transversal de extirpar la corrupción en estados como Bosnia. Ahondando en la escisión entre políticos y empresas se podría amortiguar visiblemente los conflictos de intereses, así como dar pequeños avances en la colaboración con países vecinos y encaminarse hacia la integración de la UE.

Asimismo, el organismo lo divisaba como una causa de progreso, dada la certeza de que la privatización del mercado dedujo una subida de los empleos y sueldos en estados como Rumanía, Hungría, Ucrania y Rusia.

Por otro lado, el FMI insinuaba que la privatización era un ingrediente decisivo en la producción de empleo, la ampliación de la eficiencia, la suma de las exportaciones y la admisión de nuevas estructuras de gobernanza. Un punto de inflexión para que las empresas encajaran otros métodos de gestión y desplegaran capacidades productivas que reforzaran la competitividad.

Obviamente, al obtenerse más competitividad, valga la redundancia, la confianza de los inversores en Bosnia se acrecentaría exponencialmente y la economía prosperaría firmemente. De lo contrario, se transformaría en una economía envejecida cuyos servicios públicos estarían en no pocas ocasiones intervenidos. En idéntica consonancia, la USAID reconocía que con la celeridad de la privatización, Bosnia y Herzegovina estaría circunscrita en una economía fiable encauzada a la exportación.

Finalmente, la UE alentó con insistentes documentos a mejorar en la liberalización y desregulación de la economía por medio de privatizaciones, al sospechar que el sector público, como consecuencia de su estructura corrupta y apenas eficaz, no era apto para conceder al estado engranajes de mercado. O séase, proyectó las reformas con el foco puesto en la armonización con sus estándares institucionales, urgiendo a activarlos para atenuar la oposición en el país.

Hoy, treinta años más tarde, la invasión de Ucrania donde los civiles soportan igual que en el más destructor de los conflictos que acompañaron al colapso de la antigua Yugoslavia, trae a la memoria punzantes recuerdos de quienes vivieron de primerísima mano la Guerra de Bosnia-Herzegovina, la más cruenta del Viejo Continente desde la Segunda Guerra Mundial y de la que todavía el trauma continúa efervescente.

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