Don Salvador Bellido es una estrella más que rutilante en el panorama musical melillense, o ¿acaso fuera de nuestras limitadas fronteras?...puede, puede. Me lo dijo hace algún tiempo: "Estrenaré una obra mía el 18 de febrero". Bueno -pensé- tiene que ser buena conociendo a Salva. No, no era buena, era magnífica; ha sido una gran pasada, ha sido el éxtasis del clarinete y del saxo. Ahora les cuento, no me metan prisa porque estoy escribiendo con los duendes de Hermann, Bellido, Ricón y Balsa metidos en el cuerpo y va a resultar imposible ser objetivo. Lo juro.
La Orquesta Sinfónica de Melilla, de verdad, no necesita traer directores de renombre porque, con lo que tiene en casa, tiene una fortuna. Don Josep Enric Hermann Alapont demostró el viernes en un repleto Salón Dorado del Palacio de la Asamblea que tiene categoría para dirigir así como para acompasar y acompañar a solistas con sólo un puñado de maestros de la cuerda. ¡Qué bárbaro!. Y tenía enfrente lo que tenía que no era poco: Sonia Rincón -perfeccionista, por encima de todo- , David Balsa, un gigantón a prueba de bombas que se atreve a estar media hora en el escenario sin inmutarse, sin que se le mueva un pelo. Hermosas y trabajosas las Klezmer Tunes, inolvidable el esfuerzo de Balsa.
Ambos, Rincón y Balsa dieron una lección de clarinetismo con piezas de Mendelssohn. Conforme avanzaba la velada de máxima categoría musical y Josep Enric leía con complicidad la participación del público, lo mejor -no se me enfade nadie- estaba por venir. La sinfonía de Hermann tenía que ceder paso a la invención -la creación- de Salvador Bellido. El director de la Sinfónica 'Ciudad de Melilla' sonreía y decía a los presentes: "Cinco minutos de parón porque vamos a realizar alguna reforma". La reforma se llamó -qué bonito- Chicha al cajón, Quino, magistral, como siempre, al bajo y Carmona a la guitarra, la guitarra de los Carmona de toda la vida, la guitarra que igual ríe que llora.
Eran los del chaleco. ¿Por qué los del chaleco?, porque Salvador Bellido, con 'Tres citas', obras creada por él, repasó varias culturas musicales, entre ellas el flamenco y los flamencos siempre han llevado chaleco. Salvador comenzó acariciando a la música rindiendo homenaje a reminiscencias árabes, lentas y sentidas, al menos me lo pareció. Era con su clarinete que, como cada cual sabe, no es su único argumento. El gran y celebrado momento llega de la mano del saxo. Bellido se dejó el pellejo comenzando con unos aires habaneros. Hermann vuelve a sonreir porque sabe lo que va a ocurrir. No sé, me parecen que eran habaneras tipo 'El manisero' de Machín.
Pero la explosión, precedida de un toque de caja y guitarra arriba al Salón Dorado con un Salvador Bellido que no se cansaba de soplar, con un director cuidando el necesario acompañamiento de cuerda, perfecto, por demás. ¿Es ésto fusión entre la sinfonía y los aires populares?. No seré yo quien opine, pero sí que opino que los que allá estábamos, vivimos una gran noche de música y que salimos orgullosos de disfrutar del gran trabajo de la agrupación que preside Sergio Rincón.
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