Opinión

La Batalla del Ebro, el horror hasta las últimas consecuencias (II)

Tal y como se ha expuesto en el texto anterior al que este pasaje sigue su rastro, la ‘Batalla del Ebro’, la más significativa de la Guerra Civil, tanto por el desenlace político que de ella resultó, como por las razones dadas en su preludio, a finales de julio de 1938 el ‘Ejército Popular Republicano’ emprendió una ofensiva que sería el mayor desafío de la contienda, a raíz haber perdido las posiciones conseguidas efímeramente por la República en Teruel, con las fuerzas franquistas entrecortando el ‘Frente Este’ hacia el Mar Mediterráneo, al unísono que la tempestad se cernía sobre Centroeuropa en forma de la anexión de Austria, e inmediatamente llegaría la reivindicación de los Sudetes checos por Adolf Hitler (1889-1945).

En tanto, que el Gobierno Republicano ya no pensaba en obtener la victoria, sino más bien, una salida honrosa y dialogada, porque si vencía en la ‘Batalla del Ebro’, al mismo tiempo, descartaría la punta de lanza de las fuerzas sublevadas, a lo que debía añadirse la dificultad de tomar Madrid. Conjuntamente, valiéndose que las tropas franquistas, en vez de acometer Cataluña derivaron su atención al Sur con el propósito de asediar los puestos del litoral valenciano y así dejar incomunicada a la República por mar, el ‘Ejército Popular’ en Cataluña se restableció y acrecentó los efectivos, medios y materiales.

Pero, pese a encarar sorpresivamente a las huestes rebeldes que estaban ubicadas al Sur de río, su dotación, significativamente inferior implicaría ser un hándicap infranqueable para los republicanos, porque a pesar del esfuerzo decidido e intrépido terminarían batiéndose en retirada.

Si bien, algunos de los objetivos principales de la República se habían perfilado, al menos, el mundo observaba como el ‘Ejercito Popular’ aún era capaz de maniobrar y el ‘Bando Nacional’ no le quedaba otra que detener sus embates para encaminar tropas de otros frentes, como Andalucía y Valencia, para en definitiva, reforzar la línea del Ebro.

Al hilo de la cuestión armamentística ya tratada y que había quedado en pausa, las facciones franquistas no sólo recibieron más cantidad de armamento, sino que era más homogéneo, porque les llegaba de modo regulado y por norma general, de muchísima mejor calidad.

Es conveniente indicar que el grueso de géneros armamentísticos en manos de los republicanos, ha de añadirse el que adquirió de la URSS y de otros estados, aparte del que procedía del mercado internacional clandestino, así como del desechado por otros ejércitos. Sin embargo, Franco, no necesitó valerse de este comercio ilícito de armas y casi todo le llegaba por vía marítima, destacando los enclaves de Vigo y Cádiz.

En cambio, los pertrechos y enseres del ‘Ejército Popular Republicano’ en Cataluña ingresaban básicamente por la frontera francesa, en ocasiones, cerrada o abierta intermitentemente por las autoridades galas, dependiendo de las circunstancias políticas internas y europeas y de las perspectivas del ‘Comité de No Intervención’. Indiscutiblemente, esta situación inestable repercutía considerablemente tanto en el compás, como en el volumen de los abastecimientos.

Sin descartar, las coyunturas habidas en las singladuras marinas, con inconvenientes derivados del influjo naval del enemigo.

Tercero, en lo que atañe a la participación de los combatientes extranjeros, aunque en menor medida que los útiles de guerra, mismamente, ha sido objeto de discusión entre los expertos y analistas, valorando la cuantificación de los mismos que operaron en ambos bandos.

En atención a los antecedentes que pormenorizadamente compila el historiador y catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova Ruiz (1956-65años), la cifra de italianos pertenecientes al ‘Corpo Truppe Volontarie’, abreviado, ‘CTV’, que combatieron con Franco, constituyó 72.775 hombres, o séase, 43.129 del ejército italiano y 29.646 de las milicias fascistas, a los que hay que agregar los 5.699 vinculados a la ‘Aviación Legionaria’.

Al ocasionarse los combates de Aragón, en las tres Divisiones del ‘CTV’ se congregaron entre 40.000 y 45.000 hombres. Con lo cual, la contribución italiana es la mayor de todas en cuanto a la presencia de extranjeros.

Aproximándose a la suma preliminar, intervinieron unos 70.000 marroquís, en su amplia mayoría concernientes al Protectorado español y del Marruecos francés. Inicialmente, eran súbditos del Sultán de Fez, pero el escenario colonial les encuadraba en un status específico y el ‘Bando Nacional’ no admitió que discurriesen como combatientes extranjeros.

Por el contrario, los alemanes que entraron en acción con la ‘Legión Cóndor’ se cuantificaron, poco más o menos, en unos 19.000.

Otros extranjeros que lucharon en el lado franquista, recayó en los ‘Viriatos’, nombre genérico asignado a los voluntarios portugueses, además de los irlandeses. Los primeros, un millar, se incluyeron en la ‘Legión Extranjera’ con alguna aportación en aviación. Los segundos, integraron la ‘Brigada Irlandesa’, también conocida como ‘Irish Brigade’, que en los primeros tiempos apoyaría en la ‘Batalla del Jarama’ (6-II-1937/27-II-1937). Cabiendo destacar, que éstos combatían por quienes hostigaban a los católicos frente al marxismo. En el ‘Bando Republicano’ el protagonismo principal extranjero se lo llevaron las ‘Brigadas Internacionales’; la propaganda franquista los encaramaba en los 100.000, siendo una artimaña para entrever la importancia y el enorme peso del comunismo.

Asimismo, los republicanos procuraban engrandecer este cupo, al objeto de exteriorizar la solidaridad mundial para con la República y la libertad.

En este amalgama de fuerzas concéntricas, no ha de soslayarse a los asesores y guerrilleros soviéticos, quienes se les reconocía como los rusos, aunque los había de otras procedencias de la URSS. Se calcula que fueron unos 2.105 los que comparecieron en España, de ellos, 600 eran asesores no combatientes.

Por ende, el dígito de extranjeros era manifiestamente superior en las partidas de Franco, inclusive, sin contemplarse como foráneos a los marroquíes que resultaban del Protectorado español.

Para evaluar la proyección de los extranjeros intervinientes en el desenvolvimiento de los hechos de la ‘Batalla del Ebro’, ha de añadirse otro matiz: el ‘CTV’ y la ‘Legión Cóndor’ confluían como unidades consistentes y robustas, más organizadas, aparejadas y bien blindadas que las ‘Fuerzas Extranjeras’, que lo hacían con sus enemigos. Por ello, eran más competentes, eficientes y resolutivas derrochando entrega y arrojo.

En síntesis, cada uno de los dos ‘Ejércitos’, esto es, el ‘Ejército Popular Republicano’ y el ‘Ejército Nacional’, con sus debilidades y fortalezas llegaron a movilizar en torno a un millón de hombres.

Simultáneamente, las huestes franquistas se ensanchaban en reciedumbre y representación de manera encadenada. Con más o menos premura, las tropas se hacían con espacios geográficos y con ello integraban jóvenes a sus filas.

El ejemplo más notorio se ocasionó en el ‘Frente Norte’: tomadas las provincias del Cantábrico, se integraron al ‘Ejército Nacional’ individuos que con anterioridad habían recaído en los destacamentos republicanos. Igualmente, se terciaría con los cántabros, asturianos y vascos, que las levas lo emplazaron para alistarse.

En la otra cara, la hechura franquista no se desnaturalizó a lo largo de la guerra, más bien, se caracterizó por la unidad de mando, englobando los grupos tradicionalistas y falangistas incluidos en las unidades de mayor tamaño, y a los efectos funcionales eran semejantes a los Batallones del Ejército.

La organización republicana no tuvo en sí una praxis y estructura lineal. Sin ir más lejos, las primeras semanas de la conflagración se disolvió, exonerando a los soldados de disciplina y obediencia a sus mandos, ante la sospecha de un amotinamiento contra el Gobierno de la República.

De ahí, que los primeros que lidiaron la guerra fueran los milicianos, a modo de obreros y campesinos que se aferraban a las armas sin experiencia, cuya eficiencia desde el prisma operativo era minúsculo, aunque condensaran gran compromiso político y su proselitismo se valiese de enaltecimientos por la causa.

Tampoco ha de sustraerse, las controversias internas en el seno del ‘Bando Republicano’, aminorando sensiblemente la capacidad luchadora, porque muchos iban por su antojo. Posteriormente, el engranaje se optimizaría y desde 1937 las fuerzas republicanas se convirtieron en el ‘Ejército Popular Republicano’. Sin duda, los comunistas y el ministro de Guerra, Juan Negrín (1892-1956), llevarían la voz cantante para esta evolución.

Ahora, lo que se sustanciaba era un militarismo consolidado, subordinado y mejor establecido. Amén, que muy pronto se justificaría que era tarde para voltear la dirección del triunfo.

En medio de la complejidad bélica, ambos bandos reunieron reclutamientos mediante quintas: en Cataluña, se incorporaron remplazos tras quedar incomunicada del resto de la zona republicana con jóvenes de 17 y 18 años, fundamentalmente, en la ‘Batalla del Ebro’. Y, llegados el caso, con muchachos de menor edad que impulsados por la fantasía o el atolondramiento juvenil, se enrolaban alegando tener un año o dos más.

Cuarto, en lo que respecta a la moral en los Ejércitos y la retaguardia, en el sentir republicano podría calificarse de erosionada, sin exteriorizarlo directamente por el temor de ser ejecutados como ‘derrotistas’, o estar en la complicidad a favor del adversario, aun especulando que la guerra era un fracaso, precipitaba el hundimiento prematuro.

En la misma tendencia se inocularon las actividades en los adoctrinamientos de comisarios y oficiales para llevar a buen puerto el paso del Ebro. Mientras, la configuración poblacional estaba extenuada de bombardeos y sobresaltos. Por lo demás, Cataluña daba cobijo a decenas de miles de refugiados venidos de otros puntos geográficos, escapando de los estragos, reveses y posibles venganzas.

En contraste, en el ‘Bando Nacional’ la moral era inmejorable. Evidentemente, el agotamiento hacía mella, la urbe lloraba a sus difuntos y anhelaba que retornasen sus hijos, maridos, padres o hermanos llamados a filas; pero, generalmente, la subsistencia en suelo franquista era menos sufrible que en el republicano. Porque, aun existiendo privaciones y penurias sustanciales, el hambre no era tan determinante, difícilmente algunas localidades experimentaron el castigo de las incursiones aéreas, los expatriados no alcanzaban cotas tan amplias y disponían de medios adecuados de sostenimiento.

A este tenor, las principales demarcaciones cerealistas permanecieron en territorio franquista y, por tanto, no había impedimento para la elaboración del pan, por antonomasia, el sustento cardinal de la época; análogamente, los latifundistas atesoraban sus tierras y los que gobernaban ajustaron el racionamiento, al no descomponerse la contextura de producción y repartición de preguerra.

Los franquistas no ocultaban sus ansias de victoria, mostrándolo en la retórica protocolaria distinguiendo el año 1939 como el ‘Tercer Año Triunfal’. No obstante, en la sobriedad que por entonces dominaba, no hicieron bombos de tenerla a su alcance, o anticiparla como próxima, más allá de la elocuencia en los discursos o la prensa.

Ostensiblemente, esta moral se acrecienta al consumarse la ‘Batalla del Ebro’.

Y, como no podía ser de otra manera, entre los ciudadanos residentes en la circunscripción franquista predominaba el pragmatismo, por el negacionismo en el bando inverso; tal autosugestión se apreciaba a leguas en los vínculos ordinarios. Eso sí, no se abrazaban insinuaciones o declaraciones más o menos espontáneas, sin el consentimiento tajante de las autoridades. En conclusión, casi todo, por no decir todo, estaba acaudillado y de principio a fin, el sentido jerárquico lo impregnaba todo.

Quinto, el adiestramiento y la instrucción de los soldados no es prominente en cualesquiera de los Ejércitos, y menos, la preparación estratégica para una guerra que se inclinaba a un armisticio con la mediación de las potencias democráticas. Aun tanteando el conocimiento previo de los años de conflicto que curtieron a estos hombres en el manejo de las armas, y estando al corriente de su protección en el campo de operaciones, su aplicación era minúscula a su ingreso en las unidades.

Cómo se ha aludido en esta narración, en la ‘Batalla del Ebro’, son por miles los soldados inexpertos y bisoños, en especial, los republicanos movidos por el reclutamiento obligatorio. Habiendo recibido un entrenamiento inapreciable, se pone ahínco para ser instruidos velozmente.

No es de deslucir, que los mandos superiores republicanos intensificasen sus técnicas, sabiendo que no eran ‘Militares de Carrera’, sino de milicias. Los tres Jefes preferentes del ‘Bando Republicano’ en la ‘Batalla del Ebro’, o séase, Juan Guilloto León (1906-1969), habitualmente conocido como ‘Modesto’ o Juan Modesto; Manuel Tagüeña Lacorte (1913-1971) y Enrique Líster Forján (1907-1994), así como otros Jefes de División o Brigada, se nutrieron de enseñanzas puntuales en el arte de la guerra.

Algunos de ellos, como los dos primeros, Tagüeña y Líster, merecen considerarse militares de alta calificación y distinción, al estar por encima de numerosos Jefes y Generales de Carrera.

Con todo, la desventaja del ‘Ejército Popular Republicano’ recaería en los mandos intermedios, faltos de formación y decisión, porque las ejecuciones ofensivas se detenían a la expectativa de los mandatos de la superioridad: llámense Capitán, Teniente o Sargento, que no eran determinativos ante cualquier entorpecimiento.

A la inversa, sucedía en los mandos intermedios franquistas, más solventes y madurativos, no ya sólo en la ‘Batalla del Ebro’, sino en la totalidad de la guerra como una de sus grandes bazas. Abarcando los Alféreces Provisionales, en su conjunto, rentables y preparados.

Entre los mandos superiores nacionales podría decirse que hubo de todo: pocos acomodaron una doctrina actualizada, en el sentido de sistematizar las unidades motorizadas o la utilización de métodos de envolvimiento, y como se demostraría en la Segunda Guerra Mundial (I-IX-1939/2-IX-1945), ninguno implementó la combinación de fuerzas acorazadas con la aviación. Curiosamente, sí que amasaban alguna destreza combatiente venida del continente africano. Únicamente, algunos altos mandos acreditaron tener una capacidad excelente.

“Por instantes, el ‘Ejército Popular Republicano’ puso contra las cuerdas al ‘Ejército Nacional’ encarando una obstinada resistencia que rayaba lo inverosímil, poniendo empeño en detalles que no estuvieron lo suficientemente pulidos”

Otra forma de aventajar a los republicanos residió en la soltura de los pilotos. Me explico: disponiendo de más medios aéreos, prácticamente los pilotos eran de origen alemán e italiano con un aprendizaje más completo que sus contrincantes; sin descartar, los 700 tripulantes rusos que indistintamente participaron y que se asemejaban a los susodichos en instrucción.

Y sexto, en los meses inacabables en que se desarrolló la ‘Batalla del Ebro’, apenas quedó población, o si se quiere, los que a duras penas resistieron en los pueblos adyacentes. Algunas familias se guarecieron en parajes subterráneos, pero dada la rudeza e intemperancia de los enfrentamientos y los frecuentes bombardeos, la cifra de víctimas mortales hubieran sido catastróficas.

Semanas precedentes a abril de 1938, en el intervalo en que las tropas nacionales partían desde el ‘Bajo Aragón’ y ocuparon la franja, las familias favorables al bando gubernamental entrecruzaron el Ebro de Sur a Norte, salvaguardándose en una zona que persistía en poder de la República. Otras, abandonaron el lugar, no tanto por su inclinación ideológica, sino por apartarse de las operaciones detonantes.

Una vez afianzado el frente a lo largo del río, quienes quedaban rezagados en aldeas ribereñas, siguieron en sus techos amedrentados por estar sometidos a intensas cortinas de disparos y fuegos intercambiados en los dos bordes.

En consecuencia, jornada tras jornada, los republicanos cedían en sus fugaces resquicios de superación, ante el ímpetu imperturbable de los sublevados apuntalado en el predominio de los medios y regimientos más duchos y eficaces.

Si bien, el combate resultaría tenaz en el último gran asalto llevado a cabo por la República en la Guerra Civil Española. De lo que se desprende, que por instantes, el ‘Ejército Popular Republicano’ puso contra las cuerdas al ‘Ejército Nacional’ encarando una obstinada resistencia que rayaba lo inverosímil, poniendo empeño en detalles que no estuvieron lo suficientemente pulidos como para desentrañar en otras consecuencias: la ausencia de la aviación, o lo más, la falta de transporte en las agrupaciones.

A partir de aquí, las tropas populares no tendrían capacidad de materializar otra ofensiva, y el descalabro representaba la puerta abierta para la posesión de Cataluña y con ello, el desliz de su autonomía y el drama de una doble represión como en el País Vasco y Galicia: primero, la de las libertades y derechos político-sociales como en el resto de los territorios que conformaban España; y, segundo, la que se superponía a su idioma, cultura autóctona e instituciones, ganadas a pulso con sudor y sangre que lamentablemente quedarían difuminadas.

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