EL presidente de la Ciudad, Juan José Imbroda, fue duro con Marruecos en su discurso del Día de Melilla y muchos en esta tierra estábamos deseando, no que se declarara la guerra, sino que alguien llamara las cosas por su nombre.
Es más fácil hacerlo cuando quien gobierna en Madrid no es tu propio partido. Pero es legítimo. Imbroda ha dicho “basta” que no es lo mismo que decir adiós.
No podemos elegir a nuestros vecinos. Son los que son y hasta en los sitios más selectos cuecen habas. Pero sí podemos replantear el tipo de relación que queremos mantener: como mínimo de igualdad y confianza, de tú a tú y sin puñaladas traperas por la espalda.
Marruecos ha ido demasiado lejos con el cierre de la aduana de Beni Enzar por donde sólo salía entre el 3 y 5% de la mercancía documentada que entraba en su territorio procedente de Melilla. Pero el problema no es económico... de momento. Lo que hay detrás de esta jugada es que Rabat nos condena a la ilegalidad.
Sólo quiere relaciones “atípicas” con nosotros. Entiéndase “contrabando”, un término que no gusta a nuestros empresarios porque ellos no son contrabandistas sino comerciantes que pagan sus impuestos en España. El problema es que ahora mismo los fardos son la única forma de sacar mercancía hacia Marruecos desde Melilla y eso, según las malas lenguas, tiene sus días contados.
Desde el país vecino han lanzado el globo sonda amenazando con cortar el comercio atípico en octubre o a más tardar en el primer trimestre del año que viene.
El “basta” de Imbroda va más en la línea de replantear la manera en la que llevamos años relacionándonos con Marruecos. Al presidente se le critica que mire hacia el norte cuando, por ejemplo, fue eso exactamente lo que hizo Pedro Sánchez al llegar a Moncloa y romper la tradición, desde Felipe González, de que la primera visita oficial de un presidente del Gobierno español fuera a Rabat.
Sánchez puso por delante a Europa. Miró hacia el norte y de esos polvos vienen estos lodos. Luego Mohamed VI se negó, por problemas de agenda, a recibirlo o a ser plato de segunda mesa, según se mire. Y en esas andamos.
Imbroda hablaba de inseguridad jurídica y puede parecer exagerado, pero es así. El dinero huye del peligro. Queremos crecer, pero eso sólo podremos hacerlo en un clima de estabilidad política.
No creo que llenar Melilla de militares sea precisamente garantía de estabilidad. La gente quiere negocios a largo plazo y la presencia militar podría dar alas al malentendido de que algo no está todo lo atado que debería.
Al Gobierno de Pedro Sánchez no se le pueden pedir milagros. Primero porque no ha salido de las urnas y no llevaba las relaciones con Rabat en su programa electoral. Segundo, porque se mantiene, legítimamente en el Congreso con apoyo de otros partidos y con una franca debilidad parlamentaria.
En Melilla hemos dado el paso de reivindicar otro tipo de relación con Marruecos y hay que seguir haciéndolo. No nos valen ya las buenas palabras de Madrid, alabando las excelentes relaciones con el país vecino, no ahora que nos han dado, pero bien; sino cuando había pedradas en ‘tierra de nadie’ a nuestros policías y salía el entonces ministro de Exteriores Fernández Díaz, de la mano de su homólogo marroquí, con un dátil en la boca y pidiendo “paz y amor” y una medalla para la Virgen.
No ha sido hasta que ha llegado Pedro Sánchez a Moncloa que aquí se ha levantado la voz, alto y claro para denunciar la avalancha de menores marroquíes que no podemos devolver y que estamos manteniendo, pese a que nuestra situación económica es difícil. Aquí ningún político puso al Gobierno de Rajoy contra las cuerdas. Ahora es más fácil y está bien que lo hagan. Ya era hora.
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