El trabajo en el Banco de Alimentos de Melilla se multiplicó en un 200% durante el estado de alarma y el confinamiento. Movidos por la solidaridad y con mucha entrega, los voluntarios y trabajadores de la entidad no pararon ni un día en sus actividades para ayudar a cientos de personas.
El 14 de marzo se decretó el estado de alarma por la crisis sanitaria generada por el coronavirus. Dos días después, en el Banco de Alimentos comenzaron a recibir decenas de llamadas de melillenses pidiendo ayuda. En ese momento, se extremaba la medida del confinamiento y decenas de familias que viven al día se encontraban en una difícil situación. En la ONG, no importaban las horas; su meta era echarle una mano a quienes lo necesitaran.
Débora es la trabajadora Social. Ella se encargaba de recibir las llamadas y de hacer las entrevistas. “Le preguntábamos las necesidades que tenían, si estaban trabajando o no, porque hay gente que a lo mejor han tenido ERTE pero otros trabajan al día a día y no tienen contratos ni nada”, explicó.
Debido a la situación solo atendían telefónicamente. Las líneas colapsaron, los teléfonos no paraban de sonar, era una llamada tras otra. En una sola mañana atendió a 50 personas, cada una con una historia pero con una misma necesidad.
En pleno confinamiento, Débora recibió la llamada de un hombre que le dijo “tengo que salir porque todos los días salgo a las 7:00 a coger comida del contenedor”. Desde la institución le pidieron que se quedara en casa porque ese mismo día le llevarían un lote de alimentos. “Ese hombre fue el más marcó. Él vivía solo, no tenía familia, ningún tipo de ingreso, ni ayuda, no trabajaba. (…) Me dijo, ‘señorita, he salido a buscar pan al contenedor de basura’”. Como Débora se lo prometió, ese día le llevaron un paquete con comida y, dos semanas más tarde, después de recibir una donación de carne, también le llevaron a casa.
Ella también atendía las llamadas que les derivaban del 112 y de los teléfonos de la propia institución. Había personas que no tenían saldo para llamar, por lo que se comunicaban con el 112 quien se ponía en contacto con la ONG, facilitándoles el número de la persona para devolverles la llamada y hacerles la entrevista. Era importante saber si en el núcleo familias había niños y de qué edades, para enviarles alimentos específicos.
Desde la institución, no pueden definir un perfil de las familias que llamaron para pedir ayuda porque eran muchas y con características distintas. “Estaban las familias que siempre lo han necesitado, que viven de alguna ayuda que le dan porque no tienen más remedio y están las personas que tenían su trabajo y por la pandemia lo habían perdido o tenían un ERTE y no cobraban; eran autónomos y no cobraban”.
Pedir ayuda no es fácil. Débora lo escuchó en algunas llamadas que le decían “he aguantado todo lo que he podido, pero es que ya no puedo más, ha pasado un mes y medio y no he cobrado nada”.
Los trabajadores y voluntarios del Banco de Alimentos de Melilla vivieron momentos duros, pero todo este esfuerzo valió la pena y tuvo su recompensa. Hoy sienten satisfacción al saber que hay personas que comieron durante la pandemia gracias al trabajo de todos los miembros de la ONG.
Como si de una cadena de solidaridad se tratara, en todo este esfuerzo no se pueden dejar a nadie de lado. Había cientos de melillenses solicitando ayuda, y sus vecinos, sin saberlo estaban aportando un granito de arena para llevarles comida. El Banco de Alimentos fue el canal de esta cadena que aún sigue activa.
Pese a que comenzó la ‘nueva normalidad’, en el Banco de Alimentos siguen recibiendo llamadas, atendiendo a las asociaciones con las que normalmente trabajan, pero también derivaciones de Servicios Sociales porque hay familias que no pueden acceder a ayudas de la Ciudad.
Marta era la encargada de contabilizar todos los alimentos que llegaban a la institución, así como los que eran entregados a las familias. Por tres vías distintas llegaron alimentos a la ONG. La primera de ellas fue a través de los Bancos de Alimentos de España; otra fue por las donaciones que hacían los melillenses en los supermercados, donde la entidad dejó bañeritas para que los ciudadanos que hicieran la compra pudieran hacer su aporte, y la última fue por medio de donaciones que hicieron empresas, instituciones, grupos de amigos, entre otros.
“¡Aquí hemos visto una ola de solidaridad en Melilla increíble! Hemos recibido de entrega de alimentos, unos 110.485 kilos en 14 semanas, es increíble”, dijo emocionada.
Toda la comida recibida era contabilizada. Una vez que Débora, la trabajadora social, le trasladaba a Marta la información de las familias que iban a ayudar, se ingresaba a una base de datos con el nombre de la persona que solicitaba la ayuda, el número de documento, los miembros en la unidad familiar y la dirección para llevársela a la casa. Con este control buscaban no solo contabilizar todo lo que salía, sino poder llegar a más familias.
Cuando estaban “muy bien de alimentos” daban una media de 40 kilos a cada familia. Esa base de datos además contenía el lote personalizado que se le entregaba a cada familia, si tenía bebés, qué alimento infantil entregaban y cuánto.
En medio de la pandemia, con el número de casos aumentando en España, con el confinamiento y con las medidas que decreto que Gobierno de la nación, los trabajadores y voluntarios del Banco de Alimentos no dejaron de trabajar un día. “Veníamos a trabajar con miedo, es verdad, porque todos tenemos una familia, estábamos en contacto directo con las familias que ayudábamos porque nuestros compañeros iban a sus casas a llevarles los lotes entonces, quieras o no, vienes a trabajar con miedo pero en cuanto pisas la nave, es mucho orgullo sentirme melillense y ver cómo los melillenses han ayudado”, dijo con emoción.
Ser más solidarios y trabajar en equipo son parte de los aprendizajes que le dejó la pandemia a Marta. Detrás de todo el trabajo hay historias personales. Marta, como muchos sentía miedo al volver a casa con su familia quien estaba confinada. Por eso, cada vez que llegaba se bañaba y desinfectaba, “con miedo, no por mí, pero hemos tenido suerte y no ha habido ningún problema”.
Marcos, fue por años voluntario por Aspanies en el Banco de Alimentos y hoy es mozo de almacén. Trabajó como sus compañeros sin descanso en el confinamiento. Cargaba y descargaba las paletas de comida que donaban, pero también preparaba “cajas de verduras para la gente mayor no puede salir a comprar. Las preparo con leche, verdura, lentejas, garbanzos, poticos, nocillas y muchas cosas”.
Afirma que durante del estado de alarma han tenido mucho trabajo, pero tenían que “echar una mano” para ayudar a mucha gente. Confiesa que se sintió muy bien al estar allí y trabajar durante este tiempo para darle colaborar con todas las personas que no necesitaran.
Por su parte, Alba quien se encargaba de hacer los lotes de alimentos para entregarlos en las viviendas. Estos dependían del número de personas de la unidad familiar, si tenía niños o bebés, lo personalizaban según sus necesidades. Incluyendo pañales, toallitas, leche infantil o de continuación. La base de cada paquete eran productos básicos pero dependiendo de las donaciones, agregaban otros artículos como cacao e higiene persona. “Cuando ha pegado fuerte lo del COVID hemos llegado a hacer más de 25 lotes diarios y cada uno personalizado”, dijo quien recuerda que trabajaron mañana, tarde y noche sin parar.
Alba tiene una vocación social, le gusta ayudar a las personas “ y he tenido la suerte de que he podido cumplir eso, sobre todo, porque en esta etapa hemos ayudado personalmente”, recordando que en el resto del año, los lotes los preparan para las asociaciones. Junto a Alba trabajaba Dunia, voluntaria, quien estuvo elaborando los lotes de alimentos. Con una sonrisa en el rostro afirmó que le gusta el trabajo y a sus hijos les enseña a ser solidarios y ayudar a quienes lo necesita.
El trabajo de Rachid no paraba. Él además de ir a buscar las donaciones en los supermercados, ayudaba a descargarla y luego cargar los lotes de alimentos que entregarían directamente a las casas durante el confinamiento. Diariamente atendían entre 20 y 25 familias. “Salíamos a cada barrio, pero la realidad la hemos vivido con la gente cuando muchas veces están pidiendo alimentos y cuando llamamos a su puerta, es increíble”, dice con una sonrisa.
Parte de su motivación a trabajar era ver la alegría de las familias cuando los llamaban para que bajaran a buscar los alimentos. “Eso te motivaba cada día más”, dijo pero también confesó que le desesperaba el sonar de los teléfonos en la institución porque eso significaba que mucha gente estaba pidiendo ayuda. “Era un agobio, las 24 horas no paraba el teléfono, eran familias necesitadas. Sobre todo niños, hemos visto mucho pidiendo pañales, leche…”
El esfuerzo valió la pena, desde el Banco de Alimentos agradecen la solidaridad del melillense y recuerdan que ahí están para ayudarlos a los que necesitan.
Fueron 14 duras semanas. Estado de alarma, confinamiento, temor y una enfermedad que cada vez afectaba a más personas. Pero también fueron 14 semanas de solidaridad melillense. En este tiempo, el Banco de Alimentos multiplicó su trabajo y recibió 110.485 kilos de comida.
Fueron 30.961 kilos de alimentos perecederos y 79.524 no perecederos, para ayudar entregando alimentos en sus viviendas a 1.054 familias que son 4.457 personas; de los cuales 2.265 son niños. Pero el alcance del Banco de Alimentos no se detiene allí, y una vez que fueron abriendo las 14 asociaciones con las que trabajan las cifras de atención siguieron aumentado. Marta, la contable del Banco de Alimentos, explicó que para estas asociaciones prepararon lotes de alimentos más grandes para que los entregaran a las familias con las que trabajan. Eran 4.448 personas que recibieron también lotes de comida de la ONG. Fueron 14 semanas de un arduo trabajo para atender a 8.705 personas en tres meses.
Detrás de estas cifras hay cientos de historias. La persona que pide la ayuda, cada uno de los integrantes del Banco de Alimentos, pero también están cientos de melillenses que se volcaron a donar artículos de higiene y alimentación para ayudar a su vecino.
La ONG recibió productos y artículos por tres vías: por los Bancos de Alimentos nacionales que se ayudaban mutuamente; por las donaciones de los melillenses en los supermercados y por las contribuciones que hicieron los empresarios grupos de amigos y entidades que se volcaron en esta tarea.
Pero así como ingresaban alimentos, también salían. Entre los lotes individualizados y los preparados para las entidades benéficas había semanas que entregaban casi 5.000 kilos de alimentos.
Pedro Paredes, presidente del Banco de Alimentos, es consciente y por ello agradece la solidaridad melillenses, sin ellos todo lo alcanzado no habría sido posible. El trabajo no ha cesado. “Aquí la culpa la tienen los melillenses, sin duda, el gran premio y el gran reconocimiento es a la ciudadanía melillense, porque han sido prácticamente donación por día”.
La crisis del coronavirus no solo obligó a los melillenses a confinarse, hizo que el Banco de Alimentos se adaptara a esa situación y comenzó a entregar alimentos puerta a puerta para evitar que la ciudadanía saliera de su hogar.
En cada llamada, correo electrónico y medio que pusieron a disposición de la ciudadanía había una historia. Muchas eran personas que viven al día, que no podían salir de casa pero con una familia que alimentar. Otros, cuyo colchón de ahorros se fue agotando hasta quedar al mínimo; pero también personas mayores y con discapacidades físicas que sentían temor por salir de casa en una época de pandemia mundial.
La prioridad para la atención fue para personas que no podían salir de casa yendo domicilio por domicilio, cuenta Paredes pero también familias monoparentales. El responsable del Banco de Alimentos informó de que también recibieron decenas de llamadas que tenían un ERTE, no contaban con recursos económicos y desconocían qué tipo de ayudas podían pedir porque nunca lo han requerido.
“También me llamaba la atención esa cierta vergüenza a pedir alimentos de muchas personas, pero siempre lo he hablado, esto nos puede pasar a cualquiera (...) También había mucha gente de Marruecos que nos decía ‘¿Nos podéis atender?’ Nosotros no entendemos ni de nacionalidades ni de credos, estamos hablando de personas que se quedaron atrapadas en Melilla con una frontera cerradas”, dijo recordando que había personas que llamaban llorando por no tener alimentos.
De las experiencias se aprende y aunque en el Banco de Alimentos esperan que no haya un rebrote en el que se tenga que confinar nuevamente a la ciudadanía y prime la responsabilidad colectiva en las medidas de seguridad, en futuro cercano instalarán una cámara frigorífica para los productos perecederos y además, dentro de sus posibilidades buscarán mejorar las instalaciones para dar un mejor servicio. “Y si hubiera una segunda crisis o un rebrote, intentaremos estar mejor dotados”.
La entrega de lotes a domicilio se mantiene, “de momento”, dijo Paredes pero muy coordinado con los Servicios Sociales de la Consejería de Economía y Políticas Sociales, por lo que siguen atendiendo a las familias que no han recibido ayudas así como a las asociaciones. Paredes es claro y asegura que para ellos es primordial no duplicar ayudas y que estas lleguen a los más necesitados. Su premisa es “no fallar” a los melillenses.
Con la cabeza más fría y recordando lo vivido, Paredes hace un análisis de estos tres meses. Se resumen en orgullo por su equipo de trabajo, un grupo cuya edad promedio es de 25 años pero que no descansaron ni bajaron la guardia a la hora de trabajar para atender y ayudar a los melillenses que lo necesitaban.
Pese a los riesgos, sentían una gran responsabilidad para atender las llamadas, mensajes y correos. Hacer cada lote. “hubo un momento en que la Administración estaba colapsada y no podía atender, entonces nos vimos con esa gran responsabilidad de atender a todo el mundo”.
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