Termina hoy una campaña electoral atípica, sin comparación con ninguna otra por multitud de motivos: Entre ellos, su coincidencia con la celebración de la Semana Santa –algo que nunca antes se había producido-y su proximidad a unas autonómicas y locales que han ido ganando terreno y atención, cuando las Generales seguían y siguen aún pendientes de resolución.
En Melilla, la campaña, hasta el momento de escribir este artículo, ha sido tranquila y sosegada, y así, sin sobresaltos, promete finiquitarse. No ha sido igual en el ámbito nacional, donde los escraches y las pintadas contra las sedes de los partidos tradicionales, han manchado un proceso que debería estar vacunado contra este tipo de desvaríos totalitarios, impropios de una democracia con más de 40 años de historia.
Sólo las denuncias por acoso a militantes y activistas electorales del PP melillense, junto a la difusión de octavillas y vídeos con imágenes y discursos manipulados de los populares, han puesto en entredicho la limpieza de un proceso que, a pesar de estas incidencias, y como reconocía el presidente y candidato Juan José Imbroda, “está siendo menos hiriente” que otros.
Y es que, efectivamente, los candidatos no se han atacado personalmente. Hasta Podemos, que en su argumentario hace una causa general contra los males y el legado del bipartidismo, ha evitado cualquier alusión personal a sus contrincantes.
Por tanto, es posible concluir que, en Melilla, ha sido una campaña de “guante blanco” y también de menos conflicto del que podría esperarse en el ámbito nacional.
Las cartas ya están sobre la mesa, aunque no sabemos hasta qué punto la marea de indecisos de uno y otro bloque ha terminado por definirse, ni tampoco en qué medida favorecerá a partidos de nuevo cuño como Vox, que en el descuento ganan en la repesca de descontentos. Lo que sí está claro es que ya no queda más opción que las urnas y, llegados a este estadio, ya solo somos los ciudadanos los únicos con derecho a pronunciarnos.
El domingo será nuestro turno. Qué decidamos, aunque solo sea mediante la elección de un único diputado al Congreso como el que los melillenses tenemos derecho a designar, puede ser decisivo para el futuro de la Nación.
Por eso, reitero que, a la hora votar, las circunstancias actuales aconsejan hacerlo con más cabeza que corazón y contrapesando el descontento que pueda causar una política que, por cansina y agotada para muchos, no es menos decisoria para todos. Ni votar sale gratis ni sirve de nada pasar de la política porque la política nunca pasa de nosotros.
Aquí, ya saben, la irrupción por primera vez de CpM, digamos que en solitario, en unas elecciones generales, no sólo se produce con carácter novedoso, sino que determina por completo los posibles resultados.
En realidad, los cepemistas tampoco es que vayan tan solos. Se han aliado con UPyD, pero hasta Aberchán parece olvidarlo.
El caso es que, hasta ahora, CpM casi siempre ha apoyado al PSOE en unos comicios nacionales. Salvo en el 2000, que conformó el efímero Bloque Localista de Melilla con los ya extintos GIL y PIM, y alguna otra convocatoria en que andaba aliada con IU; los cepemistas o no se han presentado, brindando su respaldo a los socialistas, o han ido en coalición con el PSOE, como ocurriera en 2008, cuando la operación voto por correo por la que, tanto Aberchán como el exdirigente local Dionisio Muñoz, se encuentran inicialmente condenados.
Y en las contadas y aludidas veces en que ha participado, CpM o sus candidatos han sido siempre los más votados tras el PP. Ahora, con la previsible división del voto en unas elecciones que, en Melilla, al elegir un solo diputado, se disputan como si fuera una lista abierta, prometen conseguir mucho más, gracias a un electorado fiel, monolítico y militante, que recorta margen al PSOE y se agranda ante la dispersión del centro derecha.
Me parece un aspecto decisivo y concluyente de las presentes elecciones que merece subrayarse y destacarse, y que no admite efectos sorpresa. Aberchán ya fue presidente de la Ciudad y hoy en día tiene muchas posibilidades de salir electo, en beneficio con toda probabilidad de un posible y nuevo Gobierno de Pedro Sánchez, ya sea en el marco de un pacto PSOE-Podemos, ya sea PSOE-Ciudadanos. Porque, diga lo que diga Rivera, si Cs sirve finalmente, tras el 28-A, para excluir a los independentistas de un futuro Ejecutivo nacional, estará obrando en coherencia con sus principios a pesar de los compromisos en contrario que su líder haya podido adquirir durante la presente campaña. De ahí, posiblemente, que se negara al pacto preelectoral que le propuso Casado y prefiriera, a posteriori, tender la mano al PP, jugando su propia estrategia.
Por tanto, emplazados quedamos. Cada cual votará, como no puede ser de otra manera, lo que estime más conveniente. En todo caso, no olvidemos que la política nunca pasa de nosotros y que el voto es un derecho pero también una opción que deberíamos tomarnos como una obligación. Hasta la abstención y la papeleta en blanco influyen en los resultados.
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