Si de algo sabemos los melillenses es de incomunicación. En esta ciudad con cuatro nubes nos hemos quedado aislados infinidad de veces. Es previsible entonces que esa situación de indefensión perpetua pueda ir a más con el coronavirus. Nos espera tela marinera. Esto sólo acaba de empezar.
El primer avance lo hizo este lunes la delegada del Gobierno, Sabrina Moh, cuando tuvo a bien convocar una rueda de prensa nocturna para leernos el real decreto del Gobierno central que impide viajes de la península a Melilla en barco o avión. ¿Alguien entendió lo que decía la delegada? En esencia lo que mal-leía es, en mi opinión, muy sencillo de explicar: el destino Melilla desaparece del mapa de puertos y aeropuertos hasta que finalice el estado de alarma. Hay excepciones, pero no afectan al común de los mortales. No sé si por suerte o por desgracia ninguno de nosotros lleva una cabeza tractora en la parte superior del cuerpo, por citar solo una de ellas.
Entre el funcionariado, especialmente policías, militares y guardias civiles destinados en Melilla, la noticia que Sabrina Moh no supo explicar con claridad el lunes bien porque ni ella misma la entendía; bien porque no se la explicaron antes de la publicación del real decreto o bien porque la entendía y prefería que no le pillaran el corte para las radios, ha hundido a mucha gente que vive en la ciudad pero que tiene su familia en la península. A esta hora ya todos tienen asumido que se quedan encerrados de este lado del charco en vísperas del Día del Padre. Quien salga, no podrá volver a menos que consiga una autorización de la delegada que acredite la excepcionalidad de su desplazamiento.
Personalmente quiero entender que la limitación de viajes de la península a Melilla se refiere solo a las entradas para, entre otros motivos, evitar que se sigan aglomerando ciudadanos marroquíes en nuestras calles, teniendo en cuenta que Rabat cerró su frontera a cal y canto y las personas que no lograron cruzar a tiempo por Beni Enzar, Farhana o Barrio Chino han sido condenadas por su propio país a morir o sobrevivir a la pandemia del coronavirus abandonados a su suerte. No les queda otra que pedir amparo a la España benefactora. Marruecos no los quiere ni para limpiar las farolas de los pasos fronterizos.
La realidad vuelve a ser la de siempre. Papeleo para entrar o salir de Melilla. Ahora para salir hay que rellenar más formularios que para hacer la declaración de la renta.
Este cerrojazo, sin dudas, marcará un antes y un después en el destino de esta tierra. Los funcionarios que tradicionalmente vienen atraídos por la paga con plus de residencia tendrán que sopesar a partir de ahora si les compensa, en momentos como éste, permanecer separados de sus seres queridos. El coronavirus los ha puesto entre la espada y la pared.
Estamos aislados. Es una realidad. Esta vez no es tan sangrante porque sabemos que el confinamiento es general. Pero siempre nos asaltará la duda: ¿cuánto tiempo durará el cerrojazo? ¿Se levantará en cuanto se levante el confinamiento en el resto de la península? Sería lo justo, pero ya veremos.
Los servicios sociales de esta ciudad tienen hoy un reto muy grande por delante. Ya no es que tengamos la obligación de ocuparnos de los colectivos más vulnerables es que tenemos que acoger a un centenar de marroquíes adultos y menores tirados en la calle en plena pandemia.
No entiendo por qué España no obligó a Marruecos a recibir a esos ciudadanos cuando el país vecino dejó regresar a Melilla a todos los españoles que estaban en Nador cuando se decretó el cierre de fronteras.
Como si en España no tuviéramos bastante con la escasez de mascarillas, de plazas hospitalarias en la UCI, con los problemas de mantener servicios como la ayuda a domicilio; garantizar que las becas de comedor se siguen asignando pese al cierre de colegios; mantener abiertos los comedores sociales, etc…
El Estado ha anunciado un paquete de medidas de corte social y económicas entre las que entra un fondo de contingencia de 300 millones de euros para hacer frente a la emergencia humanitaria que tenemos encima. A los problemas propios tenemos que seguir añadiendo los que nos infringe Marruecos.
Estoy convencida de que la mayoría de los marroquíes que se han quedado en la calle quieren regresar a sus casas. No quieren caridad, pero su país les condena a ello. Y a nosotros, a pagarlo.
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