Opinión

La asimetría del conflicto palestino israelí recobra el pulso vital (III)

Si de por sí, los asentamientos en los territorios palestinos ocupados infringen el Derecho Internacional Humanitario y constituyen un crimen de guerra en toda regla, el Estado de Israel prosigue realizando múltiples desalojos y traslados forzosos de las comunidades palestinas, cómo el derrumbe de hogares y estructuras, dejando a miles de personas sin vivienda y ocasionando traumas y consternación.

Conjuntamente, las milicias israelíes han reubicado a su antojo a numerosos palestinos, ya sea en el interior de las comarcas invadidas o hasta puntos indeterminados en el exilio. Actualmente, las demoliciones de casas están entre las principales causas de las incesantes marchas. Obviamente, estas reglas de juego otorgan a Israel la conservación del control de las tierras y de los recursos palestinos, facilitando el esparcimiento de las instalaciones ilícitas e imponiendo los traslados a ciertos espacios contemplados estratégicos, como el valle fértil del Jordán o Jerusalén Oriental. Sin inmiscuir, que la aplicación de estas pautas punitivas son comparables a una postergación colectiva.

A pesar de la enorme complejidad que aglutina el conflicto y de los inconvenientes añadidos para hallar una solución consensuada, continuando la secuencia de los textos que anteceden a esta narración y que pretenden fundamentar la realidad del Pueblo Palestino, el posicionamiento de Jerusalén, la tesis de los refugiados y las colonias judías con el que se cierra esta exposición, a fin de dejar a expensas del lector una reflexión honesta, serena y sensata de lo que realmente acontece, en un entramado que a todas luces permanece enquistado.

Con relación a otro de los temas de la negociación como es la Ciudad de Jerusalén, forma parte de un debate espinoso y como no podía ser de otra manera, repercute en las sensibilidades religiosas, al constituir un asunto que sobrepasa la prerrogativa de los palestinos y quedar incrustado en el imaginario del mundo musulmán.

El cuestionamiento subyace en dónde reside la soberanía política de este enclave.

Tal vez, una posibilidad consistiría en compartir dicha soberanía entre los judíos y palestinos. O, quizás, el argumento del ‘corpus separatum’, que corresponde a un molde de soberanía compartida con el respaldo de la Comunidad Internacional, ya sea por musulmanes, judíos y otros grupos.

Los precedentes históricos distinguen a una Ciudad tomada por compactos conquistadores. Así, en términos de extensa prolongación, Jerusalén ha sido testigo de diecinueve invasiones. En dos coyunturas y durante 464 años por los judíos, desde el año 1050 hasta el 586 antes de la era común, y entre el año 166 y 63 sumando 103 años. Posteriormente, los persas lo hicieron por un total de 220 años; los romanos, 386 años; los bizantinos, 300 años y los cruzados, 88 años. Subsiguientemente, los árabes la asaltaron en cuatro ocasiones, contabilizando en su conjunto 759 años.

“Las milicias israelíes han reubicado a su antojo a numerosos palestinos, ya sea en el interior de las comarcas invadidas o hasta puntos indeterminados en el exilio”

Con su primera ocupación en el año 637 y el ascenso de Mahoma (570-632) a los cielos en Jerusalén, a continuación de La Meca y Medina se erigió en la tercera Ciudad más significativa del universo islámico. Ya, en las últimas centurias, la habitaron los turcos, otomanos y musulmanes (1517-1917); los británicos (1917-1948); los jordanos y judíos (1949-1967) y, finalmente, los judíos desde 1967. Por lo tanto, la opinión y el criterio de unificar Jerusalén es relativamente reciente.

Sin embargo, los fundadores del sionismo como Teodoro Herzl (1860-1904), Jaim Azriel Weizmann (1874-1952) y David Ben-Gurión (1886-1973) lo veían distinto. El primero, en el siglo XIX lo exploraba al amparo de los más poderosos para la propuesta de su Estado, en el que intentó no agrandar en demasía las reivindicaciones sobre Jerusalén.

En cambio, Weizmann, quien aceptó la dirección del movimiento político nacionalista tras la ‘Primera Guerra Mundial’ o ‘Gran Guerra’ (28-VII-1914/11-XI-1918), contemplaba a la Ciudad como el símbolo del judaísmo antiguo. Y, Ben-Gurión, admitió el procedimiento de partición británico de 1937 de la ‘Comisión Peel’, que reconocía a Jerusalén como territorio británico. Tanto Herzl como Ben-Gurión, no se resignaban a la porción Occidental de Jerusalén separada de la ‘Ciudad Vieja’ y acomodada en la zona Oriental. Además, Ben-Gurión, se refería a esta como un museo espiritual y religioso para todas las confesiones del orbe.

Al hilo de lo preliminar, la Resolución de la ONU 181 del 1947 dispuso que la Ciudad que representaba el 2% del Mandato, poseería un ‘régimen especial’ que residía en un “… corpus separatum bajo un régimen especial internacional y administrado por las Naciones Unidas”. Curiosamente, jamás se llevó a la práctica como consecuencia de la deflagración de la ‘Primera Guerra Árabe-Israelí’ (15-V-1948/10-III-1949).

Más adelante, la Resolución de la ONU 194 de 1948 instaba que “… de acuerdo a su asociación con tres religiones universales, al área de Jerusalén se le debe otorgar un tratamiento especial y separado del resto de Palestina y debe estar bajo el control efectivo de las Naciones Unidas”. Lo cierto es, que fruto de la anterior conflagración, Jerusalén se fraccionó en el sector Occidental para el recién instituido Estado de Israel, y el Oriental anexado por el Reino Hachemita de Jordania.

En la ‘Guerra de los Seis Días’ (5-VI-1967/10-VI-1967), también conocida como la ‘Guerra de 1967’, Israel se hizo con la parte jordana que comprendía la ‘Ciudad amurallada’ y a la postre, amplificó el casco urbano de cuatro a cuarenta y siete millas cuadradas y en 1980, la incorporaría unilateralmente, hasta que el parlamento israelí la declaró ‘unificada y capital eterna del Estado’. Con el triunfo de 1967, se trazaba el sentimiento de unificación. Pero, para los árabes era una decisión inaceptable, al no tolerar la soberanía judía sobre recintos catalogados como sagrados.

Ni que decir tiene, que la anexión unilateral que agravaba la desprotección de los palestinos, no se acogió con buenos ojos por una amplísima mayoría de países y, por ello, a día de hoy, muchas embajadas entreven en Tel Avic la capital verdadera. Amén, que la ocupación de 1967, avivó el advenimiento de nacionalismos religiosos judíos, porque algunos preconizaban una consecución extraordinaria que, al mismo tiempo, habría una brecha para el progreso de la extrema derecha religiosa.

Mientras, los judíos festejaron que tenían en sus manos uno de sus monumentos más valiosos, al tratarse de un anhelo antiquísimo: el Muro de las Lamentaciones. En esta tesitura y para no enemistarse con los musulmanes, los representantes israelíes prescindieron de tocar el Monte del Templo o la Explanada de las Mezquitas. Si bien, un sinfín de barrios palestinos se desmantelaron para transformarlos en distritos judíos.

Remontándonos a los ‘Acuerdos de Camp David I’ (17/IX/1978), se asumió que la dificultad se pospondría. Entre medio, el proceso de paz palestino-israelí emprendido en 1991 dejó sin sanar las heridas, y ya sumidos en la ‘Cumbre de Paz de Camp David II’ (11-25/VII/2000), tampoco se alcanzó ninguna determinación, identificándose por vez primera, que Israel estaba dispuesto a ceder algunos barrios de la Ciudad unificada.

Indiscutiblemente, dos materias de calado quedaban en curso: primero, la incógnita de la capital y segundo, los locales santos. Los judíos plantearon implantar una capital palestina que no se ubicara exclusivamente en los barrios contiguos del Este y Norte de la Ciudad, como Beit Hanina, Shufaat y Abu Dis que conjeturaba el 15%; al igual, sugirieron algo así como una autonomía palestina en las jurisdicciones musulmanas y cristianas de la ‘Ciudad Vieja’.

A cambio de lo formulado, los palestinos habrían de reconocer casi la totalidad de la Ciudad como la capital del Estado de Israel, abarcando la ‘Ciudad Vieja’. El contencioso versó en torno al Monte del Templo o la Explanada de las Mezquitas que quedaría bajo la soberanía política de Israel, como lo es en nuestros días.

Sandy Berger (1945-2015), Consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos e integrante en la Comisión, solicitó que los judíos pudiesen rezar allí, lo que se entendió como la inclinación por edificar una sinagoga. Hasta entonces, ni siquiera los judíos religiosos habían reivindicado esa viabilidad. Se dialogó que estaría bajo jurisdicción palestina de la ONU, concediendo a Palestina la protección de los lugares santos sobre los que Israel atesoraría una soberanía definida.

Simultáneamente, Clinton, se aventuró a plantear un fraccionamiento horizontal: digamos que en la parte más elevada, la explanada propiamente satisfecha, quedaría a merced de los palestinos y debajo de esta, que abraza las ruinas del Templo Judío y el Muro de las Lamentaciones, en cuyo interior se encontraba el Arca de la Alianza, sería de soberanía hebrea.

Pero, Yasir Arafat, consciente que su presencia simbolizaba a millones de musulmanes, no deseaba quedar para la eternidad como el que prodigó la entrega desafortunada de los lugares sagrados a los judíos que caería como un jarro de agua fría. Para ello, prefirió dejar a los judíos el barrio de la ‘Ciudad Vieja’ y el Muro de las Lamentaciones, siempre y cuando, Israel se apartase del margen Oriental de la Ciudad. A lo que el Primer Ministro de Israel, Ehud Barak (1942-79 años), no titubeó un instante en expresar su disconformidad.

Ciñéndome al tercer factor, el fondo peliagudo de los refugiados palestinos, el Estado de Israel ha reiterado infatigablemente la teoría de la culpabilidad palestina. En atención a esta interpretación, las piezas de este puzle se produjo en el intervalo de la ‘Primera Guerra Árabe-Israelí’, circunstancia en que los árabes hostigaron a Israel y en medio de la ofensiva, sus líderes presionaron a los palestinos para que éstos abandonaran sus viviendas y, más tarde, una vez que los judíos fuesen vencidos, retornar.

En otras palabras: los palestinos abandonaron sus tierras voluntariamente, cuando esto no había sido exactamente así.

Benny Morris (1948-72 años), uno de los más acreditados y prolíficos analistas israelíes, vinculado a la corriente revisionista denominada los ‘Nuevos Historiadores’, extracta que otra de las ramificaciones de la conflagración, estribó en el cataclismo de la sociedad palestina con el aval del Gobierno de EEUU y el origen en la disyuntiva de los refugiados.

La huida desalentadora de cientos por miles de personas se promovió por varias lógicas. Fijémonos en el ‘Informe de Inteligencia’ militar israelí fechado el 30/VI/1948: entre diciembre de 1947 y junio de 1948, poco más o menos, el 55% de este éxodo estaba motivado por las operaciones y ejercicios de las Fuerzas Israelíes. El otro 15% era producto de las actividades del ‘Irgún’, popularmente conocido como ‘Etzel’, acrónimo de sus iniciales en hebreo ‘Irgun Zevai Leumi’, una organización paramilitar sionista. Aparte de la Fuerza Armada ‘Leji’ o ‘Lehi’, otro grupo paramilitar sionista que maniobró clandestinamente en el ‘Mandato Británico de Palestina’.

Del mismo modo, apremiados por las consignas de expulsión procedentes de los soldados judíos, hubieron de evadirse el 2%; y el 1% restante, por la guerra psicológica del Ejército de Israel. En resumen, el 73% recibió instigaciones para renunciar al territorio y únicamente, el 5% decidió escapar arbitrariamente.

Los dígitos en la cuantía de refugiados palestinos en 1949 se convirtieron en objeto de discusión. Para el Estado de Israel, la cifra rondaría los 500.000 y para los palestinos 1.000.000. Hoy por hoy, se baraja la aceptación de 750.000 refugiados. La Resolución de la ONU 194 de 1948 establecía literalmente que “… los refugiados que deseasen regresar a sus hogares se les debe permitir el regreso lo más pronto posible y que una compensación debía ser pagada a aquellos que resuelvan no volver…”. Con la ‘Guerra de los Seis Días’ aumentaron a 350.000 más. Ya, en la ‘Cumbre de Paz de Camp David II’, los palestinos estaban informados de la inquietud israelí sobre los 3.500.000 refugiados que aparentemente ansiaban pisar las tierras desalojadas años atrás.

Veamos las distintas opiniones que versaron alrededor de los refugiados: Yossi Beilin (1948-72 años), Ministro de Justicia israelí, aseguró que Arafat le había expuesto a Clinton que en la clave de la polémica abierta con los refugiados, debía valorarse el interés de Israel porque “era imposible que regresasen todos, una parte de ellos se instalará en los países donde viven”.

Gilead Sher (1953-67 años), en calidad de Director de la Oficina del Primer Ministro de Barak, insistió que los palestinos no reclamaban la vuelta de los refugiados y en su opinión, eso no formaba parte del núcleo central de sus pretensiones. De hecho, Arafat, no requirió la repatriación de los millones de deportados, tan sólo el de unos miles de ellos.

Robert Malley (1963-58 años), Consejero de Clinton en su Delegación, destacó que este choque dialéctico no fue el más transcendental, a pesar de que Barak responsabilizó a Arafat del fiasco en las negociaciones por su obcecación.

“Hoy por hoy, al no cristalizarse las debidas indagaciones e inspecciones exhaustivas, imparciales e independientes que iluminen la oscuridad de la impunidad, favorece que las violaciones de los Derechos  Humanos se repitan insistentemente”

Era irrefutable, que Israel no estaba por la labor de cargar con la responsabilidad de los refugiados y, por ende, sugirió que el atolladero lo habían desencadenado los árabes. Consideración que la Historia de Israel ha deshecho en su integridad. A lo sumo, como sopesa Israel, llegarían algunos miles de una sola vez, o entre cinco y diez mil refugiados en una etapa de dos lustros.

Barak, insinuó en términos precisos, que Israel admitiría 4.000 refugiados dentro de un programa bautizado como ‘reunión familiar’, pero que de ningún modo se dialogaría de “derecho al retorno”. Tampoco asumiría responsabilidad alguna en el surgimiento del trance, porque era una impugnación histórica y la Cumbre no era el lugar más apropiado para que éste se diera. Para Clinton se trataba de “divergencias filosóficas” que había que superar.

Cuando Palestina tanteó la demanda de las indemnizaciones y la reposición de bienes de los refugiados, Israel refutó irónicamente la proposición.

Arafat, expuso que en aquella época la cantidad se elevaba a los 1.124 millones, lo que en el transcurso de la Cumbre se asemejaría a varios cientos por miles de millones. Esos gastos como indicó el diplomático israelí Elyakim Rubinstein (1947-74 años), ya no constaban y era obligación de la Comunidad Internacional sufragarlos, pero no tan sólo para los palestinos, sino igualmente, los judíos desahuciados por las naciones árabes.

La Comisión Palestina alegó que la evidencia de los judíos desterrados era un componente exclusivo de esos estados, y no de los palestinos. Visiblemente, no se llegó a ningún reparo y Estados Unidos e Israel, permitían algunos requerimientos financieros y el programa aludido de ‘reunión familiar’.

De lo que se desprende de esta cuestión, el peso en cuanto al número de palestinos que llevaría a Israel a ser minoría.

De ahí, que no afrontase la reaparición de millones de refugiados, porque premeditar tal recalada podría ser una carta de negociación maximalista, pero no respondía al contexto real. Por el contrario, Israel debió costear las compensaciones como se plasma en la Resolución de la ONU.

Y, por último, el cuarto elemento aglutinante hace alusión a las colonias judías en tierras palestinas de Cisjordania y Jerusalén. Su edificación se estableció gracias a la victoria en la ‘Guerra de los Seis Días’ en las franjas ocupadas. Igal Alón (1918-1980), Primer Ministro Interino, presentó la deducción de la seguridad, atendiendo a las peculiaridades de las colonias que acomodarían una red de apoyo en caso de una irrupción externa, evaluando la pequeña dimensión de la superficie israelí.

Recuérdese, que en la década de los setenta, el movimiento activista de derecha judío ortodoxo ‘Gush Emunin’, comprometido con el establecimiento de asentamientos judíos en Cisjordania, la Franja de Gaza y los Altos del Golán, en palabras textuales intervenían por mandato divino, tomando la iniciativa en la arquitectura y en 1977, consolidado con la llegada al poder del Partido de Derecha ‘Likud’.

Con lo cual, al tacto de la seguridad se ensambló a la cautela religiosa: este territorio además de concentrar la función estratégica, asumía un valor en sí. Entretanto, la demostración de la seguridad quedaba atenuada con los Tratados de Paz de Egipto (1979) y Jordania (1994), respectivamente; países, que envuelven el 80% de los límites fronterizos terrestres con el Estado de Israel.

Entre 1991, lapso en el que despuntó el proceso de paz y el 2000, se reprodujo el guarismo de colonos. Israel no mostraba una política de paz, sino que exhibía hechos cumplidos, al no desechar la mayoría de las colonias.

En este momento, conviven en Cisjordania unos 240.000 colonos, por 200.000 en Jerusalén. Como es sabido, en 2005 las colonias se retiraron de Gaza, aunque el retraimiento lució en algunos medios norteamericanos, israelíes y colombianos como un episodio generoso y de buena voluntad, el repliegue se materializó en dirección prohibida al proceso de paz. Lo que es similar a obrarlo de manera unilateral, sin la aportación palestina y acorde al plan de anexarse diversas extensiones de Cisjordania y Jerusalén.

En consecuencia, esta acción estaba claramente condicionada en el proyecto del Ex Primer Ministro Ariel Sharón (1928-2014) que socavaba el proceso de paz.

Merece la pena dejar retratado en estas líneas que prosiguen en la cuarta y última parte de esta disertación, que las Fuerzas Israelíes refunden un amplio historial en la aplicación de su poderío desproporcionado, frecuentemente mortífero contra los palestinos: hombres, mujeres, niños y niñas, como remedio de represalia en las manifestantes y para atenazar la disidencia. El alcance no puede ser otro: miles han perdido la vida y muchos han resultado heridos de gravedad. Y lo peor de todo, al no cristalizarse las debidas indagaciones e inspecciones exhaustivas, imparciales e independientes que iluminen la oscuridad de la impunidad, favorece que las violaciones de los Derechos Humanos se repitan insistentemente.

Sin ir más lejos, reparando en las fuentes oficiales, desde 1987, han fallecido más de 10.200 palestinos; en infinidad de encrucijadas, los entornos señalan a homicidios ilegítimos pudiendo suponer crímenes de guerra. En idéntico período, más de 1.400 israelíes han muerto a manos de palestinos; entre estos, varios cientos eran civiles a los que asesinaron grupos armados en asaltos equiparables a crímenes del Derecho Internacional Humanitario.

Esta es la despiadada esencia del conflicto palestino-israelí que suma y sigue…

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