Opinión

La asimetría del conflicto palestino israelí recobra el pulso vital (II)

A lo largo y ancho de medio siglo, la toma de Cisjordania, incluyendo Jerusalén Oriental y la Franja de Gaza por el Estado de Israel, ha dado lugar a la violación sistemática de los Derechos Humanos contra la población palestina.

Así, tal y cómo se ha expuesto en el texto anterior, desde que se iniciase la invasión en 1967, las políticas severas israelíes de apropiación de tierras, establecimiento indebido y desposesión, yuxtapuestas a la discriminación de gran alcance, como no podía ser de otro modo, ocasionan un sufrimiento indeterminado que sólo los palestinos conocen al ser desguarnecidos de sus derechos fundamentales.

Ni que decir tiene, que el régimen militar perturba el subsistir cotidiano de los territorios ocupados en todos sus visos. Atañendo, a cómo y cuándo pueden o no desplazarse a las obligaciones laborales, o sencillamente ir al colegio, visitar a parientes, acceder a las tierras de cultivo, o recibir debidamente el suministro de electricidad o agua potable. Indudablemente, el repertorio de privaciones entrañan la humillación, el desasosiego y la represión. En otras palabras: Israel mueve a su antojo los hilos de estas personas, perfilando un complejo armazón de leyes militares que atenacen cualquier indicio de disconformidad en sus políticas. Además, de culpabilizar de ingratos a los israelíes que se les ocurra interceder por los derechos de los palestinos.

Sin duda, la praxis de edificar y proliferar asentamientos ilícitos en tierras palestinas, es uno de los afanes promotores en los quebrantamientos generalizados de los Derechos Humanos provenientes de la ocupación.

Sobraría aludir las decenas por miles de propiedades palestinas que Israel ha destruido, imponiendo el desalojo de importantes grupos poblacionales para urbanizar viviendas e infraestructuras, consignadas a la instalación injustificada de sus habitantes en los territorios invadidos. Conjuntamente, elementos propios de la naturaleza que contribuyen al bienestar y desarrollo, como bien pueden ser el agua y las tierras de cultivo, a duras penas se desenvuelven prósperamente.

La presencia de los asentamientos palestinos despojados, atropella el Derecho Internacional Humanitario y es un crimen de guerra. A pesar de las numerosas Resoluciones prescritas por la Organización de las Naciones Unidas, por sus siglas, ONU, Israel prosigue atribuyéndose tierras palestinas y favoreciendo a los aproximadamente, 600.000 colonos, que residen en la Cisjordania ocupada y Jerusalén Oriental.

A todo ello ha de añadirse, que las entidades israelíes que maniobran en los asentamientos, han establecido una economía boyante que nutre su representación y crecimiento. Obviamente, esta labor empresarial pende de la confiscación de los recursos palestinos, que comprenden el agua, las haciendas y los minerales para obtener bienes que se comercian en beneficio personal.

Y qué señalar del protagonismo que aglutina la ONU en este conflicto, concentrando varios obstáculos. El principal subyace, en que el único Órgano con capacidad de tomar decisiones vinculantes, o lo que es lo mismo, con carácter obligatorio, es el Consejo de Seguridad. Dicho instrumento se halla subordinado a los razonamientos políticos de sus miembros permanentes, entre los cuales, Estados Unidos, es proclive a una actitud inmutable proisraelí. Asimismo, todo ofrecimiento que identifique a Palestina como Estado Soberano, o que perjudique al Estado de Israel, automáticamente es maniatado por los estadounidenses. Entorpecimiento inexorable, para el entendimiento de cualquier fundamento que dañe a Israel ante los Tribunales Jurídicos Internacionales.

La voluntad más ostensible de la ONU en la historia reciente se evidencia en la Resolución del Consejo de Seguridad 1397 de fecha 12/III/2002, requiriéndose el cese inmediato de las hostilidades en la escalada bélica entre el Ejército israelí y las milicias palestinas, al objeto de reanudar las negociaciones.

Sin ir más lejos, esta Resolución jugó un papel crucial para que en 2003, tanto Estados Unidos, como la Unión Europea, UE, la Federación de Rusia y la ONU, mostraran al Estado de Israel y a la Autoridad Nacional Palestina, un documento a modo de ‘Hoja de Ruta’, como alternativa a un remedio político pacífico.

Esta proposición gravitaba en torno a un ‘Plan de Paz’, con el reconocimiento tácito de la soberanía y los derechos de los actores en disputa. Para ser más preciso, mediante una serie de etapas estratégicas se diseñaba la desmilitarización de las franjas afectadas, la retirada de los asentamientos israelíes, el respaldo al fortalecimiento y la plasmación de instituciones palestinas que posibilitaran una Administración autosustentable.

Años más tarde, destacados investigadores y analistas han declarado que esa Resolución configura “… el más serio de los esfuerzos para intervenir en el conflicto con el objetivo de poner fin a la violencia, reanudar las negociaciones de paz y resolver el conflicto”. Toda vez, que a pesar de las pretensiones e impulsos de los mediadores, las partes implicadas lo desecharon, abrumando a la ONU a guardar la propuesta en un frío compartimiento de sus carpetas.

Queda claro, que cuantas aplicaciones realizadas para implementar metodologías de paz y progresar hacia un horizonte más clarificador, han quedado amputadas y es algo así como una ciénaga insalvable. Adelantándome a dos realidades incuestionables: primero, los judíos arribaron en Oriente Próximo e instituyeron el Estado de Israel; y segundo, los palestinos ya se encontraban en aquellas tierras, con la opción a la autodeterminación y al reconocimiento del Estado de Palestina.

Inexcusablemente, ambos escenarios apremian a israelíes y palestinos a entenderse como moradores vecinos. Lo que en el transcurrir de los trechos y la buena sintonía, podría permutar en una fórmula más congruente en que se desarrolle la sociabilidad en conflicto o en paz. Porque, ante todo y de una vez por todas, es la oportunidad para que desaparezcan las barreras insalvables de la disociación y se fragüen otros paradigmas que apuntalen los principios de un acuerdo compartido.

Con estas pinceladas imprescindibles de apuntar y enlazando la fundamentación del texto que precede a este pasaje, es indispensable contextualizar el entresijo de Palestina, el posicionamiento de Jerusalén, la tesis de los refugiados palestinos y por último, las colonias judías que me reportarán a unas conclusiones finales.

Comenzando por Palestina, con sus límites fronterizos y soberanía por precisar, el inconveniente no es si va o no a constar en el mapamundi, ya que las predisposiciones venidas de los entes políticos, locales, regionales e internacionales, difieren en su efectividad. La interrogante surge en dónde se dispondrá, qué tan soberano será y en qué coyunturas se instaurará.

Retornando a la Historia, la petición realizada por la ONU en 1947, concedió a los judíos el 56% del territorio del Mandato y a los palestinos, el 42%. En el transcurso de la ‘Primera Guerra Árabe-Israelí’ (15-V-1948/10-III-1949), emprendida por los países árabes irrumpiendo en el recién instituido Estado de Israel, éste se ensanchó, tomando y anexando el 78% del Mandato. De esta manera, el diseño de partición quedó nulo.

En sí, el laberinto bélico tuvo su punto de inflexión al convertirse en el primer gran triunfo de los judíos, denominándola ‘Guerra de la Independencia’. Y, a su vez, ser el descalabro árabe y palestino con el consecuente trauma nacional. Al mismo tiempo, el Reino Hachemita de Jordania se incorporó la parte que acababa de acometer, exhibiendo sus intereses y confirmando la descomposición árabe, con un mínimo interés por la Independencia de Palestina.

De la misma forma, Jordania penetró en el espacio que actualmente se denomina Cisjordania, una porción de la superficie donde debía haberse creado el Estado palestino y Jerusalén Oriental. Mientras, la Franja de Gaza quedó a merced del Gobierno de la República Árabe de Egipto, ocupada en la ‘Primera Guerra árabe-israelí’.

Alcanzado el año 1967, Israel se hizo con cinco territorios: Cisjordania, Gaza, Jerusalén Oriental, los Altos del Golán que era propiedad de la República Árabe Siria y, por último, la Península del Sinaí de pertenencia egipcia. Con lo cual, el Estado de Israel triplicó su circunscripción territorial y enarboló en la zona su hegemonía militar. Precisamente, desde este período data su coalición con los Estados Unidos, porque si antes los británicos se constituyeron en sus defensores acérrimos, de la noche a la mañana, recaería en el emblema de los norteamericanos.

Sin dilación, Israel se adueñó del ‘Mandato Británico’ y en las regiones dominadas como Gaza y Cisjordania, se interpuso una dirección militar israelí, como la fundación acompasada de colonias, decomiso de posesiones palestinas, destierros, obras de instalaciones exclusiva para las colonias, sustracción del agua y luchas a la resistencia con episodios encarnizados implacables. Amén, que Israel planteaba que la ‘ocupación era benéfica’, al abogar que miles de palestinos de estos sectores trabajaban obteniendo mejores honorarios que en Cisjordania y Gaza; pero, en 1987, detonó la ‘Segunda Revuelta Palestina’ y con ella, se eclipsó la ‘ocupación benéfica’ ante la disyuntiva de los disturbios y con respuesta israelí desmedida.

“La praxis de edificar y proliferar asentamientos ilícitos en tierras palestinas, es uno de los afanes promotores en los quebrantamientos generalizados de los Derechos Humanos provenientes de la ocupación”

En 1988, como telón de fondo de la agitación, el Consejo Nacional Palestino se reunió en Argel y admitió la coexistencia de dos Estados basados en las Resoluciones 242 y 338 de la ONU, distinguiendo no ya sólo el derecho a la actuación del Estado de Israel, sino la soberanía judía sobre el 78% del otro Mandato. Admitiendo que a los palestinos únicamente les quedaba el 22% del territorio.

Recuérdese al respecto, que la Resolución 242 de la ONU de 1967, fijaba “el principio del intercambio de paz por tierra o intercambio de territorios”, postulando a Israel que se apartara de las extensiones irrumpidas y “al reconocimiento de la soberanía, integridad territorial e independencia política de cada Estado en el área”.

Por ende, el proceso de paz entablado con aparente confianza en 1991, asumía el principio de “paz por tierra”, pero no trajo resultados significativos. Quedando en el tintero las cuestiones cruciales para una futura negociación sobre el denominado ‘estatus final’.

Aunque, en la práctica iba a ser una equivocación con el agravamiento del contexto socio-económico; a la par, arrollando el ímpetu religioso islámico y los judíos contraatacando hasta quedarse con el 40% de Cisjordania. Al tiempo, que adaptaban más colonias y carreteras de disfrute privilegiado para los hebreos.

Cómo prosaicamente opinaríamos para salir de este atolladero, se llevó a cabo la ‘Cumbre de Paz de Camp David II’ (11-25/VII/2000), con la premisa de la negociación del ‘estatus final’. Ya, en los atisbos inaugurales de la misma, los palestinos solicitaron que se aprobase como punto de inducción y de conformidad a la Resolución 242, el principio de “intercambio de territorios”. Petición que rotundamente se impugnó.

Madeleine Albright (1937-84 años), Ministra de Relaciones Exteriores del entonces Presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton (1946-74 años), precisó que “los palestinos no expresan claramente sus reivindicaciones y que nadie obtendrá el 100% de lo que se está planteando”. En la misma línea, Abu Alaa (1937-84 años), negociador palestino formuló que “para los palestinos la legitimidad internacional significa una retirada israelí de las fronteras de 1967”. Es decir, lo reflejado en la Resolución 242. A lo que Clinton contrapuso: “¡Usted está obstaculizando la negociación! ¡Usted no está presentando una contrapropuesta!”.

En otro de los instantes puntuales de la Cumbre, el Ministro de Asuntos Exteriores israelí, Shlomo Ben Ami (1943-77 años), condenó que los palestinos no merecían un Estado, porque eran incapaces de estar a la altura de las circunstancias y no se valieron de la conveniencia que se les ofrecía.

De hecho, en el encuentro preparatorio de Estocolmo entre Abu Alaa y Shlomo, los israelíes hacían hincapié en que éstos estaban llamados a ser más moderados en sus requerimientos, no teniendo la firmeza suficiente para comprometerse con los supuestos planteados por Israel.

Entretanto, Clinton y su Secretaria de Estado, se refirieron en tono enfático que Yasir Arafat (1929-2004) debía ceder, porque los palestinos de ningún modo cedían, al igual que no planteaban nada, subrayando nuevamente que ninguna de las partes adquiriría el 100% de lo reclamado.

Si bien, el mandatario estadounidense inauguró las sesiones refiriéndose a salidas equitativas de los implicados, este era nada más y nada menos, que el talante manifestado por la primera potencia mundial que se consideraba mediadora y abogada en el conflicto. Después de lo habido y por haber, el enigma escabroso de las fronteras y la soberanía del Estado palestino quedaba en ascuas y sin esclarecerse.

Lo que es incontrastable, que el 10% de Cisjordania reside en dos bloques de colonias judías: uno, incorporado al Estado de Israel y el otro, en la prolongación del río Jordán, quedando también transferido a los israelitas durante veinte años por motivos de seguridad.

Luego, Palestina no disfrutaba de una divisoria con Jordania, ni tenía acceso al Mar Muerto, quedando intervenida por Israel. Visto desde otra perspectiva: el pueblo palestino cercado en su conjunto y agrupaba cinco posiciones en Cisjordania unidas por carretera, que en caso de emergencia o alguna contrariedad, eran inspeccionadas por los judíos.

Aparte, con la anexión de los bloques de colonias, los palestinos permanecían prácticamente fragmentados en cuatro segmentos, escindidos por los israelíes y las travesías de disposición exclusiva para los judíos, imposibilitando a todas luces la conformación de un Estado con territorio colindante y factible, y sin la vigilancia de fronteras a manos de terceros.

Para asombro de los palestinos, el 22% restante en el que Arafat, Presidente de la Organización para la Liberación Palestina, por sus siglas, OLP, determinaba un Estado, Israel, aún proporcionaba menos.

Y en la ‘Cumbre de Paz de Camp David II’, el Estado de Israel ni siquiera estaba por la labor de facilitar ese tanto por ciento, sino que aspiraba a incorporar más tierras palestinas para sí: el 20% de ese 22% restante. He aquí, la célebre ‘oferta generosa’ que tras el fiasco en las negociaciones, peregrinó por activa y por pasiva en los medios de comunicación acreditados.

Al clausurarse la Conferencia, Clinton y el Primer Ministro de Israel, Ehud Barak (1942-79 años), intervinieron en una rueda de prensa sin contribución palestina, en los que ambos lo culpabilizaron de la decepción, describiendo que Arafat excluyó la ‘oferta generosa’ y la elección de un territorio que contenía el 90%.

En consecuencia, hoy por hoy, los cientos de localizaciones de bloqueo militar israelí diseminados por Cisjordania, contabilizando los sitios de control, los cercos de carreteras y caminos para el manejo estricto de los colonos, con el reglamento de permisos o simples tareas habituales, se transforman en un lastre inquebrantable para la subsistencia de la urbe palestina.

Los israelitas se amparan que la tortuosa y quebrada valla o muro de setecientos kilómetros de distancia, malogra las muchas agresiones armadas de palestinos contra el Estado de Israel, pero no especifica por qué el 85% está edificado en suelo palestino; e incluso, ampliamente se adentra en Cisjordania.

“Cuantas aplicaciones realizadas para implementar metodologías de paz y progresar hacia un horizonte más clarificador, han quedado amputadas y es algo así como una ciénaga insalvable”

La valla o muro, más bien, es el castigo constante con el retraimiento entre las comunidades palestinas y la incomunicación de las familias. Además, de despojarles de la embocadura de los servicios básicos, como a los campesinos de los cultivos y otros recursos que motivan la incertidumbre y discontinuidad de su economía.

De lo analizado hasta ahora, no son pocos los que afirman en Israel que regresar a las fronteras de 1967, protagonizaría un riesgo inminente para el país. Sacando a colación que desde los límites de Cisjordania e Israel, la conocida ‘línea verde’ hasta el Mar Mediterráneo, existen singularmente 35 kilómetros. Aunque, dependiendo de dónde se calcule, se convierten en 15 o 18.

Sopesando un hipotético embate desde Cisjordania, Israel podría cómodamente dividirse en dos, porque para materializase bastaría con rodar los escasos kilómetros aludidos. Pero, la gran incógnita es qué tipo de milicias acometerían a Israel desde Cisjordania. Más aún, cuáles serían esas fuerzas árabes o de otro origen, que desde allí la asediarían.

En lo que incumbe a esta tesitura, quiénes están al acecho y de alguna u otra manera se sienten polarizados, comenzando por el Estado de Libia, en alguna que otra etapa anti-israelí esta cada vez más imbuido en los flujos occidentales, hasta la renuncia del apoyo prestado al terrorismo. En cambio, la República Árabe Siria, superada en varias conflagraciones por Israel, no tiene entidad militar como para hacerle frente.

Con relación a la República de Irak, devastada e invadida en 1991 y 2003 por los Estados Unidos, ha quedado en la cuneta como un contendiente menos de Israel. Y, por último, la República Islámica de Irán, que ambiciona afianzarse como otro agente hegemónico regional, compite con sus dos adversarios directos, EE.UU e Israel, tanteando poseer armamento nuclear sin disponer de la capacidad para ahuyentar un ofensiva de estadounidenses e israelíes. O lo que es lo mismo, el Imperio más portentoso del mundo.

Llegados hasta aquí, acaso ¿no es sensato y acertado que a los palestinos se les conceda ese pequeño Estado en coherencia con la Resolución 242 (22/XI/1967) y la Resolución 338 (22/X/1973) emitidas por la ONU, al abrigo de las amenazas y actos de fuerza? En la ‘Cumbre de Paz de Camp David II’, Israel anunció abiertamente el beneplácito del Estado palestino, pero nunca contempló el derecho a la soberanía del mismo, porque así se vetaría su intromisión en las tierras palestinas como desquite de algunos de sus ataques.

Curiosamente, a pesar de los tiempos acontecidos, estas Resoluciones siguen perpetuándose en las negociaciones posteriores, tratando de proyectar un mínimo resquicio para sentar las bases de la paz en Oriente Medio.

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