Opinión

La asimetría del conflicto palestino israelí recobra el pulso vital (I)

Hoy por hoy, cualquier intento de alcanzar un pequeño resquicio de paz en este escenario irresoluto, inevitablemente, pasa por entrever la realidad que subyace en Palestina, el status de Jerusalén, el asunto de los refugiados y las colonias judías. Porque, eludir alguno de estos puntos, acarrearía al fracaso incipiente.

Con lo cual, lo que aquí se dirime cuenta con una secuenciación cíclica y una extensión enmarcada en las limitaciones requeridas para el tema en cuestión, coherente y singular en cuatro partes bien definidas, en cuyas manos está en juego el ser o no ser de millones de personas, haciéndolo en un contexto real determinado.

De ahí, que se condense en un grupo atomizado con una microhistoria y más que obtenerse desde concepciones, se contemplan clarividencias políticas enquistadas. Luego, lo que se fundamenta en este y otros tres pasajes, es una crítica constructiva a los más poderosos, a quienes la opinión pública le sugiere ser más condescendientes, en un entramado inaplazable en el que al menos aflore un mínimo rayo de esperanza a la negociación.

El enfoque histórico junto a la tormenta de réplicas en una frágil tregua, parece una senda en la que deberían construirse algunos guiones de calado. En este sentido, valga la redundancia, la Historia desempeña el protagonismo en ser la herramienta de la negociación y no de la dicotomía, prescindiendo de los lugares comunes, como los facilismos, o los comentarios maniqueos firmados en blanco sobre negro y los relatos nacionales e intrigas, que desenmascaran los indicios partidistas.

Ciertamente, exponer la enorme complejidad de lo que aquí se decide y subrayar con pelos y señales la reprobación o defensa de sus coyunturas, demanda de una discriminación meticulosa con un recorrido sucinto que fundamente el conflicto palestino-israelí.

Tal vez, la lejanía de esta crisis y su consecuente actualidad como la que en este momento percute para mal, impide ver el prisma de lo que realmente se proyecta sustanciar. Conjuntamente, es necesario reseñar, que la crítica es un mecanismo sano del trabajo preferente de toda persona intelectual, aspirando a argumentar el calado de un problema peliagudo como el que me lleva a esta exposición.

Es sabido, que cualquier nación o color político hilvanado en el plano global, puede ser censurable y ello, obviamente, envuelve al Estado de Israel, porque en pleno siglo XXI existe la inercia radical entre algunos, de catalogar ‘antisemita’ a quien tenga el valor legítimo de hacerlo. Como, del mismo modo, no falta quien entiende, que el respaldo a los palestinos se asemeja a salvaguardar los lazos del terrorismo. O, acaso, a lo vinculado con una violencia descabellada y por lo tanto, punible.

Sea como fuere, para dar algo de luz e interpretar un desafío en toda regla, bastaría con descifrar que las tierras ocupadas han sido objeto de un sinfín de acometimientos, tanto por la disposición geográfica estratégica, como por el peso religioso que amasa. Fundamentalmente, la Ciudad de Jerusalén, hoy capital del Estado de Israel y para Palestina, su porción Oriental es la reivindicada como su capital.

Comenzando brevemente por Palestina, situada en el Próximo Oriente, su área está contenida entre el Levante Mediterráneo, limitando con el Estado de Israel, el Reino Hachemita de Jordania, la República Árabe de Egipto y la ribera Sudoriental del Mar Mediterráneo y, de Oeste a Este, con los alrededores de la depresión del río Jordán; además, entre algunas franjas de la República Libanesa hasta el río Litani y el desierto del Néguev.

“Lo que se fundamenta en este y otros tres pasajes, es una crítica constructiva a los más poderosos, a quienes la opinión pública le sugiere ser más condescendientes, en un entramado inaplazable en el que al menos aflore un mínimo rayo de esperanza a la negociación”

Históricamente, el medio geomorfológico que habita Palestina posee un importante valor estratégico, al ser un itinerario comercial entre continentes y como tal, ha hospedado numerosas culturas y talantes de pensamiento.

Toda vez, que a pesar de la insinuada diversidad, persistentemente han concurrido una mayoría de poblaciones árabes, que por entonces, se establecieron en tribus profesantes de la fe islámica, pero con colisiones habituales entre sus jefes tribales y discordias geográficas. Igualmente, los parajes palestinos quedaron a merced de varios imperios, siendo el turco otomano el último en gobernarlo hasta las postrimerías de la ‘Primera Guerra Mundial’ o ‘Gran Guerra’ (28-VII-1914/11-XI-1918).

A la consumación del combate en 1918, Inglaterra y Francia se distribuyeron las demarcaciones incautadas a los otomanos, estableciendo las fronteras presentes de la República Árabe Siria, la República Libanesa y la República de Irak.

Con todo, hubo un sector sin designación y sobre el que la Sociedad de Naciones o Liga de las Naciones, precursora de la Organización de las Naciones Unidas, por sus siglas, ONU, encomendó el ‘Mandato Británico de Palestina’. Durante esta administración territorial y con motivo de las intimidaciones del sionismo, los clanes palestinos comenzaron a limar rigideces y a contemplarse como un pueblo único, llamado a afrontar la intrusión británica y el esparcimiento colonialista sionista.

Lo cierto es, que el estatus inglés se mantuvo hasta 1948, intervalo en que la ONU convino la distribución de los territorios en dos Estados, uno judío y otro árabe con superficies jurisdiccionales aproximadamente semejantes.

Entretanto, en Palestina predominaban dos fuerzas políticas. De un lado, la Organización para la Liberación Palestina, abreviado, ‘OLP’, fundada en 1964 por el fallecido y mítico Yasir Arafat (1929-2004), que reside en una Coalición de Organizaciones palestinas, fusionadas con el designio de alumbrar el Estado de Palestina y la rehabilitación del departamento perdido.

Posteriormente, la ‘OLP’ logró el reconocimiento de la Liga de Estados Árabes, LEA, y a posteriori, la ONU, como único y legítimo garante del pueblo palestino. Lo que le otorgó la particularidad oficial de ser observador en la Asamblea General de la ONU.

El retrato político de la ‘OLP’ es el partido ‘Al Fatah’, de inclinación nacionalista laica, identificado por una visión más abierta a la interlocución y a los recursos por la línea de la negociación. Su representante y líder efectivo es Mahmud Abás (1935-85 años).

También, se atina el Movimiento de Resistencia Islámico, ‘Hamas’, cuyo brazo político lleva el mismo nombre. Nace como contraparte de la ‘OLP’ y ‘Al Fatah’, gracias a la ayuda de la población que se hallaba contrariada por la incompetencia en adquirir la independencia palestina, y el influjo ideológico de la revolución iraní del Ayatola Jomeini (1902-1989).

Al ‘Al Fatah’ se define por ser nacionalista, yihadista e islámico conservador. Sus vías de acción son más moderadas que las de su posición. A la par, no le tiembla el pulso a la hora de recurrir a los automatismos de la fuerza para multiplicar el apremio político y apoderarse de sus aspiraciones. Desde el asesinato de Ábdel Azir ar-Rantisi (1947-2004), el liderazgo recae en Khaled Mashal (1956-64 años).

Juntamente, Palestina estuvo bajo el encargo de la Autoridad Nacional Palestina, ‘ANP’, cuyo nombre oficial es Autoridad Palestina de Cisjordania y Franja de Gaza, anclada tras los Acuerdos de Oslo de 1993.

Esta institución administrativa autónoma se fragmentó como consecuencia de las pugnas entre la ‘OLP’ y ‘Hamas’ en 2006 y 2007, respectivamente. Quedando propiamente la segmentación de Palestina en dos Gobiernos: la Franja de Gaza conducida por ‘Hamas’ y Cisjordania por la ‘OLP’.

Legalmente, Palestina no es un Estado, estando falto del reconocimiento internacional y los pocos que lo admiten, lo sostienen con evidente cautela.

En el caso del Estado de Israel, es un país del Medio Oriente emplazado en la ribera Sudoriental del Mar Mediterráneo, con notable significación religiosa, porque en sus circunscripciones se atinan recintos santos afines a los tres cultos principales del orbe, como el cristianismo, judaísmo e islamismo.

No obstante, me refiero a un Estado relativamente reciente cuyos umbrales guardan sus raíces en un ideal religioso y una coyuntura histórica social, con un activismo proisraelita en Europa y Estados Unidos.

Si bien, los judíos siempre han estado vinculados al Medio Oriente con la presencia del Monte Sion, utilizado por vez primera en las Sagradas Escrituras para la Ciudad de David y, subsiguientemente, por el Monte del Templo de Jerusalén. Una tierra de la que fueron desterrados y que provocaría la Historia errante del pueblo judío.

De esta manera, el anhelo de regreso donde estuvieron sus ancestros no queda al margen, permaneciendo implícito en los corazones con la creación del Estado israelí en la antigua Tierra de Israel. Sin embargo, este empeño es impulsado con el surgimiento de la ideología sionista.

El sionismo afloró en el Viejo Continente Central y Oriental, terciado el siglo XIX como respuesta a la ola antisemita que recorría esos años, concretado como el movimiento de liberación nacional del pueblo judío.

Su finalidad es agrupar a la urbe en un solo territorio, instaurando un Estado libre y soberano que de por concluido el éxodo de sus ciudadanos. Sin duda, esta rama descrita como ‘nacionalismo de la diáspora’, trascendió en una etapa en que se propagaron las corrientes nacionalistas y las causas colonialistas, por lo que sus promotores estuvieron influenciados por estos elementos. Los espacios de Palestina y Transjordania eran los apropiados para plasmar el deseo sionista: primero, por constituir las tierras que moraron sus antepasados; y, segundo, por las circunstancias políticas tras el repliegue de los turcos y el mandato británico.

En síntesis, el paradigma sionista se cimentó en la colonización de las comarcas que actualmente satisfacen el Estado de Israel, mediante la llegada acompasada de judíos procedentes de Europa, quienes forjaron asentamientos y desalojaron a las poblaciones árabes arraigadas.

Gradualmente, se sucedieron diversos sucesos, hasta que el 14/V/1948 Israel proclamara su independencia, declarando su rehúso a la proposición efectuada por la ONU, para el hipotético establecimiento de dos Estados Independientes.

En nuestros días, Israel sienta en la Knéset o Asamblea, a tres fuerzas políticas que perceptiblemente muestran la atomización de su parlamento: Primero, el ‘Partido Laborista Israelí’, abreviado, ‘PLI’, de posición de izquierda moderada con alineación social demócrata y sionista; segundo, el ‘Likud’, ‘Partido de Centro Derecha’, conservador y sionista revisionista, remiso al engendro de un Estado palestino y a ceder en los acuerdos; tradicionalmente colisiona con la dirección del ‘PLI’ y su líder es el Primer Ministro israelí Benjamín Netanyahu (1949-71 años); y, tercero, el ‘Kadima’, ‘Partido Centrista y Sionista Liberal’, encajando ideológicamente entre el ‘PLI’ y el ‘Likud’.

Esta última formación política es la preponderante en el parlamento israelí, lo que insta que la perspectiva reinante sea más ponderada y favorezca la inmovilización de las conversaciones entre israelíes y palestinos.

Con estos antecedentes preliminares y una inexistente frialdad, al menos, en la palestra universal, la tesis del conflicto palestino-israelí regresa al tablero de ajedrez, donde una vez más, comparecen dos bandos en una partida enquistada.

“Sea como fuere, para dar algo de luz e interpretar un desafío en toda regla, bastaría con descifrar que las tierras ocupadas han sido objeto de un sinfín de acometimientos, tanto por la disposición geográfica estratégica, como por el peso religioso que amasa”

Y es que, habían transcurrido siete años en que el ímpetu violento entre Israel y Palestina no alcanzaba cotas tan descomedidas, con incalculables agresiones y que irremediablemente están derivando en cientos de muertos, destrucción y miedo donde el alto al fuego no es un hecho humanitario, sino político.

Una mirada retrospectiva a un suelo conquistado en diferentes lapsos de los anales por imperios y reinos, pero ninguno se eternizó tanto como el árabe, que rigió desde la toma de Bizancio en el año 638 d. C. hasta 1192, en que se originaría el asalto cristiano con las cruzadas en la Edad Media.

Comprobadamente, la comunidad judía era una minoría a la que se le prohibían libertades, como los derechos de representación, participación y vía política. Pero, con la conquista de Israel en 1833 por el General Ibrahim Falla (1789-1848), un cambio se generó y confirió más prerrogativas a los judíos y cristianos, entre los que sobresalieron el libre tránsito y la aportación política representativa.

Precisamente, este episodio colmó la gota y habilitó la expansión del colectivo judío, dando pie a la plasmación de un territorio israelí adecuado y autónomo a sus intereses. O, lo que es igual: la articulación del plan sionista. Por lo demás, el entorno propicio para que esto irrumpiese, se desplegó en el curso final del mandato del Reino Unido, en lo que en aquel momento se conocía como Transjordania y Palestina. El trastorno logístico administrativo británico, correspondido con el paso de transición de la Liga de las Naciones a la ONU y los instantes conclusivos de su gestión, catalizaron el oportunismo israelí.

Recuérdese de forma muy somera, algunos precedentes para contextualizar debidamente lo que seguidamente fundamentaré, abordando el entresijo de Palestina, el posicionamiento de Jerusalén, las razones de los refugiados palestinos y, por último, las colonias judías que a la postre me reportarán al cierre de esta disertación con algunas conclusiones.

Inicialmente, la ascensión de la crisis en el Medio Oriente es cercana y escasamente data del siglo XX. Puntualmente, corresponde a la época en que Gran Bretaña se hizo con la supremacía dominante del Medio Oriente y Palestina: los británicos la ocuparon entre 1917 y 1918, con los efectos intemperantes de la ‘Gran Guerra’.

Como resultado de ser ganadores en la belicosidad, los británicos anduvieron hasta 1948 en el territorio denominado ‘Mandato Británico de Palestina’, que abarcó lo que ahora es considerado como el Estado de Israel más Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén. En la memoria perdura el ofrecimiento a los judíos de un hogar, como el de posibilitarles el acceso a miles de ellos.

A su vez, se entablaron negociaciones con los palestinos, pero en 1936, se promovió una revuelta popular llamada la primera ‘Intifada’, tratando de poner fin a la asfixiante situación social en que vivían con grandes tasas de desempleo y la represión sistemática de las fuerzas de ocupación. Más adelante, inmediatamente a la ‘Segunda Guerra Mundial’ (1-IX-1939/2-IX-1945), cayeron en las garras del terrorismo y la región era ingobernable, arbitrándose que la ONU resolviera un obstáculo enmarañado.

El 29/XI/1947, en atención a la Resolución 181, la ONU fraccionó Palestina. Amén, que en el ‘Mandato Británico de Palestina’, los judíos consiguieron edificar un Estado dentro del Estado. Indiscutiblemente, favorecidos por su gran aliado, los británicos y contando con una inmigración progresiva y el sostén financiero. Por supuesto, en esta etapa disponían de estructuras políticas y paramilitares que incluían a un Ejército moderno.

Ya, con el genocidio consumado del Holocausto (1941-1945), los judíos estaban empujados a disponer de un Estado propio que los salvaguardase. En el imaginario conjunto hebreo, se contemplaba que Palestina les fuese conferida por obra de su Dios y, como tal, habrían de retornar a ella.

Un dato a tener en cuenta: al acabar la ‘Gran Guerra’, los judíos constituían la décima parte de la población en el territorio del mandato, y en 1948, la tercera parte.

Tras el laberinto bélico, Medio Oriente era algo así como una efervescencia de nacionalismos, los árabes convencidos que con el desplome del ‘Imperio Turco’ controlando la zona desde el siglo XVI, llegaba la ocasión de reclamar la Independencia.

Por ende, los palestinos presentían que su tierra era usurpada por los británicos y judíos, sospechando que estos últimos se conjurasen en los verdaderos opresores.

En 1937, la ‘Comisión Peel’, conocida formalmente como la ‘Comisión Real Palestina’, constituida por los ingleses para supervisar los motivos de los tumultos en el ‘Mandato Británico’ tras la huelga general árabe, se ratificó que el resentimiento árabe se sustentaba literalmente en “… el incumplimiento de las promesas de independencia que se les había hecho durante la guerra y el temor que el establecimiento de un hogar nacional judío, conllevaría a un aumento de la inmigración judía y significaría la sujeción económica y política de los palestinos a los judíos”.

Exponentes detonantes que trasegaron en las primeras embestidas contra los judíos. Sin obviar, las profundas desmembraciones internas como las familias de los Husseini y los Nashashibi, hasta tal punto, que algunos de sus miembros se asociaron con los británicos.

En esta inestabilidad de afanes concéntricos, el liderazgo palestino, aún semifeudal en el campo y absorbente en las ciudades, no supo adaptarse al espectro angosto de la política de destacados judíos. Como asimismo, no estuvo a la altura lógica para movilizarse social y políticamente y así contrarrestar los desafíos que enfrentaba.

Finalmente, la insurrección palestina concluyó en un descalabro y la entereza decayó. No admitiendo el fraccionamiento de Palestina de 1947, al cuestionar que era incongruente con los valores democráticos, porque la amplia mayoría la impugnaba. Llegando incluso a plantear, que aquello era parecido a como si la República Argelina Democrática y Popular se desmenuzara para los franceses y árabes.

Qué referir al respecto de los actores que no pierden de vista las sacudidas del conflicto palestino-israelí: la Federación de Rusia se muestra con incontestable neutralidad en la materia, sin dejar de aludir que ante todo, pide sortear cualquier actitud que ponga en jaque la seguridad regional de Oriente Medio.

En tanto, la Unión Europea, UE, no ha sabido incorporar una postura unificada y llamémosle conjugada, porque entre los Estados Miembros desentonan los posicionamientos. Así, países como España y Francia, emiten abiertamente su amparo al consentimiento del status palestino como Estado observador.

Mientras, en América Latina, naciones como Venezuela, Ecuador, Argentina, Brasil, Cuba, Costa Rica, Guyana, El Salvador, Paraguay y Nicaragua están de acuerdo con el Estado palestino libre e independiente de 1967. A diferencia de Uruguay, República Dominicana, Chile y Perú que lo distinguen, pero sin sus límites fronterizos: aclaración que valoran ha de ser convenida por Palestina e Israel.

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