Hemos empezado el año viendo prácticamente en directo un asalto al Capitolio, sede del Congreso de los Estados Unidos, donde este 6 de enero estaba previsto que se celebrara la certificación de la elección de Joe Biden como el presidente número 46 de ese país. Se trata de un trámite que siempre había pasado sin pena ni gloria, pero que en esta ocasión quedará grabado en la memoria de los estadounidenses.
Un grupo de radicales, simpatizantes de Donald Trump, decidió el Día de Reyes que entrar por la fuerza en las instituciones públicas es una buena manera de mostrar su apoyo al presidente saliente y su espíritu antiglobalización. Fue así como la democracia más consolidada del mundo nos vendió en prime time su versión bananera.
Y uno se pregunta ¿cómo es posible que el país más poderoso del planeta tenga la Cámara baja más vulnerable del universo? ¿Cómo es posible que los manifestantes entraran si prácticamente resistencia?
Según la BBC, hay imágenes de policías apartando barreras para dejar pasar a la turba enloquecida o haciéndose selfies como los asaltantes. Ahora unos y otros se enfrentarán a procesos judiciales en los que les pedirán hasta diez años de cárcel.
También pudimos ver la grabación del momento en que una veterana de la Fuerza Aérea, que participaba en el asalto al Congreso, recibe un disparo y muere intentando su ‘pacífico’ golpe de Estado. El Día de Reyes hubo de todo en el Capitolio.
¿Qué nos demuestra lo ocurrido? Que las democracias, incluso las más consolidadas, son frágiles y como el amor, se rompen fácilmente. Usted puede ser votante republicano, puede incluso creer que le han robado las elecciones con los cambios del censo, pero si usted no puede demostrarlo, tiene que esperar cuatro años para devolver a uno de los suyos a la Casa Blanca.
Trump deja un país dividido, polarizado y crispado. No ha sabido perder. Pudo marcharse con humildad y optar a regresar dentro de cuatro años, pero prefirió apostar por la confrontación hasta el último minuto.
Biden tiene por delante un camino difícil: coser un país partido en dos mitades, completamente enervado y azotado, como ningún otro, por el coronavirus.
La crispación lleva años anidando en las sociedades occidentales. Yo diría que llegó con la crisis de 2008. Los jóvenes perdedores del estallido de la burbuja inmobiliaria decidieron, en el caso de España, asaltar el cielo y hoy están en la Moncloa. En Estados Unidos, Trump supo escuchar la voz de los trabajadores de la América profunda que no tenían voz. Tenían su voto y sus armas, pero sus empleos habían marchado a las grandes ciudades. Esa América antiglobalización es la que estaba deseando que alguien les prometiera volver a creer en recuperar lo que habían sido o tenido en el pasado. Así nació el famoso MAGA: Make America Great Again.
Lo que ha pasado en Estados Unidos nos obliga a reflexionar sobre si lo más prudente en estos momentos de debilidad económica es enfrentarnos los unos a los otros; conspirar los unos contra los otros; ponernos zancadillas los unos a los otros y empujados por el discurso del odio, arrinconarnos en los extremos del tablero político.
Nos llevamos las manos a la cabeza por lo que ocurrió en el Capitolio, pero aquí ya sabemos cómo se orquestan este tipo de protestas. Las tuvimos en 2011 en el Parlament de Cataluña; las tuvimos con el apoyo de Podemos en 2016 con Rodea al Congreso y las tuvimos en 2019 con el PSOE de Susana Díaz en la toma de posesión de Juanma Moreno.
Es cierto que no tuvieron el impacto internacional que ha tenido el asalto al Capitolio, entre otras cosas porque no somos los Estados Unidos.
En Occidente estamos acostumbrados a que abrimos el grifo y hay agua; encendemos la luz y nos alumbramos; cogemos el coche y nos movemos; abrimos el frigorífico y tenemos agua fría; vamos al supermercado y compramos sin tener que echar el día en una cola; vamos a votar y cambiamos los gobiernos… Vivimos en paz.
Los que nacimos en países pobres, que además son dictaduras, sabemos perfectamente que todo eso que tenemos aquí es un privilegio, que la inmensa mayoría no valora. Y hay que hacerlo. La paz y la prosperidad están infravaloradas. Por eso las ponemos a prueba a toda hora.
Sé que a muchos republicanos patriotas se les rompió el corazón con el asalto al Congreso. Ellos saben que son un partido de Gobierno. Han llegado a la Casa Blanca en diecinueve ocasiones frente a 16 de los demócratas. Por eso cuesta entender que no le pararan los pies a Trump cuando no reconoció la derrota; cuando pegas a facilitar la transición o cuando incendiaba los ánimos. Quien calla, otorga.
Lo que ha ocurrido en Estados Unidos es muy triste porque nos demuestra que si ha pasado allí, puede pasar en cualquier parte. Por eso es tan importante apartar a los que nos dividen y defender la alternancia en los gobiernos, pero también en el seno de los partidos políticos. Cuando alguien entiende un país o una ciudad como suya y de su familia hay que apartarlo. Los políticos con mentalidad de señores feudales son peligrosos porque se agarran al poder y no quieren soltarlo. Creen que sólo en sus manos estamos a salvo.
Esto es consecuencia de lideres populistas, que refugiados como demócratas, su actuación y la de sus seguidores, son como los fascistas y a la vez supremacistas.
Y esto se está convirtiendo en un cáncer en todo occidente, hay que extirpar estos populismos a través de las urnas en los países democráticos, pues son los que llevan arruinar la paz y la concordia de los pueblos.
Y lo de EEUU, desde hace tiempo, desunidos, es un ejemplo vigente de lo que está ocurriendo en muchas democracias occidentales., como consecuencia de un populista impresentable, peligroso e inestable y como un crío consentido y con mucha rabia, porque se le quita el caramelo de la boca, lo malo, es que no tenemos que ir muy lejos