La mecánica cuántica dice que: “Si no hay observador, no hay hecho observado”. Me acerqué a la conferencia por el propio interés de ver a Fernando Arrabal, por ver si era real ese vacío y miedo en torno a los actos promocionados por la Fundación Fedesme que patrocina el ex presidente de Melilla Ignacio Velázquez. Me acerqué, también, para ver las cosas por mí mismo.
Fernando Arrabal, el melillense más universal, nunca decepciona y no es alguien al que se puede manipular en ningún sentido. Hace y dice lo que quiere porque ha alcanzado ese status en el que se puede hacer. Mi curiosidad incluía también el saber si Fernando Arrabal era consciente de quién le traía a Melilla y de en qué momento político lo hacía. Ahora ya me quedan pocas dudas de que el nuevo Teatro Nacional ya no se llamará nunca Fernando Arrabal, como prometieron hacerlo, aunque a él le dará igual porque está en la categoría de ‘los inmortales’. Quizá tampoco tenga ya nunca un ‘premio internacional’ dedicado, ni tan siquiera una calle de Melilla, pero eso da igual, porque nunca será olvidado.
Desde el principio Arrabal advertía (en la rueda de prensa concedida a los medios de comunicación presentes), de que toca “defender la libertad en las catacumbas” y el lugar en donde dio la conferencia, en la sala más oculta del sótano del Palacio de Congresos, era lo más parecido a una catacumba, a un lugar en donde se daban cita los proscritos, porque una de las cosas que más llamaba la atención era la ausencia cuasi absoluta de todo el mundo. Nadie que sintiese aprecio por su vida política, podía estar allí, junto a Velázquez y junto a Arrabal.
El miedo, aunque al gusto de Arrabal, diría el pánico, estaba allí presente y al ser preguntado por una periodista dijo que: “el pánico no es una forma de teatro, sino que el pánico es parte de la vida” y el teatro es al fin y al cabo un reflejo de la vida.
Las referencia a las catacumbas y al pánico me hizo pensar que Arrabal era consciente de por qué había venido y a quién prestaba su apoyo. Su conferencia versó sobre mil cosas variopintas, entrelazadas de una manera aparentemente anárquica. Arrabal hablaba sobre Melilla y sobre cualquier otra ciudad, sobre las circunstancias que convierten a alguien en algo distinto de lo que nunca pensó ser.
Así, envueltos en ese caos aparente, en el que él mismo preguntaba si le estábamos siguiendo, dijo dos cosas, la primera una paradoja: “ Si yo me ofrezco como un elemento de concordia, por qué desde ese mismo momento me convierto en un elemento de discordia”. Con esta afirmación, no me quedaron dudas de que era perfectamente consciente de en qué tesitura se encontraba, no tanto él, sino su patrocinador, al que agradeció haber publicado sus obras teatrales completas en Melilla y el haber sido designado como portador de la bandera de Melilla en los fastos del malogrado y boicoteado V Centenario de Melilla. En 1995 Fernando Arrabal recibió la Medalla de Oro de Melilla y creo que es el primer y único nacido en Melilla que ha recibido tal honor, aunque él afirmó que: “realmente no merece ninguno”.
No había vuelto a estar junto a Ignacio Velázquez desde el 4 de marzo de 1997, cuando me concedió una entrevista para El Mundo, tras el célebre Pleno de la moción de censura que le costó la inhabilitación. Entonces estaba sólo en el despacho presidencial, y el otrora todopoderoso Velázquez mostraba en la caída, su lado más humano y quien entonces escogía con qué mortales se relacionaba, hoy agradece sinceramente cualquier presencia. Ejemplificación máxima de lo mudable de la gloria y la fortuna del mundo.
Este 22 de enero de 2011 estaba igualmente sólo, en una situación tan irreal como aquella. Entonces, toda la ciudad y hasta su propio partido se conjuraron para arrojarlo del poder. Ahora los que contribuyeron a su expulsión como ‘Dictador’, auspician su vuelta como Libertador y su partido y parte de la ciudad, sigue conjurada para que no vuelva. El 30/11/2003 publiqué en El Faro ‘Desaparecidos’, artículo en el que hablaba de las ejecuciones y desapariciones entre otros, de Fernando Arrabal Ruíz, padre de Fernando Arrabal. Le envié el artículo a su residencia de París y me nombró, por esa acción, su escudero en la isla de Asiria, de la que es Emperador. También me felicitó las navidades con una original postal de la Última Cena en la que él ejerce el papel central, junto a Wittgenstein, Ionesco, Becket, Dalí y así hasta completar 13 inmortales.
La última divagación de Arrabal acerca de las matemáticas y la teoría de los fractales sirvió como base a su gran consejo: “Atrévanse a crear fracturas”. Entonces ya no albergué ninguna duda sobre la conciencia absoluta de por qué había venido a Melilla, en una fría y oscura tarde de enero (ianuarius, el mes romano de los principios y de los fines).
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