El araar (Tetraclinis articulata) es un árbol unido a la cultura popular de los habitantes del Rif y del Magreb. Las propiedades medicinales del araar son conocidas y usadas en todo Marruecos, donde tradicionalmente se consume una infusión preparada con sus hojas hervidas en agua para sanar afecciones pulmonares y de riñón. Entre las personas mayores de Melilla de origen bereber aún es una tradición extendida tomar estas infusiones; de ahí que existan puestos de venta ambulante que venden ramas verdes de araar en la zona del Rastro.
La madera de su raíz, muy dura y con un veteado característico y muy bello, es la base de la artesanía de Agadir, como sus conocidos cofres de sandáraca, que muchos confunden con madera de cedro. Los habitantes de este pueblo afirman que el agradable aroma de la madera de estos cofres tiene poderes curativos para enfermedades respiratorias como el asma.
Una de las muchas particularidades del araar (Tetraclinis articulata) es la cantidad de epítetos que se usan para nombrarlo, como alerce africano (el nombre dado por los romanos de la antigüedad), ciprés moruno, ciprés de Cartagena, ciprés ramoso, ciprés articulado, sabina mora, tuya de Berbería, tuya articulada y algunos más. Esto podría explicarse por el hecho de que el araar no es un alerce, ni un ciprés, ni una sabina, ni una tuya, sino que pertenece a un género totalmente independiente dentro de las Cupresáceas, el género Tetraclinis, representado por una única especie, el Tetraclinis articulata, siendo el género Callitris de Australia el más próximo genéticamente. Esto debe haber confundido a todos los pueblos que tenían contacto con él, e intentaban asimilarlo a géneros más conocidos y habituales en las regiones de las que provenían. De hecho, el mismo nombre de araar puede tener su origen en una confusión: Al parecer los primeros árabes que llegaron a la zona de Debdú, donde se encuentra uno de los bosques de araares más grandes de todo Marruecos, llamaron a esta especie así, “araar”, por asimilación del vocablo que utilizaba el pueblo bereber autóctono de allí para denominar al bosque en general, algo así como “ar”.
Hoy en día, aunque conserva todos estos nombre, incluido el de Thuya con el que se le conoce en Marruecos, existe un consenso en el mundo de la botánica en llamarle araar, el nombre que le daban los árabes, y el único que hace referencia exclusivamente a esta especie, sin integrarla en un género equivocado que pudiera dar lugar a confusiones.
Su área de distribución no es muy grande, siendo Marruecos el país con la mayor población, seguido de Argelia, España (donde es una especie protegida, con una población relicta en Cartagena y Murcia y otra población en Melilla) y la isla de Malta. Sin embargo, estudios paleobotánicos vienen a coincidir en que la presencia de esta especie en el pasado era mucho mayor, como atestiguan pequeñas manchas de esta especie alejadas de su distribución actual. Uno de estos grupos aislados es el que se descubrió hace un tiempo en Doñana, del que los expertos han determinado recientemente su origen natural, y que viene a demostrar que la especie habitaba en tiempos pretéritos toda la costa andaluza. Aparece por ejemplo en las excavaciones arqueológicas de la civilización del Argar, en Almería, en las cenizas de las hogueras, lo que delata su presencia en un entorno hoy en día mucho más árido.
La capacidad de este árbol de rebrotar de su raíz después de ser talado es la razón de que existan todavía buenas masas forestales en Marruecos, pues su historial de explotación se pierde en la noche de los tiempos. Los romanos que habitaban la Mauritania Tingitana ya apreciaban su madera, siendo después la principal materia prima para la construcción de la flota berberisca que asolaba la costa española desde el siglo XVI.
El araar es un árbol ideal para regenerar zonas degradadas y áridas, pues soporta muy bien la sequía y la falta de suelo, y sus semillas germinan con facilidad. Suele ser la primera especie que coloniza los cultivos abandonados, por su adaptación a suelos raquíticos y con pocos nutrientes. Es también una especie ideal para jardinería por su tenacidad y estética, y por una singularidad, las ramas le salen desde la misma base del tronco, con lo que puede formar setos muy tupidos.
Es de esperar que las distintas administraciones de los países donde habita esta especie tomen conciencia de su importancia y alto valor ecológico, y empiecen a desdeñar el uso de especies exóticas sin valor ecológico en reforestaciones de dudosa utilidad que usurpan el espacio antaño ocupado por el araar. Hoy en día se está extendiendo su uso en reforestaciones por todo el sudeste de la península ibérica, pues los expertos han determinado que es una de las especies que mejor afrontará los rigores del cambio climático, y por tanto ayudará a proteger el entorno de los efectos y alteraciones que éste provoque en el futuro.
En Melilla es la especie que nuestra asociación, Guelaya, usa con más frecuencia para reforestar los espacios protegidos y las zonas periféricas, y llevamos décadas promoviendo su uso en las zonas verdes urbanas y su conocimiento por parte de la ciudadanía, para que se reconozca el valor de una de las especies más emblemáticas del patrimonio natural melillense.
La sociedad está cambiando y con ella las mentalidades de los jóvenes. Si la generación,…
Con motivo del Día Internacional de la Mujer Emprendedora, que se celebra cada 19 de…
La banda melillense Coto Privado presentó ayer su segundo álbum de estudio, ‘Escrito en el…
Este jueves se ha celebrado en el campus de Melilla de la Universidad de Granada…
“Melilla y el Ducado de Medina Sidonia” es el título de la conferencia que tendrá…
El presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos de España, el doctor anestesista…