Opinión

La apertura del proceso deliberativo de Finlandia sobre su adhesión a la Alianza

La Alianza Atlántica cuenta desde hace unas semanas un contorno de más de 1.300 kilómetros de amplificación con uno de sus mayores adversarios en la palestra, la Federación de Rusia, y que en este momento salva, según su retórica, una guerra en toda regla contra Occidente en Ucrania: tras un sinfín de dificultades, la República de Finlandia pasa a ser un miembro de pleno derecho de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Helsinki, que tenía deseos de acoplarse a la organización junto con el Reino de Suecia, ha tenido que banderillear a un toro soporífero como la República de Turquía, que ha puesto frenos al país escandinavo desde el mismo instante en que este mostró su propósito de vincularse a la Alianza. Finalmente, Ankara ha accedido y aceptado a Finlandia, pero no a Suecia, que todavía culpa de cobijar a terroristas.

Sin lugar a dudas, hace unos meses comenzó con importantes cambios para el país escandinavo. En pocas jornadas los finlandeses concurrían a las urnas para designar a la nueva fuerza política gobernante. Los resultados, aunque estrechos en cuanto a las diferencias derivadas, han conjeturado un auténtico martillazo para los socialdemócratas de Sanna Marin (1985-37 años), principal promotora de la candidatura de Finlandia a la OTAN. Y es que, Marin, no podrá vivir el acceso deseado a la Alianza, si no es lo suficientemente competente para lograr los apoyos imprescindibles, ante una derecha que ha ganado terreno e influencia en el estado europeo. A pesar de todo, dos días más tarde de los comicios, Finlandia se preparaba para aplaudir su adhesión inmediata a la Alianza Atlántica.

No era un secreto a voces que esa semana iba a ser histórica, informaba el Secretario General de la Alianza, Jens Stolternberg (1959-64 años). “Izaremos la bandera finlandesa por primera vez aquí, en la sede de la OTAN. Será un buen día para la seguridad de Finlandia, para la seguridad nórdica y para la Alianza en su conjunto”, dijo literalmente el político noruego.

Finlandia, se convierte de esta manera en el miembro número treinta y uno de la OTAN y como indicó Stolternberg, su bandera blanca con el rasgo característico de la cruz azul, flameará lustrosamente junto con las demás en la sede. La integración del país escandinavo se ha erigido en la causa más resuelta de la historia moderna de la organización, afirmó Stolternberg. Un hecho que se conformará con la entrega formal de las documentaciones de adhesión al Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken (1962-61 años).

Un ceremonial de muchísimo calado, ya que coincidió con el 74º Aniversario de la germinación de la OTAN, el 4/IV/1949. Más de setenta años más tarde y tras un nuevo conflicto bélico en Europa, la Alianza elogia que está más fusionada que nunca a pesar de las presentimientos nada halagüeños del Kremlin.

“Helsinki, que tenía deseos de acoplarse a la organización junto con el Reino de Suecia, ha tenido que banderillear a un toro soporífero como Turquía, que ha puesto frenos al país escandinavo desde el mismo instante en que este mostró su propósito de vincularse a la Alianza”

En la otra cara de la moneda, Rusia, dispuso invadir Ucrania bajo el pretexto descabellado de desnazificar el país, pero igualmente, cargó contra la Alianza Atlántica de propagar sus límites fronterizos en lo que Moscú contempla como su zona de influencia. La conflagración en Europa alzó los recelos de actores como Suecia o Finlandia, este último cuenta con una larguísima frontera con la nación euroasiática.

Ni que decir tiene, que el aspaviento al expansionismo descomedido de Vladímir Putin (1952-70 años) indujo al efecto inverso al augurado por el Kremlin. La invasión rusa de Ucrania, en vez de romper o fragmentar a los estados occidentales, ha ayudado a una fuerte alianza. Suecia y Finlandia acabaron por entregarse a la seguridad de la Alianza y requirieron su ingreso.

Con lo cual, Helsinki ya se halla legalmente bajo el paraguas de la OTAN. No obstante, Suecia, tendrá que estar a la expectativa, al menos hasta que las elecciones en Turquía despejen las incógnitas, donde el presidente Recep Tayyip Erdogan (1954-69 años) se juega su ser o no ser en la reelección y ha hecho de la adhesión de Estocolmo una vendetta personal.

Aun así, Stolternberg, volvió a expresar una vez más su confianza en que el país escandinavo definitivamente se convierta en miembro de la Alianza en un futuro cercano. Pero, el ingreso de Finlandia a la OTAN incluye algunos riesgos. Digamos que la Alianza duplica sus límites con Rusia, que pasaría de algo más de 1.200 kilómetros a casi 2.600, una extensa superficie que la organización se ha comprometido a proteger.

Hay que recordar al respecto, que tras una intensa sesión en la Gran Asamblea Nacional que se alargó durante varias horas, los parlamentarios turcos dieron el visto bueno con 276 votos a favor. Si bien, en la otra parte, las negociaciones con Suecia persisten entumecidas. En otras palabras: el parlamento de Turquía ha confirmado a última hora la formalidad de acceso de Finlandia a la Alianza Atlántica, con lo que Helsinki cuenta ya con la aprobación del conjunto de aliados de la OTAN.

Tras la conformidad del protocolo, el presidente finlandés ha reconocido en su perfil de Twitter a los Estados miembros su apoyo y confianza. En cambio, Stolternberg, ha mencionado que la determinación ha sido admitida “con beneplácito”, lo que concederá a al grupo de la Alianza ser “más fuerte y seguro”. Con este voto y tras las gestiones similares ofrecidas por el Parlamento de Hungría, Finlandia ha recibido el parecer conveniente de todos los Estados miembros, lo que emplaza al país escandinavo a los resquicios de integrarse al bloque. Amén, que Suecia está a las puertas de recibir la aceptación de Turquía para afiliarse en la Alianza. Es sabido que el ejecutivo de Erdogan prescindió del veto a ambas naciones durante la cumbre de la OTAN de 2022, aunque las conversaciones con Suecia se encuentran ahora mismo pendiente de su decisión.

A esto se añade el malestar que vienen notando ambas naciones, al manifestar Turquía su contrariedad y enojo tras la quema de un ejemplar del Corán por un ultraderechista danés frente a la embajada turca en el estado nórdico. En este entorno entra en juego un tercer país: Suecia.

Al igual que ocurre con Finlandia, la administración sueca continuaba a la espera de recibir el reconocimiento turco para poder formar parte de la OTAN. Pese a ello, todo parece apuntar que las negociaciones entre ambos países serán más peliagudas que con Finlandia.

Desde Ankara siguen defendiendo lo pronunciado hace algunos meses. Es decir, la principal petición turca pasa por el acogimiento de partidarios del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en Suecia, así como la entrega de un centenar de terroristas a los ojos de Turquía. Solicitudes que, de momento, Suecia no ha considerado, conservándose así el veto turco para su entrada en la OTAN.

Al mismo tiempo, para que un estado pueda acoger el llamamiento formal de la OTAN, éste debe tener el acogimiento de todos sin excepción. En el caso sueco, no sólo Turquía contradice su adhesión, si no que el Gobierno de Viktor Orbán (1963-60 años) igualmente se ha negado a la admisión de Suecia en el organismo.

Desde Hungría reprochan la postura sueca tras las apreciaciones vertidas a su Estado de derecho. Así lo atestiguaba el portavoz del Gobierno, Zoltán Kovács (1969-54 años), quien aseveraba que todavía hay “una amplia cantidad de quejas que hay que abordar antes de que se ratifique la admisión del país”.

De la misma manera, Kovács ha incriminado a varios políticos suecos de permanecer en una actitud de “superioridad moral” y con “falta de respeto”. Como anteriormente señalé, no puede pasarse por alto la quema de una reproducción del Corán hace unos meses. Acontecimiento que empeoró las relaciones con Turquía y Hungría, que tachaba lo sucedido de “racismo evidente”.

Pero, cabría preguntarse, ¿qué significa realmente el paso dado por Finlandia, a raíz de la invasión rusa de Ucrania, lo que implica que queda cubierta por el Artículo 5 de defensa colectiva de la Alianza?

Lo que sucede es que Finlandia estará amparado por las implacables garantías de seguridad de la OTAN, así se encargaba de caer en la cuenta Stolternberg. Decía al pie de la letra: “Hablo de nuestro Artículo 5, que dice que un ataque a un aliado se considera un ataque a todos. Uno para todos, todos para uno”.

Turquía ha sido el último de los treinta aliados presentes en acreditar el formulismo de acceso a la OTAN de Finlandia, que ingresó sola por la denegación de Ankara de suscribir la adhesión de Suecia. De hecho, no se esperan avances sustanciosos para esta, tras las recientes elecciones en Turquía.

A día de hoy, la premisa de la OTAN es que el país sea miembro de pleno derecho en la Cumbre que se celebrará en julio de este año. La Organización del Tratado del Atlántico Norte analiza la participación de Finlandia como un provecho eficiente, pues en contraste con la mayoría de los miembros, no ha recortado el gasto en defensa tras la ‘Guerra Fría’ (12-III-1947/26-XII-1991). Cuenta con unas Fuerzas Armadas bien curtidas y ha sostenido una elevada cota de preparación. Y en contraste, Rusia ha sugerido con pelos y señales de que vigorizará sus propias fuerzas a lo largo y ancho de la frontera finlandesa en caso de despliegue de las tropas de la OTAN.

Con este ingreso, Finlandia pone el punto y final a poco más o menos, ocho décadas de una imparcialidad militar, primeramente asignada por Moscú e inmediatamente voluntaria que con casi seguridad se hubiera perpetuado de no originarse la invasión rusa de Ucrania. La ofensiva temeraria por el Kremlin para impedir una potencial expansión de la OTAN hasta sus límites fronterizos, entre otras razones, ha desencadenado el efecto contrapuesto, ya que la adhesión de Finlandia, con sus 1.340 kilómetros de frontera, multiplica la línea fronteriza entre Rusia y la Alianza.

Conjuntamente, una vez se complete de igual forma la vecina Suecia, cuyo ingreso está paralizado de momento por Turquía y Hungría, toda la región del mar Báltico estará inspeccionada por los aliados, condicionando todavía más la capacidad de movimiento de la flota rusa situada en Kaliningrado y San Petersburgo.

Como refleja un viejo refrán finlandés que identifica la complicada relación de cercanía entre Finlandia y Rusia, bordada a fuego lento por dos conflictos bélicos que siguen candentes en el imaginario colectivo de los residentes nórdicos, que “todo lo malo viene del Este”. Recuérdese que Finlandia perteneció al Imperio Ruso entre 1809 y 1917, respectivamente, año en el que declaró su independencia valiéndose del desplome del régimen zarista predispuesto por la ‘Revolución Bolchevique’ (8-III-1917/16-VI-1923).

Al poco tiempo de detonar la ‘Segunda Guerra Mundial’ (1-IX-1939/2-IX-1945), la Unión Soviética propició el lance de una ofensiva sobre Finlandia con diversos parecidos a la invasión de Ucrania en 2022 y que libró dos guerras entre el lozano estado nórdico y el corpulento vecino del Este.

Lo cierto es, que Finlandia consiguió salvar su independencia, pero todo ello a costa de pagar un elevado precio: Moscú se superpuso el 10% del departamento finlandés, incluyéndose la segunda ciudad del país, Viipuri, y asignó a Helsinki el desembolso de 300 millones de dólares de la época en indemnizaciones de guerra. Por otra parte, exigió a Finlandia replicar hipotéticas agresiones militares contra la Unión Soviética por medio de su territorio y aguantar una neutralidad en política internacional que era angostamente controlada desde Moscú.

Esta anomalía distinguida como ‘finlandización’, empantanó durante décadas que Finlandia se trazara integrarse en la OTAN y estuvo efectiva hasta enero de 1992, un mes después de la disolución del bloque soviético. Desde entonces, los gobiernos continuados pretendieron fomentar su neutralidad militar, aunque sin cerrar un mínimo atisbo a una casual entrada en la Alianza.

La denominada opción ‘OTAN’, se convirtió en una cuestión repetida en las campañas electorales, pero el sentir público, mayoritariamente contrario al ingreso por desasosiego a posibles desagravios, hizo que se sostuviese vivo el statu quo. Ni siquiera el Partido de Coalición Nacional de centroderecha ‘Kokoomus’, ganador en las recientes elecciones parlamentarias y el más vehemente seguidor del ingreso en la OTAN, jamás osó imponer su agenda en este asunto para no transgredir la voluntad popular.

Paulatinamente, Finlandia fue apurando sus opciones en lo que atañe a la contribución con los aliados a través del programa ‘Asociación para la Paz’, concurriendo en maniobras militares conjuntas y misiones de paz lideradas por la OTAN, como las de Afganistán, International Security Assistance Force (ISAF) y Kosovo Forces (KFOR).

Paralelamente acrecentó su asistencia en materias de inteligencia militar y defensa con el resto de estados nórdicos, fundamentalmente, Suecia, el único junto a Finlandia que no era miembro de la Alianza.

La inexistencia de tensiones manifiestas con Rusia llevó a Helsinki a confirmar en 2011 la ‘Convención de Ottawa’ y a eliminar las miles de minas antipersona que se diseminaron en la franja fronteriza desde la Segunda Guerra Mundial como mecanismo disuasorio de defensa. Pero, la anexión rusa de Crimea en 2014 y, sobre todo, la súbita ofensiva a gran escala propiciada sobre Ucrania (24/II/2022), lo cambiaron todo bruscamente.

Finlandia y Suecia, recelosas de un Putin impredecible y punzante, prefirieron dejar en la cuneta la tradicional neutralidad y solicitar cuanto antes su ingreso en la OTAN. Los representantes finlandesas no se han propuesto de momento, aumentar su presencia militar en la frontera, pero sí que han comenzado la edificación de una valla de unos 200 kilómetros en los trechos más sensibles de la franja colindante. Dicha valla, mientras que Finlandia prospera en su transitar hacia la OTAN, costará cientos de millones de euros. Su obra podría demorarse entre tres y cuatro años, y su objetivo es claro: intensificar la seguridad y eludir la recalada intensiva de migrantes rusos.

Entretanto, Rusia considera una “intromisión en su seguridad” la admisión de Finlandia en la OTAN. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov (1967-55 años) especificó que la afiliación de Finlandia en la organización militar empeora el escenario y que el esparcimiento de la alianza es una seria amenaza a la seguridad de Rusia.

Simultáneamente, Peskov respondió que esta disposición es esencialmente desigual al rompecabezas que subyace con Ucrania porque, agregó, Finlandia en ningún tiempo fue antirrusa: “Estaremos muy atentos a lo que ocurra con Finlandia, a cómo la OTAN explotará el territorio de Finlandia en términos de colocar allí armas y sistemas de infraestructura que estarán cerca de nuestras fronteras y potencialmente nos amenazarán”.

Por otro lado, el Ministro de Defensa de Rusia, Serguéi Shoigú (1955-68 años), recalcó que además de ampliar sus componentes, la OTAN se había fortalecido para optimizar su preparación para el combate, lo que da a entender que se acrecienta el vaivén del conflicto: “En un futuro próximo, Finlandia se convertirá en miembro de la alianza. Por supuesto, todo esto crea riesgos de una expansión significativa del conflicto en Ucrania, pero no afectará al resultado de la operación especial”.

Shoigú también insistió que por todo ello tanto Rusia como Bielorrusia toman las medidas pertinentes, de modo que los aviones de combate bielorrusos pueden alcanzar objetivos enemigos “con armas nucleares”. A su vez, instó en que Rusia envió el sistema de misiles táctico y operativo Iskander-M, capacitado para emplear armas nucleares.

La ofensiva resuelta por el Kremlin para esquivar una expansión de la OTAN hasta sus límites, entre otros fundamentos, ha producido el efecto dominó. Con los kilómetros de frontera antes aludidos, la adhesión de Finlandia dobla la línea fronteriza entre Rusia y la OTAN. En este aspecto, las autoridades finlandesas hasta ahora no se han propuesto aumentar la presencia militar.

Llegados a este punto de la disertación, Putin ha punteado las principales líneas de la política exterior de Rusia. El documento implanta evidentes alianzas con la República Popular China, África y América Latina y vuelve a reprender a Occidente de infligir sus valores y enfoques al resto del planeta. Unas alegaciones que colisionan claramente con las operaciones cometidas por Rusia en el último año. El presidente ruso ha sido inculpado por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra, a tenor de la ofensiva de Ucrania. Una postura beligerante que ha avivado los fantasmas de otras ex repúblicas soviéticas como Moldavia o Georgia.

El pasaje revelado por el mandatario ruso examina la intervención de Rusia a nivel global, como la seguridad, las relaciones internacionales, la economía y, por último, un apartado lo ofrece concretamente a las conexiones con Occidente.

“Con este ingreso, Finlandia pone el punto y final a poco más o menos, ocho décadas de una imparcialidad militar, primeramente asignada por Moscú e inmediatamente voluntaria que con casi seguridad se hubiera perpetuado de no originarse la invasión rusa de Ucrania”

Un bloque de estados en su amplia mayoría que forman parte de la Alianza Atlántica y que Putin advierte como los verdaderos promotores de las indisposiciones que conciernen a la nación rusa. En este aspecto, la sección destinada a Occidente continúa el fleco imprimido por el gobernante ruso durante los últimos meses.

Putin muestra la guerra que se desenvuelve en Ucrania como una cruzada contra Occidente por defender los valores del Estado ruso. Una doctrina acentuada por la agresividad y la pugna de bloques. Una tesitura de vida o muerte, entre ellos, -Occidente- y nosotros, la -nación rusa-.

El máximo dirigente ruso hace hincapié en esta vieja doctrina, en que la prioridad es atajar los instrumentos de dominio de Estados Unidos y otros actores contrarios a sus intereses en los ejes mundiales. Pero, paradójicamente, precisa que el estado euroasiático “no se considera un enemigo de Occidente”. De la misma forma, el Kremlin sugiere a Europa que se desligue de Estados Unidos, ya que poseería bajo criterio de Putin, “un impacto positivo en la seguridad y el bienestar” del Viejo Continente.

En definitiva, Moscú vuelve a cargar contra Washington de ser el principal propulsor de la versión antirrusa de Occidente. En lo que incumbe a la parte sobre la seguridad, desde el Kremlin envían un mensaje concluyente: “Rusia usará a su ejército para defenderse o prevenir ataques contra sí misma o sus aliados”, declara el documento. Un ensueño rastreador de Putin, que ha inducido a la invasión de Ucrania y que respalda, a toda costa, la imperiosa amenaza que entrevé la Alianza Atlántica. Así, Moscú no prescinde de “neutralizar las amenazas a la seguridad de los estados europeos y de la OTAN hostiles” y avisa de que contestará “con medidas asimétricas, incluidas sanciones” a las amenazas a su soberanía e integridad territorial.

En consecuencia, Rusia es consciente de que los puntales de poder están variando y sabe de buenas fuentes lo importante que es mantener una buena sintonía con el gigante asiático y se ha marcado como objetivo robustecer los nexos con Pekín.

A resultas de todo ello, una nueva alianza que se cristalizó con el encuentro mantenido entre el presidente chino, Xi Jinping (1953-69 años) y Putin en Moscú. Xi declaró que se están ocasionando cambios jamás vistos y nosotros lo estamos estableciendo. La doctrina de política exterior de Rusia detalla que califican de crucial profundizar los cabos sueltos con los centros de poder globales amistosos. Hoy por hoy, China y la República de la India.

En relación a las coyunturas con Nueva Delhi, se trata más bien de una alianza más económica que propiamente geoestratégica, en un período en el que Rusia está soportando los efectos y el lastre de las sanciones occidentales. Moscú exporta importantes cuantías de material militar a la India que le causan excelentes beneficios. También, Putin pone la vista en Hispanoamérica y África donde ha ido infiltrándose sutilmente en el tejido económico y social. El Grupo Wagner, ejército paramilitar privado capitaneado desde Moscú, conserva un fuerte protagonismo en el continente africano y ha logrado suplir a estados como Francia, en la disputa contra el terrorismo.

Y si hago especial énfasis en el continente americano, Putin testifica que la Federación de Rusia “continuará fortaleciendo los lazos de beneficio mutuo con los países de América Latina y apoyando a los estados de la región que están bajo la presión de los Estados Unidos”.

Lo que hace es plantear un concepto de política exterior asentado en dos bloques. Primero, Occidente, con Estados Unidos en lo más alto y, segundo, el componente antioccidental con Rusia y China como potencias centelleantes con sus artimañas al orden de día, pero con el sostén de las naciones latinoamericanas, africanas, además de la República Islámica de Irán, el Reino de Arabia Saudí, Turquía, la República Árabe Siria y la República Árabe de Egipto. O séase, un universo magno y dos mitades indeterminadas.

Finalmente, el caso más irreprochable lo interpretan Suecia, pero sobre todo, Finlandia, estados comprendidos dentro de ese marco indefinido al que llamamos ‘Occidente’, e incluidos en un cúmulo de instituciones y concordancias político-económicas junto al resto de estados europeos. Concordancias, valga la redundancia, que en ningún tiempo han incluido a la OTAN en su razón de ser y han conservado una política histórica de no-alineamiento, pese a que en los tiempos que vivimos la realidad haya formado parte del bloque Occidental, pero, sobre todo, ha sido un tema tabú que en pocos meses a dejarlo de serlo.

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